ROGER PLA: EL SOÑADOR PASIONAL
La calle Corrientes todavía alberga
librerías de viejos que suelen contar con esos palimpsestos que sólo son
acariciados por enfermos buscadores de tesoros. Hasta no hace mucho tiempo,
aquellos caminantes solían aferrar bajo el brazo más de un ejemplar que
escondían con cierto recelo. Parecían ladrones que temían ser descubiertos por
otros malhechores que se dedicaban a “marcar” a los principiantes en el arte
del saqueo literario. El tiempo de las oportunidades fue modificándose, la
sociedad cambió y los emporios abarrotados con libros quedaron reducidos a
“locales de oportunidades” con un stock francamente pauperizado y tristemente
menospreciado. Junto con los textos desaparecieron los personajes típicos y la
obra teatral se quedó sin público, con un escenario vacío, desolado, mortal.
La calle Corrientes recicló su fisonomía,
el olor a pizza cayó sepultado entre el moscato agrio y las bebidas
energizantes; el aroma de la aceitosa hamburguesa del Imperio se mezcló con las
páginas desteñidas de ciertas novelas que sobreviven entre CD de cumbia
villera, rock setentista, merchandising barato, manteros enojados por la falta
de extranjeros y vendedores africanos con valijas de relojes truchos, quienes
trajeron un clima diferente a la cultura popular. Diría un nostálgico:
“Corrientes ya no es la misma”.
Este panorama nada tiene que ver con
aquella época donde los verseadores populares consumían la madrugada a fuerza
de vino triste y lectura socialista. Los escritores caminaban sus veredas y se
detenían en los cafés para corregir el borrador de su último capítulo. Los
voceadores de los diarios castigaban los oídos con los titulares. Las
prostitutas reinaban sin necesidad de un tratamiento de belleza. Esa angustia
existencial que invadía la mente de muchos inspirados era un crédito propio de
los trabajadores de las letras. Hoy las preocupaciones literarias marchan en
otro sentido, no hay códigos, se puede escribir sin decir nada y ese “nada” se
transforma en genialidad.
Hablamos de la calle Corrientes por el
solo hecho de poner un ejemplo, pero bien podríamos ocuparnos del barrio, de
los suburbios, del trabajo, de la enseñanza.
En este andar cargamos en la mochila a
muchos gladiadores secretos que los manuales de literatura se empeñan en ocultar.
Se perdieron los polígrafos homéricos. Es que el vértigo de las redes sociales
expulsa a los tranquilos escribientes y la palabra guglear se transforma en meritoria, en salmo espiritual, en voz
respetada.
Lejos de los ordenadores y los teléfonos
inteligentes estaría sin duda Roger Pla (1912-1982), un bohemio a quien le
debemos una serie de novelas magistrales, críticas de arte sin desperdicio,
crónicas periodísticas arltianas, un humor irónico y la capacidad de
transformarse en humilde tallerista, formando a muchos jóvenes en el camino de
las letras. Ese hombre conocía de memoria las veredas de la calle Corrientes,
sabía de los rincones más insólitos, de los bulines más reos, de la noche
iluminada que se apagaba con el sueño tardío. Ese autodidacta era también un
excelente guionista, un calificado redactor de textos publicitarios y
decididamente un pasional.
Nacido el 8 de octubre de 1912, en
Rosario, dos meses después de la muerte de su padre, tempranamente sufrirá el
vacío afectivo que aparecerá sistemáticamente en su obra. Su madre desolada
ante este destino fatal decide mudarse a la casa de su hermana, donde el
pequeño se criará entre tíos y primos. Es su hermano Cortés quien lo protegerá
y tratará de encaminarlo, pero Roger es un iracundo, un rebelde que no quiere
estudiar ni atarse a un trabajo formal.
Desde
niño escribía versos. (…) Había publicado algunas prosas en Rosario, y a los
diecisiete años un cuento bajo seudónimo en una insólita revista agraria que se
llamaba Páginas Rurales (…) A los diecinueve años tuve listo un libro de poemas
que proyectaba publicar con el título de Canción del poeta que muere. (…)
Sobrevino la época de crisis. Rompí o sepulté todo lo hecho y empecé a rumiar
una novela. En 1929 me había trasladado a Buenos Aires, al colegio Nacional
Rivadavia, pues mi familia se fue a Europa, donde estuvo varios años. Al
regreso falleció mi tía y volví a Rosario. (…)
Es sumamente interesante descubrir al
autor a través de su diario. Lamentablemente esta literatura de testimonio es
poco conocida. Los textos rescatados por algunos especialistas nos hablan de un
período de anotaciones entre 1930 y 1945.
