El periodismo de investigación, considerado en la mayoría de los casos como una forma concreta y descarnada de presentar hechos asociados con la corrupción, acontecimientos políticos, sociales y culturales demasiado oscuros, historias mafiosas y entretelones farandulescos ligados al poder y al dinero; desnudó a través de esa plataforma una imagen que los comunicadores han utilizado hasta el hartazgo, mostrando ese submundo residual no siempre lleno de felicidad. En ese camino donde se entrecruzaba la militancia
partidaria y la denuncia vana, las editoriales tuvieron un período de esplendor
desligadas de la pulseada con los autores de ficción. Entre el ensayo de denuncia y la
crónica despiadada, este género fue encasillando temas de actualidad que el
lector necesitaba conocer alejado de la certeza bíblica de los matutinos o las revistas semanales. El
periodismo de investigación en Argentina, según el profesor Dafne García
Lucero… “es explicable desde las
implicancias que trajo aparejado un gobierno dictatorial (1976-1983), lo cual
generó y -lamentablemente- propició una prensa de la dictadura. Esto entendido
en dos sentidos en franca oposición: aquella prensa que apoyó el régimen y
aquellos otros medios que desde sus páginas (no siempre publicadas) la
cuestionaron y enfrentaron.
Esta
situación hizo que se ahondara aún más el descreimiento de la gente en los
discursos, sean estos de la índole que sean, incluyendo los periodísticos.
A su
vez, parte de la prensa de la dictadura originó la denuncia y el claro
posicionamiento ideológico por las empresas periodísticas y de los trabajadores
de los medios, los periodistas.
A
esto se acostumbró el público: a leer denuncias y a buscar en los medios lo que
desde el poder se intentaba mantener oculto.
La
apertura democrática en 1983 significó una revisión de la historia argentina,
donde se intentó aclarar y conocer los hechos, pero también llegar a las
pruebas de los mismos. Cito por caso, el juicio a la Junta Militar, la difusión
masiva a través del Informe "Nunca más."
¿Cómo
incorporó la población argentina el hecho de haber estado expuesta durante años
a mentiras? Es un interrogante que excede este trabajo, pero indudablemente
esto tuvo hondas repercusiones en el concepto de lo verdadero y de lo que se
define como noticia.
Aquí,
se podría afirmar que la única respuesta para la prensa era un descrédito cada
vez mayor.
Pero,
en el marco de instituciones jurídicas y políticas corruptas que no parecen
haber llevado a cabo una revisión y superación de sus errores y omisiones, el
periodismo argentino se erigió como el discurso social más creíble, en un marco
claro de discursos no creíbles.
¿Es
que, acaso, el periodismo hizo una revisión de sus actitudes y posicionamientos
durante la dictadura? Creo que no. Entonces, ¿cómo fue posible que el
periodismo fuera y siga siendo el discurso más creíble?
Tal
vez porque se rescató y mostró aquella parte de la prensa que enfrentó a la
dictadura, la línea periodística de la denuncia, o tal vez, porque la gente
nunca dejó de creer en lo que decían los medios: ni en los ’70 ni en los ’80 ni
en los '90. Puede ser, pero sinceramente, la teoría de un receptor pasivo es
muy difícil de sostener.
Es
más probable sostener que a pesar de no haber revisado sus responsabilidades y
exponerlas públicamente, el periodismo se abocó a la tarea de superarse y de
adaptarse a nuevos tiempos.
El
periodismo es una consecuencia de la modernidad: tanto por su apego a la
verdad, como por su creencia en la objetividad. Pero, sobre todo, lo es, por
presentar la realidad bajo la forma de noticia, descontextualizada, aunque con
una apariencia de totalidad.
