"Quiero más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila" Mariano Moreno

martes, 28 de septiembre de 2010

BICENTENARIO DE LA BIBLIOTECA NACIONAL

Desde aquel revolucionario anuncio sobre la creación de la Biblioteca Pública, editado el jueves 13 de setiembre de 1810 bajo el título Educación, en La Gazeta de Buenos Ayres “… ha resuelto la Junta formar una Biblioteca Pública, en que se facilite á los amantes de las letras un recurso seguro para aumentar sus conocimientos. Las utilidades consiguientes á esa Biblioteca pública son tan notorias, que sería escusado detenernos en indicarlas. Toda casa de libros atrae á literatos con una fuerza irresistible, la curiosidad incita á los que no han nacido con positiva resistencia á las letras, y la concurrencia de los sábios con los que desean serlo produce una manifestación recíproca de luces y conocimientos, que se aumentan con la discusión, y se afirman con el registro de los libros, que están á mano para dirimir disputas”; hasta los festejos recientes, realizados del 10 al 16 de setiembre de 2010, unificados bajo el lema Días del Bicentenario de la Biblioteca Nacional, ésta casa que alberga la vida misma del país es, como bien expresa en el epílogo de Historia de la Biblioteca Nacional, el reciente libro del actual director Horacio González, “un hilo interno del despliegue de la Nación Argentina”. HOJAS DEL ABANICO, sumándose al clima de fiesta, acerca a todos ustedes un capítulo poco conocido sobre el lugar histórico donde hoy se levanta la Biblioteca Nacional. La riqueza del texto lo transforma en un documento más que se une al eslabón de investigaciones que enriquecen la memoria viva de todos los argentinos.


