"Quiero más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila" Mariano Moreno

lunes, 27 de octubre de 2014

CONRADO NALÉ ROXLO: SE HA DESPERTADO GRILLO ESTA MAÑANA



 Como en la mayoría de los escritores de ese período, la mística del barrio jugó en Conrado Nalé Roxlo (1898-1971) un rol significativo. Acaso la nostalgia por el recuerdo de los primeros pasos o el revivir momentos donde la imaginación y el asombro formaban parte de una fantasía descontrolada, fueron la clave para que el escritor despertara en versos tristes y melancólicos, hasta que el humor cambiara el escenario y el personaje se transformara en grillo. El barrio era el mundo, el sencillo y humilde lugar donde la fiesta comenzaba en la calle, al aire libre, desafiando cualquier peligro y esperando el reto de los mayores cuando la travesura pasaba el límite de lo adecuado. El barrio era trabajo, dignidad, solidaridad, acompañamiento e historias mínimas que rescataban la realidad de la gente sencilla.  Así también lo internalizaron otros autores como Arlt, Fernández Moreno, Costantini o el propio Borges y Cortázar en el Palermo añorado que ya forma parte del recuerdo. Claro está que ese barrio sigue teniendo la aureola del circuito borgeano y esta maca permanente ensombreció la historia de otros autores. Así, aquel solar de Serrano 2147-hoy Borges, aunque su protagonista nunca quiso que su apellido se convirtiera en nombre de calle-, donde el niño Jorge Luis vivió desde 1901 hasta su adolescencia, ofrece la mística deseada. "Era una construcción de planta baja y un piso, con azotea. Tenía un pequeño jardín; un muro con la verja labrada en la parte superior la protegía de la calle. La cancel era de hierro forjado", escribe Álvaro Abós en el capítulo dedicado a Palermo de su completa guía literaria. Allí también recuerda que los Borges volvieron a la casa de Serrano en 1921, a su regreso de Europa.

 Y a medida que vamos transitando sus calles y recodos, nos viene a la memoria el cuento Simulacros de Julio Cortázar donde el autor nos presenta esa casa de Palermo: La casa tiene jardín delantero, cosa rara en la calle Humboldt. No es más grande que un patio, pero está tres escalones más altos que la vereda, lo que le da un vistoso aspecto de plataforma, emplazamiento ideal para un patíbulo. Como la verja es de mampostería y de fierro, se puede trabajar sin que los transeúntes estén por así decirlo metidos en casa; pueden apostarse en la verja y quedarse horas, pero eso no nos molesta. «Empezaremos con la luna llena», mandó mi padre. De día íbamos a buscar maderas y fierros a los corralones de la avenida Juan B. Justo, pero mis hermanas se quedaban en la sala practicando el aullido de los lobos, después que mi tía la menor sostuvo que los patíbulos atraen a los lobos y los incitan a aullar a la luna. Por cuenta de mis primos corría la provisión de clavos y herramientas; mi tío el mayor dibujaba los planos, discutía con mi madre y mi tío segundo la variedad y calidad de los instrumentos de suplicio. Recuerdo el final de la discusión: se decidieron adustamente por una plataforma bastante alta, sobre la cual se alzarían una horca y una rueda, con un espacio libre destinado a dar tormento o decapitar según los casos. A mi tío el mayor le parecía mucho más pobre y mezquino que su idea original, pero las dimensiones del jardín delantero y el costo de los materiales restringen siempre las ambiciones de la familia.

Al decir de Nalé Roxlo aparece El llamado.

El niño jugaba ensimismado en la alta terraza iluminada por la suave luz del sur, más azul que dorada. De pronto interrumpió sus juegos y escuchó. De lo más profundo de la casa, de más allá de las frescas cuevas en que los vinos sepultados desde hacía muchos años esperaban revivir en un brindis fugaz y una canción ligera; de más allá de los antiguos calabozos que aún guardaban olvidados instrumentos de tortura, de un último subterráneo que la casa ignoraba por dignidad y miedo, le llegó un lento grito, que nadie más que él oyó porque sólo a él estaba dirigido. Debió subir disimulándose entre los ruidos habituales; atravesando de un salto las espaciosas salas vacías: simulando ser el aullido de un perro lejano al cruzarse con alguien. No importa saberlo. Cosas más graves quisiéramos dilucidar y tampoco podremos.

El niño levantó la cabeza, y más que sorprendido parecía triste. Antes de iniciar el descenso, eso sí, paseó la mirada a su alrededor buscando un signo propicio. Pero de los árboles del parque, que ya comenzaban a cerrarse sobre sus pájaros para el gran recogimiento nocturno, no salieron más que los píos habituales y ningún trino más alto; ninguna manzana cayó inesperadamente sobre la hierba oscurecida ya; la nube gris, en que fijó la mirada largamente, no cambió de forma, y la brisa que movía las flores amarillas de la terraza ni se detuvo ni aceleró el vuelo. El niño entonces echó a andar hacia la escalera, y el perro no lo siguió.

Lo único que pudo hacer el Ángel de su Guarda fue taparse los ojos con el ala.
Al pasar frente a la puerta entreabierta de la biblioteca vio a su padre, noblemente envejecido, inclinado sobre un libro por cuyas páginas transcurrían los pensamientos de Marco Aurelio, graves, serenos, resignados como ríos sin pasión.

El niño pudo entrar como otras veces y, sentándose a sus pies, jugar con las pesadas borlas de oro de su bata, pero siguió bajando la antigua escalera, que aquella tarde no crujía, como si en lugar del niño bajara su pequeño fantasma.
Al pasar por otro piso, frente a otra puerta, oyó las voces de sus hermanas. De entrar, lo habrían envuelto en una alocada de puntillas y de risas, y los polvos de arroz que se ponían exageradamente lo habrían hecho estornudar y reírse a él también. Pero no tendió la mano al pomo azul de la puerta.

