"Quiero más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila" Mariano Moreno

jueves, 18 de noviembre de 2010


BICENTENARIO DE LA BIBLIOTECA NACIONAL


MARCOS SASTRE: EL LIBRO ABIERTO

En el panorama de las letras argentinas, la figura de Marcos  Sastre es de una trascendencia insoslayable.
Sus méritos de artista plástico, cartógrafo litógrafo, periodista, narrador y educador, entre otras actividades, hacen de este autodidacta un ser difícilmente  olvidable. Declarado mecenas, su labor puede estimarse como un coordinador que posibilitó la formación grupal de fervientes jóvenes intelectuales que se consolidaron con la mirada puesta en Francia y se alejaron del modelo heredado de la cultura española.
Sastre está ligado a la amalgama de la educación pública, al revolucionario germen de la instrucción primaria y a la construcción de un espacio de debate cuya semilla es la voz de los universitarios que se reunían en aquella célebre Librería Argentina. Allí el romanticismo literario tuvo dimensión social y en esa renovación intelectual, la corriente progresista abrió caminos más allá de lo literario.


Con el naciente espacio, a la solidaridad con las luchas populares se unió la exaltación de lo nacional. Echeverría ya había publicado en La Gaceta Mercantil, el 8 de julio de 1830, aquel poema El Regreso que era inesperadamente algo nuevo. Con él ingresaba en nuestro país el tiempo literario que se imponía en la Europa Occidental, ese contagio de verbo caliente que se filtra en la Asociación de Estudios Históricos y Sociales y que, lamentablemente, tuvo una efímera vida.
Como señala Fermín Chávez, “hacia 1833 un talentoso e inquieto grupo de jóvenes, influido por la lectura de autores revolucionarios europeos y por la enseñanza de algunos profesores de la Universidad, empezó a reunirse en la casa de Miguel Cané; de esas reuniones, a las que asistían Juan Bautista Alberdi, Félix Frías, Vicente Fidel López, Juan María Gutiérrez, Marcos Sastre y otros, nació la Asociación de Estudios Históricos y Literarios, antecedente inmediato del Salón Literario de 1837”.
Sastre, el polifacético al que el título de “maestro” le llenaba las espaldas, no despuntó como político ni militar. Su primer gran logro fue abrir, en  1833, la Librería Argentina, que se transforma en el centro de operaciones y de debate intelectual de la mítica Generación de 1837.  En esa casa que era su propia vivienda - luego se muda a la calle Victoria (Hipólito Irigoyen 59)- es donde  nace una “nueva generación”. Por su característica fue la primera biblioteca pública, con material de préstamo que incluía colecciones de libros sobre arte y ciencia. Este desafío era un cachetazo a la terrible indiferencia que auspiciaban los comerciantes, ganaderos y saladistas que sólo pensaban en su renta personal. Reinaba una “higiene intelectual” temeraria que únicamente la quebraría un movimiento organizado como sociedad secreta. Rosas había dispuesto que para obtener el grado de doctor en la Universidad, debía testimoniarse leal adhesión a la causa de la Federación. Ante este atropello surge ese grupo de insurrectos que se presenta bajo el nombre de Salón Literario y pronostican ser una juventud estudiosa que quiere rescatar el ideario de Mayo. En el acto inaugural las voces de Alberdi y Gutiérrez resonaron, pero es Sastre quien se define con su Ojeada filosófica sobre el estado presente y la suerte futura de la Nación Argentina, una proclama entusiasta sobre el destino del país. Sin dobleces dice: “Fácil me hubiera resultado reunir en esta biblioteca un gran número de esos libros que tanto lisonjean a la juventud; de esa multitud de novelas inútiles y perniciosas, que a montones abortan diariamente las prensas europeas. Libros que deben mirarse como una verdadera invasión bárbara en medio de la civilización europea y de las luces del siglo; vandalismo que arrebata a las huestes del progreso humano un número  inmenso de inteligencias vírgenes, y pervierte mil corazones puros”.
En esta suerte de debate, el pensamiento ingresa en la crítica a la herencia de España y desenmascara el déficit cultural. Es evidente que la sangre renovada encontraba a los jóvenes no sólo porteños sino del interior, unidos en un proceso común. Recordemos sólo algunos de los socios que concurrían a las tertulias: Juan Thompson, Félix Frías, Carlos Tejedor, Pastor Obligado, José Barros Pazos, Andrés Somellera, Gervasio Posadas, Demetrio y Jacinto Rodríguez Peña, Vicente Fidel López, Manuel Quiroga Rosas, Enrique De la Fuente, Pedro de Angelis, Felipe Senillosa.  Debe quedar en claro que la actitud de todo este grupo no era fortalecer una crítica machacona antihispánica; en rigor, censuraban la forma colonialista de proceder y si bien, injustamente a toda esta sociedad se le endilgó un proceder desestabilizarte, estos jóvenes no eran otra cosa que una comunidad solidarizada con el movimiento de la llamada “Joven España”, que luchaba en la península por una renovada libertad cultural.
Aparece visible que las batallas no sólo se libraban con armas, había otra dimensión del proceso revolucionario. Halperín Donghi es bastante preciso en este aspecto cuando afirma que en sus inicios, la Nueva Generación “parece consolidar la hegemonía de la clase letrada como elemento básico del orden político al que aspira”. Con esta vocación libresca los jóvenes miembros de la élite “culturalista” dejaban plantada la semilla de un  romanticismo que no sería un simple acto vanguardista, sino un fenómeno de ampliación de conocimientos que se tradujo en la apertura de otros centros de discusión y debate.