En la
actualidad, en el marco del desencanto y el fragmento, dentro del campo de los
medios de comunicación, aparece el periodismo de investigación como un intento
y una necesidad de reconstrucción de un discurso completo. Esto, se intenta con
el aporte de un elemento fundamental: las fuentes de la documentación. A partir
de aquí se busca completar el discurso periodístico y suplir las limitaciones
de la objetividad. Gracias a la exposición de las fuentes se incluye al lector
en el proceso de comprensión de los hechos, mostrándole los indicios y pruebas
que el periodista investigador fue recogiendo y relacionando para descubrir lo
oculto. De esta manera, se toma al proceso de investigación periodística como
vía hacia la comprensión, tal como ocurre con el discurso moderno por
excelencia, el científico.
A su
vez, con la exposición de los hechos y fundamentalmente con las pruebas, se
mantiene la idea moderna de la verdad como meta.
Es
decir, que el periodismo de investigación puede entenderse como un intento de
recuperación de los discursos completos, de los metarrelatos.
En
tiempos de la postmodernidad, se erige como una posibilidad discursiva moderna
y al dar algunas seguridades, se torna confiable.
Esta
confianza se ahonda mucho más en un contexto sociopolítico como el argentino,
cargado de engaños, desencantos y ávido de certezas y explicaciones”.
También es cierto que esta forma de presentar las cosas sin maquillaje trajo una renovada mirada sobre cierta prensa
hegemónica por donde pasaba la opinión de la sociedad. A veces las tapas de los
diarios marcaban el camino a los políticos y los comunicadores se transformaban
en verdaderos gurúes o pronosticadores del diario vivir. La elasticidad de criterios permitió reorganizar una nueva
dimensión donde ya no fue tan segura la primera plana de los matutinos y las
opiniones sumadas a las críticas dejó paso a la polémica y al disenso.
Dentro de este marco de referencia acudimos a María Seoane quien expresa que "hubo varias etapas en los libros de
investigación periodística - María Seoane,
es la autora de una decena de ellos, como La noche de los lápices y la biografía de Mario Santucho-; hasta promediar la década del 90, fueron decisivos
los libros que analizaron y revelaron las razones de la violencia política,
tanto de los civiles como luego del terrorismo de Estado durante la dictadura.
Acompañaron e hicieron más pleno y consciente el juramento civilizatorio de
Nunca Más. Después, llegaron otros, un aluvión de denuncias sobre la corrupción
económica y política de la década menemista. Son libros que pusieron palabras a
mucho de lo que no se había podido nombrar: muerte, violencia como acción
política, asesinato estatal, corrupción, estallido social y político."
Seoane entiende que estos libros "alimentaron una conciencia más
democrática, ayudaron a creer más en la justicia, en la ley, en las instituciones.
Que son bienes -precisa- que debemos regar entre todos, para desterrar la
intolerancia y para que nunca más las armas reemplacen la política".
Prácticamente la totalidad de
los especialistas consultados -autores, periodistas, historiadores e investigadores,
editores- mencionaron como símbolo de investigador de estas décadas al
periodista Horacio Verbitsky y como tomo emblemático, su trabajo Robo para la corona. De todas maneras la lista sería interminable y
en ese aspecto nuestro espacio quedaría acotado.
Siguiendo con esta línea, nos interesa ocuparnos de una periodista que trajinó este terreno con total dedicación. Viviana Gorbanto (1950-2005) no fue una anónima cronista, su paso por el periodismo dejó para todos nosotros un claro ejemplo de cómo mostrar la cotidianidad sin luces de colores y la mejor demostración es la vigencia de sus notas y crónicas, algunas material permanente de consulta en academias de periodismo o cátedras universitarias. Tomemos como muestra la que sigue:
EL FANTASMA DE ROSENDO
Entrevista personal de la
autora.
“No Dardito nunca hubiera
podido matarlo a Vandor. El padre nunca se lo hubiera permitido”, afirma,
presurosamente, Gazzera cuando se lo interroga acerca de esta publicación de El Descamisado. El fantasma de Rosendo y del líder de la Operación Cóndor
vuelven a aparecer en ese número del
órgano montonero. En un discreto recuadro se transcribe una carta del
lector Ramón Sergio Cegain de Capital dirigida al director de la revista.
