"Quiero más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila" Mariano Moreno

sábado, 30 de marzo de 2013


ABANICO LATINOAMERICANO

DELMIRA AGUSTINI: ENTRE EL EROTISMO Y LA FATALIDAD






La dramaticidad en el contexto de la literatura latinoamericana es una constante que atraviesa la obra de la gran mayoría de nuestros narradores. De hecho, muchos de ellos acudieron a finales trágicos donde la cuota de un romanticismo extremo no escapaba a esa realidad. El suicidio y la muerte violenta, en algunos casos, cooperó con esta conducta que hizo enmudecer a muchas voces y caer en la melancolía a innumerables lectores consustanciados con ese malestar existencial. Hay una línea atormentada y descorazonada en las lecturas que se nos presentan como verdades bíblicas, como un índice inequívoco de una forma de vida angustiante y desoladora. El escritor padeciente encaja perfectamente en ese mundo lleno de sinsabores, de irremediables traspiés; como si se tratara de un espacio pantanoso de donde es imposible salir con vida. Situación más penosa aún si se refiere a una literatura plasmada por mujeres, que por el sólo hecho hormonal ya estaban en desventaja, sufriendo  el golpe lapidario y cruel de sus pares, quienes miraban la obra desde un escenario montado para la denostación y el vitupero.

La dramaticidad se impone, se enquista como categoría y se expande de manera ejemplicadora. María Corti afirma en sus Principi della communicazione letteraria que "el texto, salvo casos excepcionales, no viene aislado en la literatura, sino que, debido a su función sígnica, pertenece con otros signos a un conjunto, es decir, a un género literario, el cual, por esta causa, se configura como el espacio en que una obra se sitúa en una compleja red de relaciones con otras obras". Este modo de abordaje de lo genérico no niega lo anteriormente expuesto, pero ofrece un principio heurístico importante: podemos partir del canon genérico que cada época hace suyo, acotar incluso un grupo de obras y estudiar ese conjunto de relaciones que las vincula y a la vez constituye. La valoración de lo siniestro en este aspecto podría adecuarse perfectamente, porque estamos en presencia  de algo funesto y catastrófico que se percibe en la lectura misma y se proyecta al plano que legitima la desventura propia de una sociedad represora y reprimida.

En el Río de la Plata esta fórmula desarrolló una costumbre que puso en escena el testimonio narrativo de innumerables creadores. El caso de Delmira Agustini (1886-1914) se proyecta como un modelo de características sumamente particulares. Única creadora uruguaya en cuya poesía cantó por vez primera el erotismo con voz ardiente y pulcra. Mujer de complicada y extraña personalidad, su parecido entreteje su creación poética dando lugar a ingentes estudios biográficos, cimentados específicamente en la esquela intima. Lo que ha llamado la atención es la diferencia entre su vida y el contenido de su poesía, lleno de erotismo, en el cual la pasión a la carne cierra un trato frenético del espíritu en su indagación de eficacia. Delmira Agustini surgió como un milagro para muchos críticos a quienes les resultaba imposible entender su precocidad, su genialidad aislada, su hondura, su recorte nítido del entorno, su atreverse a decir, su atreverse a ser. Podemos afirmar que la sociedad no estaba preparada para oír una voz como la suya. Muchos se sorprendieron, algunos trataron de neutralizarla, la mayoría no la entendió. Todavía hoy, sus textos sorprenden a la vez que cautivan, tanto por su calidad poética, como por su capacidad reveladora y transgresora. El silencio de la mujer de aquella época era mucho más cerrado y celado que el que todavía -lamentablemente- se guarda hoy. Era la época que José Pedro Barrán llamará "del disciplinamiento".  Por eso, es destacable y conmovedor que una joven de 20 años de la clase media alta en un Montevideo de costumbres muy rígidas, que no llegaba entonces a 300.000 habitantes, pudiese y se animase a escribir y a publicar un libro donde se concibe el conflicto como modelo hegemónico. El no haber contado con una tradición literaria, siquiera con una voz anterior de mujer en la que apoyarse, hace aún más solitario y paradigmático su caso. Es ella precisamente la que abre el camino de la literatura escrita por mujeres fieles a sí mismas, en un tono auténtico, y en franca oposición con los modelos señalados por la sociedad. Dentro del modelo burgués, la situación de la mujer era opresiva y desigual con respecto al hombre. Éste era la autoridad, el jefe de familia. El matrimonio suponía la fidelidad femenina hasta la muerte, así como su castidad previa. Para no correr el riesgo de ser mal interpretada, no debía salir sola de su casa, sino acompañada,  y estaba confinada al hogar, sometida a la autoridad del marido, quien la veía probablemente como un objeto decorativo. La sexualidad se vivía con una enorme carga prohibitiva. El sexo era pecado, pero la prostitución se constituyó en un verdadero negocio en Montevideo, que salvaguardaba la inocencia de las señoras de su casa. Este panorama se repetía en la mayoría de los países hermanos. No fue casualidad que apareciera la imagen reveladora de Alfonsina Storni, la sencillez dolorida de Gabriela Mistral, la irrespetuosidad de Victoria Ocampo, la docilidad de Juan de Ibarbourou, todas unidas con el mismo lazo del segregacionismo cínico y procaz. 