En junio de 1837 abrió sus puertas el Salón Literario y en ese año clave la historia de la nación comienza a cambiar en términos generacionales. El Salón Literario de Marcos Sastre fue el terreno fértil para calmar la ansiedad colectiva de un sector donde la literatura fue militante. Perduraban en la encarnadura social las tradiciones, costumbres, legislaciones y amaneramientos propios de la época colonial. El Salón Literario se revela, es un bisagra, genera un tiempo de crispación y, por el sólo hecho de transformarse en una bocanada de aire fresco, recibe el golpe de gracia de aquellos que no buscaban el cambio.”Son afrancesados” gritaron a los cuatro vientos. Pero acaso… ¿Francia no era desde el siglo XVIII un arsenal ideológico para toda la humanidad? Como se podía interpretar la voz de Echeverría cuando decía: “Yo busco en vano un sistema filosófico, parto de la razón argentina y no la encuentro; busco una literatura original, expresión brillante y animada de nuestra vida social, y no la encuentro”.
La vida del Salón Literario fue breve, en enero de 1838 se anunció públicamente el remate de la librería. Como aquel cartelito que Isidoro Blaisten colgó en la puerta de su librería de San Juan y Boedo:”cerrado por melancolía”, así también Sastre dejó el testimonio en un aviso publicitario: “No pudiendo el propietario atender su establecimiento de librería por haberse retirado al campo, se avisa al público…se venderán los libros que han quedado por cualquier precio…”
Los intelectuales habían intentado antes del fracaso, publicar un periódico, El Semanario de Buenos Aires, pero la fiebre juvenil terminó con el proyecto. El Salón quedaba clausurado por Rosas al cabo de seis meses de iniciar sus acciones. La argumentación política para cerrarlo fue que sus miembros se extralimitaban al estudiar los problemas públicos y no se circunscribían a lo estrictamente literario. Desaparecido el Salón Literario, varios de los jóvenes tomaron rumbos diferentes. Marcos Sastre se retira a San Fernando para dedicarse a tareas agropecuarias. Es un llamado al silencio envuelto de una enorme tristeza. Otros se reorganizan comandados por Echeverría, quien le da nueva fuerza al carácter del grupo y propone incorporarse a la vida política de manera más crítica. El 23 de junio de 1838 congrega secretamente a los jóvenes en una casa de Buenos Aires y les habla de un nuevo compromiso. Este encuentro dejará abierta la puerta de ingreso al programa que tiempo después será aprobado como Código o Declaración de Principios que constituyen la creencia social de la República Argentina, lo que más tarde será de manera definitiva el Dogma Socialista de la Asociación de Mayo.
Sastre, ya despojado del compromiso grupal, se dedica de lleno a su otra pasión: la educación. Termina el libro El Tempe Argentino, su obra más importante, donde recrea la vida de las islas del Delta Argentino.