El lector Cegain se refiere a una nota anterior publicada por el semanario donde se dijo que “oficialmente nunca se aclaró el crimen de Rosendo García, Blajakis y Salazar. Sólo el escritor Rodolfo Walsh –basándose en firmes testimonios- asegura que Augusto Timoteo Vandor fue el asesino de Rosendo García”.
Cegain, a continuación, manifiesta haber leído el “libro de referencia y creo que los testimonios no son suficientes como avalan todas las afirmaciones del mismo. Como el resto de la nota me parece bien fundamentada, desearía saber si el párrafo mencionado tiene en cuenta la gente en que se valió Rodolfo Walsh para hacer el relato y si ustedes están en condiciones de avalar a su vez las opiniones del escritor sobre los hechos ocurridos en la confitería La real, de Avellaneda”,
La respuesta firmada por el “El Director”(Dardo Cabo) dice textualmente; “Nuestra calificación de firmas testimoniales refiriéndonos al libro de Walsh, se basan en la propia afirmación del autor del libro y en nuestra nota abarcan únicamente lo referente a lo sostenido por Walsh en cuanto a la responsabilidad de Vandor en este hecho. El resto del libro no es avalado por la dirección de la revista y corre por cuenta del autor del libro”.
Los que hayan leído el trabajo de Walsh pueden entender sin problemas el sentido de este intercambio epistolar. Para Dardo Cabo, avalar totalmente las investigaciones de “¿Quién mató a Rosendo?”, equivalía a admitir que su padre Armando Cabo era el asesino de Salazar.
Gazzera sonríe, enigmáticamente, y pide a la autora que se pare. En la pared, muestra orgulloso una carta de Perón dirigida a él donde se alude como correo a Dardo Cabo: “Fíjese lo que le muestro. Dardito no pudo haber sido. Yo me comunicaba con Perón a través de él después de la muerte de Vandor. No, el padre nunca le hubiera permitido que él o uno de los suyos lo matara”.
NOCHE TRAS NOCHE
Fragmento
Fragmento
Las anfetaminas formaron también parte de la tragedia de la excelente poeta Alejandra Pizarnik, una de las más importantes escritoras argentinas que es objeto de culto de las nuevas generaciones. En la madrugada del 25 de enero de 1972, Alejandra se suicidó tomando cincuenta pastillas de seconal sódico. Es una muerte ritual. Cuando sus amigos entraron a su departamento de la calle Montevideo, encontraron a sus muñecas maquilladas y entre sus papeles de trabajo, un texto perturbador: “No quiero ir más que hasta el fondo”. Fascinada por la imagen de los artistas malditos (Rimbaud, Artaud, Mallarmé), ella había querido construir “el poema del cuerpo con mi cuerpo”.
Su primer contacto con las anfetaminas no tuvo nada que ver con la poesía. En la década del 50, cuando iba al colegio secundario, todos la recuerdan gordita, con el delantal arrugado y las medias caídas y granitos en la cara. La escritora Cristina Piña cuenta que “a pesar de que ya había empezado a tomar Parobes (remedio para adelgazar hecho a base de anfetaminas), en uno de los bolsillos del delantal guarda los restos de unos adorados sandwiches de mortadela que, pese a la batalla contra la gordura, no puede dejar de comer”. Alejandra no era gorda, sino gordita, pero su lucha contra los kilos de más tenía que ver con un ideal de flacura que luego consagraría a la modelo Twiggy -que pesaba 42 kilos y parecía un chico desnutrido de Biafra- como el símbolo de la belleza femenina moderna.
Noctámbula empedernida, frecuentadora de cafés tanto en Buenos Aires como en París donde conoció a los más famosos escritores latinoamericanos y europeos, Alejandra Pizarnik abusó de las anfetaminas tanto para sostener su inspiración literaria como para combatir sus crisis depresivas. Pero su inicio en la adicción tiene que ver, como explica Cristina Piña, con su rebeldía frente a ese cuerpo que no condecía con sus búsquedas de belleza y espiritualidad.
