"Quiero más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila" Mariano Moreno

martes, 1 de octubre de 2013

SYRIA POLETTI: LA LITERATURA DEL ABANDONO



La dinámica de los años 60 trajo al terreno de la literatura argentina a figuras que desarrollaron una tarea no siempre reconocida por las generaciones posteriores. Coincide esta etapa con el cúmulo de transformaciones mundiales que se expanden y un tiempo signado por el determinismo del soñador inculcado por el movimiento hippie, el feminismo, los ecologistas y las burguesías universitarias.

Eran los años del fracaso de Estados Unidos en Vietnam, la lucha por los derechos humanos de la mano de Martin Luther King, la pisada del hombre en la Luna, la experimentación de la Guerra Fría, el triunfo de la Revolución Cubana, la cuestionada realidad del “I have a Dream”,  el simbolismo de Woodstock que reunió en una granja a casi medio millón de personas, el París del 68 con su ‘prohibido prohibir’ y su secuela en Praga y México, el asesinato del Che, Malcom X y Kennedy, la vigencia de Sartre y Marcuse, la persecución comunista con la caza de brujas materializada por el tristemente senador McCarthy, los afroamericanos que con sangre conseguían el derecho al voto al igual que indios, latinos y minorías étnicas que se incorporaban al sistema laboral y el nacimiento de los movimientos de sacerdotes tercermundistas que luchaban por la no violencia y la igualdad pacífica. Los sesenta fueron definidos como la década de la minifalda y la revolución sexual, del hippismo, de Los Beatles. En el país nació en ese período el rock nacional. Pero no todo fue sexo, droga y rock and roll. La Argentina no quedó al margen de la conmoción. Tras la caída de Frondizi, el periodista amigo del Che Jorge Ricardo Masetti organizó una fallida insurgencia en Salta. En 1964, la CGT impulsó la toma masiva de fábricas, con el peronismo aún proscripto. Entonces la Cuba de Fidel Castro y de Guevara irradiaba su ardiente mensaje. Después de 1966, el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía inauguró la guerra santa contra hoteles alojamiento, hippies y happenings, y los bastones largos castigaron a la universidad. En el Cordobazo, la protesta popular alcanzó el punto más alto de toda la década. La modernización cultural acompañaba la revuelta política. La editorial EUDEBA, dirigida por Boris Spivakow, llevó el libro al quiosco a precios irrisorios, vendiendo entre 1959 y 1966 diez millones de ejemplares. La carrera de Sociología pasó de 67 alumnos a 11.500 en pocos años. Son los momentos en que aparece Literatura argentina y realidad política, de David Viñas, y surge la Asociación Psicoanalítica, una generación rupturista agrupada en Plataforma Internacional.

Dentro del campo de la literatura latinoamericana, la década del sesenta configura el marco de una intensa renovación narrativa que, desde el punto de vista editorial y de público, da origen al denominado boom de la literatura latinoamericana. En la Argentina, este proceso tiene como centro de divulgación al Instituto Di Tella, espacio de experimentación estético y científico, que promueve la investigación en ciencias sociales y la modernización artística y audiovisual (teatro, happenings, cine, literatura, plástica), y a la revista Primera Plana (1962) que, dirigida por Jacobo Timerman, acerca la nueva literatura a sectores mayores de público. A lo largo de la década, se produce un proceso de modernización de las prácticas y las estéticas literarias por la crisis y transformación de las poéticas realistas y la incorporación de técnicas narrativas diferentes, que implican rupturas de orden lineal de la historia, multiplicidad de puntos de vista en el relato, e incorporación de discursos provenientes del psicoanálisis, la sociología, la historieta y el periodismo. La aparición de Rayuela, de Julio Cortázar, en 1963, funciona como una verdadera "divisoria de aguas", dado que es un punto de viraje no sólo en el interior de su propia literatura sino centralmente en la historia de narrativa argentina. Cortázar ya había publicado Bestiario (1951), Final del juego (1956), Las armas secretas (1959), Los premios (1960) e Historia de cronopios y de famas (1962), más ligados a la estética del grupo Sur. Rayuela, además de su éxito inmediato en la crítica literaria y entre el público, incorpora grandes modificaciones en la construcción poética y en la construcción del relato: la desconfianza sobre la función cognoscitiva del lenguaje, la explicitación del texto como artificio, la tensión entre lo fragmentario y la forma larga, la introducción del surrealismo y la patafísica como técnicas narrativas, el metadiscurso, la autorreferencialidad, la proliferación de citas, la intertextualidad exasperada. Estas técnicas narrativas alcanzan nuevas formulaciones en sus textos posteriores, en los cuales se combinan varios géneros discursivos (novela, cuento, ensayo): Todos los fuegos el fuego (1966), La vuelta al día en ochenta mundos (1967), 62 Modelo para armar (1968), Ultimo round (1969), Libro de Manuel (1973), Octaedro (1974), Alguien anda por ahí (1977), Un tal Lucas (1979), Queremos tanto a Glenda (1980), Deshoras (1983).