LA RECOLETA Y LA BIBLIOTECA NACIONAL

Durante la semana del 17 al 23 de octubre de 1580, el Adelantado Juan de Garay, decide repartir las tierras cercanas a la Plaza Mayor entre los integrantes de su expedición. Era la forma tradicional de gratificar a quienes habían compartido la lucha por la conquista de nuevos territorios para la corona española. Por entonces, las parcelas no tenían un valor económico. La posesión de terrenos sólo prestigiaba a las personas y las jerarquizaba. Esos espacios que posteriormente se transformarían en el barrio de La Recoleta, no ofrecían garantía alguna; su cercanía al río y la sedimentación arenosa de su tierra no despertaba codicia. Es más, el lugar era un paraje peligroso, a extramuros de la ciudad, que sólo servía de vaciadero de desperdicios de la población porteña. Contra estas dificultades el Capitán Rodrigo Ortíz de Zárate no quiso pelear. A él, Juan de Garay le entregó ese sector llamado Chacra Los Ombúes, indecoroso paraje sin pena ni gloria. El agraciado poco tiempo le dedicó a mejorar el lugar, prefirió en cambio, dedicarse a los placeres mundanos y, en esos menesteres, se le fue la vida; no sin antes haber alcanzado el rango de Gobernador de Buenos Aires, después de la muerte de Juan de Garay. Al fallecer Rodrigo, las tierras quedaron en mano de su hijo, Juan Ortíz de Zárate, quien repitió el camino de aventuras de su progenitor y, con total desapego, permutó sus bienes al capitán francés de Beaumont y Navarra, por una capa, un par de calzones, un jubón y un coleto bordado con canutillos de oro. Pero, más extraño aún resulta la actitud de Navarra, quien vende las tierras a Juan Domingo Palermo, por una peluca y, según consta en acta notarial, incluida una viña de tres mil cepas. Palermo transfiere las parcelas a Martín Dávila, quien deja por heredero a Enrique de Mendoza. Éste las cede a Inés Romero de Santa Cruz y a Isabel Frías de Martel. Isabel, en 1694, las entrega a Juan de Herrera y Hurtado. Al morir, su hija Gregoria, casada con el capitán Fernando Miguel de Valdéz, dona los terrenos por escritura del 22 de setiembre de 1716 a la Comunidad de los Padres Recoletos Descalzos, hermanos menores de la orden de los Padres Franciscanos, para levantar una iglesia tutelada por la Virgen del Pilar. Sin embargo, no todo resultaría tan fácil, hubo que esperar que llegara al Río de Plata la Real Cédula de Felipe V, fechada en El Pardo el 28 de junio de 1716, para que Los Recoletos comenzaran su obra. El desafío de los hermanos llevaba consigo una propuesta social: evangelizar, dar alimento a pobres y menesterosos, levantar una iglesia, cuidar a los enfermos mentales y crear un camposanto. Se necesita voluntad y dinero. Un vecino, Pedro Bustinza, donó 20.000 pesos fuertes y más tarde, el ciudadano español Juan Narbona, un comerciante acaudalado, también aportó otros 20.000 pesos más.
El 24 de setiembre de 1717, el obispo del Río de la Plata, Fray Pedro Fajardo, otorgó la licencia al Fray Pedro Castillo para que se hiciera cargo del Hospicio de la Santa Recolección.
Un hecho significativo en toda este relato, es también la participación del hijo de Cornelio Saavedra: Mariano Saavedra; político, abogado, dos veces gobernador de la provincia de Buenos Aires, quien vivió una infancia en permanente exilio, estudió en el Colegio Buenos Aires, fue comerciante y estanciero en Zárate. Con 35 años de edad y siguiendo los consejos de su padre, compró el predio de lo que posteriormente sería la parcela sobre Avenida Alvear (hoy del Libertador). Allí construyó una vivienda y parquizó la zona bautizada con el nombre de Tierra del Fuego por las permanentes fogatas de los basurales.
En 1883 gracias a sus relaciones que lo vinculaban a la comunidad agropecuaria bonaerense, Mariano Saavedra le vende a Mariano Unzué los terrenos que muchos conocían como El Aguaribay, por el árbol añoso mandado a plantar por el comerciante. El abogado quien no disimulaba su fracaso por la tenencia de ese lugar, había logrado despegarse del “infierno” cercano a Los Recoletos, quienes ya asistían a pobres y enfermos mentales.
Seis años después se iniciaría la construcción de una de las más bellas mansiones que se realizaron en la ciudad. Mariano Unzué y su esposa Mercedes Baudrix decidieron levantar su casa de verano en aquellas dos manzanas, porque durante el invierno permanecían en su estancia. La residencia de dos plantas de línea francesa fue construída con los mejores materiales para la época: herrajería francesa, marmolería italiana, pisos de cedro, se instaló un sistema de agua semipotable por filtrado de arena, el jardín fue diseñado y realizado por Rubén Darío,  engalanado con plantas exóticas, cinco jaulones con pájaros tropicales, aguas danzantes y esculturas, algunas de ellas hoy se encuentran en el Parque Lezama. En esa residencia también se inauguró el sistema de luz eléctrica.
Por la mansión pasaría lo más granado de la alcurnia argentina. Los Unzué, como muchas de las familias adineradas argentinas, estaban más preocupados en la intensa vida social que en la realidad económica. Todo este bienestar hizo que se olvidaran de pagar los impuestos. A la muerte de Mariano se precipitó la de su esposa. Las hijas del matrimonio continuaron con la bonanza pero, tras la crisis de 1930, las lujosas mansiones pertenecientes a las familias acomodadas porteñas fueron expropiadas ante la supuesta escasez de dinero de sus propietarios para mantenerlas. Es el caso del Palacio Anchorena (hoy sede del Ministerio de Relaciones Exteriores) o del Palacio Errázuriz (Museo de Arte Decorativo). Sin previo aviso la expropiación de la mansión llegó en 1936, de acuerdo a la resolución de la Honorable Cámara de Diputados número 12352, donde se declaraba de utilidad pública el inmueble conocido comúnmente por la denominación “Quinta Unzué” e igualmente de utilidad pública el resto de la manzana.
En 1937 el edificio pasa a manos del Estado y durante cinco años funciona como colegio. Recién en 1942 se destina como residencia presidencial. Se recuerda que el General Edelmiro J. Farrell solía pernoctar en el palacio.
En el año 1950, el General Juan Domingo Perón y su esposa María Eva Duarte, se instalan en la mansión. Dos años después, en el dormitorio del primer piso de la residencia, fallece Evita.
En 1956, el gobierno de la Revolución Libertadora para terminar de quebrar la herencia peronista, decide derribar la residencia. Por orden de Pedro Eugenio Aramburu, la casa es demolida el 28 de enero de 1958. Sólo sobreviven tres edificaciones menores. La casa de servicio donde hoy funciona el Instituto Nacional Juan Domingo Perón de Estudios e Investigaciones Históricas, Sociales y Políticas. La casa de los edecanes que se transformará en breve en un café temático y el Hogar de Tránsito Nro.3 de la Fundación Evita que hoy es la sede del Coro Polifónico de Ciegos.
El otro espacio que también es rico por su historia fue el que ocupara la residencia de Carlos Alberto Pueyrredón, en la actual esquina de Agüero y Las Heras. Pueyrredón fue abogado, profesor universitario, diplomático, historiador, descendiente directo de Juan Martín de Pueyrredón, casado con Silvia Saavedra Lamas, hermana de Carlos Saavedra Lamas, premio Nobel de la Paz, en 1936. Una anécdota que circuló sobre esta casa tiene como protagonista a la aristocrática dama que para no ser menos que los Unzué y, ante el deseo de tener un parque más extenso, consultó a paisajistas y arquitectos. La solución que le brindaron fue colocar en la pared medianera que separaba su propiedad con la mansión Unzué, una placa de cristal francés. De ese modo, la abundante arboleda de su casa se reflejaría en el espejo y ópticamente se creaba, casi mágicamente, una nueva dimensión: ahora su parque no tenía fin.
Al fallecer la pareja el lugar quedó cerrado y con el tiempo la casa fue demolida.