Analía Capdevila, una de las dedicadas
investigadoras sobre el autor, resalta la existencia de tres cuadernos de su
diario íntimo. El primero recoge entradas que van del 9 de noviembre de 1930 al
8 de diciembre de 1932; en la portada, debajo de las iniciales RP, a modo de
título se lee “Mi libro. 1930.31-32” .
En la carátula del segundo cuaderno, Pla consignó “1935-1942. Buenos Aires”,
aunque la última entrada corresponde al 27 de febrero de 1943; en cuanto a la
primera, como al cuaderno le faltan las diez primeras hojas iniciales, que
fueron arrancadas, desconocemos la fecha de su inscripción (la que quedó como
primera después de la expurgación correspondiente al 7 de noviembre de 1935).
El tercer cuaderno, el más breve, recoge entradas que van del 11 de junio al 25
de enero de 1945.
Otra
opinión concreta es la de Alberto Giordano, cuyas investigaciones sobre los
diaristas resulta enriquecedora. Al respecto Giordano expresa: < ¿Qué
sentido tiene llevar un diario para quien lo escribe, es decir, para alguien
que de todos modos escribe muchísimo, porque su profesión es escribir?” (Elías
Canetti). La principal estrategia crítica de la que eché mano en los últimos
años para ensayar lecturas de diarios de escritores consistió en mantener
abierta esta pregunta, activos el asombro y la curiosidad que alientan su
enunciación. ¿Qué acciones y qué pasiones despierta la práctica del diario
cuando la sostiene alguien que “escribe muchísimo”?
Más
que lo específico de un género en el contexto de las llamadas “escrituras del
yo”, me interesa la figura del diarista como alguien, o algo, que el ejercicio
de la notación incidental va componiendo, hasta darle la consistencia de un
carácter, mientras secretamente lo deshace en el flujo misterioso de lo
impersonal, cuando sus actos cobran, para el que lee, valor de gesto.
Por
diario de escritor entiendo, cuando salto de la evidencia empírica a la
arrogancia conceptual, un diario que, sin renunciar al registro de lo privado o
lo íntimo, expone el encuentro de notación y vida desde una perspectiva
literaria y desde esa perspectiva se interroga por el valor y la eficacia del
hábito (¿disciplina, pasión, manía?) de anotar algo en cada jornada. Aunque por
lo general la sitúen en el borde externo de los márgenes que delimitan su
actividad, la práctica del diario plantea a los escritores problemas
específicos de técnica literaria, ligados a la conciencia que han adquirido de
los poderes y los límites del lenguaje cuando se propone representar o capturar
de algún modo fragmentos de vida, como así también les plantea cuestiones más
mundanas, ligadas a las posibilidades o los riesgos de la autofiguración (¿a
través de qué imagen se lo reconocerá, la de un egotista impenitente, la de una
moralista o la de un experimentador –según la trillada metáfora del diario como
laboratorio?). Cuando hablo de perspectiva literaria, pienso entonces, a la
vez, en exigencias institucionales determinadas históricamente, y en los
requerimientos del deseo de literatura (deseo de un encuentro inmediato entre
vida y escritura) que liga secretamente al escritor con su obra.>
Dice Pla en uno de sus ingresos testimoniales: Es curioso: hace unos días se ha instalado
en mí la fría certeza de que seré célebre. Me deja indiferente esta idea, no
como antes. No me envanece. Y se la siente con la tranquila parsimonia de aquel
que sabe que ha de cobrar una deuda, cierta satisfacción, pero ninguna
sorpresa, ningún deslumbramiento (1 de agosto de 1944)
Aquel regreso a Rosario en 1929, le abre el camino a una
nueva faceta. Estaría en total cercanía con la cultura de la ciudad hasta 1936. Allí se nuclea con los grandes artistas de su
época -entre ellos Antonio Berni y Leónidas Gambartes- y se convierte en uno de
los más reconocidos críticos de arte de su ciudad. Comienza a dar clases de
literatura, se inclina al periodismo, escribe cartas por encargo, se ocupa del
horóscopo para una revista del corazón, inventa recetas que copia de revistas
extranjeras y se presenta como guionista de historietas. En esta última
disciplina sus trabajos en Rosario no quedaron documentados. Su vínculo real
parece limitarse a un breve período de colaboración con la Editorial Columba, que
en 1953 adaptó en un Álbum de Intervalo
su novela Paño verde (con dibujos de
Guillermo Dowbley), mientras que en materia de guiones originales escribió con
el seudónimo de “Nico Pons” los de la serie protagonizada por el gendarme Paco Almiral (1953) y es muy probable
que haya realizado los de Black Hood,
un enmascarado que dibujó Oscar Fraga y también Eugenio Colonesse.