Las bajas cocinas lo envolvieron en una vaharada de aire cálido y sabroso, y oyó el chisporrotear de aceite dorado de una estrepitosa fritura.

Descendió más. Ya estaba en la cuadra. Tropezó con un cubo olvidado, pero ninguno de los caballos, todos mayores que él, volvió la cabeza. Pasó antes las cuevas del vino; ante los calabozos, cuyas puertas nunca moviera el viento. Ahora los peldaños de la escalera eran de piedra resbaladiza. Estaba en la parte eternamente tenebrosa y aborrecida de la casa, adonde no bajan las ratas. Una puerta estrecha cedió a la leve presión de la mano y, con los ojos arrasados en lágrimas de amor, fue al encuentro del grito trémulo, bajo, lleno de horrorosa ternura.

Nunca volvió a subir la escalera, aunque los habitantes de la casa y las visitas lo siguieron viendo durante todos los años de su vida, un poco distante, pero por lo demás, de apariencia normal y hasta saludable.




 Nalé Roxlo nace en Buenos Aires, el 15 de febrero de 1898. Es el segundo de los tres hijos varones de Carlos Ricardo Nalé y Consuelo Roxlo, uruguayos con ascendientes entre los que prevalecen los de origen español. Pasa los primeros años de vida en el barrio de Flores. En 1904 muere repentinamente su padre de  41 años y obliga a los Nalé a mudarse a una vivienda más humilde en la calle Triunvirato, cerca del cementerio de la Chacarita. El verano lo pasa en la casa de la abuela materna en San Fernando. Finalmente establecen allí la residencia. La muerte tan cercana por su olor y peaje lo subraya: sobrenada como una hoja verde sobre las oscuras aguas en que todo se hunde al fin y a cuya orilla he pasado largas horas de inquieta meditación, quizá la más de mi vida. En San Fernando, por diferencia, pasa los años más felices de su niñez y adolescencia, respirando la naturaleza virgen de las quintas y esa vecindad cercana al ferrocarril. Sin embargo, como dice Luis Alberto Murrray, Nalé es uno de los poetas argentinos más hondamente tristes.

 Luis Emilio Soto afirma que la obra de Nalé Roxlo está apoyada en la estética que Ramón del Valle Inclán expone en La lámpara maravillosa y en verdad a juicio de Luis de Paola esto se debe al hecho que Nalé es un constante admirador del escritor gallego.

 La muerte de su abuelo y de Armando su querido tío lo golpea seriamente. La situación económica obliga a la familia a dejar la casa de San Fernando y mudarse a una humilde casita en Flores. En 1913 se instala en La Plata y ayuda a su tío, el poeta Carlos Roxlo, en la preparación del libro Historia de la Literatura Uruguaya. Un año después trabaja temporáneamente en la casa Portalis y Cía y más tarde pasa al establecimiento de su tío Manuel Nalé, en el barrio de Once. En 1916 conoce a Roberto Arlt, en las frecuentes reuniones de  La Idea, un periódico vecinal del barrio de Flores. En 1919 es exceptuado de servicio militar por falta de peso y una lesión pulmonar. Por esta razón viaja a la ciudad de Encarnación, en el Paraguay, buscando mejor salud. De allí pasa a Posadas donde trabaja en un negocio de ramos generales y se enfrenta a una realidad cruel, violenta e inhumana, desarrollada por los peones de las plantaciones de yerba mate. No soporta esa vida y regresa a Buenos Aires. Ya por entonces comienza a concurrir a las tertulias literarias del café La Cosechera de Avenida de Mayo y Perú. Se las arregla haciendo traducciones del francés para la Revista del Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras. En uno de esos días escribe el soneto El Grillo que será su poema más reconocido. En 1923 recibe el Segundo Premio Municipal de Literatura por El Grillo.  Se casa en 1925 con Teresa de la Fuente y tiene una hija. En 1927 dirige ya la revista Don Goyo.
  



 Tal vez la mejor semblanza escrita sobre Nalé Roxlo sea la expuesta por Abel Posse, a través de la cual nos transporta a ese mundo onírico de un poeta con todas las letras. Dice Posse:

Personalidad de Nalé

En sus últimos tiempos Nalé solía recibir a sus amigos de madrugada en su departamento del quinto piso sobre el parque Lezica, en Caballito. Le resultaba imposible dormirse antes del amanecer y entonces hablaba y fumaba incansablemente poniéndose más lúcido y brillante a medida que el día se acercaba. Así es como lo recuerdo: en el escritorio de su biblioteca, entretenido en repasar las mil anécdotas de su vida y haciendo reflexiones sobre la poesía con esa frescura, ingenuidad y fervor de la que son sólo capaces los poetas. Aquel escritorio sobre el: par que me parecía un taller habitado por un artesano de rarezas, por un creador de materia noble: un tallista o un bruñidor. No era hombre de insistencia sino más bien de poco trabajo, pero de mucha atención y mucha mirada. En la noche tarde siempre se veía, en lo alto, la luz atenta en su torre de vigía, de lector.

Su imagen es la de un duende nocturno, cáustico, hipersensible, despiadado con el tonto y comprensivo con el tímido. Poco amigo de los silencios diplomáticos o de las expansiones vulgares.

