"Quiero más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila" Mariano Moreno

viernes, 27 de marzo de 2015

ARTURO CERRETANI: LA BRASA EN LA BOCA






  Para muchos, un excelente guionista; para otros, un crítico teatral del montón. ¿Importa la calificación?. En rigor, ni una cosa ni la otra. Noé Jitrik, Tununa Mercado, Rodolfo Giusti, Alberto Blasi Brambilla, quienes se dedicaron al estudio de su obra,  opinaron que fue  un autor atípico y heterodoxo, perteneciente a la Novísima Generación,  quien desarrolló una prolífera tarea en el campo de la tradición realista.
                                                                                                                                                                                                                                                                                
                                                                                                                             

  Cerretani trabajó durante muchos años como crítico literario y teatral en el diario La Razón. Publicó variada obra literaria: cuentos, novelas, obras teatrales, textos radiales, además de participar en la creación de quince guiones para el cine.

  A los 28 años obtuvo el Primer Premio Nacional de Teatro por la obra La mujer de un hombre, reconocimiento que le fue retirado semanas después por considerar la Iglesia que se trataba de una obra "inmoral". Decepcionado  se dedicó a la narración.

 Arturo Cerretani (1907-1986) encaró un rumbo personalísimo alejado de escuelas y grupos literarios logrando enorme originalidad en sus textos; tal  vez este sea su rasgo esencial, porque tuvo que transitar por caminos y senderos de difícil acceso, siempre sorteando obstáculos para alcanzar sus fines. Aquella Novísima Generación tenía todos los matices de un vanguardismo que como tal se chocaría con un esquema armado al que sólo la buena letra pudiera modificar. Lo “nuevo” debía ser distinto para superar la crisis y cambiar eso de “la vieja generación produce solo esporádicamente”. Ellos mismos sintieron que estaba probada su existencia por “la timidez y la sencillez de que hacen gala sus adeptos”, aunque esto sólo no alcanzó para ser vanguardia, había que demostrar ante la crisis, la realidad de un cambio, y en ese desafío Cerretani estaba comprometido.

   La obra de Cerretani debe estudiarse con cierto cuidado y necesariamente entender que fue una tarea desdoblada porque obligaba a separar su elaboración como narrador y autor teatral. El escritor inició su carrera aferrado al cuento, género del nunca se desprende. Él mismo reflexionó que el cuento constituye  un estado de ánimo, un acontecimiento, puesto en evidencia a través de una acción que se desarrolla ininterrumpida y vehementemente.





   Alberto  Blasi Brambilla al referirse a su trabajo literario expresa que “Si el escritor es el hombre que escribe y del cual no pueden nunca separarse ambos términos, la tarea que realiza al recorrer el camino que media entre la génesis de la obra y su desvinculación final de la misma, es el trabajo literario, su trabajo. Dicha tarea no es fácil de explicar; es diversa en cada uno de los momentos por lo que transita la obra.”

  “En Arturo Cerretani la narrativa se realiza mediante un largo juego de integraciones en un método que podríamos calificar de espiral. La gestación de una idea que pueda ser trasladada al plano de la narrativa se brinda en un momento cualquiera de su vida, por aquella vieja teoría que nos dice que la existencia no admite planos biológicos de separación entre uno y otro de sus aspectos esenciales. Pero la producción de una narración, no tiene en él el carácter de exclusiva actuación frente a la misma.”

  “…Cerretani reescribe en tiempos distintos lo que concibió en épocas también diversas; suponemos ahora que la tentación de volver a escribir lo ya publicado también existe en él y que, ante lo irrevocable del libro – limitación especulativa de la literatura- emergen nuevos relatos que, imbricándose en los anteriores, resultan su consecuencia lógica. Esta reescrituración, durante la cual agrega situaciones y hasta cambia novelas íntegras, se complementa con la inevitable corrección formal que todo escritor conciente de su arte realiza. Dichas correcciones, en su mayor parte, no incluyen trasposiciones ni cambio de vocablos, para dar con mayor acierto su pensamiento.”

  “…Por lo demás, todo el trabajo literario de Arturo Cerretani está influido por el modo operativo del dramaturgo.”




   Interesa en esta descripción también descubrir al hombre, al ser cotidiano que como observador de la realidad no dejó de lado la ciudad, su gente, el barrio, la familia. Acudimos entonces al testimonio de una carta que su hija  Marcia le envía a Arturo Blasi Branbilla y que este publica en  su libro dedicado al autor:
                                        
                             Buenos Aires, diciembre 13 de 1963

Estimado Blasi:
      
    < Me pide una de las cosas más difíciles que se le puede pedir a un hijo, y es que escriba sobre el padre “como lo ve”, “como persona”, algo que éste va a leer.
   
