Hace
unos años, Juan Sasturain recordaba a Nicolás Olivari (1900-1966), con una
colorida crónica publicada en Página 12:
Olivari,
el blues porteño
Justo
había empezado a leer a Nicolás Olivari, cuando se murió. Recién caído en
Buenos Aires y en la facultad, entre Illia y Onganía, yo era un pibe, tenía
veintiún años, y él los últimos sesenta y seis que yo tengo ahora. Lo había
descubierto en una edición de La musa de
la mala pata de Editorial Deucalión, una colección dedicada a Boedo y
Florida donde encontré al otro Tuñón, Enrique, con Camas desde un peso. Después leí El gato escaldado que rescató el Centro Editor, con aquel prólogo
programático y provocador que es el equivalente, para la poesía, de lo que fue
entonces, para la narrativa, la incitación pugilística arltiana, la tan citada
del cross a la mandíbula.
Es
obvio que no se leía a Olivari en el ámbito académico, por decirlo así. El
veterano Julio Caillet Bois, que teníamos de profesor, no lo incluyó –ni a él
ni a Tuñón: Raúl, en este caso – en una antología, preparada para Eudeba, de
poetas del primer tercio del siglo XX. Parece mentira.
Pero
no, era así. El viejito de pelo blanco, amable y sereno, que aparecía en la
contratapa de su libro póstumo de crónicas porteñas, no había sido nunca un
escritor cómodo, accesible, compartible sin salvedades. Y mucho menos de
muchacho, cuando encarnó lo más saludablemente corrosivo de la vanguardia
poética. Así, Olivari, creador múltiple –ya que escribió también cuentos,
alguna novela, teatro y radioteatro, crónicas, películas, un tango famoso que
grabó Gardel: “La Violeta”–, ha sido un autor temible y temido, difícil de
clasificar y sobre todo de manipular críticamente.
Recuerdo
que hacia comienzos de los ’70 preparé una antología que nadie me pidió antes,
ni publicó después, con un prólogo pretencioso –que he saludablemente perdido –
y que por entonces poco era lo que había para leer sobre él: un libro extraño
del erudito Bernardo Ezequiel Koremblit: Nicolás Olivari, poeta unicaule (sic),
comentarios de Martín Alberto Boneo y –más cerca– una hermosa nota evocativa,
un retrato del Olivari final que hizo Paco Urondo, creo que en la primera etapa
de La Opinión. Poco más. Al poeta y a
los poemas –digo– no había donde leerlos.
La
República de Boedo, nota de Juan José de Soiza Reilly en la revista Caras y Caretas Nº 1671 del 11 de
octubre de 1931. Clic para descargar.
Recién
hace unos años, cuando El Octavo Loco,
con la perspicaz mirada crítica de Ojeda y Carbone, volvió a editarlo en prosa
y verso, tras el rescate que significó la re-aparición de El hombre de la baraja y la puñalada en Adriana Hidalgo, el lector
pudo volver a encontrarse con “La costurerita que dio aquel mal paso” –un
soneto como el de Carriego, pero arrasado de ironía–, “Nuestra vida en
folletín”, “Antiguo almacén A la ciudad de Génova” y otras extrañas maravillas,
inevitables en la más exigente antología de nuestra poesía contemporánea.
Esa
edición cuidada y fervorosa de sus tres primeros libros de poesía, escritos,
como los de Borges, a lo largo de aquella década del ‘20 prodigiosa para la
lírica argentina, incluye poemas desparejos en calidad, pero uniformados por un inconfundible y poderoso aliento.
Es que La amada infiel (1924), La musa de la mala pata (1926) y El gato escaldado (1929) se leen como un único y originalísimo texto
poético que no se parece a nada coetáneo. Porque si bien Olivari pertenece a
una generación, a una ciudad y a una condición social precisas –que él subraya
a menudo–, puesto a escribir rompe con todo, se va de cauce y de causa, patea
intencionadamente el tablero. Incluso para el lector que entra sin aviso ni
vacuna –o, a la inversa, con prejuicio o preconcepto positivo– suele operar una
fuerza centrífuga, una cierta resistencia que impide o dificulta entrarle con
facilidad.
En
el esquema con que se describe aquel momento de la poesía argentina, se redunda
en la oposición Boedo-Florida, el barrio y el centro. Groseramente, la
izquierda y el compromiso social estaban de un lado; la vanguardia experimental
y el arte por el arte, del otro. Menos Oliverio y la figura magistral de
Macedonio, todo el resto de los que vale la pena acordarse eran (de Borges a
Marechal y Molinari) pibes brillantes de veintipico. También tenían esa edad los
fronterizos y tránsfugas que no encajaban del todo en el esquema simplista: los
mencionados González Tuñón, Arlt y este Olivari, nada menos.
La
originalidad de ese grupo entre grupos, que no es tal ni programático, resulta,
por muchas razones, de lo más interesante. Su obra da cuenta de una mirada y un
“estado espiritual” rico en contradicciones -que son las de la ciudad-, menos
sujeto a dogmas y más pegado a la calle, sin redencionismo social a la
Carriego, ni el turismo urbano del primer Borges. Lo suyo será el grotesco: el
ejercicio de un humor amargo ante la sordidez.
