"Quiero más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila" Mariano Moreno

viernes, 2 de septiembre de 2011

BICENTENARIO DE LA BIBLIOTECA NACIONAL

VIRGINIA BOLTEN: EL CAMINO DE LA LUCHA

Desde 1860 en adelante, una suerte de grito revolucionario comenzó a hacerse oír en todo el planeta. Irrumpía de manera prepotente, como  trueno en la tormenta, un movimiento que traería consecuencias insospechadas: el anarquismo.

Aglutinados en grupos secretos, sectores inconformistas de la sociedad, se revelaban ante un estado de cosas que los degradaba como personas, dentro de un  sistema que estaba más preocupado por el dinero que por la inclusión. Se vivía un clima de estallido comunitario donde los sabotajes, atentados y magnicidios significaron la “puesta en acción” de una protesta generalizada. Aparecen los intelectuales de la propaganda con escritos brillantes y polémicos como  Piotr Kropotkin …"En medio de este mar de angustia cuya marea crece en torno a ti, en medio de esa gente que muere de hambre, de esos cuerpos amontonados en las minas y esos cadáveres mutilados yaciendo a montones en las barricadas... Tú no puedes permanecer neutral; vendrás y tomarás el partido de los oprimidos, porque sabes que lo bello y lo sublime -como tú mismo- está del lado de aquellos que luchan por la luz, por la humanidad, por la justicia".

La mirada crítica del geógrafo francés Elisée Reclus…"El trabajo es indispensable para quien desea gozar del reposo, lo mismo que el recreo cotidiano es necesario al obrero para renovar sus fuerzas".

O la fuerza arrolladora de Jean Grave "Demasiados entre nosotros han tolerado favorablemente la labor desmoralizadora de un montón de granujas, al no reaccionar en serio contra la desviación individual; por eso hemos sido desbordados por esa turba que hoy día lleva la voz cantante haciéndolo todo para destruir la propaganda y poner trabas a los nuevos intentos de encauzarla".  

El encendido de la pólvora hacía estallar el enojo en toda Europa y Estados Unidos, con la consecuencia de una represión policial sin límite. 

Por entonces, el canciller alemán Otto Von Bismarck, lograba en Alemania la aprobación  de leyes antisocialistas y  la iglesia lanzaba la encíclica papal Quod Apostolici Muneris, contra anarquistas y socialistas.

Paradójicamente hasta 1894 el anarquismo no había logrado seducir al movimiento obrero en pleno. Entre sus pensadores reinaba la esperanza de que cuando se alcanzara la revolución, los trabajadores se sumaran al movimiento. Pero todo fue más lento que el espíritu de los partidarios.

Es significativo el Congreso de Nantes, donde se establecen las bases de una nueva cooperación entre anarquismo y movimiento obrero y donde, además, queda implícito que la lucha sindical equivale a la propia lucha revolucionaria.

Muchos de esos anarquistas  perseguidos buscaron  alejarse de la hoguera y partieron hacia otros destinos. La llegada de aquellos  obreros a nuestro país, expulsados de su tierra de origen,  inauguró un nuevo concepto en la vida  social y política en el Río de la Plata.

Para establecer el verdadero código de referencia sobre la construcción de esta filosofía de vida, es indispensable considerar que el anarquismo parte sobre la base de una rebeldía contra los poderosos  del Estado,  planteando su posición ética a favor de los desprotegidos y sosteniendo la condena moral al sistema capitalista, es decir que el esquema avala una acción de irritación revolucionaria que se caracteriza por la valoración del oprimido en su condición de sujeto social. Esta fiebre de cambio se sustentaba en la renovación de valores que dejaban de tener vigencia o sencillamente aparecían obturados. El debate se centraba entonces en una pregunta oportuna: ¿la ética y la moral  cómo participaban en la política, en la economía, en la cultura, en la vida diaria?.