Se maravillaba que a los setenta años no hubiese podido aprender nada del misterio de la poesía. "Mire: es realmente un misterio total. Es la esencia más fugitiva; cuando uno cree comprender algo es justamente cuando menos se sabe. Uno cree que va hacia la poesía, pero en realidad es ella que viene hacia algunos". Y contaba una anécdota de Valery que le gustaba repetir. Una vez se le preguntó al maestro qué era la poesía, en última instancia, y Valery se limitó a hacer un gesto con las puntas de los dedos, como si pretendiese tocar, apresar algo invisible, impalpable. Creía Nalé que quien pretendiese construir poesía desde la razón, la teoría o un exceso de voluntad expresiva, estaba perdido. Pensaba que el creador debía dejarse acometer por el momento poético y que el poema era más producto de la inacción que de la actividad sistemática. Con su habitual humor decía que los antiguos grandes poemas no eran más que una gigantesca estantería para sostener los buenos versos, esos capaces de hacer levantar en vuelo a toda la estantería.

Decía que así como el prosista debe aprender a desconfiar de su ocio, el poeta debe temer escribir todos los días. El mismo tenía una natural y aristocrática tendencia a no hacer trabajos superfluos ni "carrera". Estaba convencido de que el único trabajo posible para el poeta era el de posibilitar el momento poético y que éstos eran más producto de las sorpresas de la vida que de las decisiones que podamos tomar sobre ella. Criticaba en Lugones el exceso de trabajo y en su amigo Francisco Luis Bernárdez, el método.

Nalé creía, sin impulsos políticos ni de moda, en la funcionalidad de la poesía, como él decía. Afirmaba que hay una poesía que actúa en el fondo de nosotros y que está compuesta por pasajes, escenas y versos de los más diversos creadores. Este magma poético es una especie de sensibilidad colectiva que nos conforma y que también nos socorre. Es una especie de sabiduría poética, que va desde la poesía popular de las canciones hasta la alta lírica. Aseguraba que en momentos muy graves de su vida, cuando meditaba asediado, siempre, habían surgido versos o fragmentos poéticos, que como una voz interior lo habían ayudado positivamente.

Sentía Nalé que la poesía no es un elemento periférico  aunque sublime  de la cultura, sino un episodio esencial del conocimiento y de la sensibilidad humana.

Para Nalé la poesía era una guía delicadísima, extrema, del árbol espiritual. Allá donde las razones y las "intuiciones intelectuales" se detienen, donde la lógica fracasa y el orden verbal se enfrenta con el silencio, todavía era posible un paso más en el misterio y ese paso era algún verso o, en último caso, esa tensión espiritual y sensitiva del poeta, que es posible que fracase en el verso escrito. Sabía que hay fracasos capaces de dejar viva y por eso contagiar una inquietud espiritual. "Lo importante es la sugerencia última", decía.

En una noche de larga conversación le pregunté por el nacimiento de su famoso "Grillo". Me dijo: "Estaba yo desesperado, enfermo, era un poeta desconocido en una gran ciudad y al mismo tiempo estaba tontamente empeñado en ser poeta famoso. Era una situación desastrosa. Pensé que escribiría un poema románticamente dramático, como tenía pensado, tal vez abusando de la cargazón de dramatismo que me abrumaba, y fue entonces cuando, ante mi sorpresa, surgió ese poema casi infantil, esos versos que parecían no decir nada en concreto, pero que en realidad me recordaban a mí, el poeta, la fuerza pura de la vida, la alegría de la existencia en su mayor simplicidad, en la simplicidad desprotegida de un insecto que canta: un grillo..."

Y a continuación, después de carraspear y de espantar el animal de humo de su cigarrillo infinito, se puso a recitar con esa expresión de niño duende que nunca se desdibujó de su rostro, aquellos versos casi infantiles, sí, pero que encierran un intenso llamado a la alegría de la vida:

Música porque sí, música vana como la vana música del grillo; mi corazón eglógico y sencillo se ha despertado grillo esta mañana.

¿Es este cielo azul de porcelana? ¿Es una copa de oro el espinillo? ¿0 es que en mi nueva condición de grillo veo todo a lo grillo esta mañana?

Teatro, prosa, crítica, humorismo

El éxito y la fama que alcanzó Nalé con su comedia "La cola de la sirena", que hubiera sido impulso para cualquier creador para una producción mayor, no le llevó a la vasta obra que podía haber esperado. Sobre esta pieza, la más famosa de las suyas, se puede decir que ella misma es una metáfora (teatral) de toda su imaginación poética y de su fina sensibilidad.

En todas sus piezas, el elemento poético es decisivo, las anima. Ya sea mediante personajes míticos o por la atmósfera en la cual la acción crece poéticamente determinada: en el "Pacto de Cristina" será el medioevo, en "La viuda difícil", el clima del Buenos Aires colonial.

Decía Nalé que el teatro es la forma más legitima que tiene el poeta a mano para no tener que escribir siempre versos. Siempre se sorprendía, en cada representación, de ver a sus personajes vivos actuando como una proyección de su yo, de sus sueños.

En cambio, se lamentaba de no tener mucha paciencia para la prosa y solía echarle la culpa a su enorme máquina de escribir de los años 20 (cuando le regalaron una nueva me dijo que no se atrevía a trabajar en un aparato tan moderno). Sin embargo, escribió cuentos de gran perfección y profundidad, con una prosa clara y neta, sin barroquismo involuntario o manierismo sintetizador. Algunos de ellos como "La pulga de Dios", "El cuervo del Arca" y "El origen del árbol de Navidad" son de la mejor antología. Hay en ellos expresión de experiencia y conocimiento seguro y un clima de vida difícil de crear con tan pocas palabras. Palabras de castellano puro, universal, sin localismos ni forzoso academicismo, equidistante del hispanismo limitado, como de las lunfardias limitadoras. Tuvo un gran don para manifestarse en un idioma personal, pero no artificioso. Siendo que los problemas del subconsciente y del mundo onírico eran muchas veces sus más firmes impulsos para la creación, jamás permitió que el subconsciente se apoderarse de su idioma inclinándolo a la fácil confusión expresiva.