En el boom del sesenta se inscribe también la obra literaria de Manuel Puig (1932-1990) que, con La traición de Rita Hayworth (1968), inaugura dentro de la narrativa argentina la compleja interrelación entre literatura y medios masivos de comunicación como el cine, el folletín, las intrigas policiales, los boleros y los tangos. En sus novelas —Boquitas pintadas (1969), The Buenos Aires affair (1973), El beso de la mujer araña (1976), Pubis angelical (1979), Maldición eterna a quien lea estas páginas (1980), Sangre de amor no correspondido (1982), Cae la noche tropical (1988)—, Puig experimenta con procedimientos provenientes de la serie literaria y materiales de la cultura popular y los medios masivos, junto con un uso desviado de los géneros y el montaje de diversas matrices y géneros discursivos (psicoanálisis, política, informes judiciales, cartas, diarios íntimos). Asimismo, Puig trabaja con la decodificación de distintos registros lingüísticos a través de la parodia, la pluralidad y la confrontación de discursos, el enfrentamiento de ideologías, para desenmascarar con una mirada crítica los mecanismos de la pequeña burguesía pueblerina.

Un grupo importantes de escritores que incorporan en sus textos la renovación formal de los años sesenta proviene del interior del país y promueve una literatura alejada de todo regionalismo o pintoresquismo: Antonio Di Benedetto, Daniel Moyano (1930), Héctor Tizón (1929) y Juan José Hernández (1940) se encuadran dentro de un sistema narrativo que si bien responde a cánones de filiación realista, registran desvíos y nuevas formulaciones. Mientras que la producción de Di Benedetto (Mundo animal, 1953; Zama, 1956; El cariño de los tontos, 1961; El silenciero, 1964; Los suicidas, 1969) sostiene una perspectiva urbana sobre una temática y un ambiente regional, la literatura de Moyano (Artista de variedades, 1960; La lombriz, 1964; Una luz muy lejana, 1966; El fuego interrumpido, 1967; El oscuro, 1968; El trino del diablo, 1974) y Hernández (Negada permanencia, 1952; Claridad vencida, 1957; El inocente, 1965; La ciudad de los sueños, 1971) desarticula la relación interior-Buenos Aires a través del fenómeno de migración interna masiva a la capital. En la narrativa de Tizón (Fuego en Casabindo, 1969; El cantar del profeta y el bandido, 1972; Sota de bastos, caballo de espadas, 1975) lo urbano queda excluido como escenario y en sus relatos se concentra la temática regional abordada desde una experimentación formal que reelabora los mitos y las costumbres regionales. Di Benedetto y Tizón comparten una intensa preocupación formal y estilística, y una cuidadosa reflexión sobre el lenguaje, mientras que en la literatura de Moyano se retoman algunos procedimientos típicos del realismo mágico latinoamericano.