Nació un 24 de octubre en Montevideo, en el seno de una familia de inmigrantes italianos. Su madre, María Murtfeldt, su padre, Santiago Agustini, y su hermano, Antonio Luciano Agustini. Por sus venas corría sangre de razas diversas, ya que uno de sus abuelos era francés, otro alemán y sus dos abuelas uruguayas. Todos ellos sobreprotegían, casi mimaban, su vocación poética (sin entenderla demasiado) con la que escandalizó a la burguesa sociedad rioplatense. De inteligencia precoz, autodidacta - a los cinco años sabía leer y escribir correctamente, a los diez componía versos - realizó estudios de francés, música (ejecutaba en el piano las partituras más difíciles) y pintura con maestros privados y por su cuenta, y envió tempranas colaboraciones en prosa a la revista La Alborada que se publicaba por entonces en la capital de su país.

Pero lo que asombró en Delmira Agustini fue la dicotomía mayor que rigió su vida, nunca satisfactoriamente explicada, y la cual descansaba en la doble personalidad que revelaba, de un lado, la conducta " irreprochable" y convencional de su casi nula vida pública, y por el otro, la inquietante cerebración erotizada de su poesía.

Rubia, de ojos claros, que eran tan pronto azules o celestes, e incluso verdes, según la luz, asombrados, en los que ardía un fuego secreto. No daba la impresión de ser alta, pero sí espigada y flexible. Se hablaba de "una niña de quince años, rubia y azul, ligera, casi sobrehumana, suave y quebradiza como un ángel encarnado, como un ángel lleno de encanto e inocencia". La tal niña era realmente una belleza, impresionante. Aurora Curbelo Larrosa, su abogada, dijo haber conocido a Delmira desde pequeña, y la describió como cariñosa, bella, de carácter melancólico y dueña de una precoz y maravillosa imaginación. El profesor de música Martín López, sostuvo que Delmira estaba muy bien dotada para la música, que tenía mucho talento, a pesar de que faltaba mucho a clase. Dijo que todo lo hacía bien, que era humilde, nada pedante, reservada y muy sumisa a su madre, a quien parecía encadenada. Alberto Zum Felde definió que “Delmira esa terrible sacerdotisa de Eros, fue una niña perfectamente casta hasta el día de la muerte y nunca ningún otro hombre que su marido tuvo trato carnal con ella. Los versos eran su mayor placer, pero también su tormento. A veces su tensión nerviosa llega a extremos insoportables”. "Yo casi preferiría que no escribiera.", decía su madre. Delmira era una niña buena y obediente, sencilla y dulce, recatada, esa misma mujer que luego, en la alta noche, en las madrugadas, era capaz de escribir versos inquietantes.  
En la vida de la poeta, se avinieron de manera dramática la señorita hogareña, sumisa y disimulada, a quien los padres llamaban “La Nene”, con la mujer de cualidad profusa y la poeta que arrancó un vuelo libertando los sueños a zonas limitadas por la circunstancia del entorno. Como derivación del influjo de la madre, se ha destacado el puerilismo que se refleja en sus cartas y en el cuidado más curioso que ponía en la muñeca de ojos azules y vestido de raso, sentada en la sala, en su rincón favorito como ella lo llamaba.





En lo exterior: una señorita consentida de la burguesía provinciana del Montevideo de principios de siglo, y la que, en tanto que tal, se conducía como Dios manda (y como le mandaba una madre absorbente, dominante y autoritaria de cuyas faldas parecía prendida). En lo interior y esencial: un ardiente temperamento femenino que, casi en estado sonambúlico o de "trance" ( así lo declaran quienes la conocieron) iba escribiendo, en la soledad hiperestésica de sus noches y guiada sólo por su extraordinaria penetración intuitiva ( en su lírica consignó fuertes notas pasionales sin haber conocido jamás, al decir de sus contemporáneos, amores pecaminosos) , los poemas de más apasionada sensualidad y sexualidad que jamás mujer alguna hubiera intentado en el mundo hispánico ( y aun fuera de éste). Estos poemas producían, la cosa no era para menos, el natural pasmo de sus coetáneos y de sus coterráneos. Así, Carlos Vaz Ferreira, el gran pensador uruguayo de su tiempo, y amigo de la familia, le escribía con no disimulada perplejidad:
"Usted no debería ser capaz, no precisamente de escribir, sino de entender su libro [y se refería el escritor aquí al primero de la autora, donde ella no había alcanzado aún el clímax de su intensidad pasional y de su hondísima comprensión de la vida]. Cómo ha llegado usted, sea a saber, sea a sentir, lo que ha puesto en ciertas páginas, es algo completamente inexplicable".

De El libro blanco

La musa
Yo la quiero cambiante, misteriosa y compleja;
Con dos ojos de abismo que se vuelvan fanales;
En su boca una fruta perfumada y bermeja
Que destile más miel que los rubios panales.
A veces nos asalte un aguijón de abeja:
Unos raptos feroces a gestos imperiales
Y sorprenda en su risa el dolor de una queja;
¡En sus manos asombren caricias y puñales!
Y que vibre, y desmaye, y llore, y ruja, y cante,
Y sea águila, tigre, paloma en un instante.
Que el Universo quepa en sus ansias divinas;
Tenga una voz que hiele, que suspenda, que inflame,
Y una frente que erguida su corona reclame
De rosas, de diamantes, de estrellas o de espinas!

La estatua
Miradla, así, sobre el follaje oscuro
Recortar la silueta soberana...
¿No parece el retoño prematuro
De una gran raza que será mañana?
¡Así una raza inconmovible, sana,
Tallada a golpes sobre mármol duro,
De las bastas campañas del futuro
Desalojara a la familia humana!
¡Miradla así -¡de hinojos!- en augusta
Calma imponer la desnudez que asusta!...
¡Dios!...¡Moved ese cuerpo, dadle un alma!
Ved la grandeza que en su forma duerme...
¡Vedlo allá arriba, miserable, inerme.
Más pobre que un gusano, siempre en calma!