Se mantenía firme en este punto y le gustaba repetir una frase, que creo atribuía a Valery: "Un clásico no es más que un romántico que aprendió a escribir".

Su incursión por la novela fue breve, se concretó en "Extraño accidente", obra típica de su imaginería poética. Aquí el tema de la muerte lo ocupa como en algunos de sus mejores poemas de otro cielo y Claro desvelo. La muerte, el amor, la opresión del misterio sobre nuestras conciencias meramente humanas fueron sus principales preocupaciones. Sus respuestas religiosas eran parciales y no asoman en su obra. Se declaraba creyente y le gustaban las disquisiciones teológicas. Una vez oí decirle, dirigiéndose a un pesado ateo pontificador: "La religión es una sugerencia del Absoluto. Quien la entienda como un tratado de lógica o un reglamento es un tonto".

La magia de la realidad no dejó de fascinarlo en cada uno de sus días, tal vez sólo por eso mereció el casi inaccesible titulo de poeta.

Mucho se conoce y se ha escrito sobre "Chamico", su "alter ego" criollo que supo expresar tantas cosas simples y verdaderas. En ese corto trabajo yo preferiría recordar al crítico literario finísimo que fue Nalé, capaz de dar con el arma de la caricatura una profunda interpretación de textos y autores. Es el Nalé de la famosísima Antología apócrifa, que deberían leer con humildad esos complicados ingenieros literarios que hoy proliferan, solemnes expositores de una seudoestética de la tecniquería literaria.

Nalé afirmaba que escribir "pastiches" era su forma de querer la literatura y de comprender las obras. Pocas palabras claves o algunas actitudes cómicas de los personajes le servían para situar lo esencial de un estilo. Recordemos las inolvidables imitaciones dedicadas a Borges, D´Annunzio, Unamuno y Tolstoi.

Su humanismo es uno de los mejores aportes a nuestra "civitas literariae". Fue capaz de la sonrisa en un país más bien proclive a la carcajada o a la solemnidad patibularia. El  almidonamiento nacional tuvo en él un sólido enemigo.

Necesidad de una justa aproximación critica a Nalé Roxlo

El tremendismo literario y la banalidad política sabemos que confundieron en grado extremo el juicio litera río del público lector, al punto que hoy en Argentina y América hispana casi no tenemos críticos literarios, sino más bien comisarios de las letras o agentes de la moda. Prolifera la crítica política ética más que estética  y una sociología de la literatura que, cuando más, explica las circunstancias, pero no el objeto.

El desgano profesional (con el critico que "ya lo tiene sabido") y el terrorismo excluyente de los parricidas literarios terminaron por confundir la verdadera posición de Nalé Roxlo en las letras latinoamericanas (salvo honrosas excepciones como la de María Hortensia Lacau). Nalé cometió el pecado de no escribir obras largas o verticalidades cósmicas, para algunos, por esto, fue un poeta "menor".

Una de las funciones de esa critica será la de valorizar la obra de Conrado Nalé Roxlo. Me atrevo a sugerir algunas hipótesis de trabajo: la necesidad de destacar a este autor como uno de los pocos poetas "puros" de la literatura argentina. Esto es, en el sentido de que fue capaz de abordar la realidad desde una dimensión puramente poética, sin infecciones ideológicas o racionalistas que se yuxtapusieron a su poética. Por este difícil logro y por la perfección, o mejor por el "punto exacto" de su lenguaje, sólo se puede parangonar con Banchs. Ambos lograron lo más difícil para un poeta: eludir el naufragio de la mentalización de sus poéticas y, al mismo tiempo, los limites del formalismo manierista.

Por otra parte, y con la misma intención revisionista, pienso que debe decirse con toda claridad que Nalé Roxlo fue uno de los pocos poetas de la existencia de su gene ración.

La motivación central de su poética fue el asedio de esos "problemas permanentes de la condición humana". Este le confirió gravedad a su poética dentro de la fragilidad finisecular de sus temas y la claridad de su estilo. Nalé, tal vez sin saberlo, con la ingenuidad típica del poeta, fue un poeta existencial, pero nunca padeció existencialismo literario.

Sus críticos sólo le dedicaron (o cometieron) erudición, elogios y olvido. Nadie se atrevió a negarle el titulo mayor, el de Poeta, y esto es mucho en los tiempos que corren.





María Esther Vázquez lo define así: Menudo, de rostro delicado y gesto firme, observó, con mirada festiva no exenta de ironía, el mundo a través de los cristales de sus anteojos y del humo del cigarrillo que nunca abandonaba. Gozó de una infancia y de una adolescencia libre al lado de una madre imaginativa, un hermano cómplice y una abuela fuerte y alegre. A los quince años, en la Avenida de Mayo, se encontró frente a frente con su ídolo, Rubén Darío, pero no se atrevió a saludarlo. La temprana muerte del padre lo obligó a trabajar desde muy joven y así a los diecisiete años vio de cerca los diferentes tipos de la picaresca criolla que luego llevaría a la narrativa.