A Alejandra Pizarnik sus amigos la llamaban “La Farmacia” por su adicción a las pastillas. No pertenecía al circuito rockero y hippie, sino a los cafés de la calle Florida, a las reuniones literarias con Silvina Ocampo, Manuel Mujica Láinez, Elvira Orphée, Alberto Girri u Olga Orozco, su gran consejera. Era una marginal exquisita, que se rebelaba contra la sociedad burguesa y se sentía parte de una aristocracia del espíritu.
Alejandra Pizarnik, como Tanguito y sus amigos, hacía también el culto al no dormir, ya que siempre trabajaba de noche. En 1965, Editorial Sudamericana publica su libro de poema La noche y sus trabajos en donde vuelca todas sus obsesiones.
En
la noche, a tu lado,
las
palabras son claves, son llaves
El
deseo de morir es rey
Alejandra
no concebía el amor como mañana radiante o como sol.
Tú
hablas como la noche
te
anuncias como la sed
Su
vida y sus pasiones también tienen que ver con la oscuridad. Se define a sí
misma como un puro errar nocturno:
he
sido toda ofrenda
un
puro errar
de
loba en el bosque
en
la noche de los cuerpos
Con
sensibilidad femenina, su biógrafa Cristina Piña señala cómo la gordura fue su
obsesión hasta sus últimos momentos. Ella que siempre se había escondido bajo
vestimentas estrafalarias (sweaters y pantalones holgadísimos, tres talles más
amplios de los que se correspondían), en sus últimos días solía fotografiarse
desnuda o abrir la puerta de casa en bombacha y corpiño para escándalo de sus
visitantes. Mostraba su cuerpo, porque después de tantas anfetaminas se había convertido
en una mujer delgada, aunque cercana a la locura.
Alejandra Pizarnik no se puede comparar con Samantha, que con su ombligo al aire, dice por televisión que las “mujeres me envidian porque no tengo pancita”, pero es indudable que existe una relación entre drogadicción e ideales eróticos femeninos que persisten a través de los tiempos y reaparecen bajo distintas formas.
En mi generación, la moda Twiggy coincidió con la venta libre de las anfetaminas como remedio para adelgazar. Descubro que los narcos vendían cocaína a las adolescentes en los Estados Unidos argumentando que era buena para adelgazar.
Actualmente, que se usa la onda cadáver o enferma, cuerpo esquelético y ojeras pronunciadas de tuberculosa como la modelo Stella Tenant, no es raro que la droga top sea el éxtasis, que se vendió hasta los años 20 como remedio anorexígeno.
Leyendo a Antonio Escohotado descubro que en algunas versiones medievales las brujas no eran horribles señoras de cabellos desgreñados, sino esbeltas jovencitas conocedoras de filtros, ungüentos y pomadas capaces de inducir a trances y viajes hipnóticos. Esos ungüentos eran hechos a base de hachís, flores de cáñamo hembra, opio y solanáceas, hongos y setas visionarias. La piel de sapo, animal preferido de esas damas, contiene una droga llamada dimetilprimtamina o DMT, parienta lejana del actual “éxtasis”. Las brujas no eran saludables matronas, sino flacas anoréxicas que se pasaban la noche adorando a Satán. En vez de ir a las discos, se encontraban en Sabbaths en medio del bosque, pero como muchas adolescentes de ombligo al aire tampoco dormían hasta el amanecer.
MACOCO, EL PLAYBOY DEL SIGLO
"Para
ser playboy hay que tener mucha plata, cultura, amistades, simpatía, decencia y
mundo. Los viajes son imprescindibles. Yo me río de los playboys criollos de
ahora. ¡Qué van a ser playboys! Son garuferos, garuferos locales".
"Una carrera de autos cada tanto, y después a emborracharse a 05. ¡Por favor!"- le comenta en una nota Macoco Alzaga Unzué al periodista Alfredo Serra en diciembre de 1967, poco antes de su muerte.
Para
Macoco, un playboy no es tal hasta que no haya participado de un safari
africano y desconozca los placeres de dar la vuelta al mundo en el yate de un
príncipe hindú.