Con respecto a su amistad con los maestros de
la pintura, tengamos en cuenta que Pla no tenía una formación académica, sin
embargo, sus crónicas dejaron el sello de un observador consecuente. Aquí uno
de esos trabajos:
LA VETA HUMORÍSTICA
EN GAMBARTES
Aproximadamente
entre 1937 y 1941,Gambartes ejecuta una serie de cartones en los que deja
testimoniada una actitud a primera vista insólita, tan diferente es de la que
preside el resto de su obra, hasta ese momento –y más aún a partir del decenio
siguiente- más bien dramática, o al menos grave, en el sentido rilkeano del
término, aquel que implica un impulso de gravitación profunda hacia abajo,
hacia la escondida raíz de las cosas, y que de modo tan persistente y notable
caracterizara a sus mitoformas, sus payés, sus cromos al yeso posteriores al
cincuenta. Se trata de témperas de un color lujoso, generalmente de dominancia
cálida –aun los azules, los cielos están llenos de luz- y de un dibujo
figurativamente firme, de líneas amplias y definitorias, destinadas a narrar
una anécdota inspirada con frecuencia en temas infantiles o vinculados a la
mitología o la literatura infantil a veces tejida directamente alrededor de un
hecho cotidiano. El aspecto lúdico del cartón, dado tanto en la forma y el
color como en la anécdota narrada, consiste en el primer grupo, en el modo de
comentar el tema infantil, con la diversión y la gracia que puede encantar a un
niño; pero, a la vez, con un trasfondo irónico que implica ciertas
alucinaciones a la condición humana en general, trasfondo donde justamente se
pone en movimiento la veta humorística del pintor, y que sin molestar la
contemplación del niño –esto es, sin transgredir los límites de la literatura
infantil– actúa tan solo para el adulto.
Los títulos de estos
cartones de 1937, por ejemplo, revelan claramente el carácter y la temática de
las temperas: “Historias de Piratas”, “La Vuelta de Buckle Jones”, “Catálogos
de la Rabona”; lo mismo ocurre con cartones del año siguiente, como “Sábado
inglés en Naipelandia” y “Kindergarten de Pepe Parlante” o “El último viaje de
Simbad el Marino”. (…) Lo insólito de estos cartones es más aparente que real.
Sí, Gambartes no fue un pintor anecdótico. Inclusive, el humorismo dado
narrativamente –quizás ni siquiera la actitud del humor– está ausente de su
obra pictórica. Pero aquí y allá asoma, no solo en sus figuras anteriores al
cincuenta sino en alguna figura en el paisaje, alguna yuyera, inclusive en
algún payé, un resabio quizás de humor mudo, un humorismo al que se le prohíbe
abrir la boca, un humor al que se le ha arrancado la lengua. En otros términos,
el goce de pintar, la diversión del oficio junto a la contemplación remotamente
crítica –quien haya conocido a Gambartes no podrá separar jamás de su imagen
ese trasfondo crítico, inclusive algo sardónico que lo habitaba permanente–,
pone a veces en sus dioses olvidados o en sus génesis o en sus fósiles algo
grotesco, algo en la estructura misma de su lenguaje, que no está lejos de esa
zona no necesariamente amarga pero tampoco necesariamente alegre donde comienza
la mueca del humor. (…)
La nutrida serie de
anécdotas de Gambartes donde brillaba el ingenio, a veces del sarcasmo, son una
especie de ilustración biográfica de este rasgo de su espíritu. Que no
contradice en absoluto, como pudiera parecer, esa gravedad de su obra en la que
está presente el misterio y hasta cierto sentido patético, sino trágico, de la
existencia. Pero aquel espíritu incisivo, aquella aptitud para la observancia
sagaz, que ve de una mirada el anverso y el reverso de las cosas –quizás en el
fondo el humor sea otra cosa que un descubrimiento inesperado y súbito del
reverso de las cosas– sólo podía quedar inactivo en nuestro artista a
condición, como dijéramos antes, de que se le arrancara la lengua.