En aquel tiempo empieza a frecuentar las tertulias literarias y conoce a Roberto Arlt, del que será amigo fraterno. Tanto, que cuando Nalé, llevado por su destino, se emplea en Posadas como cajero de un almacén de ramos generales, son las extensas cartas de Arlt (treinta y ocho carillas escritas en papel de envolver con letra apretadísima) las que lo mantienen en contacto con la civilización y la literatura. En Posadas enfrenta un mundo cruel: el de la pobre gente explotada, despojada y reducida a la esclavitud por patrones brutales y despiadados. Por compensación, conoce a Julio Sanders, entonces desconocido y más tarde famoso autor del tango Adiós, muchachos.


El exilio misionero dura poco y Nalé vuelve a Buenos Aires. En la Facultad de Filosofía y Letras asiste a las clases de los maestros de la época: Ricardo Rojas, Alejandro Korn. Esto ocurre en 1921. Nalé vive con su madre y su hermano menor, se gana la vida como traductor del francés y escribiendo poemas por encargo. Una mañana, después de una noche agotadora en cuyo transcurso compuso para la revista Insurrexit una larga composición que no ha quedado para los goces de la fama, "Canto a Rusia", escribió de un tirón un soneto, casi en seguida famoso, "El grillo". Este poema junto con otros de igual calidad y frescura integró un libro ganador en 1923 del premio de la editorial Babel. (El jurado estaba formado por Lugones, Capdevila y Arrieta.) La primera y segunda ediciones de El grillo se agotaron rápidamente. Según Luis Emilio Soto, "fue un libro de afirmación vital, un deslumbramiento espontáneo y jubiloso". Y Horacio Armani escribió: "El recuerdo de Heine flota sobre esta poesía a veces clara y luminosa y otras veces traspasada de una sombra dramática, pero siempre musical y de límpida interpretación".

Los años de El grillo son aquellos en que Nalé, hombre fino, encantador, ingenioso y querido, se reúne con los jóvenes intelectuales de la ciudad en El Almacén de la Cueva, fondín rebautizado por ellos "El Puchero Miserioso", ya que por 50 centavos se podía comer un suculento puchero con pan, vino y café. Un año después, en La Rioja, conoció y se enamoró de Teresa de la Fuente. Se casaron en 1925. Empezó a trabajar en el diario El Mundo y fue asiduo colaborador de Crítica. Bajo el seudónimo de Chamico produjo una profusa obra de cuentos de carácter humorístico. Trabajó en el periodismo y en la literatura incansablemente y fue uno de los escasos escritores argentinos que logró vivir de sus escritos.

Su novela Extraño accidente trata la historia de un hombre que debe morir pero que no puede hacerlo porque ha perdido el alma, y su ángel de la guarda llega a la tierra para ayudarlo a encontrarla. Escribió la biografía de Alfonsina Storni y una deliciosa Antología apócrifa donde se codean Góngora con Alejandro Dumas, Charles Dickens con Victor Hugo, Kipling con Borges; en fin, son treinta y tres fragmentos titulados "A la manera de...", en los cuales desfilan grandes escritores con sus temas preferidos y sus tics usuales. Varias veces obtuvo el Premio Nacional de Teatro por piezas inolvidables: Una viuda difícil, La cola de la sirena, El pacto de Cristina.

Entre las treinta y tantas obras que publicó, las deliciosas memorias de infancia, juventud y edad viril aparecidas originalmente en forma de folletín semanal en el diario El Mundo , bajo el título de Borrador de memorias , además de ser encantadoras, evocan un mundo y un país desconocidos para nosotros.

Su obra poética comprende sólo tres libros: El grillo, Claro desvelo y De otro cielo. Y, sin embargo, hoy que la poesía sufre el vacío de un tiempo aparentemente sin destino, los versos de Nalé Roxlo vuelven a la memoria como un resplandor en el crepúsculo:

"Va la sirena muerta por el río / con una flecha al corazón clavada, / y desde la ribera desolada / mis lágrimas la siguen por el río. / Mía no fue, pero fue un sueño mío. / ¿Quién la devuelve al mar asesinada? / ¿Por qué pasa ante mí, muerta y dorada? / ¿Dónde perdió su corazón y el mío? / ¿En qué arrecife de coral distante / irá a encallar su frágil hermosura? / Con ella encallará mi sueño amante. / Y del dardo mortal la pluma oscura / indicará en la tarde al navegante / que allí tiene la mar más amargura".





 El 20 de mayo de 1941 estrena en el teatro Marconi de Buenos Aires su primera obra teatral,  La cola de la sirena, comedia en tres actos y siete cuadros que fue galardonada con el Primer Premio Nacional de Teatro. Publica Cuentos de Chamico, seudónimo con el que se identifica como humorista. En 1942 reedita El Grillo y Claro desvelo en un solo volumen. 

 Ha escrito guiones cinematográficos, como Loco lindo (1936) Una novia en apuros (1942) Delirio (1944), Madame Sans Gene (1945) Historia de una carta (1957) Una viuda difícil (1957). En 1960 presenta Extraño accidente, primera y única novela. En 1961 recibe el Gran Premio de Honor que le confiere la Sociedad Argentina de Escritores.

Cultivó la literatura infantil, donde logró obras maestras como La escuela de las hadas. También dirigió el suplemento literario del diario Crítica. Junto con M. Mármol escribió las biografías de Amadeo Villar (1963) y Alfonsina Storni (1965).


Yo quisiera una sombra

Yo quisiera una sombra que no fuera la mía,
la de una antigua espada, la de un fino cristal,
la del pájaro en vuelo o la nube borrosa.
Una sombra, otra sombra, para verla pasar.

Otra voz que no fuera esta voz que traduce
hace más de treinta años el rumor de mi mar,
una voz de campanas o de ríos llorosos…
Otra voz de otro acento para oírla cantar.

