"Quiero más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila" Mariano Moreno

viernes, 4 de marzo de 2011

BICENTENARIO DE LA BIBLIOTECA NACIONAL


SEÑAS PARTICULARES: MUJER

En la construcción de un modelo de mujer que hoy la sociedad y los medios de comunicación no logran definirlo, el ejemplo de Emma de la Barra es significativo. Repensar en este aspecto los discursos sobre identidad y  considerar las situaciones y ambivalencias que genera la afectividad, en medio de una arquitectura de género que sigue llamando a engaño, es un verdadero desafío que la literatura presente asume  pero que reconoce tardíamente, después de haber dejado oscurecida la vida de muchas mujeres que debieron renunciar de su condición para demostrar  el talento.
En esa suerte de sociedad pacata que expulsaba y excluía sin ningún tipo de escrúpulos a todo lo que no respondía a lo masculino, resulta contradictorio que el  primer best-seller de la narrativa argentina haya sido escrito por una mujer y firmado por un  hombre.
Debemos entender cuando hablamos de bestsellismo que lo hacemos en un aspecto acotado. Que un libro haya superado en tiempo récord la venta de nueve mil ejemplares no quiere decir absolutamente nada. En aquellos tiempos, este despertar literario tenía impuesta una llamada de denuncia y una marcada pátina de protesta. El éxito editorial era anecdótico. Aquí estaba en juego el eslabón primario. El eje de la familia no sería el mismo a partir de ciertos cambios. La sociedad aristocrática tenía que reconocer el impulso arrollador de la clase media, de los grupos inmigratorios, de la politización de esos sectores que como un terremoto sacudían las entrañas de un sistema dominante pero en decadencia. Los roles asignados perderían la batalla. La mujer comenzaría a pisar el terreno de otra manera y como un cristal golpeado la cultura machista se rompería en mil pedazos. Es más, en el propio seno de esas familias acomodadas se desataría la tormenta. Las mujeres, que hasta ese momento hablaban detrás de las cortinas, ahora salían a la calle.


Ya Mariquita Sánchez de Thompson había dicho en una de esas tertulias azucaradas que “nosotras sólo sabemos ir a  oír misa y rezar, componer nuestros vestidos, zurcir y remendar”. Declaración decididamente atrevida para la época pero rigurosamente cierta.
Lamentablemente el sincero discurso verbalizado por aquellas damas en épocas pretéritas se encontraría con  un modelo social y político que buscaba un perfil idealizado donde los roles fueron marcados a fuego por la masculinidad más rancia. En ese aspecto la aristocracia hacía gala de sus logros y con total arrogancia miraba al Río de la Plata buscando un brazo del Sena y soñando con el aroma al perfume francés que olía distinto al hedor  portuario.
Es triste que hoy todavía en muchos espacios se siga pensando en una literatura masculina y otra femenina, condicionando su estética a polleras o pantalones. Si todo hubiera sido distinto, esta nota no tendría sentido, pero un prejuicio silencioso aún persiste y aunque parezca innecesario, retomar la obra  literaria de muchas creadoras se hace imprescindible.  
Emma de la Barra había nacido en Rosario, en 1861, en la época de la presidencia de Nicolás Avellaneda, en el seno de una familia donde los libros eran de uso cotidiano. Los hombres que rodeaban a la pequeña tenían todos una vasta formación intelectual, en su mayoría periodistas. En esa casa donde gobernaba el hábito de la lectura, las reuniones sociales eran cosa de todos los días. Con 4 años ya la niña se diferenciaba del resto por sus aptitudes de narradora. Su padre era Federico de la Barra, político, periodista y senador por Santa Fe. Su madre, Emilia González Fúnez provenía de la cerrada aristocracia cordobesa. La familia llega a Buenos Aires en 1874 y comienza a tutearse con lo más granado de la sociedad porteña. A la infanta modelo la hacen estudiar canto y a decir de sus aduladores amigos… “era un genio con polleras”. Pero el destino de Emma no sería el canto, cuando todavía no había desarrollado, su padre decide casarla con su tío Juan de la Barra. Ahora Emma de la Barra de De la Barra pasaba a ser una señora con domicilio en la Avenida Alvear. El tío-marido que la doblaba en edad sólo podía ofrecerle su fortuna. Emma ya había comenzado a escribir su diario, un boceto que con el tiempo sería el documento principal de su novela. Como cantar no podía, crea la Sociedad Musical Santa Cecilia para estimular a los jóvenes talentos. Funda la primera Escuela Profesional para Mujeres y La Cruz Roja, en comunión con su parienta Elisa de Juárez Celman, esposa del presidente Miguel Juárez Celman. Los años pasan, no tiene hijos, ya es una señora madura y como suele suceder, se transforma en una viuda adinerada. Es entonces cuando comienza a quitarse los velos que la cubrían y toma una decisión revolucionaria. Decide invertir gran parte de su fortuna en la creación de un barrio obrero, una especie de ciudadela en los talleres ferroviarios del centro de la localidad de Tolosa, muy próxima a la ciudad de La Plata. El proyecto que incluía escuela, teatro, biblioteca, iglesia y campo deportivo estaría integrado por “mil casas”, según la propia expresión de su creadora. El emprendimiento fue un fracaso y Emma regresó a la casa de sus padres con los señalamientos lógicos de sus progenitores que la trataron de enferma mental. Según relata Aurora Venturini: “En realidad serían 216 casas de techo bajo, tres habitaciones, un patio en común con aljibe de estilo colonial. El drama para la fundadora fue que el doctor Dardo Rocha se le adelantó con otra fundación que consistió en la ciudad de La Plata y “Las mil casas” estaban a medio construir. Cuando el pelotón de inmigrantes llega para trabajar en las edificaciones platenses, se desparraman en conventillos y sitios vecinos al centro, que es el lugar de trabajo. En 1882 fundan La Plata y el ingeniero Otto Krause apresura el evento de unos palacios y parques deslumbrantes. Y Benoit lo acompaña. Eran palabras mayores como para despertar del sueño de un caserío humilde que terminó en 1887. Las casitas fueron alquiladas a obreros del Molino La Rosa. Con el tiempo, por falta de mantenimiento, el viento se las llevó. Como a Stella, que supo ser pionera y best-seller, dejando ahí un tugurio de “okupas”.