Alejada del boom y ubicada en un espacio marginal a Buenos Aires, se inscribe la literatura de  Juan José Saer (1937), uno de los mayores escritores de la literatura argentina. Su obra se mantiene al margen del boom de la narrativa latinoamericana dado que en su poética no ingresan ni lo real maravilloso de García Márquez, ni la postulación neo-realista de Vargas Llosa. Saer discute con sus postulados centrales al considerar que los escritores latinoamericanos deben escribir como escritores y no como lo que los europeos buscan en la escritores latinoamericanos (vitalismo, espontaneidad, irracionalismo, estrecha vinculación con la naturaleza), dado que "su especificidad proviene, no del accidente geográfico de su nacimiento, sino de su trabajo de escritor". En su primer libro, En la zona (1960), se comienza a perfilar uno de los rasgos centrales de su poética: el rechazo por toda forma de regionalismo, que encuentra su resolución en la construcción de un espacio ficcional —la zona— que, partiendo de un referente real (la ciudad de Santa Fe, su costa y las islas) se convierte en espacio imaginario y paisaje estético. La zona es una célula narrativa básica que se expande en un sistema de personajes, el encuentro de amigos, una inflexión de la lengua. La obra de Saer -Responso (1964), Palo y huesos (1965), La vuelta completa (1966), Unidad de lugar (1967), Cicatrices (1969), El limonero real (1974), La mayor (1976), Nadie Nada Nunca (1980), El entenado (1983), Glosa (1986), La ocasión (1988), Lo imborrable (1993), La pesquisa (1995), Las nubes (1997)- está recorrida por un proyecto unitario que se traduce en la persistencia de un espacio geográfico, un mismo sistema de personajes, la tematización recurrente de un núcleo problemático fijo, y la permanente búsqueda de un discurso que se haga cargo de la complejidad de la representación, que se traduce en el uso de una descripción obsesiva (que acerca su literatura al nouveau roman) como procedimiento constructivo predominante.

Sobre las épocas y los olvidos el sociólogo Horacio González, expresa: “No son los lectores sino las épocas (esto es, los lectores de hechos, no de libros) los que envían al desván los escritos que en algún otro momento fueron notorios. Una época los encumbra, otra los olvida, otra puede aún volverlos a contemplar.

La justicia es caprichosa y su esencia es el derecho a ser injusta. Hasta que los ejemplares sobrevivientes se vuelven clásicos. Julio Cortázar y Leopoldo Marechal escribieron literaturas eximias, pero estaban adheridos como enredadera a los muros de una época. Son los injustamente olvidados porque eran muy buenos y ahora para que vuelvan hay que desenredarlos de aquellos muros”.

Al comenzar la década de 1960, ya existía entonces un público lector amplio en América Latina. La expansión de las ciudades y de las oportunidades educativas garantizó que una creciente clase media de profesionales y estudiantes universitarios leyeran con avidez las novelas de sus autores favoritos, con quienes compartían ideales de transformación radical de las estructuras sociales. Este entusiasmo se confirmaba con el éxito de la revolución cubana en 1959, que ayudó a esparcir por el continente un espíritu "latinoamericanista" que trascendía las fronteras nacionales y buscaba crear una conciencia de cambio político en las masas. Varias casas editoriales españolas y francesas también adelantaron una gran campaña de difusión que daba preferencia a los escritores de izquierda y fomentaba foros plurinacionales. Así, pues, se combinaron tres factores en los años sesenta: primero, la pintura, poesía y novela habían preparado una conciencia latinoamericanista y un público lector ávido; segundo, la izquierda política ganó gran fuerza en muchos países del continente; tercero, las editoriales europeas estimularon la publicación de obras latinoamericanas por el interés del público en seguir los procesos de cambio en América Latina después de la revolución cubana.



En medio de esta vorágine la producción literaria de Syria Poletti (1917-1991) queda ensombrecida y, en este aspecto, queremos  darle su debido reconocimiento.