El historiador Juan Suriano, especialista del tema, a través de su obra Auge y Caída del Anarquismo en Argentina 1880-1930, nos permite llegar a la génesis del concepto: "El movimiento anarquista debe ser entendido como un mosaico doctrinario desde el cual dirigía su discurso fundamentalmente a los trabajadores, considerándolos los sectores más oprimidos de la sociedad. A su vez tenía una pretensión universalista – en oposición a posturas clasistas – que le permitía incluir en su lucha a las minorías discriminadas.

El éxito llega cuando el anarquismo decide insertarse y organizarse en sindicatos y determina que el sujeto al que va a proponerle sus ideas es la clase trabajadora. El triunfo del anarquismo argentino va a radicar en esta estrategia y en esta tendencia. El anarquismo ultraindividualista tuvo un peso absolutamente relativo. En todo caso tuvo una exposición mediática muy fuerte alrededor del mundo, por los atentados".


Sin embargo, la aparente coronación de la posición política, sólo fue entendible en el ámbito urbano. Podría certificarse que el anarquismo en nuestro país fue un movimiento básicamente enquistado en ciudades como Buenos Aires, La Plata, Mar del Plata, Bahía Blanca y Rosario, sin descartar su influencia en las huelgas patagónicas que tuvieron lugar entre 1919 y 1921 en todo el territorio de Santa Cruz, arrastradas por los factores locales como la baja en el precio de la lana, nuevos impuestos a las exportaciones y el deseo de los estancieros de mantener los márgenes de ganancia abusivos en desmedro de las condiciones laborales de características inhumanas.

En una Argentina donde el progreso económico parecía irrefrenable, el anarquismo se instala como una alternativa revolucionaria insertándose en la base obrera sindical. Mientras que las aristocracias argentinas controlaban la natalidad para evitar la dispersión de las herencias, los inmigrantes, quienes mantenían sus tradiciones aldeanas, suponían que la riqueza dependía del número de brazos que ayudaba al núcleo familiar. Se daba por lo tanto una paradoja: la aristocracia vivía de los que trabajaban y los trabajadores sobrevivían gracias al esfuerzo de su prole.

Un episodio anecdótico para la época fue el atentado que sufriera Domingo Faustino Sarmiento, el 22 de agosto de 1873, cuando se dirigía a la casa de Dalmacio Vélez Sarsfield.  El automóvil que lo conducía, al llegar a la esquina de Corrientes y Maipú, fue sacudido por una explosión. El sanjuanino que padecía de una profunda sordera no se enteró del hecho hasta que arribó a su destino. Los autores del acto fueron dos anarquistas italianos, los hermanos Francisco y Pedro Guerri, quienes confesaron haber sido contratados por los hombres de Ricardo López Jordán. El intento se frustró porque a Francisco Guerri se le reventó el trabuco en la mano. Sarmiento resultó ileso.

Dejando de lado esta apostilla es sumamente interesante abordar ahora la cuestión de la mujer y su relación con el trabajo.

La prostitución y el matrimonio fueron para el anarquismo un tema de reflexión. Consideraban que la mujer se sentía explotada  y utilizada porque su rol en la sociedad estaba condicionado a la funcionalidad de un objeto de uso. Advertían que la opresión de que eran víctimas, las obligaba a prostituirse por la falta de trabajo que imponía la sociedad burguesa o a casarse en base a leyes injustas que imponía el Estado. Ya en 1885 perseguido en Europa, Errico Malatesta llega a Buenos Aires y comienza a organizar fuertes luchas ideológicas. Su proclama tiene letra viva en La questione sociale donde le dedica extensos capítulos a la mujer.

En enero 1888 una huelga de domésticas por la imposición de la libreta de conchabo sacude a toda la sociedad, el malestar, como siempre, se ve reflejado en la cultura popular. Un tango emblemático Dame la lata, letra y música de Juan Pérez, nos pone en contexto: « Canfinfla andate al tambo(prostíbulo)/que allá te espera la mina/para refilarte el vento/que has ganado de propina/¡qué vida más arrastrada la del pobre canfinflero !/ el lunes cobra las latas/y el martes anda fulero ». 