Explosión
Si la vida es amor, bendita sea!
Quiero más vida para amar! Hoy siento
Que no valen mil años de la idea
Lo que un minuto azul de sentimiento.
Mi corazón moría triste y lento...
Hoy abre en luz como una flor febea;
¡La vida brota como un mar violento
Donde la mano del amor golpea!
Hoy partió hacia la noche, triste, fría,
rotas las alas mi melancolía;
Como una vieja mancha de dolor
En la sombra lejana se deslía...
Mi vida toda canta, besa, ríe!
Mi vida toda es una boca en flor!




Demira Agustini formó parte de la generación del 1900, a la que también pertenecieron Julio Herrera y Reissig, Leopoldo Lugones y Rubén Darío (al que consideraba su maestro y tras conocerlo en 1912 en Montevideo, época en la que él estaba en la cumbre de su gloria, mantuvo una constante correspondencia), y de la generación del Río de La Plata (1910-1920), dominada mayoritariamente por hombres. Sus influencias fundamentales provinieron de los simbolistas franceses y de Friedrich Nietzsche.

Delmira está considerada una de las iniciadoras de la poesía femenina hispanoamericana, que le ha merecido los más lisonjeros elogios de los críticos. Diría Rubén Darío:

"Es la primera vez que en lengua castellana aparece un alma femenina en la verdad de su inocencia y de su amor, a no ser Santa Teresa en su exaltación mística (...) Si esta niña bella continúa la lírica, revelación de su espíritu, como hasta ahora, va a asombrar a nuestro mundo de habla española".

Ha sido una de las voces más sinceras y brillantes de toda la lírica hispanoamericana. Es un milagro de intuición y de sonambulismo poético, pues su lirismo llega a profundidades metafísicas y originalidades de expresión que contrastan con su feminidad juvenil. Se caracterizan por una utilización de símbolos: estatua, cirio, sello, serpiente, búho, vino, cisne... en la que el amor es concebido como un absoluto, al cual –según Rafael Barret- se arrojó como a un abismo, cerrando los ojos. De ahí a que la denomine "poetisa por sagrada fatalidad". Delmira Agustini inaugura con su obra lírica (y en un diapasón emocional no superado en cierto modo) la trayectoria de la poesía escrita por las poetisas hispanoamericanas del llamado posmodernismo: Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni y Gabriela Mistral, las mayores. Pero la suya, aunque evolucionada y contrastada en un rápido proceso de maduración interior, cae totalmente en el modernismo, y sus deudas con éste son incluso tópicas en tramo inicial de la misma.

En cuanto a su estilo, debemos citar una importante característica que influirá en sus escritos. Sufría múltiple personalidad; era cuatro personas a la vez: Delmira, La Nena, La Potota y Joujou (la de los perfiles en La Alborada). Por ello, es Delmira quien escribe los poemas y las cartas a Rubén Darío, mientras que quien escribe a sus padres es La Nena o La Potota , observándose un importante cambio en el léxico, que pendula desde un estilo cuidado y profundo a otro mucho más trivial y completamente infantil. Otra importante característica es la afición de Delmira (mejor deberíamos decir, la de Joujou) por realizar retratos literarios de personas de su época.

Del manido bagaje modernista, aunque algunos poemas ya trataban de conseguir una expresión lírica original más adecuada a sus apasionadas vivencias personales, muchos proceden de los elementos expresivos -perlas y mármoles, cisnes y lagos, oros y azules- que pueblan y decoran ese tramo, el de El libro blanco (1907), quizá la mejor obra que ha escrito, que da testimonio de feminidad inequívoca, de exaltación lírica y sensibilidad delicada y ofreciendo en germen todo su mensaje de " sensualidad mística". Sus Obras Completas a las que se agregaron El rosario de Eros y su volumen póstumo Los astros del abismo, fueron publicadas en 1924, manifiestan, en palabra e incidente una exacerbación del amor, una sexualidad anhelante, hasta ese momento nunca presente en la poesía de lengua española, y mucho menos en la escrita por mujeres.



Por primera vez una mujer joven y bella abría su corazón con impúdica desenvoltura y en un lenguaje tan audaz como poético, tempestuoso y sugestivo, sacaba a la luz sus más íntimos sentires. Pero lo confiesa con tanta sinceridad que uno supone, dada la edad de la poetisa, producto de un estado de creación inconsciente, y otros, como lo afirma Federico Onís, lo juzgan reflejo de estados intuidos más bien que de realidades vividas. De cualquier manera es el mismo Eros quien inspira aquellos poemas crepitantes de deseos y satisfacciones carnales. Así, El Rosario de Eros, es toda voluptuosidad, júbilos y pasión vital en esta mujer nacida para el amor. Pero todo esto es mentira, espejismo puro. El goce, sobretodo el carnal, llevan en el fondo un pozo de tristeza, y esa tristeza, inseparable del placer, se derrama, quiéralo o no la autora, por todos y cada uno de sus versos (gritos encendidos de bacante y delirios misteriosos de pitonisa), aun de aquellos más aparentemente despreocupados ¿Presagiaba Delmira en estos versos su trágico final?

La riqueza y la variedad de su lenguaje, el tono íntimo y a veces desgarrado con que expresa sus intuiciones ponen al lector en contacto con un alma ardiente e insatisfecha que buscó en el poema respuesta al deseo, a la inquietud que, por vía indirecta acabó llevándola a la muerte. Asimismo, en 1969 apareció su Correspondencia íntima. Pero en un lapso muy breve - seis años y dos nuevos volúmenes: Cantos de la mañana (1910) que deja oír una voz de registros diferentes y complementarios, capaz de cantar la belleza del mundo; y Los cálices vacíos, (1910) depurado este último de su ya asegurada plenitud.