Es
probable que muchos hoy ni siquiera sepan quién fue Macoco Alzaga Unzué, pero
su nombre era ya leyenda en la década del '60. Cuando Alfredo Serra lo
entrevista, vive casi de prestado en un modesto departamento de Barrio Norte,
en Peña al 3100.
No
es exactamente el departamento de un playboy, o lo que se supone debe ser el
departamento de un playboy.
Es
inútil buscar huellas de excitantes batallas contra el sexo femenino: no hay
botellas vacías, ni vasos en el suelo, ni colillas manchadas de rouge, ni
prendas sospechosas asomando por cajones mal cerrados.
Los
muebles denuncian un antiguo esplendor, aunque los pelos de Isabel, Alicia y
Rayita, tres gatas que desde hace un lustro comparten la intimidad del dueño de
casa, traten de desmentirlo clavándose tenazmente en el terciopelo rojo de los
sillones.
Cierto
desorden aristocrático mezcla pesadas piezas de plata vieja con fotografías
amarillentas de hermosas mujeres. Al pie de esas fotografías se lee casi
invariablemente "Darling Mac" o "I love you".
El
playboy luce un cuerpo todavía atlético, casi 1,80 m . de estatura,
enfundado en pantalones de hilo y una camisa azul con pintas blancas, pelo ralo
engominado y ojos celestes continuamente ayudados por anteojos.
Su
fama de play-boy lo llevó a la ruina. Dos tías millonarias, horrorizadas por
las andanzas de Macoco en Nueva York, lo desheredaron sin darle siquiera la
oportunidad de defenderse.
"Me
perdí dos fortunas en tres segundos, los que tardó el escribano en firmar el
nuevo testamento. Lo peor es que mis tías me desheredaron porque leyeron en los
diarios norteamericanos que yo me había casado siete veces, cuando en realidad
fueron solamente dos.
Lo
que pasa es que en EE.UU. un tipo no puede salir una semana seguida con una
mujer sin que todos crean que se ha casado o que se casará con ella".
Pero
no son sólo siete matrimonios los que apuntalan el curriculum de Macoco.
Por
largos años, testigos de la Bs.As. de los años locos han repetido esta
historia: "Un día, Macoco fue a Gath y Chaves a cambiar un par de guantes,
pero en lugar de entrar caminando y por la puerta, entró en automóvil y por la
vidriera. Después, en medio del escándalo, pagó los daños y se fue sin perder
el señorío. Lo hizo porque sí, por pura diversión".
Además
otros biógrafos del playboy recuerdan sus picadas frente al hipódromo, que no
dejaban dormir al presidente Marcelo T.de Alvear, su amistad con Al Capone, el
caso de una rubia que quiso tirarse de cierto piso 25 y otros tormentosos
acontecimientos que de algún modo duermen encerrados en polvorientos álbumes
fotográficos.
Su
verdadero nombre era Martín Alzaga Unzué y había nacido en 1901 en Mar del
Plata, de casualidad porque su padres estaban veraneando allí.
El
sobrenombre Macoco se lo puso su padre cuando era chico, pero años después en
un viejo mapa de África descubrió que había en ese continente un lugar que se
llamaba Reino de Macoco donde había todavía caníbales. (...)
Conoció
los mejores colegios argentinos y europeos, pero fue prácticamente echado de
todos. Cuando dos tías lo dejaron internado en una escuela inglesa, no encontró
mejor manera de liberarse que prenderle fuego a medio colegio.
Gran
entusiasta del automovilismo, corrió en importantes premios internacionales. En
1924, conoce al boxeador Luis Ángel Firpo y gracias a él frecuenta a los
gánsters que manejan el negocio.
"Llegué
incluso a ser amigo de Al Capone ignorando realmente quién era. Un día, después
que muchos amigos me vieron tomando copas con él, uno de ellos me dijo: '¿Vos
sabés con quién andás, Macoco? Tené cuidado, ése es el tipo más peligroso de
Norteamérica'. También estuve un tiempo con una rubia que era al mismo tiempo
amiga de un notorio pistolero. Yo lo ignoraba, y creo que por eso me perdonaron
la vida" - le explica con cierta maliciosa ingenuidad a Serra.