Guillermo Ara, afirma en un trabajo minucioso sobre Sastre y el compendio literario ecológico que “el estudio que Sastre hace sobre el olfato de las aves de presa, de la mansedumbre del tigre, de la luz de la luciérnagas, de la domesticación del chajá, de los hábitos de consideración que manifiesta el colibrí, no son únicos, pero pueden ponerse sin desmedro a los de Hudson y Buffon”. Y agrega que las experiencias le pertenecen. “Mucho antes que Sarmiento edificara su cabaña en el antiguo Abra Vieja, Marcos Sastre sembraba, domesticaba animales, abría zanjas y defendía el entorno natural; y mucho antes que naciera el memorable Francisco P. Moreno, indagaba la naturaleza con criterio científico y  la describía con maestría poética”.
Lejos de enmudecer el maestro continúa su camino. Marcos Sastre como justifica Pedro Luís Barcia fue “un revolucionario de bajo perfil”. Sin embargo lo alabable de este hombre, radica en su constante lucha que lo iguala, en el terreno de la educación popular, al meticuloso Sarmiento.
El libro Anagnosia que edita con dinero de su propio bolsillo en 1849, recién dos años después, gracias a un crédito de Urquiza, logra transformarse en un manual de enorme difusión para la época y de lectura obligatoria en todas las escuelas de Entre Ríos. En 1852 la provincia de Buenos Aires reedita la obra. El tratado tiene notable éxito en Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires. A comienzos del siglo todavía se lo utilizaba en escuelas elementales de la ciudad de Buenos Aires y ya después de la muerte del escritor el libro alcanza las sesenta ediciones.
Bajo esta realidad, no son pocos los estudiosos que declaran que no hubo autor americano que en su tiempo igualara en popularidad a Marcos Sastre. Advierten que fue el primer escritor famoso rioplatense, antes que el autor del Martín Fierro.
Sin haberse comprometido de lleno con la política, el escritor navega entre dos orillas. Su etapa anterior lo debilita al punto tal que es acusado por su pasado rosista y debe pagar en la cárcel el pecado. Urquiza quien lo había designado Inspector General de Escuelas en 1851, le   encomienda  la dirección del periódico oficialista El Federal.
En el peor momento de su vida, después de haber sobrevivido dictado clases particulares por pocas monedas y enlutado con la mancha carcelaria, Vicente López y Planes, gobernador  de la provincia de Buenos Aires y su ministro Vicente Fidel López lo reconocen nombrándolo  en 1852, Director de la Biblioteca Pública, cargo que ocupa brevemente siendo reemplazado por su amigo Carlos Tejedor.
Ya es un hombre doblegado, sin embargo en 1874, durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento, al escritor se le asigna el decanato de la Facultad de Ciencias  Físico- Naturales de la Universidad de Buenos Aires.
En un último intento romántico, en 1891, Sastre abre nuevamente una librería en Buenos Aires. No es lo mismo, los años habían dejado su huella y el maestro ya no tenía las mismas fuerzas. Con el aliento final publica Lecciones sobre objetos comunes y educación para guía de maestros y de las madres de familia.
El 15 de febrero de 1897, fallece  en su quinta del barrio de Belgrano.
Marcos Sastre, un intelectual de bajo perfil que enseñó a leer a miles de argentinos, no cayó en el olvido. La Biblioteca Nacional, con un estudio preliminar de Carlos Bernatek, publicó en el 2005 en su colección Los Raros, su obra más significativa: El Tempe argentino.
De ese texto transcribimos un breve capítulo.