     En parte es un alivio hablar de papá como persona, porque confieso que desde el punto de vista de hija no lo vi nunca como literato. Como lectora objetiva si, y soy capaz de una tremenda objetividad, lo he leído, lo leo, y lo admiro como a muy pocos escritores (si me pusiera a hacer nombres, él -que además de orgulloso es modesto- no me lo perdonaría nunca). Pero le decía que para mí, papá nunca fue un escritor de prestigio: fue un padre, “mi papá” (con todo lo que la expresión puede tener de sentimental y ridícula a nuestra edad), un padre del que pude jactarme siempre ante mis amigos y a toda edad, pero siempre como persona, no como escritor.

     Debe haber sido mérito que nunca lo viera como “hombre de letras” sino más que nada como amigo. Y amigo de veras, con el que pude agarrarme a patadas más de una vez -de igual a igual- y terminar como si nada.

     Ya que hablo de peleas, aprovecho para decirle los defectos de papá, uno detrás de otro, después de plantarme durante tres días la duda de si debía hablar solamente bien (me parece cursi) o contarle verdaderamente como lo veo. Y bien: papá es arbitrario (pocas veces, pero cuando lo es, lo es en grande), susceptible (mucho, casi podría decir quisquilloso). Y nada más Blasi, antes hablé de orgullo, pero es un “orgullo Cerretani” que nos viene desde mi abuela (que nosotros sepamos) y es tan de tipo infantil y al mismo tiempo mezclado con la más ingenua modestia, que uno puede preguntarse si es orgullo verdaderamente o alguna otra cosa no calificada ni clasificada todavía.
 
       Con respecto a lo bueno, y después de meditarlo, lo arriesgo al ridículo. Y es porque pienso que nada puede mostrarlo y más que mostrarlo, hacerlo intuir por el que quisiera y pueda mejor.

        Un amigo que no es escritor, un hombre con los pies bien puestos sobre la tierra, comerciante sin nada de romanticismo, le dijo un día: “Cerretani, usted tiene algo de ángel”.  Y ahí está lo ridículo: un hombre de cincuenta y pico de años, con toda la barba, y que sea un ángel en parte. Pero es la verdad y por eso lo arriesgo a la sonrisa y me arriesgo a sus iras. Puede decirse que no conozco a nadie del tal fundamental inocencia, ni tan profundamente bueno como mi papá. Pero bueno de veras, y eso no quiere decir que dé limosna a mendigos, se enternezca con los niños, o llore ante las injusticias de la vida. Ser bueno desde adentro y con todo, se me ocurre a mí que es otra cosa y que usted lo va a comprender: un hombre que no tiene malicia, que no dice ni entiende la doble intención, que a fuerza de patadas aprendió a no confiar en la gente, pero con una honestidad en la que puede confiar cualquiera. ¿Pureza de palabra? Y bueno, debe ser eso nomás. Y si no es cierto que usted y mi padre me lo demanden…>





    Carlos Sforza, su amigo personal, lo recuerda a Cerretani de esta manera:              
 
  La amistad con Arturo Cerretani nació en la década del sesenta del siglo pasado gracias a la mediación del poeta y cuentista Luis Gorosito Heredia. En su correspondencia se manifiesta amigo, y en una de sus primeras cartas me dice “Permítame que le llame amigo”. Él, escritor ya consagrado, me ofrecía su amistad.

Sus narraciones

  Recuerdo que mi lectura primera de una novela de Cerretani fue su Retrato del inocente  publicada por Emecé en 1960. Tengo en mi biblioteca el ejemplar que me envió con una laudatoria dedicatoria en 1963 cuando yo pisaba los treinta años de edad. Esa novela, que comenté en su oportunidad, motivó una carta del autor a raíz precisamente de mi nota, y en ella Arturo me dice entre otras cosas: “(…) No voy a encomiar su penetración del libro, porque en última instancia me estaría ensalzando yo mismo por su conducto. Sepa solamente que la suya es una comprensión que conmueve al comprendido y lo deja agradecido por un rato largo, además de compensado con motivo de una cantidad de sinsabores (…)”.

   En 1944 Cerretani había publicado la novela El bruto con prólogo de Walter Santini en Los libros del mirasol. El prologuista dice que en la obra “(…) es factible sorprender la presencia constante de un extremado equilibrio rítmico, el que habrá de manifestarse, sin mengua alguna, en todas las situaciones, así como también en cada una de las actuaciones que se sienten obligados a realizar cada uno de los seres novelados”. Este libro obtuvo el premio Municipal de Literatura y la Faja de Honor de la SADE.