25 de marzo de 1973
Dando continuidad a su autobiografía transcribimos: Allí conozco a Berni (1929), que acababa de
regresar de París: Vanguardia, Marx. Formamos un grupo con otros jóvenes. Entre
ellos están Gambartes, Sívori, Grela, Píccoli. Luego amigos de toda la vida. Yo
no era en modo alguno estudioso, ordenado o retraído. Mas bien experiencias
tumultuosas, callejeras, juergas, episodios sentimentales dramatizados.(…). He
abandonado los estudios y mi hermano suprime su subsidio.
Toda esta suerte de libertinaje prepotente tenía una raíz:
el desamparo. Roger quemará etapas de su vida castigado por el desamor. Aquella
pérdida primitiva donde la figura del padre quedaría relegada a un álbum
familiar terminaría cerrándose con la muerte de su madre: Uno siente que adentro se ha roto un resorte. Algo ha cambiado en el
mundo. La vida tiene otra expresión. Sin duda, flotando en el mundo, ha quedado
mi propia humanidad, sola, divorciada para siempre de la infancia.
Este mundo intrincado de Roger Pla estará permanentemente
latente, en carne viva. Habíamos dicho que era un pasional y todo quedará
demostrado: Vuelvo a Buenos Aires y
empiezo Los Robinsones. Mi breve pasado está hecho escombros. La casa de
infancia ha desaparecido. Esto es 1936. Mi madre ha muerto. Trabajo en mi novela
seis años mientras me mantengo haciendo periodismo.
Para este momento Roger comienza a trabajar en el diario El Mundo y se tutea con esos poetas y
narradores que hicieron escuela en la literatura popular. Pla descubre el mundo
de la noche porteña, la madrugada poética, la calle en toda su dimensión y la
amistad de esos vagos soñadores que como él deliraban con el verso latente.
En un trabajo de Juan Pablo Bertazza, donde el autor
señala la semejanza entre Roberto Arlt y Roger Pla, encontramos una excelente
justificación para colorear este momento:
“Si bien
el rosarino Roger Pla no es epígono, parricida ni discípulo de Arlt –en todo
caso, sí sabemos que lo admiraba en su juventud, cuando su eximio compañero de
El Mundo ya era un novelista de renombre–, es probable que el no contar hoy con
la celebridad que su calidad merecía se deba en gran parte a que Arlt ya había
ocupado ese sitio. Como si esa misma condición de huérfano de padre, o incluso
hijo póstumo que pintan todas sus biografías (el padre de Pla murió dos meses
antes de que él naciera), hubiera dejado a su obra simbólicamente desamparada.
Las semejanzas entre Arlt y Pla son muchas, o
varias al menos. Van desde lo biográfico hasta ciertas marcas de estilo y,
obviamente, la hegemonía de esa angustia existencial que cargan casi todos sus
personajes. Además de acusarse a sí mismo de padecer una melancolía al mejor
estilo Erdosain, Roger Pla fue también autodidacta y voraz lector de
traducciones baratas de novelas clásicas. También como Arlt, no pudo terminar
el secundario, por lo que muy joven empezó a ganarse la vida con el periodismo
gráfico. En cuanto a su literatura, al igual que sucede con el autor de Los
siete locos, su obra vagamente se enmarca y desmarca con la misma facilidad de
las banderas de Boedo. Incluso Pla también se quejaba de que nadie advirtiera
el prolífico trabajo que lograba hacer contrarreloj, aunque nunca citara la famosa
frase del cross a la mandíbula.
Sin embargo, Arlt y Pla también tuvieron sus
diferencias: entre agosto y noviembre de 1941, en la página 6 de El Mundo
discutieron en torno de lo que debía ser la nueva novela. Mientras Pla defendía
la existencia de personajes o criaturas lo más vivas y complejas posible en
detrimento de la trama, Arlt decía que lo más importante era conservar el
argumento porque, de lo contrario, una novela corría el riesgo de transformarse
en una sucesión de estados de ánimo, una galería de retratos. Lo interesante,
más allá de este entredicho que no pasó a mayores (pero, al parecer, disgustó
al joven Pla) es pensar hasta qué punto aquellas posturas representan hoy por
hoy sus obras. Si El juguete rabioso es el prototipo de esa trama que tanto
defiende Arlt, no sería demasiado errado postular que Los siete locos se acerca
peligrosamente a esa característica que ensalza Pla.”