Y quisiera los sueños que no soñaré nunca,
la angustia que mi alma no sentirá jamás,
el terror de las fieras en la selva sombría,
la alegría radiosa de la alondra solar.

De ese desconocido que ha cruzado la plaza
los recuerdos más tristes quisiera recordar.
Llenarme de otras vidas, otra luz, otras muertes…
¡No ser este hombre solo frente a la eternidad!


Epitafio para un poeta

No le faltaron excusas
para ser pobre y valiente.
Supo vivir claramente.
Amó a su amor y a la Musas.

Yace aquí como ha vivido,
en soledad decorosa.
Su gloria cabe en la rosa
que ninguno le ha traído.


Búsqueda

Aquí perdió el caballo la herradura.
Aquí el camino de la muerte empieza.
Pocos árboles grises. Y la hondura
de la tarde, y el viento, y la tristeza.

Después hallaron el puñal caído
en el polvo amarillo, el cabo roto.
Después leguas sin nada. Y el remoto
viento moviendo el pajonal sin ruido.

Por fin el cuerpo helado
- pobre relieve gris en verde suelo -,
el renegrido pelo
a la frente pegado.

Y sobre el campo la quietud del cielo.
Y el viento que pasaba… y el pasado.

Estela

No pongáis en mi estela funeraria
mi nombre ni las fechas de mi vida,
ni la piadosa frase dirigida
a salvar mi memoria literaria.

Que en la palabra ajena no se agrave
la confusión creada por la mía,
que el mundo incierto que en mi voz vivía
el tiempo borre y el silencio lave.

Si hay un Dios que me quiere como espero,
yo que por no saber tanto he mentido
quiero aguardar mi eternidad dormido
bajo un mármol por mudo verdadero.


El árbol de la ciencia

Yo vivía en el vago
país de la leyenda,
entre dorados héroes
y diáfanas doncellas.

De una verdad celeste
mi alma estaba llena,
como un prado de aromas
cuando es la primavera.

Pero una mala noche
traspuse las fronteras,
buscando las oscuras
verdades de la tierra.

Al ángel de la guarda
que me siguió en la senda,
lo ahuyenté con mis dudas
como a un perro con piedras.

Las ramas sin aromas
del árbol de la ciencia
hoy en mi frente triste
ponen su sombra negra.

Y fatigo mis manos
Partiendo nueces huecas.

Del otro cielo

Ésta es mi copa y la rompo.
Éste mi caballo y lo suelto.

Decid a mis amigos que he muerto.

Que el vino derramado de mi copa
lo beban mi enemigo y mi perro,
y sobre las cenizas de mi casa
dancen ebrios.

Yo con mi propia sed quiero embriagarme
hasta ser una estatua de fuego

Decid a mis amigos que he muerto.

Que mi caballo pase
bajo el arco de rosas y laureles
con otro caballero.

Decid a mis amigos que he muerto,
que he muerto y soy dichoso
de otra dicha que baja de otro cielo.


Tú que has visto las lunas literarias

Tú que has visto las lunas literarias
que por las hojas de los libros ruedan,
ven a ver esta luna. Es una simple
luna de la naturaleza.
No digas "se parece", no hagas una
metáfora, aunque sea
la justa, la inhallable, la que nunca
visitó el corazón de los poetas.
No cuelgues de su disco claro y puro
ningún cintajo literario. Sueña
que por primera vez abres los ojos
a una noche de luna y la contemplas.


Lo imprevisto

Señor, nunca me des lo que te pida.
Me encanta lo imprevisto, lo que baja
de tus rubias estrellas, que la vida
me presente de golpe la baraja
contra la que he de jugar.

Quiero el asombro
de ir silencioso por mi calle oscura,
sentir que me golpean en el hombro,

volverme, y ver la faz de la aventura.

Quiero ignorar en dónde y de qué modo
encontraré la muerte. Sorprendida,
sepa el alma, a la vuelta de un recodo,
que un paso atrás se le quedo la vida.


Balada del jinete muerto

Ay, alazán, alazán
si llegaremos a tiempo.
Rojas traigo las espuelas
de tu sangre, compañero,
y mi blusa azul manchada
de sangre en el lado izquierdo.
¡Cómo resuena el camino
bajo tus cascos ligeros!
¡Si llegaremos a tiempo!...
Sólo tu sombra se alarga
por el suelo ceniciento.
Ay, que mi sombra no va
con la tuya, compañero.
Alazán, alazán mío,
no corras, que ya no es tiempo.

Cuando llegues a la casa
-¡Cómo me duele el recuerdo!-
oirás cantar la roldana,
te darán un cubo fresco,
y ella, de brazos desnudos,
irá a abrazarte gimiendo;
sus lágrimas correrán
con el sudor de tu cuerpo,
y oirás cantar a mis hijos
la canción del padre muerto.

Ay, alazán, alazán,
no corras, que ya no es tiempo.



Balada de Doña Rata

Doña Rata salió de paseo
por los prados que esmalta el estío,
son sus ojos tan viejos, tan viejos,
que no puede encontrar el camino.


Demandóle a una flor de los campos:
"Guíame hasta el lugar en que vivo".
Mas la flor no podía guiarla
con los pies en la tierra cautivos.


Sola va por los campos perdida,
ya la noche la envuelve en su frío,
ya se moja su traje de lana
con las gotas del fresco rocío.


A las ranas que halló en una charca,
Doña Rata pregunta el camino,
mas las ranas no saben que exista
nada más que su canto y su limo.


A buscarlas salieron los gnomos,
que los gnomos son buenos amigos.
en la mano luciérnagas llevan
para ver en la noche el camino.


Doña Rata regresa trotando
entre luces y barbas de lino.
¡Qué feliz dormirá cuando llegue
a las pajas doradas del nido!