Dijimos
alguna vez que Olivari viene de los barcos -la raíz tana es muy fuerte, como en
los Discépolo-, pero ya no extraña il paese como el ancestro inmediato que
alimentó el grotesco; viene del barrio humilde, pero recala en el asfalto y las
luces del centro –itinerario tanguero, sin su carga sensiblera–, pero, sobre
todo, viene de la literatura: como Arlt se carga de Dostoievski y alucina fuera
de programa, Olivari sale a la calle con la cabeza llena de Villon, de
Lafforgue, de Baudelaire, y pinta y cuenta desde esos modelos revulsivos. Con
vocación de dandy y marginal, se piensa poeta maldito mientras trajina en la
redacción de Crítica, rema con “prosa
asmática” bajo la tutela del capital. Ahí están las tensiones básicas -lo
individual y lo social- entre el ideal y la miseria, belleza y fealdad, todo a
flor de piel y sin resolver. El resultado es una tristeza sin melancolía, el
tedio sin atenuantes, la rabia destilada en puteada, escupida y mueca; el poema
de versos disonantes, cojos, autoconscientes de su rareza.
Hay
una pareja clave en casi todos los poemas: por un lado el yo lírico, la voz
cantante -el joven enamorado, el periodista asalariado, el cliente ocasional,
el paseante cínico-, y enfrente, con el lector de testigo y a veces de
interlocutor, ella en sus tres versiones: la novia inicial que compartió los
perdidos sueños adolescentes -el cine de barrio encarna ese universo de deseos
insatisfechos, de la pantalla a la butaca- y que deviene la sórdida compañera
de la rutina matrimonial; la empleadita, dactilógrafa o modista, sometida y
expuesta a un mercado perverso y desigual; y finalmente, abyecta y triunfal, la
“puta de dos pesos”, la yiranta, la carne callejera que saltó el cerco de la
decencia. La novedad no es el tema sino la mirada al ras, solidaria y cruel a
la vez: el poeta comparte con la yira -retórica pero sinceramente a la vez- un mismo horizonte de frustraciones sin
salida: “Me gustaría tentar otro destino; / pero ya es tarde, / y estamos
clausurados por la desdicha / y por la democracia”. Qué bárbaro.
Nicolás
Olivari murió el 22 de septiembre de 1966, una primavera como ésta de hace
cuarenta y cinco años. 26/09/11
Diego
Arzeno, más conocido como Nicolás Olivari, había nacido en Buenos Aires el 8 de
septiembre de 1900. Poeta, periodista y escritor, desde muy joven abrazó la
carrera periodística colaborando en Crítica,
El Pregón, Noticias Gráficas, Reconquista, La
Época, El Laborista, Democracia, Vosotras, Atlántida, Histonium, Para Tí, Leoplan, como
crítico teatral y en muchos casos cubriendo la jefatura de redacción. Siendo
estudiante, publica un cuento breve, Matón de arrabal, en la revista del
Colegio Nacional Avellaneda, donde ya muestra su dote para la escritura. También
cumplió funciones en revistas literarias, fue guionista de radio y autor de
muchas letras de tango. Sólo o en colaboración con los hermanos Enrique y Raúl
González Tuñón, escribió para el teatro: Un
Auxilio en la 34, que fue la primera, estrenada en 1927. Le siguieron Nuevo, Amargo Exilio, Tedio, Irse, La pierna de plomo, Cumbres
Borrascosas, El regreso de Ulises,
Dan tres vueltas y luego se van, y
con Roberto Valenti armó para la radio Hormiga
Negra y El Morocho del Abasto,
ésta última posteriormente llevada al cine.
Olivari,
hijo de la inmigración italiana, como demuestra su apellido y obra, fue un laburante que tuvo su almacén en la
esquina de Cangallo y Ombú. A ese rincón vuelve con insistencia sus escritos.
"Cinco años de almacén/ más veinte de vida urbana" -cuenta en 1925 en
la revista Martín Fierro-. Pero esa
no es la única medida; otro poema, Cuadro
sinóptico de mi existencia, reconstruye: "Diez horas, diez horas de
almacén,/ Diez horas, diez./ Sacos de garbanzos, "Petit Pois extrafins"
/ y fardos de té", para terminar en un grito de ilusiones perdidas,
"Mamá, mamá, mamá".
Sara Bosoer apunta que “El primer libro que
publica Olivari es un texto escasamente estudiado por la crítica y no siempre
citado en las bibliografías. Se trata del volumen de cuentos Carne al sol de 1922, virtualmente
ignorado como primer obra narrativa ya que en solapas de otros libros y en
diccionarios se menciona La mosca verde,
del año 1933, como la primer producción cuentística del autor (Olivari 2000;
Orgambide 1970; Prieto 1968). Curiosamente, algunas bibliografías fechan la
primera edición de Carne al sol en el
año 1952, pero no citan la editorial. (Orgambide 1970; Prieto 1968).”
“Como
obra de comienzos, Carne al sol
contiene imágenes, escenas, temas, reescritos
por Olivari en sus obras posteriores, incluso reelaborados en sus poesías más conocidas.
El libro se inicia con un texto breve titulado “El inevitable prólogo” en el
que el autor enfatiza, en lo que puede ser leído como un gesto de
posicionamiento inicial: “Yo me lanzo solo, sin prólogos ni palabras liminares
de nadie”. En ese “solo” podríamos leer, también, la situación de toda esa
franja de escritores que, sin el amparo “de alguien bien situado en la palestra
literaria”, intentaban ingresar en la vida pública; “así me conocerían, me iría
abriendo ‘cancha’ en la literatura” afirma Olivari consciente de su condición
de recién llegado. Al margen de toda la red de relaciones tradicionales, estos
jóvenes escritores aspiran a construir nuevas formas de sociabilidad en las que
se pueda prescindir de las formas arcaicas y residuales a las que Olivari, en
este texto, ubica en “la égida paternal de un prólogo de alguien consagrado” y
en una imagen de escritor que enfatiza la excepcionalidad del artista, prodigio
desde la infancia, a la vez que subraya cierta naturalidad en la relación con
la escritura. En un sólo párrafo Olivari condensa los dos problemas, se niega a
esta concepción de la literatura como un don y reitera la distancia que toma de
los autores consagrados. Olivari no recurre a autoridades, pero tampoco se
presenta solo, como pretende, sino “dado de la mano” de su amigo Lorenzo
Stanchina (otro escritor joven, hijo de inmigrantes, que ocupa una posición
similar en el campo) a quien autoriza en el prólogo calificándolo de “héroe,
pues ya va logrando los honores de una discreta celebridad”, y al que consulta
antes de decidirse a publicar los cuentos. Olivari dibuja así, un mapa
imaginario del campo, y muestra cuáles son las alianzas que interesan para una
figura de escritor que se esboza como diferente de las figuras dominantes.”