   En 1956 apareció en ediciones “doble p” su novela La violencia. En la solapa de esta obra, Carlos Prelooker sostiene que el libro “(…) no es solamente una novela de perdurable belleza. Es un clamor y un grito profundo. Una crítica acerba a lo que somos y aparentamos ser”. En la novela, el ultraje a Mara perpetrado por tres turbios personajes, es una muestra acabada de lo que puede llegar a consumar la bajeza del ser humano.

   En 1960 publicó La puerta del bosque (Editorial Goyanarte). Esta es una novela en la que los personajes exponen los lineamientos de la historia. Está presente en ella el mal. Y fracasa la lucha contra él “porque en el fondo implica un ataque a la vida, a la existencia física y metafísica del hombre”.

  En 1965 publica una de las grandes novelas sobre el Buenos Aires de la primera postguerra: El deschave. Allí Cerretani despliega su conocimiento de lo porteño, de la zona del puerto, del bajo, que hace posible que surgiera esta excelente obra. La vida orillera en los bajos del mítico Paseo de Julio, la situación ya lastimosa de la diezmada población negra y el típico personaje porteño: el guapo. Y en éste, el novelista muestra la revelación de una “sustancia espiritual inesperada” que es precisamente lo que da título a la novela: el deschave.




   En Editorial Galerna publica en 1967 una nouvelle: Un parque a la vuelta. Breve obra narrativa, con un estilo característico e impuesto del autor, en la que aparece, a través de los ojos de un joven, personajes que pululan en Buenos Aires.

   En 1977 publicó en Castañeda (en la misma colección en que apareció la primera edición de mi libro “De casas y misterios”) la novela Misterio de Beata Faragó, en que nuevamente el puerto de Buenos Aires y sus gentes, son retratados con sagacidad y excelencia por el autor.

    En 1983, por la Editorial de Belgrano, publica Pequeña suite. El personaje de esta narración es Pedro Ulrico Fontana Foá quien es conocido por las iniciales de sus nombres: PUFF. Desde esa expresión surge la personalidad del protagonista. Precisamente las aventuras o desventuras de PUFF sirven a Cerretani para mostrar facetas del ser humano, que esquematizadas o estiradas en Pedro Ulrico, corresponden a muchos rostros del ser humano En el personaje late el hombre en soledad. La obra la arma el autor con escenas divertidas, con verdadero juegos del lenguaje, con un acertado manejo de las situaciones creadas.

    He querido recordar algunas de las novelas y nouvelles de Cerretani para dar una muestra de su labor incansable de escritor. Podría agregar su Confesión apócrifa, La brasa en la boca (que mereció el Premio Nacional mencionado), La viaraza. Matar a Titilo.




   Como autor de obras de teatro, Cerretani publicó varias. Entre ellas La mujer de un hombre que mereció ser recomendadas para el Premio Nacional en 1940 y que, cuando no, por razones políticas y/o ideológicas fue objetada por el Ministro de Instrucción Pública y el autor desposeído del lauro. La casa sin dueño mereció el Premio ARGENTORES. En Tres dramas y un cuarto.  Cerretani publicó en 1964, en Ediciones SER, La casa sin dueño, La mujer de un hombre, La zona de sombra y La salud del viajero. Tengo a la vista los libros de Arturo Cerretani que ocupan un lugar de privilegio en mi biblioteca. Y el que reúne sus obras de teatros, lo abro y encuentro, con su infaltable tinta color verde, la dedicatoria que me hizo el autor: “Para Carlos Sforza estos Tres dramas y un cuarto, con la veterana admiración de A. Cerretani”

     Noé Jitrik reflexiona puntualmente: ¿Qué determina el estilo de un escritor?
Si "el estilo es el hombre", lo que determina el estilo de un escritor es lo que determina una subjetividad; en otras palabras, una confluencia compleja de factores a partir, desde luego, de una personalidad en la que ha incidido la pertenencia a determinado medio cultural, familia o clase, una lengua con sus particularidades, una decisión de escribir que no es fácil de explicar. Todo eso junto confluye en una mano que orienta su imaginario de una manera propia, que puede ser inconfundible, aunque también existe lo que se llama "estilo de época" y aún "estilo nacional", términos que permiten agrupar escritores cuyos estilos personales son diferentes.
 Un nombre que me parece que ha desaparecido del campo de atención de la crítica y de los lectores cultos en general es el de Arturo Cerretani, con una obra de primer nivel que tiene títulos como La violencia o La viaraza.