El Grillo

Música porque sí, música vana,
como la vana música del grillo,
mi corazón eglógico y sencillo
se ha despertado grillo esta mañana.

¿Es este cielo azul de porcelana?
¿Es una copa de oro el espinillo?
¿O es que en mi nueva condición de grillo
veo todo a lo grillo esta mañana?

¡Qué bien suena la flauta de la rana!
Pero no es son de flauta: es un platillo
de vibrante cristal que a dos desgrana
gotas de agua sonora. ¡Qué sencillo

es a quien tiene corazón de grillo
interpretar la vida esta mañana!





Los estornudos


Los estornudos no suelen traer nada bueno, decían las viejas de antes, y tenían razón; pues lo que traen o anuncias, rapé aparte, es un resfriado. Pero yo sé de unos estornudos que fueron el soplo inspirador de cierta notable pieza literaria; y eso que no fueron musicales expresiones de una nariz célebre por su belleza, como la de Cleopatra, cosa que habría justificado un madrigal, sino rotundas explosiones de las de un chinito, bastante retobado él, inspector de escuelas provinciales. Misterios de la poesía que la ciencia no se explica.

Las cosas ocurrieron así.

El señor inspector penetró en el aula, y, tras de retribuir con una sonrisa de vinagre de luto los almíbares que se desparramaban por la bondadosa cara de la señorita Italia Migliavacca, mi inolvidable maestra de primeras letras, subió a la tarima, tarima que crujió gentilmente para ponerse a tono con los zapatos amarillos del señor inspector. Y vino, naturalmente, una alocución, como ellos dicen.

-Niños que en este ámbito del saber primario sorbéis las materias como la enredadera sorbe el sol...¡atchís!

-¡Salud, señor inspector! -prorrumpió la clase en pleno.

El inspector pasó una mirada furibunda por los bancos mientras se llevaba a su importante apéndice nasal un pañuelito muy bien planchado, que luego volvió a doblar y colocar en el bolsillo superior de su saco negro con trencilla, y retomó el hilo del discurso:

-El sol!...,el sol!... ¡atchís!

Martirena me dijo por lo bajo, pero de modo que sonó bien alto:

-Debe ser un resfrío de sol...

El inspector intentó matarlo de una mirada y continuó:

-El sol o, mejor dicho, sus rayos, llamados también irradiación febea...¡atchís!

-¡Salud, señor inspector! -volvimos a decir a coro, creyendo proceder muy correctamente. La señorita nos hacía señas de que no insistiéramos, pero nosotros éramos muy bien educados y no perdonábamos estornudo. Y éstos se sucedían cada vez con mayor frecuencia, y el inspector, par retomar el hilo de la perorata, tenía antes que retomar el hilo del pañuelo, suponiendo que lo fuera. Hasta que, con un violento "buenas tardes", se despidió y se fue como una tromba a ponerse sinapismos, sin duda.

Ya alejado el ogro, la clase en pleno soltó la carcajada, y muchos se pusieron a estornudar por burla.

-Niños -dijo severamente la señorita Italia-, nunca debemos burlarnos de los defectos físicos del prójimo.

Y para aleccionarnos trajo al día siguiente, pues era repentista, la fábula que va a leerse y que felizmente guardo entre mil cuadernos escolares.

EL CANARIO Y EL JAMELGO

Cierto coche de punto,

también puede llamárselo de plaza,

que formaba conjunto

con un jamelgo de raída traza,

y un anciano cochero, en el pescante,

detúvose delante

de una pajarería en cuya puerta

un canario, infatuado tenorino,

con sutil artificio,

sacaba dulce trino

de melodías rico

de su órgano bucal al orificio

también llamado pico.

El equino aludido,

cuyo nombre vulgar era "Pirincho",

no con mala intención, de distraído,

dejó escapar un natural relincho.

(Expresión incorrecta, sea dicho,

mas perdonable en tan humilde bicho.)

La gente que lo oyó, de baja estofa,

elogiando al canario melodioso

cubrió al jamelgo de improperio y mofa.

Pasó el tiempo premioso,

y ambas bestias murieron a su hora,

y escuchad, niños, lo que viene ahora.

El canario, ya inútil, fue a parar

a infecto muladar,

y, en cambio, con las tripas del rocín

hicieron varias cuerdas de violín,

en que un artista joven

interpretó a Mozart, Verdi, Beethoven.

MORALEJA

No desprecies, ¡oh, niño!, al que algún día

estornudó en momento inadecuado,

pues, como aquel caballo mal juzgado,

puede esconder torrentes de armonía.


A nosotros nos gustó mucho la fábula. Pero la señora directora no le permitió que se la mandara como desagravio al inspector, pues dijo que ciertas comparaciones podrían no ser bien interpretadas por éste. Mi querida maestra fue una incomprendida en el ambiente educacional de su época: era una precursora.

Fuente: CHAMICO, El humor de los humores. Almanaque de la medicina para el año que viene. Buenos Aires, s. ed., 1953 (págs. 42-43)






Receta para fabricar un argentino medio

Tomar por orden: una mujer india de caderas anchas, dos caballeros españoles, tres gauchos muy mestizos, un viajero inglés, medio ovejero vazco y una pizca de esclavo negro. Dejar a fuego lento durante tres siglos. Antes de servir, agregar de golpe 5 campesinos italianos (del sur) un judío polaco (o alemán o ruso), un tendero gallego, tres cuartos de mercachifle libanés y también una prostituta francesa entera.
Dejar  reposar sólo cincuenta años. Luego, servir amoldado y engominado.