En 1890 otra huelga marca el camino del orgullo femenino. Las mujeres de los panaderos trabajaron durante largas jornadas para que no faltase el pan en los establecimientos benéficos y organismos del Estado.

En junio de 1896 el Partido Socialista pasa a ocupar la escena nacional. Su fundación significó el inicio del proceso de formación de los partidos políticos modernos en Argentina y el surgimiento de la primera organización política del proletariado. En sus propuestas combinaba la actuación sindical con la lucha política de un partido obrero por conseguir el poder.

Una norma jurídica polémica parece nublar esa primavera. Propiciada por Miguel Cané (h) se sanciona  la Ley de Residencia (4144) que confería al gobierno la facultad de expulsar al extranjero indeseable.

Desde 1902 a 1910 se había declarado cinco veces el estado de sitio, con una duración total de 18 meses, durante los cuales no se permitieron reuniones obreras, se clausuraron locales gremiales y se prohibieron periódicos.

En el Río de la Plata, a comienzos del Siglo XX, la presencia femenina fue arrolladora. La actividad política creciente, sumada al compromiso de sus acaloradas luchadoras, encuentra a las mujeres  más participativas que nunca en todo el quehacer. Allí aparece la italiana Ana María Monzón, quien llega a Buenos Aires con ideas renovadoras, la uruguaya María Collazo, la española Belén Sárraga de Ferrero y entre las argentinas, Juana Rouco Buela, Teresa Caporaletti y Virginia Bolten.

Antes de abordar la explosiva vida de estas manifestantes, focalizando nuestra mirada en Virginia Bolten,  la fogosa heroína quien fue apodada “la Louise Michel argentina”, en homenaje a aquella primera revolucionaria proletaria de la historia en la Comuna de París, en 1871; bien vale sacar a la luz un breve comentario del médico español Juan Bialet Masse, titular en Córdoba de la cátedra universitaria de Legislación del Trabajo. En 1904 publica un informe sumamente crítico: Estado de las clases sociales obreras argentinas a comienzos del siglo, por encargo de Joaquín V. González, quien fuera el autor del proyecto del Código Nacional de Trabajo presentado en la presidencia de Roca. Dice Bialet Massé: “…La mujer del peón, la lavandera, la que hace la comida con destino a las cárceles y cuarteles, la amasadora llevan una vida de trabajos y sufrimientos: trabajan durante el tiempo de gestación, trabajan en cuanto abandonan el lecho en donde han alumbrado, trabajan mientras dan de mamar y continúan haciéndolo hasta que, abatidas por alguna enfermedad, no pueden más”.

Casi como una cachetada, el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, en su libro El encanto de Buenos Aires, escrito en 1914, hace alusión a las mujeres trabajadoras: “…Circulaban por las mañanas temprano alegrando las horas en que las damas ricas duermen aún”.

Alicia Jurado en un texto subterráneo, azuza: “…Soltera, no podía salir sola a la calle, aún en compañía de amigos, no debía acercárseles a un varón, una conversación a solas con un hombre la exponía a la maledicencia. Casada se recluía a criar hijos y soportaba los peores disgustos, porque separarse del marido la convertía en una paria cuyo oprobio recaía sobre los hijos casaderos”

Era tanto el encierro mental en aquellos días que Delfina Bunge, la esposa de Manuel Gálvez, le reprochaba a su hija “que no lea más un libro en un tranvía porque eso le daba aspecto de rara”, algo sumamente extraño tratándose de una mujer ligada a la poesía, a la novela y al ensayo, amiga personal de Victoria Ocampo  y Alfonsina Storni. Su esposo, por su parte, sostenía respecto de la ausencia de mujeres en las reuniones literarias: “No había entonces una sola escritora, y nadie se hubiera atrevido a llevar al café una mujer con la que tuviera amorío. Ni entonces se toleraba que las mujeres fuesen de noche a estos sitios. La mujer estaba ausente hasta de nuestras conversaciones. Tampoco había alegría. No recuerdo que jamás, en tren de diversiones hayamos realizado una excursión a alguna parte en que se reuniera a bailar. No es que fuéramos demasiados tristes, sino que estas cosas no estaban en las costumbres de entonces”.