Con preferencia, en Delmira, serán ahora buitres y hongos, gusanos y arañas, vampiros y serpientes, quienes darán la materia, como en ráfagas, para visiones y configuraciones oníricas, en ocasiones de sugestión expresionista. Con ellos incorporaba expresivamente los esguinces de una ambiciosa visión interior donde lo tormentoso y sombrío se aliaba al fuerte reclamo erótico que la sostiene. Sus imágenes están dotadas de un poder de sugerencia enorme, y el lector se asoma a ellas, como a una sima de terrible fondo. Porque esa visión era, básicamente, dual y de gran complejidad. Ya en el poema que abre Los cálices vacíos -el titulado Ofrendado el libro- describe a Eros como integrado del placer y el dolor, plantas gigantes. Y los rubica con otros versos, definidor de ese dualismo que por dentro la enciende y la carcome a la vez: Con alma fúlgida y carne sombría. Su poesía oscila siempre así entre los consabidos pares polares que pudo abrevar en la tradición del decadentismo, y por consiguiente en Charles Baudelaire: el placer y el dolor, como se ha visto y correspondiente al deseo y la impotencia, el Bien y el Mal, el Amor y la Muerte, la Vida y la Muerte. Y ni faltarán las muy explícitas señales o alusiones sadomasoquistas, como ha notariado Emir Rodríguez Monegal (quien de paso ha señalado la raíz bodeleriana que, en lo literario, tiene esa escisión interior de la poeta). Y el tema ha sido documentado después por Doris T. Stephens en su libro de 1975, haciendo notar que, debido a su creencia en la voluptuosidad de la muerte, Delmira busca voluntariamente el dolor y la destrucción y su imaginería se carga así de esas aludidas sugerencias sadomasoquistas.

Una experiencia del amor en su totalidad, desde las sensaciones de la carne hasta su absoluta trascendencia es lo que devuelve en su conjunto la extraña y turbadora poesía de Delmira Agustini (y por ello se ha podido hablar, con mayor o menos acierto en la formulación, de la mística o metafísica de su erotismo, el cual es idealizado por la tortura de un ensueño extrahumano, preso en la cárcel de la materia). Y en un símbolo, al que dotó de una sugestión muy personal y que por ello repite en sus poemas, el de la estatua, parece haber resumido el conflicto entre el ardor pasional que le consumía, y la vida,las reglas y convenciones de la sociedad que le imponían una calma o serenidad estatuaria contra la cual conspiraba (intuitiva, instintivamente) la turbulencia y fogosidad de todo su ser. La verdadera historia de ese drama no hay que buscarla en los datos externos de su biografía, a pesar de que oscuramente la refrendara su trágico final, sino en esa absoluta (y audaz) desnudez de un alma ardida de mujer que entrega su intensa y visionaria poesía.

De Los cálices vacíos

Ofrendando el libro
A Eros
Porque haces tu can de la leona
Más fuerte de la Vida, y la aprisiona
La cadena de rosas de tu brazo.
Porque tu cuerpo es la raíz, el lazo
Esencial de los troncos discordantes
Del placer y el dolor, plantas gigantes.
Porque emerge en tu mano bella y fuerte,
Como en broche de místicos diamantes
El más embriagador lis de la Muerte.
Porque sobre el Espacio te diviso,
Puente de luz, perfume y melodía,
Comunicando infierno y paraíso.
-Con alma fúlgida y carne sombría...

Tu boca

Yo hacía una divina labor, sobre la roca
Creciente del Orgullo. De la vida lejana
Algún pétalo vívido me voló en la mañana,
Algún beso en la noche. Tenaz como una loca,
Seguía mi divina labor sobre la roca,
Cuando tu voz que funde como sacra campana
En la nota celeste la vibración humana,
Tendió su lazo de oro al borde de tu boca;
-Maravilloso nido del vértigo, tu boca!
Dos pétalos de rosa abrochando un abismo...-
Labor, labor gloriosa, dolorosa y liviana;
¡Tela donde mi espíritu se fue tramando él mismo!
Tú quedas en la testa soberbia de la roca,
Y yo caigo sin fin en el sangriento abismo!

Visión

¿Acaso fue en marco de ilusión,
En el profundo espejo del deseo,
O fue divina y simplemente en vida
Que yo te vi velar mi sueño la otra noche?
En mi alcoba agrandada de soledad y miedo,
Taciturno a mi lado apareciste
Como un hongo gigante, muerto y vivo,
Brotado en los rincones de la noche
Húmedos de silencio,
Y engrasados en sombra y soledad.
Te inclinabas a mí supremamente,
Como a la copa de cristal de un lago
Sobre el mantel de fuego del desierto;
Te inclinabas a mí, como un enfermo
De la vida a los opios infalibles
Y a las vendas de piedra de la Muerte;
Te inclinabas a mí como el creyente
A la oblea de cielo de la hostia...
-Gota de nieve con sabor de estrellas
Que alimenta los lirios de la Carne,
Chispa de Dios que estrella los espíritus-.
Te inclinabas a mí como el gran sauce
De la melancolía
A las ondas lagunas del silencio;
Te inclinabas a mí como la torre
De mármol del Orgullo,
Minada por un monstruo de tristeza,
A la hermana solemne de tu sombra...
Te inclinabas a mí como si fuera
mi cuerpo la inicial de tu destino
En la página oscura de mi lecho;
Te inclinabas a mí como al milagro
De una ventana abierta al más allá.
¡Y te inclinabas más que todo eso!
Y era mi mirada una culebra
Apuntada entre zarzas de pestañas,
Al cisne reverente de tu cuerpo.
Y era mi deseo una culebra
Glosando entre los riscos de la sombra
¡A la estatua de lirios de tu cuerpo!
Tú te inclinabas más y más... y tanto,
Y tanto te inclinaste,
Que mis flores eróticas son dobles,
Y mi estrella es más grande desde entonces,
Toda tu vida se imprimió en mi vida...
Yo esperaba suspensa el aletazo
Del abrazo magnífico; un abrazo
De cuatro brazos que la gloria viste
De fiebre y de milagro, será un vuelo!
Y pueden ser los hechizados brazos
Cuatro raíces de una raza nueva;
Y esperaba suspensa el aletazo
Del abrazo magnífico...
¡Y cuando,
Te abrí los ojos como un alma, y vi
Que te hacías atrás y te envolvías
En yo no se que pliegue inmenso de la sombra!