Syria Poletti nació en Pieve di Cadore, ciudad al norte de Italia, en 1917. La emigración de sus padres a Argentina, en búsqueda de mayores oportunidades, la llevaron a crecer bajo la sensación de abandono, el cual para una niña de nueve años no se justificaba pese a las precarias condiciones económicas, sobretodo viniendo de su madre. El abandono se compensó con la figura de su abuela, quien se transformó en una madre para ella, no sólo en lo emocional, sino que también en lo artístico.

Nací en una noche de aludes y tormenta de nieve. Más de medio metro de nieve cayó mientras mi madre me daba a luz en Pieve di Cadore.

Paisaje de cuentos de hadas, era el país de las Dolomitas. Un paisaje para gigantes de la montaña y mi padre era un guía de montaña. Recuerdo los pinos nevados, los muñecos de nieve y los coros de montaña.

No tenía aún seis años cuando viajamos en un coche de a caballos, descubierto, a la ciudad de mi abuela: Sacile una ciudad rodeada por colinas verdes y ceñida por un río verde.

Mi madre con mis hermanos mayores viajaban a América la que surgió ante mí como un enigma indescifrable.

Mi Abuela era un personaje prodigioso. Con ella uno vivía en permanente júbilo y descubrimiento. Además era un vivir en medio de gente, de actividades, de invenciones.

El colegio fue un enganche maravilloso, fue el deslumbramiento de la palabra escrita, de la poesía, de la magia de los números y de lo exacto. La matemática llegaba como el agua cuando se padece sed.

La gente me preguntaba: ¿qué vas a hacer cuando seas grande? ¿Modista, hilandera, profesora de matemática o te irás por el mundo como tu madre? Nada de eso.

Llegaron unos tíos jóvenes que venían a recuperar los bienes perdidos por mi abuela. De pronto me sacaron de la casa de ella y me prohibieron inscribirme en el secundario.

Arrancada de los brazos de esta madre por un tío que veía en el bienestar económico lo único necesario para una niña, se transformó en una joven rebelde, cuyo castigo fue la internación en un orfanato. El abandono absoluto no la intimidó, como sí lo hizo una escoliosis deformante que transformó su columna en el peso más limitante de su vida. Sólo al alcanzar la madurez su deformidad se transformó en un estímulo artístico, dejando de ser simplemente un obstáculo para el amor sexual. A los 21 años, luego de titularse como maestra, quiso emprender viaje a Argentina junto a su hermana Beppina, también abandonada pero más conforme.

Sin embargo, no fue considerada apta para el viaje y tuvo que esperar que su hermana viajara y desde Buenos Aires consiguiera un permiso para ella. Argentina se transformó en su segunda patria, pese a las dificultades económicas y culturales que en los primeros años la acompañaron. No obstante, fue en esta tierra lejana donde se consagró académica y artísticamente. Su éxito no fue gratuito, realizó enormes esfuerzos y sacrificios para sobrevivir haciendo lo que más le gustaba y lo que esa tierra nueva y llena de historias le permitía hacer: crear como su abuela le enseñó. Por eso decidió trasladarse a Buenos Aires, la capital política y literaria de Argentina, que la pobreza y la soledad no pudieron desvirtuar. El éxito se lo ganó y la acompañó hasta los años ochenta, cuando la situación política y la crisis social tuvieron como primeras víctimas a los artistas.

La sensación de abandono que marcó su infancia fue una huella inevitable en su vejez. Los lectores y el círculo artístico la abandonaron. No había ánimo, ambiente, ni muchas posibilidades de acceder al arte. Pero Syria renació y siguió publicando, dedicada a esos libros que la hacían recuperar lo que sintió perdido en Italia: los libros infantiles.