De lo que sí estamos completamente seguros es
que Roger Pla fue un escritor sustancialmente comprometido con lo social, con
el malestar de la época y su obra siempre estará teñida de una angustia
visceral que el rosarino depositará en la estructura de una serie de personajes
urbanos traumatizados. Debemos entender que Pla fue parte de esa nueva cara del
realismo que impactó en la literatura a partir de la irrupción del peronismo.
Como
la mayoría de estos escritores de pluma caliente, Pla se maquillaba para no
mostrar debilidad, pero en lo íntimo, en el silencio atormentado, reflexiona:
Me ahogo. Me falta luz.
Vivo en la más crasa
incomprensión. Todos mis familiares me resultan extraños. No sé qué piensan de
mí. Que soy un loco, lo piensan muchos. Que río por cualquier motivo, que soy
un mal genio y que hago mil disparates al día.
Quiero alejarme de todos.
Además me fastidian sus problemas.
Quiero irme solo. Solo. Sé que nadie me quiere.
Ellos quizá están convencidos que me quieren. Pero es distinto.
Lo dije una vez y lo repito: mi gran tragedia, se sintetiza en esto: “Tuve mil padres y no tuve ninguno.”
Sin embargo, me queda un consuelo. Es puramente estético.
Pude escribir de mi vida, muchas páginas interesantes.
Los trabajos de Roger Pla analizados por
Analía Capdevila nos acercan a todo este mundo íntimo. Su ensayo Roger Pla, la novela total es sumamente
criterioso, pero también resultan significativos los aportes de Juan Carlos
Ghiano en una reedición de Los Robinsones
y el estudio preliminar sobre toda la obra de Pla, realizado por Orfilia
Polemann, que se incluye en la edición póstuma de su última novela Los atributos. De esta obra extraemos un
fragmento:
EL MADAME SAFÓ
Había un requisito previo para ser admitidos en el Safo. Un examen a través de la mirilla de su gran puerta de cedro labrado. Roque y yo, tiesos bajo la gran marquesina de cristal que destellaba de luces, resistimos la prueba. La puerta se abrió, y entramos. Un grandote de smoking se hizo a un lado. Y nos sumergimos en un corto corredor, muy ancho, piso y zócalo de mármol, macetas y flores a los costados, una puerta cancel de cristales tallados, abierta, y, junto con todo eso, una frescura de atmósfera perfumada rescatándonos de la canícula que hasta entonces había estado quemándonos la piel. Rumor de ventiladores por todas partes, voces discretas, sin gritos, la amplia, enorme recepción —cien metros cuadrados de un patio, una especie de impluvium pompeyano con la excepción del techo de vitraux sostenido por columnas corintias—, sofás y divanes diseminados con gusto, gran estufa de bronce, ahora apagada, en el centro, curiosa mansión que se prolongaba, a los costados y al fondo, en pasillos y quien sabe cuántas habitaciones, parejas y grupos sentados o de pie, mujeres cruzando lánguidamente ese espacio con una belleza que aún no había empezado a marchitarse, suaves bajo las ropas traslúcidas de soirée, casi aladas, piernas perfectas surgiendo por la hendedura de los vestidos, firmes sobre los pies también firmes en los zapatos de raso, de seda, elevados sobre tacones Luis XV. Una estudiada distinción planeaba sobre todas estas mujeres y el menor de sus movimientos, y Mme. Safó, en seguida supe que era ella, como una marquesa, enarbolando su larga boquilla de espuma de mar y virolas de oro, avanzando hacia nosotros.
—Enchantée. Moi, je suis Mme. Safó
Entre
sus obras podemos citar: Los robinsones
(1946), Faja de Honor de la SADE, El
duelo (1951), Paño verde (1955),
llevada al cine en 1973 por Mario David, Las
brújulas muertas (1960), Intemperie
(1973) y, póstumamente, Los atributos
(1985). Pla había publicado una novela policial con el seudónimo de Roger
Ivnes. Titulada en su edición original por el sello Jackson La diosa de la venganza llora, fue
reeditada casi 20 años más tarde en la entrega 279 de la colección El Séptimo
Círculo, dirigida por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, como El llanto de Némesis. En 1969 sale en la
editorial Vigil el ensayo Proposiciones.