“Los
nueve cuentos que contiene el libro (“cuentos eróticos” según los define su autor),
en una estética de representación realista, exploran los diferentes escenarios
que se presentan como posibles en la literatura del período (el centro de la
ciudad, el barrio “de progreso”, el conventillo, el suburbio, la quema de la
basura- también un barrio-, el campo del gaucho y el del peón de estancia), y
representan las distintas clases sociales, sus cruces y encuentros. Pero
además, estos primeros cuentos remiten a un diccionario modernista y una
retórica sentimental que serán parodiadas por Olivari en sus producciones
posteriores.”
“Después
de Carne al sol, Olivari escribió y
publicó una serie de novelas cortas: La
carne humillada (1922); Bésame en la
boca Mariluisa! Ave Venus física,
(1923) e Historia de una muchachita loca
(1923). Se trata de textos ignorados, algunos de ellos nunca incluidos en las
bibliografías y desconocidos por la crítica especializada. Bésame en la boca Mariluisa! Ave Venus física es el único de los
libros encontrados que figura citado en
las bibliografías, pero no por la edición publicada por La Novela de Bolsillo, sino en una traducción . Además, Valle, en
su bibliografía, menciona dos libros firmados por Olivari, aún no localizados
por nosotros, que podrían agruparse junto a este conjunto de obras: La mala vida y La canción de los vientres infecundos. Estos relatos pertenecen a las
colecciones de literatura semanal, usualmente llamada “literatura barata” que,
entre 1915 y 1930, con la difusión de numerosas colecciones de relatos breves,
produce un fenómeno editorial hasta entonces desconocido en Argentina (Sarlo
1985; Pierini 2001)”.
Dijo
Olivari: Creo que ningún poeta argentino
ha sufrido como yo el bárbaro chaparrón de las peores injurias. Se me negó con
sistema. Se me aconsejó acremente no escribir más versos, se me disimuló y
ennegreció con las peores tintas y sin embargo, señoras y señores, aquí me
veis tan franco y sereno y sencillo como si nada me hubiera pasado. Que nada
pasó en verdad, porque los que pasaron fueron ellos y yo quedé escribiendo
versos todavía y siempre a pesar de todo. Esta es la alegría que clarifica mi
voz esta tarde.
Jorge
Luis Borges expresa en Estampas
cinematográficas -Buenos Aires, M. Gleizer Editor,1933- sobre El hombre de la baraja y la puñalada que
"Nicolás Olivari es el más indudable
poeta de los que oigo. No creo en su talento: creo en su genialidad, que es
cosa distinta. Sé que decir la palabra genialidad es alzar la voz y que eso es
una descortesía o un énfasis. Que Olivari es un poeta de lo desagradable,
también lo sé; pero esas dos consideraciones -la de la voz baja en la crítica y
la del sedicente buen gusto- se quedan fuera de lo poético. Poesía es
expresión. Olivari expresa con desesperada intensidad el tema que es suyo: el
aburrimiento, el estudio para suicida, el rencor suburbano que ha sucedido a la
compadrada orillera en esta ciudad. Olivari es mucho."
Este
personaje importante de la vanguardia de los años veinte, que contribuyó al
giro lúdico e irreversible de la estética rioplatense, no sólo fue el poeta del
salto de Boedo a Florida. Aquel grupo de Boedo
que fundara junto a Lorenzo Stanchina y
Elías Castelnuovo; aquel grupo de Florida
al que Evar Méndez, Ricardo Güiraldes y luego Jorge Luis Borges lo convocaron
con aplauso fraterno.
Lector
entusiasta de Baudelaire, de Francois Villon, de Lautréamont, de Tristán
Corbiere, de los clásicos rusos, de J. K. Huysmann, de la novela estadounidense
de las primeras décadas de su siglo, de las revistas italianas de los años
cincuenta, de sus contemporáneos y, además, lectoratento a toda nueva
publicación.
Frecuentemente
escribía en colaboración con otros autores, en esa tarea se une a Lorenzo Stanchina,
con quien comparte el primer estudio que se realiza sobre Manuel Gálvez (1924)
y Raúl González Tuñón, con el que escribe varias piezas dramáticas- La pierna de plomo, representada en el
Teatro del Pueblo en 1934 o Dan tres
vueltas y luego se van, del mismo año aunque estrenada en el Teatro La
Máscara en 1958.
Con
Lorenzo Stanchina y Raúl González Tuñón lo enlazan además páginas que si bien
no surgen a cuatro manos reciben escrituras paralelas, evidencia que puede
rastrearse ya desde ciertos títulos, La
mala vida (1923) para hermanarlo al primero y Antigua canción de la marina mercante (1946) para arrimarlo al
segundo.
En
1929, su famoso poemario El gato
escaldado, le aseguró el Premio Municipal. Con similar impronta a la de su
libro anterior, La musa de la mala pata
(1926), la irreverencia de Olivari visita allí tanto la imagen ultraísta como
el lunfardo.