La carta que hoy reproducimos, escrita por Raúl González Tuñón y destinada a Conrado Nalé Roxlo, permaneció inédita durante 70 años. Es un testimonio de las impresiones del segundo viaje de Tuñón a España, cercano a las vísperas de la guerra civil, y de las relaciones de amistad del grupo de poetas que se conoció en Buenos Aires. Su publicación permitirá aportar a la reconstrucción de una época de sueños y luchas tristemente olvidadas.


MI QUERIDO CONRADO:
Madrid! Al fin! Te diré que conozco casi toda la Argentina, buena parte de Sud América; que he estado cerca de un año en Francia y que conozco "por lecturas", el resto del mundo. Bien. No creo, que ahora, hoy, exista un país más interesante para nosotros, poetas, que España. Otros países viven. Otros países mueren. Este país vive y muere al mismo tiempo. Sevilla es maravillosa y más maravillosa Toledo donde todo está vivo y todo está muerto. Donde la gente -contra lo que sucede en Francia e Italia- pasa por sus ruinas, por su grandeza acabada, por sus reliquias históricas, con desenvoltura, tanta, que uno se avergüenza del poco turista que lleva adentro. A pesar de los guardias de asalto, de las tremendas injusticias que se cometen aquí, como en todas partes, España tiene un color distinto, un clima distinto y de la lucha entre lo sombrío de Felipe II y lo luminoso de los árabes -que perdura en el alma de los españoles- surge algo, ha de surgir algo que no será Europa ni África ni América sino simplemente España. La vida y la muerte, y la sangre, que es la frontera, se ven más de cerca en España que en ninguna otra parte.

Madrid tiene una parte nueva y una parte vieja. Prefiero la vieja con sus tabernas y sus calles del Pozo, de la Luna, del Barco, sus arcadas y sus plazuelas, su vino oloroso y dorado. Qué noches. Qué madrugadas. Qué gusto vivir, y hasta sufrir, aquí, en una ciudad con tabernas y lunas a cada paso.

Perez Mariluz, Neruda, Federico, Ramón, Biliken Muñiz, Oliveski, Blanco Amor, Arteche, amigos de antes y de hoy, son de lo más cariñosos con nosotros. Neruda, Delia del Carril, Cotapos, y la barra de la Cervecería de Correos, -Ugarte, Federico, Maruja Mayo y muchos otros (Alberti está en Cuba)- nos han recibido con mas cordialidad que la que imaginábamos. Neruda está más afectuoso, más confidencial, mas amigo. Nos ha dado grandes pruebas. Federico entusiasta y, como Neruda, recordándolos a todos ustedes a cada rato. Sé por mucha gente que Federico ha dicho aquí que tú eras el hombre de más ingenio que él había conocido en su vida. Y yo lo creo así.

"Ciudad" es una revista semanal que hacen Oliveski, Arteche, Blanco Amor, Perez Mariluz, Biliken y a la que me he incorporado con un gran saludo de presentación, notas mías, volantes por las calles que hablan del "ilustre periodista" y el "gran poeta argentino" y otras mentiras amables. Yo les agradezco mucho porque "Ciudad", además de refugio, será para mí un puente. No sé adonde llegaré. No sé si publicaré un libro, estrenaré una pieza teatral, etc., pero aunque no haga nada ni nunca llegue a interesar en Madrid, jamás olvidaré la acogida generosa de "Ciudad".

Hay una gran confusión política. Atmósfera de temores y venganzas. Muchos fósiles. Muchos jóvenes notables. Una inmensa inquietud. Un tronco madre al que deberíamos agarrarnos nosotros, que, ciertamente, somos españoles de América. Creo que la veleta señala hacia acá. Ellos nos aceptan con nuestra impetuosidad, nuestra juventud, nuestras nuevas palabras y nosotros recibimos de ellos un viento denso, torres y pozos, vino y lunas, y en el cruce de los ríos misteriosos de la raza, de la sangre, nuestro espíritu es el mismo. Yo no me siento en Europa, no. Me siento en España, en nuestra casa, en nuestra gran casona, en la matriz, de la que somos la primera sucursal. No quiero decirte con esto que dependemos cien por cien de "Madrid, meridiano espiritual", pero sí que aquí tenemos derecho a opinar, a servirnos de lo que nos guste, porque nunca seremos forasteros. Es decir, lo somos solo para sentir una cordialidad que los españoles no se suelen gastar entre ellos.

El pobre Enrique ha sufrido mucho con Nara, que ha estado gravísima. Ahora anda bien. Amparo muy contenta, aunque con frecuentes ataques de nostalgia. Yo, nervioso, ávido, pero aparentemente tranquilo como si algo estuviera madurando en mí. La vida como en Buenos Aires, ni más barata ni más cara. Escribo unas notículas para la Andi, pero me cuestan mucho trabajo. Tan distraído estoy con lo que me rodea.

Te escribiré con frecuencia, aunque no me contestes. Olvidaba decirte que Ramón y Luisa, Guillermo de Torre y Norah, también nos recibieron muy cariñosamente. Todos te mandan saludos y Amparo y yo un inmenso abrazo y otros para Teresita, Rosita y las chicas. Escríbeme a -Redacción de CIUDAD. Palacio de la Prensa -. ¡Te esperamos! ¡Sería lo mejor que podría ocurrir! ¡Decídete!
Raúl
Madrid. Abril 19. [1935]

Salas, Horacio: Conversaciones con Raúl González Tuñón . Bs. Aires, Ediciones La Bastilla, 1975. (Págs. 27-28)


El 2 de julio de 1971 Conrado Nalé Roxlo fallece. En 1978 se publica Borrador de Memorias.