Fue profesora y traductora, en el año 1953 comenzó a escribir relatos en el diario La Nación y en 1954 publicó Veinte poemas infantiles. Colaboró en la revista Vea y Lea con cuentos policiales.  Esos cuentos, en 1969, fueron reunidos en Historias en rojo. Los relatos están fuertemente marcados por la doble influencia cultural de su autora. Así, lo policial se desarrolla bajo características italianas, pero en un contexto social argentino. El tema constante de Historias en rojo son las luchas familiares que culminan en asesinatos. Esto constituye, precisamente, lo italiano en las narraciones de Poletti, que la terminan ubicando dentro de las manifestaciones del país europeo. Dicha especificidad, Luigi Volta la define aún más: "Syria Poletti escribe sus anómalos policiales como para exorcizar su propia idea de 'pasado' en una Italia patriarcal, que es la misma idea que está en la base de la literatura policial italiana y que produce tanta dificultad de movimiento para los detectives de aquel país".

Sin embargo, todo esto es desarrollado dentro de las problemáticas de los inmigrantes en una tierra argentina marcada por la desigualdad, las injusticias, el paisaje y la pobreza. Los cuentos de Historias en rojo son relatos de crímenes motivados por el amor malentendido, obsesivo, protector o celoso. En cada uno de ellos el resultado es el asesinato, único tipo de crimen que se desarrolla en la obra. Este parece ser el medio ideal por el cual el amor puede expresarse cuando llega a límites anormales. La excepción es Vírgenes prudentes, cuento que no tiene crimen y da la sensación de pertenecer a otro libro. Es la historia de un abandono romántico y místico, narrado desde la negación de la abandonada. Los demás cuentos pueden clasificarse en dos tipos, según el sexo del asesino: los cuentos donde los asesinos son hombres presentan patrones similares, que no comparten los cuentos donde el crimen está en manos de mujeres. Estos patrones tienen que ver, principalmente, con las motivaciones y la inteligencia del criminal. Sin embargo, la clasificación puede parecer poco sustentable, debido a la considerable diferencia de cantidad entre uno y otro. Sólo en dos relatos, Rojo en la salina y El hombre de las vasijas de barro, el asesino es hombre. Aún así, el análisis desde este punto de vista se hace interesante y necesario. En Rojo en la salina un hombre débil y lisiado, que ha dejado en manos de su mujer todo el peso del trabajo y el éxito, asesina al administrador de la salina que dirige su esposa, para huir con su amante, mujer de la víctima.



En El hombre de las vasijas de barro, un enfermero de un geriátrico asesina a una muchacha menor de edad, deficiente mental, para que no fuera descubierto el embarazo del cual él era responsable. En ambos cuentos es la pasión motivo de los crímenes: en el primero, la necesidad de dar libertad a esa pasión, en el segundo la necesidad de ocultar las consecuencias de esa pasión. Asimismo, en los dos relatos existe una planificación del crimen, más o menos elaborada, que sobrepasa las capacidades de todos, incluyendo a la policía. Sin embargo, en los dos cuentos, una mujer fuerte, muy inteligente, confiada en sus instintos, resuelve el caso. El proceso de investigación de los personajes femeninos que actúan como detectives en estos cuentos, se basa en los instintos y en la observación aguda del comportamiento humano.

En Rojo en la salina, el distanciamiento y comportamiento de su hija con su adorada mejor amiga, quien era hija de la víctima y de la amante del asesino, llevan a la obligada detective a descubrir en su esposo al culpable. Esto junto a la decepcionante visión que mantenía de su marido, un hombre débil sin ninguna sensibilidad artística, le permiten formar un cuadro criminal absolutamente lógico.

En El hombre de las vasijas de barro es precisamente esta sensibilidad artística la que lleva a la abuela, detective del cuento, a negar rotundamente la culpabilidad de Basilio, interno del geriátrico que administra su sobrino, culpado en forma categórica del crimen. Esto, junto a su capacidad de observación y su aguda inteligencia, que le permiten entender que en todo comportamiento humano reprochable por los cánones sociales existe una omisión, además de su capacidad de aceptar la pérdida de la inocencia y enfrentar los temas "pecaminosos" sin tapujos, le permiten vislumbrar un motivo para el crimen y conectar esto con el culpable, que de ninguna manera podía ser un loco, sobretodo si este es un artista que cayó en la demencia por culpa de la guerra, lo que lo incapacita de ejercer una violencia que su mente no fue capaz de tolerar.