Amigo
de Horacio Rega Molina, María Granata, César Tiempo, Álvaro Yunque, Julián
Centeya, admirador de la belleza de la escritora María Luisa Rubertino,
colabora en diarios y revistas y pasa horas dedicándose al radioteatro. Es la
época de los cuentos de La noche es
nuestra (1952) y Un negro y un
fósforo (1959), los poemas de Los
días tienen frío (1958) y la El almacén. Novela parroquial de Buenos
Aires" (1959).
En
Diez poemas sin poesía (1938), la
desilusión o la misoginia le habían susurrado una sustitución inesperada:
"Dedico estos poemas a mis perras Titina y Monín, a mi gata Nené y a mi
tortuga Filomena, que reemplazan los nombres de las mujeres que los inspiraron
y no se los merecen". Por esas cosas que tiene la vida o la literatura, su
casa de siempre, la de Díaz Vélez al 4700, fue una veterinaria. Entre perros y
gatos, gozosos en su ignorancia de la historia, estalla como un vegetal dormido
una placa donde su nombre se despereza, casi en Parque Centenario: Nicolás
Olivari.
En
la poesía de Nicolás Olivari, como observó Luis Soler Cañas, “hay protesta, hay
rebeldía, hay inconformismo”. No se trata, ciertamente, de una poesía jocunda,
sino ácida y melancólica, y sólo se emparienta con la de François Villon
(1431?-1489?) en el travieso y fingido cinismo. Sin embargo, Olivari gustaba
compararse con aquel poeta delincuente: «Compadre Villon, un poeta moderno /te
abre cancha en la nueva ciudad, /como tú dice coplas en el rigor del invierno
/y se ríe en sus coplas de su misma orfandad.» (El gato escaldado, pág. 21).
Gabriela
Szmulewicz en un estudio diferenciado sobre el autor nos lleva al clima
crítico que sobre la mujer hace Olivari. Expresa Szmulewicz que “En Nicolás Olivari, lo urbano
aparece como una degradación de lo sublime: la mujer trabajadora, sucia,
tísica, prostituta, infiel; el poeta “alquilando su pluma”-como dicen Bär y
Carbone-; la fragmentación de la mirada; lo artificioso en todos los aspectos- la
vestimenta, el maquillaje, las metáforas sobre el cuerpo, etc- el lenguaje
corriente y coloquial, quizá vulgarizante."
"Nicolás
Olivari propone una experiencia de ciudad que está muy relacionada con el mundo
mercantil. En ese sentido, la mirada sentimental de autores como Carriego no
tiene lugar. Una referencia directa a esto es el poema “La costurerita que dio
aquel mal paso”, en que la costurerita de Carriego, se ha mudado a un “pisito”
en un “barrio apartado”, recibe lujos como collares de perlas y bombones de
“viejos que no la molestan mucho”. El mal paso del título y del poema de
Carriego, que podría entenderse como un “trastabilleo”, o un “paso en falso”,
en la tercera estrofa se convierte -gracias al recurso de la alteración del
orden sintáctico, que pareciera tener implicancias sobre la alteración del
orden moral- en un “paso malvado”, es decir con malas intenciones. En esa misma
estrofa, aclara Olivari, que si no se ‘hubiese convertido en malvada’, estaría
“tísica”, la enfermedad de la mujer porque es puro cuerpo, no es etérea ni
inmaculada como en Carriego, Lugones, u otros de la corriente más sentimental."
"La
mujer, no sólo no es incorpórea, de belleza ideal, esposa y madre sino que es
puro cuerpo: es terrenal, y se dedica como profesión a los placeres terrenales:
La mujer no sólo está en la calle sino que trabaja en la calle, y lucra con su
cuerpo. La poesía de Olivari está saturada de prostitutas. Por lo tanto, esta
mujer, es vista sólo como cuerpo, pero pintado, preparado, para intercambiarlo
por dinero: imitado, en algunos poemas, esa mujer está formada por elementos
fríos y duros pero que revisten lujo y dinero -en “Artificial”, por ejemplo:
mujer de “ojos brillantes”, “corazón de oro”, “pintada como una porcelana”,
etc- en otros, está animalizada -por ejemplo en “La negra olvidada en la
lechería”, que tiene una “lengua ofídica”- y en otros casos, está maquillada, o
usa elementos que copian lo natural para cubrir la edad -como en “La musa de la
mala pata” que usa “dientes postizos”, o “cold-cream rosado” para las arrugas."
"Hay
gran cantidad de mujeres trabajadoras: la obrera, la dactilógrafa aparecen
junto a la prostituta como personajes. Estas mujeres nos son bellas, no tienen
cuerpos deseables como las prostitutas, sino que están generalmente enfermas,
descriptas a partir del oximoron, o la animalización o la cosificación, como en
“La dactilógrafa tuberculosa” que es una “doncella (es decir, una virgen)
tísica y asexuada”, con “senos inapetentes”, con “cara granulada”, que es una
“pobre yegua flaca” “con los dedos como espátulas”."
"Aquí
se puede apreciar también el distanciamiento de escritores sentimentales, en
donde la tuberculosis era una enfermedad romántica, cubierta de heroísmo. La
descripción de estas mujeres oscila entre esta enfermedad y la asociación con
lo animal, por ejemplo en el poema “Mi mujer”, en que la esposa del yo lírico
está asociada a una vaca “olorosa a leche agria”, es decir que ni siquiera se
la relacionaría con una madre. En este poema también se puede ver un rasgo
fundamental que tiene que ver con los uso coloquiales del lenguaje que realiza
Olivari -“Me animalizastes a tu nivel”- que tendría por efecto degradar el
lenguaje poético, teniendo en cuenta que ya había degradado todas las representaciones
de mujer, de trabajo, de ciudad, de enfermedad."