Fiera de amor

Fiera de amor, yo sufro hambre de corazones.
De palomos, de buitres, de corzos o leones,
No hay manjar que más tiente, no hay más grato sabor,
Había ya estragado mis garras y mi instinto,
Cuando erguida en la casi ultra tierra de un plinto,
Me deslumbró una estatua de antiguo emperador.
Y crecí de entusiasmo; por el tronco de piedra
Ascendió mi deseo con fulmínea hiedra
Hasta el pecho, nutrido en nieve al placer;
Y clamé al imposible corazón... la escultura
Su gloria custodiaba serenísima y pura,
Con la frente en Mañana y la planta en Ayer.
Perenne mi deseo, en el tronco de piedra
Ha quedado prendido como sangrienta hiedra;
Y desde entonces muerdo soñando un corazón
De estatua, presa suma para mi garra bella;
No es ni carne ni mármol: una pasta de estrella
Sin sangre, sin calor y sin palpitación...
Con la esencia de una sobrehumana pasión!

Plegaria

- Eros: acaso no sentiste nunca
Piedad de las estatuas?
Se dirían crisálidas de piedra
De yo no sé qué formidable raza
En una eterna espera inenarrable.
Los cráteres dormidos de sus bocas
Dan la ceniza negra del Silencio,
Mana de las columnas de sus bocas
La mortaja copiosa de la Calma,
Y fluye de sus órbitas la noche;
Víctimas del Futuro o del Misterio
En capullos terribles y magníficos
Esperan a la Vida o a la Muerte.
Eros: acaso no sentiste nunca
piedad de las estatuas?-
Piedad para las vidas
Que no doran a fuego tus bonanzas
Ni riegan o desgajan tus tormentas;
Piedad para los cuerpos revestidos
Del armiño solemne de la Calma
Y las frentes en luz que sobrellevan
Grandes lirios marmóreos de pureza,
Pesados y glaciales como témpanos;
Piedad para las manos enguantadas
De hielo, que no arrancan
Los frutos deleitosos de la Carne
Ni las flores fantásticas del alma;
Piedad para los ojos que aletean
Espirituales párpados:
Escamas de misterio,
Negros telones de visiones rosas...
¡Nunca ven nada por mirar tan lejos!
Piedad para las pulcras cabelleras
-Místicas aureolas-
Peinadas como lagos
Que nunca airea el abanico negro,
Negro y enorme de la tempestad;
Piedad para los ínclitos espíritus
Tallados en diamante,
Altos, claros, extáticos
Pararrayos de cúpulas morales;
Piedad para los labios come engarces
Celestes donde fulge
Invisible la perla de la Hostia;
- labios que nunca fueron,
que no apresaron nunca
un vampiro de fuego
con más sed y más hambre que un abismo.
Piedad para los sexos sacrosantos
Que acoraza de una
Hoja de viña astral la Castidad;
Piedad para las plantas inmantadas
La eternidad que arrastran
Por el eterno azur
Las sandalias quemantes de sus llagas:
Piedad, piedad, piedad
Para todas las vidas que defiende
De tus maravillosas intemperies
El mirador inhiesto del Orgullo:
Apúntales tus soles o tus rayos!
Eros: acaso no sentiste nunca
piedad de las estatuas?...

El cisne

Pupila azul de mi parque
Es el sensitivo espejo
De un lago claro, muy claro!...
Tan claro que a veces creo
Que en su cristalina página
Se imprime mi pensamiento.
Flor del aire, flor del agua,
Alma del lago es un cisne
Con dos pupilas humanas,
Grave y gentil como un príncipe;
Alas lirio, remos rosa...
Pico en fuego, cuello triste
Y orgulloso, y la blancura
Y la suavidad de un cisne...
El ave cándida y grave
Tiene un maléfico encanto;
-Clavel vestido de lirio,
Trasciende a llama y milagro!...
Sus alas blancas me turban
Como dos cálidos brazos;
Ningunos labios ardieron
Como su pico en mis manos;
Ninguna testa ha caído
Tan lánguida en mí regazo;
Ninguna carne tan viva
He padecido o gozado:
Viborean en sus venas
Filtros dos veces humanos!
Del rubí de la lujuria
Su testa está coronada:
Y va arrastrando el deseo
En una cauda rosada...
Agua le doy en mis manos
Y él parece beber fuego,
Y yo parezco ofrecerle
Todo el vaso de mi cuerpo...
Y vive tanto en mis sueños,
Y ahonda tanto en mi carne,
Que a veces pienso si el cisne
Con sus dos alas fugaces,
Sus raros ojos humanos
Y el rojo pico quemante,
Es solo un cisne en mi lago
O es en mi vida un amante...
Al margen del lago claro
Y o le interrogo en silencio...
Y el silencio es una rosa
Sobre su pico de fuego...
Pero en su carne me habla
Y yo en mi carne le entiendo.
-A veces ¡toda! soy alma;
Y a veces ¡toda! soy cuerpo.-
Hunde el pico en mi regazo
Y queda como muerto...
Y en la cristalina página,
En el sensitivo espejo
Del algo que algunas veces
Refleja mi pensamiento,
El cisne asusta de rojo,
Y yo de blanca doy miedo!