En los cuentos donde los asesinos son mujeres, la motivación parece ser siempre el amor, pero un amor malentendido, exagerado, que se caracteriza por ser protector, obsesivo y siempre maternal. Las madres que matan en defensa del hijo parecen estar justificadas y en Historias en rojo nunca reciben castigo. En Mala suerte, Doña Carmelina asesina a Rosita, la mujer más deseada de Villaguay, dueña de un boliche, donde aprovechaba de robar a los hombres cuando borrachos iban con ella a una habitación. Cuando su esposo se transformó en una víctima de Rosita, Carmelina decidió defender lo que le pertenecía a ella y a sus hijos, asesinando. En Pisadas de caballo tres hermanas cuidan de su padre y de su hermano enfermo. Durante una noche crítica, Nives, una de las hermanas, administra las dos únicas inyecciones de coagulante a su hermano, dejando morir a su padre.

En A largo plazo, Mino, el menor de tres hermanos, muere tras una larga enfermedad. Sin embargo, Antonio, su hermano mayor, insiste en la idea del asesinato. Como sus sospechosos estaban en la familia de su otro hermano desiste de la idea y nunca descubre que su esposa, María, asesinó a Mino en venganza de las humillaciones a las que sus hijos fueron sometidos por ese arrivista tío. En Estampa antigua, Wanda es asesinada por su esposo, quien creía que la pistola con la que solía amenazarla estaba descargada. Ambos sabían que la amenaza era sólo eso, casi un juego, pero la madre de Nano, sabiendo los engaños de Wanda, decide terminar con las humillaciones de su hijo cargando la pistola confiada en que la dispararía Herminio, primo de Nano, celoso por un nuevo romance de Wanda.

En ninguno de estos cuentos las asesinas son descubiertas, no existe un detective ni un proceso de investigación detallado y eficaz. La policía actúa en algunos casos, pero parece inútil frente a estos crímenes que, si bien no son planificados con detalles, son muy inteligentes en su realización.

En A largo plazo y Estampa antigua, la impunidad de los crímenes se produce gracias a la complicidad entre la asesina y su hija o nieta. Por lo tanto se presenta la relación entre la figura maternal y la niña como un lazo cómplice, inquebrantable y justificado frente a todo. En el primer cuento mencionado, la hija de María conoce la participación de su madre en la muerte de Mino, y le presenta su apoyo incondicional, justificando plenamente su actuación. En el segundo relato, la nieta de la asesina esconde la única evidencia que podría haber señalado a su abuela como culpable, como un acto de fidelidad absoluta y nunca mencionado. Sólo en dos cuentos existe un castigo que no proviene de la justicia.

En Pisadas de caballo, Nives es descubierta por su hermano quien rechaza abruptamente su actitud y la increpa en forma dura y cruel, haciéndola sentir miserable. En Estampa antigua, el deseo de la abuela de que Wanda fuera asesinada por su sobrino, se ve abortado por la llegada imprevista de su hijo, quien comete el asesinato. Nano es condenado por el crimen, lo que lleva a la desesperación, caída y muerte de esta madre en pleno dictamen de la condena, cuyo asesinato perfecto tomó un rumbo equivocado. Por lo tanto, en Historias en rojo los crímenes cometidos en nombre del amor maternal y protector no reciben castigo, salvo aquellos que desembocan en un daño a ese hijo protegido. Nives daña a su hermano al quitarle la vida a su padre, el ser más querido para el joven. La madre de Nano destruye la vida de su hijo al quitarle a su mujer amada y llevarlo a pagar él por su muerte. Estos castigos no son físicos, no interviene la justicia institucional, pero sí son emocionales, lo que los hace más duros.