"En
este sentido resulta operativo revisar el aparato paratextual de estos tres
libros, sobre todo los prólogos y dedicatorias. En La amada infiel, el libro está dedicado a “las compañías de tranvías
Anglo-Argentino y Lacroze, en cuyos mugrientos y faraónicos coches, transcurren
oscuramente las mejores horas de mi alegre juventud”. Respecto de la ciudad,
salta a la vista la palabra tranvía, transporte urbano por excelencia de los
años ’20 y ’30. Lo interesante está en los oxímoron que arman pares grotescos:
“mugriento” junto a “faraónico”, “oscuro” al lado de las “mejores horas” -en
clara referencia a la diversión a partir de lo prohibido por lo moral- y
juventud."
"En La musa de la mala pata su dedicatoria pone aún más en escena este trastocamiento: su libro está catalogado de “grotesco, rabioso e inútil”, está consagrado a “los empleados de Comercio de la Ciudad”, que se adjetivan como “pobres seres canijos y dispépticos que nunca conocieron el amor” y que para vivirlo, lo deben hacer a través del artificio del “”cinematógrafo”. Estos empleados, se diferencian mucho del yo lírico luego propuesto, ya que éstos tienen elementos para escribir, pero no los usan ‘poéticamente’: “limpian sus lapiceras en el lamentable relieve de sus traseros afilados por la inminencia de la patada patronal”. En esta dedicatoria se ve claramente el uso de la sátira y la mezcla de opuestos con efectos humorísticos que propone Bajtin."
"En
El gato escaldado en el texto previo
a los poemas llamado “Palabras que se lleva el viento” Olivari define a la
poesía como “ictericia” para luego explicitar que “Mezclar en la antinomia del
lirismo puro los elementos de la realidad, exagerados hasta la irrealidad para
quitarles su sabor a fábrica, será la labor única y suprema”, poniendo aún más
de relieve sus procedimientos literarios de mezcla y yuxtaposición de opuestos
y su compromiso con el ‘contar la verdad’ antes trascripto. Respecto de la
ciudad, habla de “la decadencia respirable en que nos toca vivir”."
"Pareciera
hacer un manifiesto de su poética: “Menester será romper la carne y con sus
filamentos aderezar lo sentido. El lirismo usado hasta ahora es bobalicón y
miedoso. (...) Está ya agrietado y maquillado con los abundantes cold-creams de
los academicismos. Su vejez es espantosa y repugnante ante las nuevas
fórmulas.”"
Aquí
está criticando a la escritura sentimental y hablando de la propia, pero es
sugestiva la sátira sobre la mujer, la vejez, el trabajo que pareciera no sólo
una ironización sobre la urbanidad sino también de esa representación escrita
de la mujer, que se puede leer en autores modernistas como Lugones, que la
pintaban etérea.
"La
referencia urbana en Olivari está mediada por estas representaciones
mercantilizadas de mujer, de cuerpo, de enfermedad. La ciudad es grotesca,
subvierte lo alto y enaltece lo bajo, degrada lo sublime hasta convertirlo en
algo excrementicio, convierte en objeto artificial a la juventud que se
propugnaba desde la literatura sentimental. La ciudad está colmada de ironía,
de sátira y de parodias."
Olivari
es un coleccionista (las postales, las armas, los blasones lo atestiguan); un
tierno. Y un provocador. Naipes, asesinatos, amantes codiciadas; humo, muelles
y una destreza que hace de los cuerpos el dato inequívoco de una época de
transformaciones.
El
ingreso del cine como "nuevo arte" ensancha las perspectivas de la
visión sobre el mundo que gradúan los escritores. (…)
17
de octubre
Desde
la negra barrera del otro lado de la villa,
donde
el horizonte se fundía con la nada,
con
salitre en la mejilla resecada
y
una miel despavorida en la mirada
llegaron
los
descamisados.
Desde
la fragua abierta cual granada de su sangre,
encajada
en el molde de la muerte,
desde
altos hornos pavorosos, crudo fuego enemigo
con
las uñas carcomidas
y
el cabello chamuscado en cansancio secular
sus
mujeres desgreñadas por el hambre y sus crías
que
no lloran porque miran,
llegaron
los
descamisados.
Sin
más arma que el cansado desaliento que en sus trazos se hizo hueco
frente
al río enchapado de alquitranes y petróleos,
solfatara
de mil diablos expulsados,
del
ansioso cielo antiguo de los pobres,
detenido
en el asombro de su paso,
la
pupila desbarrada en la angustia esperanzada
en
un hombre que hace luz en la tiniebla,
que
levanta todo aquello que se daba por perdido,
por
perdido y para siempre,
llegaron
los
descamisados.
Desde
el otro lado de los puentes destruidos
por
la mano codiciosa de los despechados
con
un grito silencioso en la grieta de los labios,
clamoroso,
esperanzado,
latir
azulceleste en las venas que se crispan,
levantando
los racimos en las manos,
hacia
un hombre presentido,
que
vibraba delicado,
llegaron
los
descamisados.
Desde
el taller cerrado y la fábrica con su cara
clausurada
de bondad,
patinada
por
el antiguo sudor de sus familiares,
invadieron
la ciudad
y
el grito fue invadiendo las conciencias
hasta
hacerle claridad.
Claridad
junto al Líder recobrado
por
su pueblo, el gran pueblo, solo el pueblo,
y
para siempre... para siempre, desde entonces
es
nuestro, solo nuestro, recobrado por el pueblo,
en
aquel día de gloria que empezó oscuro y trágico
hasta
hacerse claridad,
cuando
el nombre iluminado,
mi
prójimo y vecino, mi compañero y hermano,
lo
rezaran con el alma, cuando llegaron
los
descamisados.
publicado
en Democracia, 16 de octubre de 1952
Nuestra
vida en folletín
¡Claro!
nos hemos pasado la vida por los cinematógrafos,
tu
amor tenía las dulzuras tortuosas de las heroínas
de
Cecil B. de Mille,
y
nos estremecimos juntos ante los revólveres de los ínclitos cow-boys,
y
cuando Perla White estaba a punto
de
caer bajo las garras de aquel tipo de bigotito de traidor
temblábamos
en idéntica emoción...