Las tónica general de su poesía es erótica, habiéndosela comparado a Safo. Pero su erotismo se diferencia fundamentalmente de lo antes conocido por su trascendentalidad metafísica; su esencia, de índole trágica, sube de las raíces más profundas y dolorosas del ser para florecer en imágenes de extraordinaria belleza y originalidad, doblemente audaces, así en lo estético como en lo moral, pues rompe en la consigna de clausura del pudor impuesta secularmente a la voz femenina. El amor carnal, es en su verso, tránsito hacia un más allá de la carne y de sí misma; por eso están hechos de visiones oníricas y de gritos de angustia. El mundo de sus poemas es sombrío y atormentado, en el que sopla un viento tempestuoso lleno de clamores y llamamientos lejanos.

Mas, se hallan asimismo en su obra profundos pensamientos de intuición filosófica, una especie de saber infuso, lo que hizo decir a Carlos Vaz Ferreira, cuando publicó su primer libro, que era un milagro, pues ella no debería poder escribir ciertas cosas ni aun entenderlas. Su estilo se correlaciona, en modo general, con el Modernismo que prevalece en su época, habiendo ejercido mayor influjo sobre su estética, Gabriele D´Annunzio entre los europeos por su sangre italiana y Rubén Darío entre los americanos, por su nacimiento y su lengua; la poeta no supo o no pudo desviar su alma por caminos de misticismo que hubieran podido sublimar en el campo religioso sus incontenibles impulsos sensuales. Con todo, su obsesión erótica, sin velos ni tapujos, adquieren indudable jerarquía literaria al pasar por la pluma idealizadora de la artista; porque, al fin y al cabo, habría que peguntarse dónde estaban los límites de su realidad erótica y de su erotismo fantástico, ya que existía una lucha entre realidad y sueños, entre cuerpo y alma; yendo la autora de uno a otro en la búsqueda de sí misma.




Delmira Agustini se había casado el 14 de agosto de 1913 con Enrique Job Reyes, rematador y consignatario de ganado, devoto católico, con amistades en los encumbrados sectores sociales de Montevideo, entre los que se encontraba don Santiago Agustini, estanciero y padre de Delmira.
La poeta y su novio mantuvieron una relación, al clásico estilo de la época, que se prolongó por cinco años y un breve matrimonio de cincuenta y dos días, según una correspondencia de Enrique Ugarte, encontrada después de la muerte de ambos.

Se casaron por la Iglesia Católica, con todos los ritos y ceremonias de rigor, siendo los padrinos el filósofo Carlos Vaz Ferreira y el poeta Juan Zorrilla de San Martín. Las dudas y temores sobre su futuro matrimonio se reflejaban en una carta que Delmira escribió al poeta Rubén Darío: "He resuelto arrojarme al abismo medroso del casamiento. No sé, tal vez en el fondo me espera la felicidad. ¡La vida es tan rara!".

Unas semanas después de su matrimonio, Delmira le enviaba una correspondencia a su amigo Manuel Ugarte, un escritor y político socialista argentino, que supo frecuentarla, rodearla de afecto y de galanterías en algún momento de su vida. Hay quienes sostienen que Delmira siempre estuvo enamorada de éste, la carta parece confirmarlo en varios de sus párrafos: "Para ser absolutamente sincera, yo debí decirlas; yo debí decirle que usted hizo el tormento de mi noche de bodas y de mi absurda luna de miel...", confesando más adelante: "Mientras me vestían pregunté no sé cuántas veces si había llegado... Entré a la sala como a un sepulcro, sin más consuelo que el de pensar que lo vería. La única mirada consciente que tuve, el único saludo inoportuno que inicié fueron para usted. Tuve un relámpago de felicidad. Me pareció, por un momento, que usted me miraba y me comprendía..." Y termina diciendo: "Usted, sin saberlo, sacudió mi vida."

Cuando se cumplió un mes y 22 días de la boda, retorna a su hogar donde la espera su celosa y neurótica madre, doña María Murtfeldt de Agustini: "Una matrona adelantada a ese novecientos burgués, quien habría advertido, a Ugarte, que el matrimonio y los hijos terminarían destruyendo el genio de `la nena´", así define a su progenitora Alejandro Cáceres en su trabajo "Delmira Agustini, nuevas penetraciones críticas".

Solicita el divorcio, en noviembre de 1913, en el Juzgado Departamental de Segundo Turno, cuando la "Ley de Divorcio", impulsada durante el gobierno de José Batlle y Ordóñez, llevaba apenas dos meses de promulgada. En su poema "La ruptura", que se encuentra en el volumen "Los cálices vacíos" describe su decisión de ruptura matrimonial: "Erase una cadena fuerte como un destino, / Sacra como una vida, sensible como un alma: / la corté con un lirio y sigo mi camino / Con la frialdad magnífica de la muerte..."

La fractura de la pareja, y la solicitud de divorcio, llevaron a que Enrique Reyes se sintiera herido en su amor propio de masculinidad criolla y golpeado en su conservadora cultura católica.
Decide, a pesar de todo, mantener su relación con su esposa y adopta la posición de amante. Alquila una habitación en una vivienda de la calle Andes 1206 esquina Canelones, colocando en las paredes varias fotos de Delmira llenas de sensualidad, con ojos y cuerpo cargados de fuertes dosis de erotismo. De esa forma acepta los encuentros que le impone Delmira dos o tres veces a la semana.