Capítulo XXVII
LOS ÁRBOLES


¿Qué compañeros más útiles del hombre que los árboles, que a la vez que amenizan su mansión, mantienen la fertilidad del suelo que cultiva? Los árboles protegen las vertientes, impiden la pronta evaporación de las aguas, y atraen las lluvias de rocíos. Los árboles depuran la atmósfera de gases perniciosos, exhalan el oxígeno que nos da vida, depuran y fecundan el suelo que los nutre, después de colmarnos de sus dones. Los árboles nos dan alimento, medicina, vestidos, casas, muebles, utensilios, embarcaciones, vehículos de toda clase y mil productos necesarios para las artes todas. Los árboles nos refrigeran con su aroma en el verano y mantienen el fuego en el hogar en el invierno; nos protegen contra el huracán y contra el rayo; ofrecen abrigo a las aves y forraje a los ganados; proporcionan recreo a nuestros ojos, melodía a nuestros oídos, perfume a nuestro olfato, regalo a nuestro gusto, grata y útil ocupación a nuestros brazos, vitalidad a nuestro cuerpo, y elevación a nuestro espíritu.
Por poco que se observe la vegetación del delta argentino no se notará muy luego, que dos son los rasgos que particularizan; el uno es la confusa mezcla de árboles, diferentes en forma, en follaje y en color; el otro la prodigiosa variedad de plantas sarmentosas, llamadas enredaderas, bejucos y lianas, las cuales dan a sus arboledas un aspecto muy variado, e imprimen a sus paisajes cierto aire festivo y romántico en que consiste su mayor encanto. La vista no se harta de reconocer, ni la mente de admirar la profusión de vegetales, aún de las más apartadas familias, que se agrupan y entretejen confundidos, sin perjudicarse al parecer; sirviendo además de apoyo a las plantas trepadoras, nutriendo las parásitas y abriendo las áreas que no participan de los juegos de la tierra, ni usurpan la sustancia del árbol que las lleva.


Los árboles que han cumplido el período fijado a la existencia de cada especie, parecen aún por largo tiempo frondescentes con el prestado follaje de las lianas que los envuelven, y cuando sus carcomidos troncos caen al suelo para devolver con su descomposición los principios que de él han recibido, todavía la naturaleza se apresura a velar las huellas de la muerte revistiéndola de una túnica de verde musgo, adornada de helechos y agáricos ¿ Cómo explicar tan activa como inagotable fecundidad? El supremo grado de fertilidad del terreno, la extraordinaria profundidad de esa tierra vegetal, el riego frecuente de las mareas, la propiedad fertilizante de las aguas del Paraná por su tibieza y de las del Plata por el limo, la ausencia completa de aguas corrompidas, y finalmente, la angostura de las zonas numerosas, que hace más accesibles las masas vegetales a la acción del sol y demás agentes atmosféricos, todas éstas deben ser las causas de tan copiosa exuberante vegetación.
Así también se comprende por qué la flora del delta nos presenta el aspecto de una latitud más elevada, por las numerosas especies de árboles y plantas de hoja permanente, que dan a sus bosques la fisonomía alegre de la primavera, a pesar de los fríos y heladas del invierno, formando un notable contraste con la vegetación agostada de la costa.
Más ¡ay!, que pronto desaparecerá tanta amenidad, tanta belleza, ante los rudos pasos de la industria desnaturalizada por la codicia y el error. Con dolor se ven caer ya los bellos árboles que hacían las delicias de nuestro Tempe a los golpes de hacha, acerada como los corazones en que el interés ha ahogado el sentimiento de lo bello, y ciega como la ignorancia que labra su propia ruina.
¡Árboles bienhechores, que fuisteis el encanto de mi infancia y siempre he contemplado con enajenamiento y gratitud!, yo os ampararé, yo os conservaré ilesos como los crió la naturaleza, sobre los arroyos que rodean mi rústica vivienda, para que vuestro espeso ramaje continúe derramando sobre ella la frescura de vuestra sombra, el bálsamo de vuestra flores, la ambrosía de vuestras frutas, el canto de vuestras aves. ¡Ah!,¡esparcid como siempre en torno de mi cabaña la fragancia y el regalo, la salud y la alegría!.