Tu
alma de estrella fracasada
y
mis miméticos gestos de artista sin contrata,
trasvasaban
la pantalla
a
la platea suburbana.
Vivimos
cien vidas misteriosas
en
la encrucijada de las probabilidades,
en
el ómnibus de doble piso de la casualidad,
y
ardiendo en amores irreales
fuistes
esclava, reina, gigolette y burguesa
y
yo fui Hernani y boxeador...
Cómo
hemos violado la naturaleza
-pues
tú eras una muchachita de arrabal
y
yo un muchacho haragán
escandalosamente
sentimental-,
ella
se vengó haciéndonos representar
el
melodrama de nuestro mutuo amor
a
menos de 0'50 la sección.
Todo
se complica en la ficción
de
nuestras tardes filmadas,
-matinée
y sección Vermouth-
y
en nuestras poses norteamericanas
cruza
el caramelero,
el
don Juan de la boletería,
que
te daba entradas gratis
y
aquel viejo huraño que nos miraba con risa de eunuco
o
de jubilado de moralidad.
Y
toda la triste tristeza de los arrabales porteños
cuando
nuestro frío se refugiaba
en
el cinematógrafo que era nuestro hogar.
Tus
ancas quedaron infecundas
de
tanto plegarse a las butacas
y
el hijo se nos escabulló en la boletería.
Todo
el argumento novelable
de
tu beso en la oscuridad
no
tenía originalidad,
plagio
de una industria disfrazada de arte,
cuando
el deseo nos sacudía
y
por un momento el amor
de
que hablan mis compañeros de redacción
llegaba
a nuestras almas,
encendía
la llamarada darwiniana
al
compás del piano onanista
que
se masturbaba siempre con el mismo vals,
nuestro
espasmo se perdía
en
la electricidad del entreacto.
Perdimos
cinco años en las plateas,
-los
cinco años que perdí
en
el Colegio Nacional-
para
amarnos con gusto de película
y
atmósfera de ácido carbónico
enhebrada
en el piano afónico.
Con
todo te quería,
-muchachita
enferma y tan flaca-
pese
a Edison y a su dramaturgia,
pero
las butacas
eran
tan estrechas y nuestra sensualidad tan ancha
que
el espasmo se perdía
en
la electricidad del entreacto.
Rebalzamos
las fronteras de la realidad
y
nos encontraremos en las películas futuras
cuando
el cinematógrafo
sea
el arte del porvenir.
Yo,
¿por qué? leía libros en los entreactos
y
tú no hacías más que soñar
y
ya no nos pudimos encontrar.
Suelo
pasar las tardes de mi melancolía
en
aquel sucio cinema
que
gastamos tanto
y
me ilusiono vibrando en argumento
como
esperando el momento
de
oír tu tos:
acomodador
que
me señala que ya llegaste
al
cinematógrafo del recuerdo
donde
el que pasa las cintas
se
llama Dios.
¿Sabes
compañero?
¿Sabes
compañero lo que es no tener horizonte?,
¿y
a los veinte y tantos años?
Las
manos se crispan en el vacío de los ideales
y
alargan las brazadas de tinieblas
para
la apagada hoguera de la fe...
Tendido
en el lecho miro el hilo de humo que consuela,
nuestra
juventud es un hilo de humo que se agita
sin
razón,
algún
día se oirá una detonación
en
la casa aburrida y el enorme bostezo de sus paredes inhóspitas
te
recogerá, arrugado y flácido
como
un muñeco de comedia italiana.
Ya
pasa la caravana del tedio por el Sahara del cráneo
hinchado
de arena gris de hastío;
los
largos albornoces de la inutilidad dan al viento
su
caricatura de alas...
Pasan
por la linfa de mi cuerpo, arrugado y flácido,
la
corte del hampa de los instintos neutralizados
en
la comicidad de la cultura.
¿No
oyes al niño que se muere al lado?,
su
sofoco de angustia te da un martillazo en las sienes
y
complica tu hastío ciudadano
el
andar de oca de las mujeres
el
paso de los transeúntes
y
el perpetuo gotear de las canillas mal cerradas...
¡Allá!
¡allá!, es tu interjección eterna,
¡más
allá!, ¡más allá! debe estar la verdadera vida.
Fuma
tirado en el lecho, fuma,
y
silba el tango sin fin
que
comenzó en la esquina del arrabal del mundo...
Hay
que justificar nuestra inutilidad de babosa
que
se arrastra pegada a los sentimientos...
¡Adiós,
poeta!, tu padre, el mío, el del otro,
ronca
en la alcoba,
en
la misma alcoba donde ronca sus cincuenta años de costumbre
y
su lumbre
agiganta
tus ideas suicidas
en
el pozo negruzco de tu vacilación,
vacilación
que
llena al corazón
de
ganas de morir
o
dormir... o dormir...
Tu
padre adelanta tu agonía,
día
a día fallece un poco,
y
sientes que el oscuro destino que te liga
a
su ronquido igual
escarba
tus entrañas
con
la sensación más desgraciada: la de la intolerancia...
Y
tú falleces a ratos, a puchos, a retazos,
sin
la parada de tirarte a muerto
como
un fardo
en
la vía pública
y
al pasar la gente diga:
-Era
feo y mísero el pobre poeta de la urbe...
-...más
feo y más mísero que un caballo hinchado...
-...que
una mosca verde...
-...que
un perro sarnoso...