En cuanto al terreno que quedó después de la devastación, los registros dan cuenta que ese espacio fue transformado en una pista para carreras de motos y autos pequeños. Por iniciativa del presidente Arturo Frondizi, de acuerdo a la ley 12351 del año 1960, en ese predio se levantaría la nueva Biblioteca Nacional. Ya en 1961 se llama a concurso público de proyectos y se reconoce con el Primer Premio a los arquitectos Clorindo Testa, Francisco Bullrich y Alicia D. Cazzaniga. Cinco años después se los contrata para desarrollar la obra.
El 13 de octubre de 1971, Jorge Luis Borges, como Director de la Biblioteca Nacional, firma el documento donde se certifica el acta de colocación de la piedra fundante del actual edificio.
De allí en más la historia reciente. La nueva Biblioteca estaba renaciendo en La Recoleta.



ABRIENDO EL ABANICO

Para concluir con nuestra mirada histórica,incorporamos a esta reseña, dos testimonios de la época que mantienen total vigencia y actualidad con el presente. Son anuncios incluídos en las NOTICIAS SOCIALES, extraídos de las páginas de La Gazeta de Buenos Ayres.


FELICITAMOS

A todos los que están contribuyendo con sus donaciones a formar la colección de la recién fundada Biblioteca Pública de Buenos Ayres. La iniciativa de la Junta fue escuchada, entre otros, por el doctor O'Gorman que obsequió a la flamante institución obras selectas de los mejores autores de medicina de la antigüedad, desde Hipócrates inclusive. No necesitamos añadir que D. Manuel Belgrano se encuentra también entre los donantes y que generosamente ha renunciado a muchos de sus libros de literatura, economía política o geogragía, escritos en diversos idiomas, para enriquecer la biblioteca. El obispo Lué contribuyó con una importante suma de dinero y el presbítero Sáez regaló libros de su colección particular.
Los libros no constituyen la única donación: en las páginas de La Gazeta de Buenos Ayres aparecen semanalmente nutridas listas de patriotas que contribuyen con caballos, vestuarios o dinero en efectivo a armar la expedición auxiliar.

BIBLIOTECA PÚBLICA


Los vecinos cultos se quejan del exiguo horario de la Biblioteca fundada por la Primera Junta. El horario habilitado, de nueve a doce de la mañana, impide utilizar los servicios del establecimiento a los que trabajan. Debería remediarse esta situación.









2 comentarios:

  1. Muy interesante esta nota que me permite conocer un aspecto poco difundido sobre la Biblioteca Nacional. No conocía esta historia y como docente me resultó sumamente interesante para relatarla a mis alumnos.
    Federico Tobal

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  2. Una crónica detallada sobre la historia de la Biblioteca Nacional.Me interesaría saber algo más sobre el antiguo edificio de la Biblioteca Nacional.En esa casa vivieron algunos directores y sería bueno que nos contaran su paso por allí. Una inquietud, nada más. Con respecto a ésta, los felicito. Gracias.

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