En Historias en rojo los hombres matan por pasión, las mujeres por amor. Los asesinos hombres son fríos y toman características inhumanas. Tal vez, Syria Poletti quiso traspasar al papel justamente aquello que perpetuó su soledad hasta el fin de su vida. Su cuerpo marcado por una dura enfermedad la hizo sentir que el amor no puede separarse de esa pasión física que una mujer como ella no podía despertar. Esta incapacidad masculina de amar sin involucrar lo pasional en ello parece distinguir a los hombres de las mujeres, según lo que la obra de Poletti dice: los personajes masculinos de Historias en rojo son animales esclavos de su pasión, capaces de todo por ella. Las mujeres asesinas son absolutamente emocionales, matan por sus hijos, o por aquellos a los que aman como a hijos.

Un deseo de protección llevado a límites anormales, amor malentendido, mantenimiento de funciones a las que debe renunciarse cuando el hijo se hace independiente: estas son las características que estas madres asesinas presentan, figuras maternales que parecen reflejar la carencia máxima de una autora marcada por el abandono de su madre. Estos asesinatos son la expresión máxima de un deseo de niña: tener a una madre capaz de todo por ella. Celia Correas de Zapata dice que "La obra narrativa de Syria Poletti está asignada por una insobornable rebeldía".

Sin duda es así, pero esta rebeldía es la misma respuesta que un niño herido da a un mundo siniestro, cruel e insensible.

Syria Poletti tuvo una producción literaria vasta y exitosa desde el comienzo, en 1961 publicó su novela Gente conmigo, que obtuvo el Premio Internacional Losada y el Premio Municipal de Buenos Aires, seleccionada entre las diez mejores novelas sudamericanas por la Editorial Alan Williams de New York y llevada al cine con la adaptación de Jorge Masciángioli  bajo la dirección de Jorge Darnell, en 1965. Además fue traducida al alemán, checo, inglés e italiano. En 1964 publicó Línea de fuego, libro de cuentos que se incluyeron en diversas antologías y que fueron llevados a la televisión en varias ocasiones.

En 1965 obtuvo en Madrid, el Premio Doncel por su libro de cuentos infantiles Botella al mar. En 1969 publicó Historias en rojo que obtuvo el Primer Premio Municipal de Buenos Aires. En 1971 apareció Extraño oficio (Crónicas de una obsesión), novela propuesta para el Premio Nacional de Literatura de ese año. En 1972 publicó Reportajes supersónicos, libro infantil que obtuvo la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores.



En 1974, Syria Poletti fue distinguida por el Gobierno italiano con el título de Gran Caballero de la Estrella de la Solidaridad, por su obra cultural en Italia y Argentina. En 1977 publicó Taller de imaginería y en 1989 ...Y llegarán Buenos Aires.

Fue reconocida en muchas ocasiones por su labor de acercamiento cultural entre Italia y Argentina y por su destacada participación como mujer en el ambiente cultural. Publicó una gran cantidad de libros para niños, además de los ya mencionados, que originó una selección en 1987 titulada 100 cuentos de Syria Poletti.

Con todo este acumulado de obras, Syria Poletti no es leída lo suficiente. Los memoriosos la recuerdan como una luchadora que nunca quiso entregarse. Recibió premios que siempre los vivió como un desafío: Premio Internacional Losada 1961. Segundo Premio Municipal 1962. Primer Premio Municipal 1967. Premio Internacional Doncel de cuentos infantiles, España, 1965. Premio Ibby (UNESCO) por obra infantil, Alemania, 1972. Premio Sixto Pondal Ríos para autores consagrados, 1984. Premio de la Cámara Argentina de Publicaciones, 1984. Premio de la Asociación Argentina de Lectura, 1984. Premio Konex de Platino Literatura para Niños, 1984. Diploma al Mérito (Konex) Literatura para Niños, 1984. Premio de la UNESCO, Japón, 1985.