Y
pase una mujer que te dé con el pie,
y
pase una señora y te dé un centavo para las velas,
y
pase un fariseo y te robe la cabellera,
y
pase un amigo y te robe las metáforas,
y
pase al fin una figura incierta y borracha,
-pálida
y claudicante-
te
mire implorante
y
acaso diga:
-Cuán
luminosa, Jesús, era su frente...
Pero
mi cuerpo interrumpirá el tráfico
y
licuará el asombro de su gesto decisivo
en
la luminosa chorrera de puteadas
de
los horteras
amenazados
de llegar tarde a sus mostradores
ante
el salto grotesco del poeta
que
buscó vengarse de su ciudad
incrustando
sus sesos en los adoquines
-adoquines
sobados por dos millones de suelas ciudadanas-
para
fijar en la tradición arrabalera
-arrabal
que es la placenta de la Pampa prometida-
el
mismo gesto macho
de
aquel otro versolari, de aquel otro payador,
de
aquel otro hermanito en el Mester de Juglaría:
..."Entiérrenme
en campo verde
donde
me pise el ganao..."
Tango
Con
su pereza de hembra lasciva
arrastra
el flato un bandoneón,
vierte
un malevo ruin saliva
por
el colmillo, sobre el salón,
esa
pecosa se hace la esquiva
pero
la alcanza a la deriva
el
roce obsceno del pantalón.
Sobre
la escena ya desconchada
por
el otoño que es el flautín
une
su pena de madrugada
su
nota oblicua con el violín,
y
la pareja danza enmarcada
por
la inminencia de puñalada
que
es la frontera del cafetín.
Un
criollo eterno con su Argentina
y
su guitarra y el leal facón
su
décima isócrona garla, empina
la
danza y asienta el tacón,
cada
puteada planta su espina
y
un gran penacho de nicotina
presta
la gratis decoración.
La
voz añora la vieja hazaña
de
algún malevo que se perdió
-Cuarenta
entradas, alias: Araña.-,
por
una hembra fue que mató,
el
hampa gipa dentro su entraña
culto
al coraje vuelca el caló.
Indiferente
baila trenzada
con
un cualquiera la tal mujer,
el
tango dice con letra airada,
que
el taita Araña no ha de volver.
Tiende
su carne, bestia encelada,
lame
sus senos la llamarada
de
los instintos que hace nacer.
Música
oscura muestra la incierta
acre
tristeza que va a danzar,
flota
en la murga la rata muerta
que
la noche ahoga en el albañal.
El
viento lejos llama a una puerta
y
la blasfemia de alguien despierta
el
alma torva del arrabal.
Hay
un revuelo de luces bajas,
brillo
sinuoso de algún facón,
las
mesas esparcen a las barajas
y
un filo muerde a un corazón.
Se
arma la escena: Filo que saja
las
cuatro ruedas son las rodajas
del
honestísimo salchichón.
Sobre
el tablado, triste y pringoso,
yace
tirada la tal mujer,
junto
a su flanco solloza un mozo
pero
sus lágrimas no osan caer,
Nunca
la hombría su vil sollozo
para
que surja ya rencoroso:
-¡Mina,
te dije que iba a volver...!
La
voz de orgullo aquí se empaña
que
como siempre lució el facón
-Cuarenta
entradas: Alias: Araña.-,
tiene
en el hampa su religión,
mientras
historia la roja hazaña
la
angustia rítmica del bandoneón.
Cuadro
sinóptico de mi existencia
Diez
horas, diez horas de almacén,
¡Diez
horas, diez!
Sacos
de garbanzos, "Petit Pois extrafins"
¡y
fardos de té!
¡Rabia!
¡Rabia! ¡Veinte horas de rabia!
¡Rabia
multiplicada!
La
cabeza en Babia
y
una mueca en la cara cansada...
Cuatro
idiotas, calzados, vestidos,
¡y
todavía vivos!
...en
fin...
los
pinte en su vida sin vida
esto:
¡nunca tuvieron noticia
de
la muerte de Lenin!
Monograma
en el viejo escritorio
que
eyacula tinta,
uniendo
sus burocráticos poros
un
nombre se pinta.
¡Rosa!
Como en el viejo Colegio Nacional
también
aquí tu cifra fue grabada,
pero
allá era sentimental
aquí
es una puteada...
El
patrón, un mastodonte:
cuello,
cinco vueltas de grasa,
alma
negra de polizonte,
chacal
desjarretado
por
el reumatismo,
tabla
rasa
del
mimetismo.
Yo
no puedo concebir
que
este hombre fue niño alguna vez,
lo
ha debido parir
el
espíritu precito de algún Juez.
El
odio es una cisterna
que
me vuelve el alma negra
con
el odio y la rabia está la terna
que
mi desesperación íntegra.
¡Cómo
han mutilado mis ilusiones!
¡Cómo
han deshecho a mi optimismo!
Han
abierto el grifo oscuro de las cavilaciones
y
me han perdido de mí mismo.
¡Mamá!,
¡mamá!, ¡mamá!
¡Oh!
el grito tenaz, el grito húmedo
de
lágrimas subterráneas... ya
estoy
haciendo números...
No
la poesía de las cifras aladas;
son
números con la cola entre las piernas,
son
números burgueses, no sirven para nada,
pero
no insultan ¡no hablan, no humillan...!
Oh,
el firulete que les hago,
¡son
tiernas caricias!
¡Diez
horas!, ¡diez horas de almacén!
¡Mamá,
mamá, mamá!,
como
cuando me llevaron pupilo a la escuela,
¿recuerdas?,
¡fuiste tan buena!,
¡oíste
mi grito infantil!
¡Ahora
es ronco y cómicamente varonil
pero
es más triste... ¡Mamá!