Hacia el final de su vida pública el libro de poemas Objetivaciones, del cual hace una muy pequeña tirada para sus
alumnos y seres allegados. Como crítico de arte escribió, entre otras, las
monografías Diderot y sus ideas sobre pintura (1943), Gambartes,
y La pintura pompeyana. Como crítico de arte ha producido múltiples
ensayos, entre los cuales se destaca el dedicado a su amigo Antonio Berni.
Incursionó también en la dramaturgia. En este género su obra más importante fue
Detrás del mueble (1942). En 1981
Torres Agüero Editor, sello hoy desaparecido, preparó un precioso librito,
maravilla tipográfica, reuniendo en versión de Roger Pla compilaciones de
textos de Charles Baudelaire, algo periféricos para los siempre lectores de sus
dos o tres obras canónicas. Se tituló Consejos a los jóvenes escritores y Proyectos de prólogos para Flores del
mal.
“Casi al mismo tiempo que escribe Intemperie, Pla está embarcado, como
ensayista y estudioso de la literatura, en dos proyectos importantes”, escribe
Analía Capdevila en su estudio preliminar. “El primero es un ciclo de charlas
semanales para Radio Nacional de Buenos Aires, titulado La Novela Nueva hacia una Nueva Forma. Para esta misma época es convocado
por Boris Spivacov, director del Centro Editor de América Latina, para dirigir
Capítulo, la Historia de la Literatura Argentina, una obra colectiva que sale
entre 1967 y 1968” .
Esta experiencia sería revolucionaria. En una
oficina de la calle Piedras y Avenida de Mayo se reunían para perfilar la
colección que marcaría un hito en la edición de libros. Cada semana el público
recibía un fascículo más un libro a un precio sumamente accesible. Esta idea
hizo que la literatura se socializara y dio oportunidad a un sinnúmero de
nuevos autores para que pudieran publicar.
Capdevila consigna que para esta obra en
fascículos trabajan profesores y críticos literarios que habían renunciado a
sus cátedras luego de la intervención de la Universidad por el dictador Juan
Carlos Onganía, y que la lectura final de cada capítulo está a cargo de uno de
estos destacados profesores: Adolfo Prieto. No profundiza sin embargo Capdevila
en cuál pudo ser la relación de una novela tan programáticamente nacional,
popular y modernista como Intemperie
con las ideas afines del grupo Contorno,
al que Prieto pertenecía. ¿Por qué Contorno
se ocupó tanto del rescate de Arlt y dejó en la sombra a Pla, que para colmo
escribía mucho mejor?
Pese a que el estudio preliminar de Capdevila
no responde a estos interrogantes, combina sin embargo rigor académico y amena
lectura. Aún distanciándose de la intensidad del biografiado mediante cierto
desapasionado sesgo posmoderno, no deja por ello de revalorar y poner en foco a
una figura relevante de su época pero desconocida para las generaciones más
jóvenes. Figura que encarnó, al igual que Arlt, un oficio casi completamente
desaparecido en el ámbito local: el del escritor que vive de su pluma. A
destajo. Sin cátedras ni cargos. Y que en sus casi inexistentes ratos libres se
las ingenia para desarrollar una obra innovadora. Una obra, además, que va
tejiendo una saga donde los vínculos entre los personajes conectan los
diferentes libros entre sí.
Las dos primeras novelas de Pla, Los Robinsones (1946) y El duelo (1951) son novelas de crisis,
novelas de ideas y, en algún sentido, novelas de artista, la morosidad de cuyas
conversaciones entre los personajes retorna en el drama trágico Las brújulas muertas (1960). Su novela
póstuma, Los atributos (1985) regresa
al mundo arrabalero con una historia de la vida real, cruzando ficción y no
ficción. Es su única novela rosarina y está ambientada en los años `20 y `30,
la época de su juventud. En 1969 (coincidiendo nada casualmente con la
escritura de Intemperie, el ciclo
radial sobre Nueva Novela y la obra para Capítulo) salió por la Editorial de la
Biblioteca Popular Vigil su ensayo Proposiciones.