Syria no abandonó nunca la costumbre de visitar colegios, autografiar libros,  conceder entrevistas e intercambiar ideas con sus jóvenes lectores. En ocasiones, antes de escribir un cuento, lo narraba experimentalmente ante una audiencia de alumnos, para medir reacciones y contrastar desaciertos. A veces modificaba un final o daba mayor peso a un personaje, de acuerdo con las sugerencias que los niños aportaban durante una visita.

En este escenario, Syria Poletti apareció mostrando a las nuevas generaciones una imagen de escritora humanizada, soñadora y sufriente. Por añadidura intelectual, rebelde, curiosa, punzante y despiadadamente racional. Tal fue su palabra desnuda y tal su legado.

Con su apertura a las jóvenes generaciones, Syria demostraba que la palabra no pertenecía a las élites, sino a la gente, al decir de Gianni Rodari, “no para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo”.

Por otra parte, Syria sostuvo una activa correspondencia con grupos de alumnos de numerosas escuelas. En especial con los adolescentes, quienes le escribían para confiarle sus problemas de identidad o de existencia solitaria.

Hasta el momento, una escuela argentina en la Provincia de Córdoba, dos Bibliotecas infantiles y la perteneciente al E.F.A.S.C.E. de Buenos Aires tienen a Syria Poletti como Madrina.

Cientos de docentes y alumnos argentinos conservan el recuerdo de un vínculo directo con esta autora y – a través de su palabra – con la cultura italiana.

He aquí por qué Syria no renunciaba a esta cercanía. Los jóvenes fueron su fuente mágica tanto como su propia infancia.

Querido Ariel:

Me preguntás cómo nace la vocación de ser escritor y ¡es tan imposible de definir en una sola respuesta! Desde lo anecdótico, la clave se encuentra en la propia historia, única e irrepetible. También puedo afirmar que hay un momento en la vida de todo escritor en el que descubre la magia de la palabra.

De pronto la vida se corta por un fogonazo, y de ahí en más es "antes" y "después" de ese instante en el que te llegó la verdad: el valor de la palabra para comunicar.

Un día, cuando yo era chica, cruzaba un caminito de campo, al borde de un arroyo, una mujer joven, arrodillada sobre una tabla de lavar ropa, semihundida en las aguas, me vio y me llamó. Yo me acerqué y ella vino hacia mía con las manos chorreantes, con una expresión entre desconfiada y esperanzada a la vez. Y me preguntó:

-¿Es cierto que vos sabés leer?

-Sí, es cierto-contesté.

-¿No me decís una mentira? Mirá que si me mentís, te pego.

-Pégueme, pero yo sé leer.

En ese entonces, yo creía que sabía leer todo lo que estaba escrito.

La mujer sacó del bolsillo del delantal una carta, húmeda y arrugada y, tendiéndomela, me dijo:

-Leémela… Pero sin mentiras.

Leí: "Querida Juana: si es verdad que vas a tener un hijo nuestro, como me enteré, yo volveré a tu pueblo y me casaré contigo. Eriberto."

-¿Eso dice? ¿Eso?- preguntó la mujer anhelante, incrédula.

-Eso dice: "Me casaré contigo. Eriberto."

-¿Y firma Eriberto? ¿Eriberto?

-Firma Eriberto. Mire la "E".

La mujer se puso a llorar y me besó las manos con unción. Yo me sentí muy avergonzada. Retiré las manos, molesta, y le dije:

-¿Por qué me besa las manos?

Y ella me contestó:

-Porque no puedo besárselas a quien te enseñó a leer.

Y ahora no sé si eso pasó ayer, esta mañana o hace cien años; pero sé que pasa todos los días. Espero que entiendas.

Syria (del libro Cartas para una adolescente)

Falleció en Buenos Aires el día 11 de abril del año 1991.


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