Una tarde de invierno, finalizado el encuentro amatorio, Enrique Job Reyes dispara dos balazos que dan en la espalda de la poetisa y luego se suicida. Según crónicas de la época, el homicida fue encontrado con vida, el informe médico señala que falleció en el hospital.
Escritores y periodistas concitaron siempre un fuerte interés en torno a la vida y a las diversas hipótesis sobre la muerte de Delmira Agustini.

Carlos Martínez Moreno es de los primeros en abordar el tema en su libro "La otra mitad", publicado en 1966, y pone énfasis al señalar, toda la culpa de lo acontecido en la figura de la mujer: "Ella fue el centro de su drama, no el amor ni los celos ni el despecho ni el honor de un pobre aprendiz de corretajes...", para terminar afirmando: "Ella provocó el encuentro, ella provocó la muerte, ella fue la empresaria".

Por su parte, Omar Prego Gadea en "Delmira", afirma: "¿Hubo un pacto suicida como sugirieron algunos? Entonces, ¿por qué se estaba vistiendo Delmira? Si habían acordado morir juntos ese día, después de una última tarde de amor, parecía normal que ella hubiera permanecido en el lecho desnuda o apenas cubierta por un viso. El detalle de las medias es revelador de que Delmira se estaba vistiendo para partir. ¿Habían realmente llegado a acuerdo de separación definitiva y esa era la despedida? Si es así, en el momento supremo de decirse adiós, Reyes tal vez en un instantáneo momento de furia homicida empuñó el revólver y disparó dos veces contra Delmira y luego, como relatan las crónicas, 'se hizo justicia'".

En su relato "Fiera de amor. La otra muerte de Delmira Agustini", su autor, Guillermo Giucci, narra con vigorosa pluma los últimos momentos de Delmira: "No tuvo tiempo. La mató por la espalda. Sin que se diera cuenta. No tendría tiempo de mirar alrededor, el cuarto tapizado de fotos suyas. Un cuarto de enamorados. Se habría visto joven, de perfil, sonriente frente a una cámara oscura... Si solamente él hubiera confesado que iba a matarla, que tenía cinco minutos para ver lo que nunca había visto antes, a Enrique desesperado, al asesino cara a cara, con quien acababa de abrazarse. Pero Enrique no se lo dijo. Quizá porque se hubiera arrepentido, llorando junto a ella, decidido a que lo mejor era abrazarla hasta quitarle el aliento. Besarla otra vez, como pocas horas antes, bajar el revólver, sentir el alivio de la entrega. No lo hizo. Delmira moriría en ese cuarto, sin abrir la ventana para respirar sus minutos finales."

Idea Vilariño en el prólogo de "Poesía y correspondencia" editado por Banda Oriental en 1998 afirma: "Todavía están por escribirse los grandes libros que merecen, por un lado, la personalidad, y por otro, la obra de la Agustini. Ya llegará el importante trabajo de investigación que se le debe."
La crónica periodística toma esta muerte con el sentido sensacionalista y morboso que siempre rodea a los actos de acción violenta, donde el amor parece ser el esclavo de los hechos. Rescatamos esta breve nota:
"Ha sido un drama horrible y extraño. El trágico fin de los otrora esposos Reyes- Agustini, (ambos de 27 años) abre una intriga que tal vez no se cerrará nunca. Los dos se amaban, como lo atestigua un largo idilio, durante el cual Delmira Agustini, poetisa excelsa vertió lo mejor de su amor en sus poesías consagradoras, y él, Reyes, depuso su espíritu de enamorado a los pies de su dueña. Era la pareja ideal. Nada faltó en su dicha. Amor, gloria, dinero: todo lo tenía. Luego vino el eclipse: ella por un lado, él por otro. ¿Es qué los novios no sabían ser esposos? A pesar del divorcio el amor sobrevivió, más fuerte que antes. El idilio cambió de forma: los dos se amaron en la clandestinidad y el misterio. Allí, en la alcoba donde nadie más que ella era reina vivieron ese nuevo amor incomprensible y se incubó la tragedia. Los pobres muertos, jóvenes y dichosos, se han llevado consigo la explicación de ese desenlace enigmático, oscuro, novelesco."






La correspondencia es otro eje importante en la vida de la escritora. Algunos textos son imperdibles:

De Delmira a Enrique.

"Enrique mío: Quiéreme siempre, siempre, así como me dices. ¡Es tan divino quererse mucho, mucho y por toda la vida! Me parece que es toda la felicidad de la tierra. Puede ser."

De Delmira a Rubén Darío. (agosto de 1912)