Con este panorama declarado Virginia Bolten (1870-1960) debió luchar denodadamente. Fue la hija de un vendedor ambulante alemán llamado Enrique Bolten y de Dominga Sánchez, la hija de un estanciero de San Luis. No existe acuerdo sobre su lugar de origen, si bien se presupone que ha sido en Argentina, algunos sostienen que nació en Uruguay. Hay indicios que fue alumbrada en la capital de San Luis y para el investigador Plácido Grela en la ciudad de San Juan. Sus padres se separaron cuando era una niña. Virginia entonces se instala en Rosario siendo casi una adolescente. Trabaja de operaria en una fábrica de zapatos y luego en la empresa azucarera Refinería Argentina de Rosario. Allí reconoce lo inhumana que era la tarea. En la Refinería de Azúcar, que le dio el nombre al popular barrio Refinería, hoy denominado de manera oficial Malvinas Argentinas, Bolten observa las pesadas actividades que realizaban sus compañeras y las consecuencias que les provocaba en la salud: cargaban grandes bolsas de azúcar sobre su cuerpo y esto les destrozaba las caderas. Las mujeres luego, cuando se embarazaban, sufrían intensos dolores y  al parir muchas de ellas fallecían debido a las graves lesiones. Bolten indignada con el pesar comienza a arengar a las operarias y la empresa en consecuencia la despide.

El aspecto de Virginia es la de una mujer menuda, delgada, frágil, de apariencia adolescente. La documentación fotográfica de la época nos la muestra deslucida. Es el retrato de un antihéroe, sin embargo detrás de esa imagen desdibujada aparecía la mujer combativa y sanguínea.

Entre 1896 y 1897 el nombre de Virginia Bolten queda asociado al periódico anarcofeminista La Voz de la Mujer, cuyo lema era: “Ni Dios, ni patrón, ni marido”. El primer número aparece el 8 de enero de 1896, el formato reunía cuatro páginas y su tirada alcanzaba entre 1000 y 2000 ejemplares que se distribuían clandestinamente. En la portada se avisaba: “Aparece cuando puede y por suscripción voluntaria”. El periódico se sostenía económicamente por las donaciones voluntarias y la colaboración de los suscriptores, en muchos casos anónimos. En la última página se detallaban los gastos de la edición. Las redactoras estaban en contacto con las famosas anarquistas Louise Michel y Emma Goldman.

El periódico convocaba a las mujeres a rebelarse contra la opresión masculina, pero sin dejar de lado la lucha proletaria. Era un grito de independencia que golpeaba a toda forma de autoridad. No quedaba en pie la iglesia, la familia, el estado y la estructura patronal. En las páginas de su primer número leemos:

¡Salud Compañeras! La Anarquía
Ya trémula el pendón libertador;
¡Hurra, hermanos queridos, a la lucha!
¡Fuerte el brazo, sereno el corazón!
Que no haya entre nosotras rezagadas
Nuestra lucha es a muerte y sin cuartel;
¡Hurra! Hermanas queridas, otro esfuerzo,
Y ¿quién duda que habremos de vencer?