Pasada la época gloriosa del Armenoville, Buenos Aires le parece chata. Entonces va y viene de París a Buenos Aires, como en un tranvía.
Llegó
a hacer cuarenta viajes de ida y vuelta. En los cabarets porteños, hacía cerrar
las puertas y él pagaba todo el gasto de la noche. Se llevaba elencos enteros
del teatro de revistas a sus aguantaderos.
Conseguía
permisos de importación intercambiando queridas por decretos o reglamentos, ya
que era amigo de ministros y embajadores.
Trajo
los modelos más lujosos y la última novedad en coches de carrera. Introdujo los
esquíes acuáticos y las primeras lanchas deportivas.
Viajaba
repentinamente a París nada más que para comer con Sarah Bernhardt. Otras veces
viajaba a Norteamérica para administrar el laberinto de sus boites.
Su
verdadera fuente de ingresos, le confiesa a Serra, era el Morocco, el club
nocturno más caro del mundo.
"Pero
esa historia empezó en 1926. Ese año conocí a John Perona, un ítaloyanqui que
empezó como lavacopas y llegó a tener una fortuna.
Tenía
un spaghetti house, una cantina, en la calle 46 de New York. Allí, junto a una
ventana, Luis Ángel Firpo comía media docena de platos de tallarines sin
respirar, y una multitud lo miraba asombrada a través de la vidriera.
Nos
hicimos muy amigos y al poco tiempo abrimos el Bath Club, un cabaret de
superlujo con bar giratorio: de un lado, despacho de bebidas; del otro, con
sólo apretar un botón, espejos y bailarinas. Lo hicimos así para eludir las
inspecciones de la famosa Ley Seca. Pero una noche de 1928, una banda de
gángsters destrozó el club a hachazos porque nos negamos a comprarles su mala
bebida".
De
todas maneras, el éxito obtenido los impulsó a seguir incursionando en la noche
norteamericana.
"En
1931, recorriendo la ciudad, descubrimos un local casi derruido que era de un
anticuario. Lo compramos, lo decoramos, forramos los asientos con piel de cebra
(un impacto increíble) y lo llamamos Morocco. Fue el más célebre y exclusivo
del mundo entero. No hubo artista, periodista, millonario, príncipe o rey que
no integrara la clientela. Ganamos una fortuna, pero tuve que retirarme porque
la ley me exigía pagar impuestos dobles: por mis bienes en EE.UU. y en la
Argentina".
Antes
de abrir el Morocco, Macoco Alzaga Unzué fue a un safari al África para cazar
las cebras con cuya piel forraría los sillones del club. En el Morocco solían
encontrarse Marilyn Monroe y Truman Capote.
En
1941 Macoco se casa en segundas nupcias con Kay Williams, la más cotizada de
las modelos de New York, que posaba para los anuncios de los cigarrillos
Chesterfield. Tres años después se divorcian. Ella se casó con Clark Gable, al
que Macoco llama " el orejudo".
Entre
sus hazañas, figura haberse traído El Lido completo de París a actuar a Buenos
Aires y haber lanzado enanos desnudos por la calle Florida simplemente para
divertirse.
Viviana Gorbato creció en el seno de una familia judía de clase media alta. Cuando era adolescente hizo una revista con sus amigas de la escuela secundaria, formó un grupo de teatro, y ganó un concurso literario por un libro de relatos que nunca publicó. Típica rebelde acomplejada, desafiante siempre para esconder su timidez. Se graduó de profesora de Literatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA (Universidad de Buenos Aires) y sólo quiso escribir. Obtuvo un General Certificate of Education (Certificado General de Educación) en la Universidad de Londres. En sus primeros años trabajó como redactora publicitaria y posteriormente fue directora creativa en la agencia Johnson, Benton y Bowles. Ejerció como profesora de literatura hasta 1984. Cuando el periodista Jacobo Tímerman (1923-1999) asumió la conducción del diario La Razón, ella le escribió pidiéndole que le permitiera trabajar con él en su medio. Tímerman la contrató. Después trabajó de redactora en el semanario El Periodista de Buenos Aires, y publicó notas y colaboraciones en los diarios Clarín y Página/12, Arca de Sur y Nuevo Sión. Ejerció la docencia sobre métodos de investigación periodística en la Universidad de Belgrano y en la UBA.