Stella(1905), la novela que revolucionó a toda la sociedad, era un texto revelador que Emma de la Barra tuvo que exponerlo bajo el seudónimo de César Duayen. En poco tiempo todos hablaban del libro y se preguntaban quién era ese Duayen. La paranoia llegó al extremo de convocar a un premio  para aquel que descubriera la identidad del ignoto escritor. “El frenesí del público era tal- testimoniaba un librero- que devoraba con no igualada rapidez hasta entonces, las pilas nutridas de ejemplares, hasta que un letrero adherido al escaparate del afortunado editor, anunciaba triunfalmente: <Agotada la edición de mil ejemplares en tres días>”. El rumor echado a correr hablaba de que el periodista y folletinista Julio Llanos era su autor porque él tramitó la edición. Lo persiguen por todos lados. Llanos-segundo marido de Emma de la Barra- se calla la boca. Es Manuel Láinez, el director de periódico combativo “El Diario”, diputado y senador, el que termina con el misterio: “El autor de Stella es una dama, la señora Emma de la Barra”. Esta revelación hace que el libro agote nueve ediciones de mil ejemplares. Se produce un hecho único en la literatura argentina, se publica un aviso “pidiendo paciencia” a los lectores por la próxima entrega, se traduce al francés e italiano y el propio Edmundo de Amicis prologa la edición. El revuelo llega hasta las páginas del diario La Nación que en su edición del 26 de setiembre de 1905, aclara. “Muy poderosos eran sin duda los baluartes con que la delicada modestia de la autora había encerrado su secreto; pero el éxito resultó demasiado entusiasta para que se pudiera resistir al impulso. Y aún cuando el propósito de la reserva persistiera, los tanteos de la conjetura han dado por último con la verdad de las cosas, proclamando el nombre de la señora Emma de la Barra junto a ese otro nombre Stella ya prestigioso y tan notorio que desde ahora queda definitivamente incorporado a los anales de las letras argentinas”. D’Amicis por su parte razona que “es una novela genuinamente argentina, una pintura de caracteres y de costumbres de aquel pueblo adolescente…pero no se trata de una pintura aduladora. No sé de ningún escritor argentino que haya dicho nunca tan abiertamente a su país tal número de verdades, tan duras de oír como útiles y dignas de meditar”. Desde las páginas de otro matutino, el no menos consultado diario La Prensa, un anónimo caballero inglés ofrece 500 libras “por los originales de puño y letra del autor de Stella, famosa novela de actualidad”
La novela, al igual que toda la obra de Emma de la Barra es una sostenida crítica a la sociedad aristocrática de principios del siglo XX, donde se percibe el cambio en las conductas humanas y se  refleja  la  readaptación de la tradición preexiste. La autora está en línea directa con otras observadoras cuya más cercana referente era Emilia Pardo Bazán.
Creer que esta obra es nada más que una simple historia de amor es desmerecerla. Stella aporta la rebeldía y eleva la voz en un momento decisivo donde la lucha de la mujer se abre camino sin brújula protectora y donde muestra y censura las costumbres y vicios de esa sociedad que conoce muy bien.
Stella le da un cachetazo en la mejilla a toda  la clase alta, derrama el vino sobre la mesa para ensuciar la escala de valores y antes de que la élite  despierte los sorprende a todos con “A Stella no le han enseñado a pensar”.