La posición asumida les trajo problemas a este grupo de fervorosas mujeres. Para no caer en el aislamiento responden:

Cuando nosotras (despreciables e ignorantes mujeres) tomamos la iniciativa de publicar “La Voz de la Mujer”, ya lo sospechábamos ¡oh, modernos cangrejos! Que vosotros recibiríais con vuestra macanística y acostumbrada filosofía nuestra iniciativa porque habéis de saber que nosotras las torpes mujeres también tenemos iniciativa y ésta es producto del pensamiento; ¿sabéis?, también pensamos.
Apareció el primer número de “La Voz de la Mujer”, y claro ¡allí fue Troya!, “nosotras no somos dignas de tanto, No señor”, “¡emanciparse la mujer?”, “¿para qué?” “¡qué emancipación femenina ni que ocho rábanos!”, “la nuestra”, “venga la nuestra primero”, y luego, cuando nosotros ‘los hombres’ estemos emancipados y seamos libres, allá veremos”. Con tales humanitarias y libertadoras ideas fue recibida nuestra iniciativa. Por allá nos las guarden pensamos nosotras. “¿No es verdad que es muy bonito tener una mujer a la que hablaréis de libertad, de anarquía, de igualdad, de revolución social, de sangre, de muerte, para que ésta creyéndonos unos héroes, os diga en tanto que temiendo por vuestra vida (...): ‘¡Por Dios, Perico!’ ¡Ah! ¡Aquí es la vuestra! Echáis sobre vuestra hembra una mirada de conmiseración (...) le decís con teatral desenfado: Quita, allá, mujer, que es necesario que yo vaya a la reunión de tal o cual (...) vamos, no llores, que a mí no hay quien se atreva a decirme ni a hacerme nada”.
Si vosotros queréis ser libres, con mucha más razón nosotras; doblemente esclavas de la sociedad y del hombre, ya se acabó aquello de “Anarquía y Libertad” y las mujeres a fregar. ¡Salud!
"Apareció Aquello", artículo publicado en La Voz de la Mujer

El último número se editó el 1 de enero de 1897. Lamentablemente los originales de esas ediciones no están en nuestro país. El historiador  austriaco anarquista Max Nettlau,  quien se dedico a investigar la literatura anarquista en el mundo, fue el encargado de reorganizar el  material y remitirlo al Instituto de Historia Social de Ámsterdam. Antes de la Primera Guerra Mundial recibe una oferta de este Instituto y así fue como todo el periódico llega a Holanda.

En medio del camino combativo se la encuentra a Virginia Bolten participando de la primera huelga de costureras en Rosario y el 1ro. de mayo de 1890, en la Plaza López de la cuidad de Rosario, enarbolando una bandera negra y letras rojas con la consigna: “1 de Mayo, Fraternidad Universal”. Virginia Bolten toma la palabra y arenga con un discurso revolucionario a los manifestantes presentes. Su osada rebeldía le cuesta la prisión por el delito de atentar contra el orden social existente.

 A pesar de sus críticas, contrajo matrimonio con un anarquista uruguayo llamado Manuel Manrique, activista en el gremio de los zapateros con quien tuvo dos hijas, una de nombre María Milagra.

Su militancia comienza a ser cuestionada severamente. Ya se sabía que ciertos rebeldes se reunían en el Café La Bastilla, donde organizaban mitines acalorados. Allí se encontraban Paulino Pallas, Francisco Berri, Rafael Torrent, María Calvia, Teresa Marchisio y Virgina Bolten, entre otros. En noviembre de 1900 fue arrestada junto a Teresa Marchisio y cuatro anarquistas por organizar una contramarcha en repudio a la procesión católica de la Virgen de la Roca en Rosario. En esos mismos días crea la Casa del Pueblo donde programa eventos políticos y culturales. En dos oportunidades las instalaciones fueron saqueadas y quemada la literatura partidaria. El 20 de octubre de 1901 nuevamente es arrestada por distribuir propaganda anarquista en las puertas de la Refinería Argentina, durante un conflicto en el que murió por la represión policial el obrero Cosme Budislavich. En 1902 participa en Montevideo en el acto del 1ro. De Mayo y como oradora denuncia la Ley de Residencia Argentina. Ese mismo año interviene en el acto del Sindicato Portuario de Huelga Femenino organizado por la Federación Obrera Argentina, movilizando a los trabajadores del Mercado de Frutos de Buenos Aires. En 1905 es arrestada nuevamente y su pareja deportada al Uruguay aplicándosele la Ley de Residencia.