En
Fruta prohibida (2000) recorrió los circuitos de encuentro de los homosexuales,
y recibió elogios y críticas; hubo quien cuestionó el libro comparándolo con
«un paseo por el zoológico».
Para
escribir La Argentina embrujada... el supermercadismo espiritual de los ricos y
famosos (1996) se infiltró en la secta Escuela de Yoga de Buenos Aires con la
excusa de escribir un libro a favor del líder, Juan Percowich. El libro trató
sobre mentalistas y gurúes y su influjo sobre figuras de la política y el
espectáculo. Fue momentáneamente prohibido por un juez ante la demanda de una
directiva de una escuela de yoga que aparecía fotografiada. Cuando
el libro empezó a ser vendido en toda la Argentina, el juez porteño Luis
Alberto Dupou prohibió a la editorial Atlántida su distribución. Días después,
Gorbato participó en el programa Almorzando con Mirtha Legrand, donde expuso el
problema de las sectas destructivas en Argentina. A raíz de estas
declaraciones, debatió con Claudio María Domínguez ―seguidor de Sai
Baba y promotor de sectas en Argentina, como la del pedófilo Maestro Amor― en
un programa de espectáculos.
"Escribí
ese libro para prevenir a incautos sobre el fraude y la estafa. Yo digo que es
un manual de autodefensa. Chesterton decía: «Cuando el hombre deja de creer en
Dios, empieza a creer en todo»".
Desde
2004, Gorbato dirigía el programa de radio Generaciones en conflicto, en Radio
Cooperativa (Buenos Aires), junto con los periodistas Bruno Gerondi y Gabriel
Zicolillo.
El
10 de mayo de 2005 sufrió una «descompensación grave» en su departamento en el
centro de la ciudad de Buenos Aires. Fue asistida por paramédicos del SAME,
pero falleció después de las 9 de la mañana. Ese mismo día se afirmó que «arrastraba una enfermedad» desde hacía tiempo. En 2011, el
escritor y sociólogo Juan José Sebreli (1930-) expresó en sus memorias que
Viviana Gorbato se suicidó. Esta afirmación le trajo aparejado al autor la crítica de toda la familia de la escritora. Sin embargo, Sebreli concluiría que Viviana, desde hacía tiempo, era dependiente de psicofármacos y eso de la "descompensación grave" obedecía a la saturación de su organismo con drogas.
Está enterrada en el Cementerio Jardín de Paz, en Pilar (provincia de Buenos Aires).
Está enterrada en el Cementerio Jardín de Paz, en Pilar (provincia de Buenos Aires).
Su obra literaria es la siguiente:
1992: Vandor o Perón. Buenos Aires: Tiempo de Ideas.
1992: Vandor o Perón. Buenos Aires: Tiempo de Ideas.
1994:
Los competidores del diván: el auge de las terapias alternativas. Buenos Aires:
Espasa Calpe.
1995:
Amor y sexo en la Argentina (en colaboración con Susana Finkel). Buenos Aires:
Planeta
1996:
La Argentina embrujada: el supermercadismo espiritual de los ricos y famosos.
Buenos Aires: Atlántida.
1997:
Noche tras noche. Buenos Aires: Atlántida.
1999:
Montoneros, soldados de Menem, ¿soldados de Duhalde? Buenos Aires:
Sudamericana.
2000:
Fruta prohibida. Buenos Aires: Sudamericana.
2000:
Vote fama. Buenos Aires: Sudamericana.
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