Con un tono autobiográfico, Emma de la Barra revela su vida. La novela se inicia con la llegada a Buenos Aires de Alejandra y Stella desde Noruega. El padre de las jóvenes, un científico de prestigio mundial, muere en la miseria y deben recurrir a que la crianza de las mujeres sea manejada por el hermano de su mujer. Ya desde el inicio, la autora golpea con la crítica social. La gobernanta que recibe a las niñas, por ejemplo,  las hace ingresar a la vivienda por la puerta de servicio, marcando así la diferencia. Cuando Emma, en la obra, habla de los progenitores, su mirada es introspectiva. Ana María y Gustavo son fieles representantes del sectarismo aristocrático europeo. Con sólo leer el texto se advierte que esos seres son el pasado real de la autora. Es interesante cuando la novelista va describiendo a Ana María… “Solo un barniz muy leve de instrucción-un poco de geografía: la tierra es redonda: otro poco de historia: Colón descubrió América: tocar el piano y pintar sobre seda…pero aprender no es comprender”.
Debemos recalcar que no es un texto optimista, asoma la melancolía y la dramatización, un modelo clásico de esta literatura. El padecer, la muerte, la invalidez, son en la obra moneda corriente. Ana María, Alejandra o Alex proyectan el espejo de Emma. Esa Ana María de la novela pierde su fortuna heredada por un mal manejo y después de un parto que la deja sin aliento muere al nacer Stella. Allí se eleva entonces la figura de Alejandra, una suerte de “mujer maravilla” que todo lo puede, que todo lo hace bien, que se sacrifica por su hermana, que renuncia a los pretendientes. Está muy  claro el desahogo de Emma.
Francine Massiello, la respetada investigadora norteamericana, a este respecto nos ilustra: “La independencia de Alejandra y de sus crecientes recursos, introducen una nueva figura en la literatura argentina: la heroína instruida como tutor, socavando la representación de la mujer soltera que recibe un trato lamentable en los documentos sociales y en la literatura del período”. También es cierto que Stella con su enfermedad no la deja crecer. Dice la autora: “Alejandra no tenía la fuerza, porque existía su hermana”. Y reafirma: “Hasta las rodillas solamente había vida; la niña concluía allí”. En ese encierro aparece el tío Máximo que juega un papel de antihéroe amoroso, indeciso pero animado por la personalidad  de este trueno femenino. Duda de tanta magia y llega a creer que lo único que mueve a esta rebelde es su afán de posesionarse. Entretanto, Alejandra es la que salva a la familia de la ruina económica, educa a los más pequeños, tiene tiempo para velar por Stella y levantar el deseo entre los hombres.
Elida Ruíz, que ha estudiado en profundidad la obra de Emma de la Barra, expresa que Stella es “una novela para despertar fantásticas ambiciones y permitir soñar en ser la protagonista”. Si tomamos este juicio en rigor también debemos decir que nos encontramos con una novela llena de frustraciones donde Alex  debe enfrentarse a todo.
Hay que decir que el final de obra es ambiguo, con una Alex que se marcha de Buenos Aires después de tanto sacrificio y un Máximo que no termina de definirse. La obra fue dedicada a la memoria de su padre.
La autora-autor, tiempo después al responderle a un periodista del semanario El Hogar confesaría que “Hace un cuarto de siglo, las mujeres ocupábamos una posición especialísima dentro del ambiente social. No se concebía la posibilidad de que traspusiéramos los límites del hogar sin que se violaran los más elementales preceptos de su organización ¿Cómo iba a atreverme a firmar una novela? ¡Qué esperanza! Era exponerme al ridículo y al comentario”.
Stella en el año 1944 fue llevada al cine bajo la dirección de Benito Perojo con el guión de Ulises Petit de Murat y la actuación Zully Moreno en el rol protagónico. El éxito fue relativo, ya la obra había dado el paso principal en el soporte papel.


Emma de la Barra continuó trabajando más allá de su Stella. En 1906 da a conocer Mecha Iturbe, por cuyos originales la casa Maucci de Barcelona le paga por adelantado cinco pesos por una edición de 6000 ejemplares. Dos años después sorprende con El Manantial publicada por Editorial Estrada, una novela pensada para adolescentes. Luego viaja a Europa. Durante la Primera Guerra Mundial el matrimonio se encontraba en Francia, desde donde Llanos enviaba crónicas al diario  La Nación, que alguna vez eran escritas por Emma sin que se notase. En 1933 presenta su tercera novela, Eleonora que aparece en el semanario El Hogar en capítulos y que más tarde la editorial Tor lo publica en Chile. Ya en 1943 lanza La dicha de Malena que incluye el famoso cuento El beso aquél que antes había sido conocido a través del semanario El Hogar.
Falleció en Buenos Aires en 1947.
Podemos decir que Emma de la Barra, enmascarada en César Duáyen, constituye el perfil de la mujer moderna. La santafesina es una trabajadora del lenguaje que no dejó librado al azar temas preocupantes como la discrepancia entre las clases sociales, las relaciones entre campesinos y obreros pobres, el malestar  entre el dinero y el poder, la transformación de un país a partir del trabajo y la proyección de una forma de femineidad más realista.
Releerla es parte de un ejercicio que nos compromete con un pasado y nos llama a la reflexión, algo que desde este espacio procuramos desarrollar.

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