El deschave (fragmento)

I.- [...] Me convertí en escritor con el desparpajo de quien hace de sí un coleccionista. Primero, las maravillas del mundo me deslumbraron; y después, cuando tuve participación en ellas, fue también como si quedase segregado y dado a la contemplación de mí mismo en el acto de participar. Tengo anotadas paredes en mi archivo, hucha de ahorrador. Manos, caras, dedos, tales, pasos, piernas, dorsos, torsos, acciones y visiones. Y además las relaciones: una pared y otra, una persona y un papel floreado, una palabra contra otra palabra. Y de adehala los conflictos: esto contra aquello, y el todo enfrentado con lo de más allá. Mi tarea es de esa clase. A ratos pienso que el trabajo de escritor consiste en retener la propia vida y la vida de los demás y en estimar las relaciones; y que luego consiste en dejar correr las aguas por debajo de los puentes.

II.- [...] Es en estos ajetreados años cuando me doy el lujo de propalar a la marchanta, y con las voces de mi ciudad por cabal instrumento, bien o mal dichas, con justa o con bronca gramática, hombres con un clavel en la boca y, a raíz del clavel, pasablemente inmortales. Lirio no entiende, pero yo embalado voy al borde de su oreja matosa y le grito que lo importante es contar el cuento.




Retrato del inocente

Capítulo 1
  Se que a una hora desconocida del anochecer encarrilaron los vagones del corte de carga donde yo había hallado refugio. El convoy empezó a rodar y a rodar y, cuando quise adormilarme en un rincón sembrado de forraje con mi lindo animalito aprisionado contra el pecho, resultó que ahí adentro se encontraba también por lo menos dos sujetos. No habíamos llegado aún a Pagalday (primer apeadero luego de Pueblo Llano) cuando los vi encender un  cabo de vela y disponer el naipe para el juego. Me asusté, no voy a decir que no. Al principio, al verlos, tuve todo ese temor agarrotado en manos y piernas. Luego mi compañero y yo nos acostumbramos a esa luz de velorio, a las sombras movedizas y a esas cara puro pelo y grasa rubicunda de individuos sin gran malicia, capaces en la vida de marchar de un lado a otro y de hacer el mal sólo sin querer y de tarde en tarde.
 
    -No sea pazguato, ¿quiere?- debí susurrarle a mi Landrú querido cuando por momentos alzaba las orejas engarabitado y amagaba en maullido de alerta que podía echarlo todo a perder.

     Terminamos por adecuarnos al modo de suceder las cosas y por dormir lindamente y sin ser molestados mi Ladroncito y yo. Los linyeras se sulfuraron en dos o tres ocasiones, e incluso prometieron despacharse al otro mundo recíprocamente, aunque sin vomitar del cinto los cuchillos tamaños tal como esperé que harían. No pasó nada. Dormimos preciosamente, digo, y cuando al cabo de mucho rodar y de dormir como benditos por fin despertamos, fue en esta ciudad y en una estación de ferrocarril donde el tren no terminaba de caber y cuyo nombre conseguí deletrear de acuerdo con la enseñanza de mi abuela Alecirita Viacaba.

    Mis compañeros de viaje ya no se encontraban ahí. Debieron de abandonar el vagón durante el trayecto sin dejar otro rastro sino el forraje removido y un sello de sebo en el entablonado del piso. Una sota de bastos también, por negligencia.

    Leí en descomunal cartel, allá arriba: Constitución, decía en letras de palmo y medio, de acuerdo con la enseñanza de Acirita, buenísima vieja que en los antiguos tiempos tuvo sabiduría para ser entre otras cosas hasta maestra de escuela.

    Recuerdo que ya más de noche no se podía pedir, y que tanto Landrú como yo nos sentíamos despejados. El tenía hambre, creo. Se sabe: siempre tiene. Se le notaba el buche ahuecado en los pelos de la cola como puercoespín, y en la mirada de reproche, serena y ancha, endilgaba en los ramalazos del hambre nada más que para atormentarlo a uno. Me lo afirmé contra el pecho y enderecé con él hacia la parte abierta de la estación. Yo sentía en frío de la ciudad y él en cambio nada más, aparte de su regular apetito de toda hora y momento. Entre los dos formábamos una yunta de extraviados en un lugar turbulento donde no se sabía cómo empezar.




  Arturo Cerretani recibió en 1959 el Premio Nacional de Literatura y en 1980 obtuvo el Premio Sixto Condal Ríos. En 1984 recibió con Diploma de Mérito en Premio Konex.


   Falleció en Buenos Aires, en julio de 1986, a los 78 años de edad.