En 1982 alcanza a ver publicado Objetivaciones,
un libro de poemas del que Osvaldo Svanascini editó 300 ejemplares.
En la década del `70 Roger Pla aparece ligado a la publicación Mitomagia, una revista que alcanza a editar 15 números. En mayo de 1973 es
convocado para desarrollar un proyecto que marcaría a toda una generación:
aparecía la revista Crisis. Roger Pla
sería el primer Secretario de Redacción y Julia Constela la Secretaria General.
Entre los redactores estarían: Julio Huasi, Eduardo Baliari, Mario Szichmann y
Orlando Barone.
Fue miembro del Rotary Club de Ramos Mejía -Pla vivía en esa
localidad con su famila-.Posterior a su muerte la institución organizó diversos
concursos literarios para los cuales otorgaba un importante premio a los
concursantes. Dicho premio fue denominado "Premio Roger Plá" a partir
de 1982 en homenaje al escritor.
Miembro también de la SADE,
organizó distintos talleres literarios y de narrativa, ocupación que continuó
realizando en forma independiente hasta unos pocos meses antes de su muerte.
RECUERDO AL INSTANTE
DE MI MUERTE
Fue tal como lo había deseado.
La noche de verano,
los pies sobre el banco,
el cuerpo en la reposera, tomando la forma de la lona,
la boquilla apretada entre mis dedos con sus hilos de humo.
Tenía doblado bajo la nuca el brazo izquierdo
y el derecho, la columnilla rojogris hacia lo alto,
apoyado el codo en la madera.
Desde lejos, las estrellas golpeaban con sus nudillos en mis ojos.
Entonces el espacio aspiró con fuerza y contuvo el aliento.
La inmovilidad sujetó sus espasmos en la copa de los árboles,
la casa vertical fue un panal de abejas en el aire.
El poste de la luz, en cruz, cruzó los brazos.
Apareció en el cielo el sol, sin contradecir, amable, la lenta noche,
y sonrió el creciente de la luna con un sarcasmo bondadoso.
Pensé que no era decoroso seguir con los ojos abiertos ante tanta belleza,
y bajé los párpados.
Sin impertinencia,
con suavidad,
la boquilla se desprendió de mis dedos.
Fue tal como lo había deseado.
La noche de verano,
los pies sobre el banco,
el cuerpo en la reposera, tomando la forma de la lona,
la boquilla apretada entre mis dedos con sus hilos de humo.
Tenía doblado bajo la nuca el brazo izquierdo
y el derecho, la columnilla rojogris hacia lo alto,
apoyado el codo en la madera.
Desde lejos, las estrellas golpeaban con sus nudillos en mis ojos.
Entonces el espacio aspiró con fuerza y contuvo el aliento.
La inmovilidad sujetó sus espasmos en la copa de los árboles,
la casa vertical fue un panal de abejas en el aire.
El poste de la luz, en cruz, cruzó los brazos.
Apareció en el cielo el sol, sin contradecir, amable, la lenta noche,
y sonrió el creciente de la luna con un sarcasmo bondadoso.
Pensé que no era decoroso seguir con los ojos abiertos ante tanta belleza,
y bajé los párpados.
Sin impertinencia,
con suavidad,
la boquilla se desprendió de mis dedos.
EL EDITOR AGRADECE AL ILUSTRADOR DANTE BERTINI, EL DIBUJO QUE ACOMPAÑA ESTA CRÓNICA QUE FUE REALIZADO ESPECIAMENTE PARA HOJAS DEL ABANICO.
BERTINI, SIENDO MUY JOVEN, TRABAJÓ EN LA DIAGRAMACIÓN DE LA REVISTA MITOMAGIA Y RECUERDA CON PROFUNDO AFECTO A ROGER PLA.
Gracias...
ResponderEliminarpor Roger Pla y por mí, en este extraño encuentro virtual.
Qué época!!! Gracias por recordar a esta gente que alimentó la imaginación de varias generaciones. Y al cuidadoso editor/impresor Torres Agüero
ResponderEliminarhe descubierto su blog: un placer. Volver a caminar por Corrientes, vidas, páginas y soñadores, a la vuelta de la esquina. Gracias por su trabajo.
ResponderEliminarun saludo
Gabriel Barnes
En esa calle Corrientes compré Las brújulas muertas...
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