Corría el año 1907 cuando la ya señalada agitadora anarquista participa en la huelga de inquilinos donde fue imposible desalojar a 100 mil personas. Las mujeres alejaban a las autoridades con escobas y baldes conteniendo agua caliente. El diario La Prensa del 22 de octubre  de 1907 así se refería: “Después de mucho trabajo. El oficial de justicia consiguió trasladar al patio una parte de los muebles del desalojo, pero su trabajo fue inútil porque a los pocos minutos mujeres colocaron en la pieza los mismos muebles. El tumulto fue increscendo y las mujeres de la casa y las que habían concurrido de otro conventillo se armaron de palos, escobas y otros objetos y la emprendieron con los representantes de la autoridad, especialmente con el oficial de justicia, quien se vio en serio peligro”.

Por esta acción a Virginia se la sanciona con la Ley de Residencia y es expulsada al Uruguay. Tiene el mérito de haber sido la primera mujer que cargó el peso autoritario de la Ley de Residencia. No queda suficientemente claro si estuvo bien aplicada la norma jurídica, dado que la nacionalidad de la militante estaba cuestionada. Su casa de Montevideo, en consecuencia, se transforma el lugar de refugio y base de operaciones de todos los anarquistas deportados desde Argentina.

En 1909 se integra al periódico anarcofeminista La Nueva Senda dirigido por Juana Rouco Buela. También participa en la campaña a favor del pedagogo libertario Francisco Ferrer Guardia, quien se encontraba detenido en Barcelona por haber sido acusado de ser el instigador de la revuelta conocida como la Semana Trágica, de carácter anticlerical. El estudioso por no contar con amistades influyentes y una antigua vinculación con Mateo Morral - el anarquista catalán que lanzó un ramo de rosas en cuyo interior se encontraba una bomba de fabricación casera, el 31 de mayo de 1906, al paso del cortejo junto al número 88 de la Calle Mayor, con motivo de celebrarse la boda entre Alfonso XII y Victoria Eugenia Battemberg-, fue declarado culpable ante el tribunal militar y el 13 de octubre de 1909, a las 9 de la mañana, terminó fusilado en el foso de Santa Amalia de la prisión de Montjuïc. Con el tiempo, se comprobó que Ferrer Guardia era inocente.



En rigor, poco se conoce sobre los años posteriores. Es posible que el cansancio y la militancia la hayan agotado. Los historiadores coinciden en que tenía muchos conflictos con los hombres que luchaban por sus mismos ideales y que no aceptaban el discurso propio.

Es claro que la relación entre los partidos políticos, la militancia femenina y el movimiento feminista estaban en el campo experimental y la acción de independencia de estos sectores no era del agrado de las estructuras.

La lucha social de las mujeres es y ha sido siempre, en gran medida, una perspectiva y un combate diferente, por lo que tiene de particular la inserción de la mujer en el proceso productivo, teniendo que asumir también los roles que se asignaron tradicionalmente a las mujeres, fundamentalmente en torno a la maternidad y al trabajo doméstico.

Como decíamos, los últimos años de Virginia fueron al igual que la niebla de un amanecer. Sus pasos finales en la militancia los desarrolla en el Centro Internacional de Estudios Sociales, una asociación libertaria de Montevideo, durante 1923. Según se sabe, continuó viviendo en el barrio de Manga, en Montevideo hasta su muerte.

Se desconoce dónde están sepultados sus restos.La dimensión que alcanzó su tarea reivindicadora fue llevada al cine con un guión basado en la investigación de dos rosarinas, Nora Alicia Usenky y Mariana Fontana.

Las dos especialistas que realizaron varias entrevistas personales a una sobrina nieta y siguieron  los pasos de Bolten  en el Uruguay para plasmar la película,  dieron cuenta que la figura de esta incansable luchadora  se fue diluyendo con el tiempo, dejando solamente el testimonio vivencial de una mujer de principios, no valorada enteramente por su compromiso.


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