"Perdón si le molesto una vez más. Hoy he logrado un momento de calma en mi eterna exaltación dolorosa. Y estas son mis horas más tristes. En ellas llego a la consciencia de mi inconsciencia. Y no sé si su neurastenia ha alcanzado nunca el grado de la mía. Yo no sé si usted ha mirado alguna vez la locura cara a cara y ha luchado con ella en la soledad angustiosa de un espíritu hermético. No hay, no puede haber sensación más horrible. Y el ansia, el ansia inmensa de pedir socorro contra todo -contra el mismo Yo, sobre todo- a otro espíritu mártir del mismo martirio. Acaso su voluntad, más fuerte necesariamente que la mía, no le dejará jamás comprender el sufrimiento de mi debilidad en lucha con tanto horror. Y en tal caso, si viviera usted cien años, la vida debía resultarle corta para reír de mí- si es que Darío puede reír de nadie-. Pero si por alguna afinidad mórbida llega usted a percibir mi espíritu, mi verdadero espíritu, en el torbellino de mi locura, me tendría usted la más profunda, la más afectuosa compasión que pueda sentir jamás. Piense usted que ni aun me queda la esperanza de la muerte, porque la imagino llena de horribles vidas. Y el derecho del sueño se me ha negado caso desde el nacimiento. Y la primera vez que desborda mi locura es ante usted. ¿Por qué? Nadie debió resultar más imponente a mi timidez. ¿Cómo hacerle creer en ella a usted, que sólo conoce la valentía de mi inconsciencia? Tal vez porque la reconocí más esencia divina que a todos los humanos tratados hasta ahora. Y por lo tanto más inocencia. A veces me asusta mi osadía; y a veces ¿a qué negarlo?, me reprocho el desastre de mi orgullo. Me parece una bella estatua despedazada a sus pies. Sé que tal homenaje nada vale para usted, pero yo no puedo hacerlo más grande .A mediados de octubre pienso internar mi neurosis en un sanatorio, de donde, bien o mal, saldrá en noviembre o diciembre para casarme. He resuelto arrojarme al abismo medroso del casamiento. No sé: tal vez en el fondo me espera la felicidad. ¡La vida es tan rara! ¿Quiere usted escribirme una vez más, aunque sea la última, para decirme solamente que no me desprecia?"

De Delmira a Rubén Darío:

"¡Con cuánta razón me recomienda usted tranquilidad! Para demostrarle mi estado de ánimo estos días, bástele lo siguiente: como pensaba casarme muy pronto, ya había dicho a mi novio que pensaba sostener correspondencia con usted, el más genial y profundo guía espiritual. Ayer él me preguntó, casualmente, si le había escrito o si tenía noticias suyas. Me turbé tanto, divagué tanto, que llegó a imaginar lo imposible. Hoy me pregunto, ¿por qué? Es que soy otra, al menos quiero ser otra. Seré dúctil, pero sea usted suave. Escúlpame sonriendo. Acaso en mis manifestaciones de aprecio le resulte exagerada. ES que usted mismo ignora de cuánto bien y de cuánto mal ha nutrido mi corazón. El supremo placer y divino dolor de la belleza. Sus versos me dan continuamente la sensación irremplazable. El momento inefable que nunca más se gozará, que nadie más podrá darnos. Todo aquel placer y aquel dolor que no volverán jamás aunque acaso vengan otros factores tan fuertes y profundos. Esta exquisita y suma sensación artística, fuera de usted, me la dieron dos veces solas en la vida: una Verlaine, en un soneto adorable, y otra Villaespesa (¿soy absurda?..., hablo con el corazón), en unos versos maravillosamente dulces. Y usted, maestro, usted me la da siempre, en cada estrofa, en cada verso, a veces en una palabra,. Y tan intensa, tan vertiginosamente como el día glorioso que, entre una muñeca y un dulce, sollocé leyendo su "Sinfonía en gris".Por eso, si Darío es para el mundo el rey de los poetas, para mí es el Dios en el arte. Y para él quisiera arrancar rosas y astros de mi corazón. Yo he visto a ese mi Dios, vivo, dulce y magnífico, que ha de armarse con el más vívido fervor celeste y la más blanca ternura humana. Explíquese usted así mi admiración. Y ahora, la absolución y el olvido. No me conteste esta carta. Va en el más riguroso secreto de confesión. Un buen día de estos, en que quiera generosamente darme un placer, escríbame aunque sea una línea, por cuenta propia. ¡Me hará tanto bien una carta suya espontánea! Verá usted que buena soy, que tranquila le contesto ¿ Será pronto? Devotamente. D. A"

En 1914 estando el divorcio en pleno trámite, Delmira visita clandestinamente a su todavía marido en las habitaciones que este alquila en un edificio de la calle Andes, 1206. El divorcio se falla el 22 de junio. Ella vuelve a visitarlo el 6 de julio, fecha en que Reyes le dispara dos tiros a la cabeza, y a continuación se suicida. De acuerdo a cartas escritas a un amigo y a su madre, Reyes llevaba meses contemplando el suicidio. Cualquiera que sea la interpretación de la tragedia, lo cierto es que Reyes amaba de forma enfermiza a Delmira y, quizás celoso de un posible rival, la asesinó dominado por un sentimiento de inferioridad.

De mi numen a la muerte.

(Poema publicado de la revista El Siglo)

Emperatriz sombría,
si un día,
herido de un capricho misterioso y aciago,
yo llegara a tu torre sombría
con mi leve y espléndido bagaje de rey mago
a volcar en tu copa de mármol mis martirios,
sellarás más tu puerta y apagarás tus cirios...
En mi raro tesoro,
hay, entre los diamantes y topacios de oro,
y el gran rubí sangriento como enconada herida,
¡el capullo azulado y ardiente de un estrella
que ha de abrir a los ojos suspensos de la Vida,
con una lumbre nueva, inmarcesible y bella!


Sin título

Yo, la estatua de mármol con cabeza de fuego
apagando mis sienes en frío y blanco ruedo...
Engarzad en un gesto de palmera o de astro
vuestro cuerpo, esa hipnótica alhaja de alabastro,
tallada a besos puros y bruñida en la edad;
sereno, tal habiendo la luna por coraza;
blanco, más que si fuerais la espuma de la Raza,
y desde el tabernáculo de vuestra castidad
elevad a mí lises hondos de vuestra alma;
mi sombra besará vuestro manto de calma,
que creciendo, creciendo, me envolverá con vos.
Luego será mi carne en la vuestra perdida...;
luego será mi alma en la vuestra diluida...;
luego será la gloria ...y seremos un dios.
- Amor de blanco y frío,
amor de estatuas, lirios, astros, dioses...,
¡Tú me lo des, Dios mío!.