¡Llévame
de aquí!
Única
canción de amor
I
¿Ves?
Estoy obligado
a
llorar en verso la pena
de
tu amor perdido
para
siempre en la nada.
¡He
pedido tan poco!,
¡con
tan poco edifiqué mi ensueño!
La
cocina humosa,
la
familiar tertulia del Domingo,
el
grave silencio de tu barrio pobre,
el
arco iris de mi conducta hacia tus senos,
la
dulzura de vivir bajo tus años
acurrucado
como un perro trémulo
bajo
la suave amenaza de tu mano...
Sensaciones
fugitivas, románticas y zonsas,
desaliño
ideal y trunco,
dejar
en la puerta de tu casa chica
la
complicación de mi superioridad,
y
sentirme a la altura del agua barboteante
de
tus lustrosas canillas sin personalidad
y
de las tiras de cortezas secas,
-¡ilusión
de campo!-
largas
tiras de corteza de naranja
que
se espiralizaban en los estantes...
La
juventud mía es un asfalto
sereno
y vulgar de puro oscuro
y
tú eras la luna abrillantando
su
opaca tristeza
clavada
en mi desesperanza...
Mas
todo es vulgar en la vida, y tú misma
bella
y todo, fría y ausente,
vulgar
pedestremente...
Fui
a tu encuentro con el alma abierta
como
una puerta familiar a la sombra amiga
y
sólo encontré el enorme bostezo
de
tu aburrimiento
y
fuimos un largo bostezo de aburrimiento,
cuando
podíamos ser un poema
o
una luz en él asfalto
de
nuestras vidas
anuladas
para siempre...
Yo
bostezo amada, larga y dulcemente,
para
que, amada,
mi
cara
disimule
el llanto,
porque
por vez primera
en
este libro que ha burlado tanto
he
llorado, amada,
por
ti, por mí, por el amor ido para siempre,
y
como un romántico...
II
Yo
podría ser un hombre rico,
-el
sol dorado se acuesta en tus mejillas-
te
hubiera llevado hacia una comarca
-nostalgia
de lo andado que vi dentro tus ojos-
paisaje
de sonrisas que en mis noches de visita,
tendías
a lo largo de la murada calle;
cuando
a la puerta salías a dejarme
Paisaje
que
pasaba
mi cabeza
recolectada
en tu belleza,
y
repartías tu ansia entre los mundos que habrá
y
tu lástima a mí...
En
la innutrida enredadera del traspatio
un
bicho vergonzante mastica 20 erres,
la
vita nuova que soñamos aún no ha detenido
su
improbable mentira de día de Reyes,
y
hasta, ripio de conforme, la burguesa quimera,
-pan,
sal, tranquilidad-
-el
amor en mangas de camisa-
se
fue... se fue...
¡Justicia
de Dios! Te traje
hasta
el alcance de tu ojo, entristecido y plúmbeo,
la
cuarentena de mi tristeza que alargaba
mi
cara
de
aburrimiento.
-¡Oh
el olor a mandarinas de tus senos alargados!
y
gocé de prostituirte
-junto
al plátano que decora la barriada-
con
la incolora voz con que traduje
para
tu oído, ausente en la caracola de los sueños que te hablan,
los
chismes indecentes que en mi oficina ofician...
De
profundis clamavi a te mi amor semiasfíxiado
por
el temor de ser ridículo,
mientras
tus largas piernas, suaves, blancas,
eran
dos caminos blancos, suaves,
que
yo, miserere di me, sin transitar ya desandaba...
III
¿Qué
hacer? ¿Qué hacer si así ya somos,
si
ya es inútil el beso que no alcanza
a
fingir la cruenta vulgaridad de todo
este
pedazo de carne entusiasmada
que
era yo ante ti, con la vergüenza
de
querer obligarte a querer lo que no alcanza
a
querer mi egoísmo?
(¿La
madre que me quiere
acaso
porque me parió y sólo por eso?)
Como
una estaca que marca los caminos
ansiosa
de belleza y de utilidad
florece
cada año con brote que renueva,
así
tengo mi amor, aparte y bien cuidado,
íntegro
cultivo en el campo del recuerdo,
de
lo que parsimoniosamente vos me distes
en
las entrevistas truncadas por la duda,
cuando
eras la señora de las islas que soñabas
y
tus maravillosos ojos color de las glicinas
diluían
las visiones de tierras tan distantes
de
pueblos sin historias y sin literatura
ante
el que podría ser un hombre rico
para
colmar tu anhelo,
y
no fue más que un oficinista
cuya
alma crecida en tu belleza
es
un gran borrón de tinta...
Coplero
de buen amor
I
Entre
las calles modernas
donde
el progreso resopla
bien
haya el lírico influjo
que
echa al aire esta copla.
II
Coplero
del buen amor
que
para amarte da pauta
y
permite que pagano
vaya
soplando en mi flauta.
III
Fué
en la esquina, una tarde
que
te ví
ay!
no verte, más valiera
para
mí.
IV
Como
tienes las mejillas
mismito
como manzanas
valga
su elogio sencillo
en
mis coplas ciudadanas.
V
Y
así de saco entallado
te
canto como en la sierra
que
si de ciudad ciudadano
mi
alma es de esta tierra.
VI
Que
lindo amor campesino
fuimos
haciendo el domingo,
en
un pueblito perdido
me
enseñastes el corpiño!
VII
Gruñona
tu tía… eh?
pero
es tan linda su parra!
dejé
mi orgullo en el pámpano
y
te canté en la guitarra.
VIII
No,
no creas que es broma
que
te cante tanto niña,
si
en tu labio hay un aroma,
de
agreste zumo de viña!
XI
Amasabas
los pasteles
lo
que te robé en un tris…
y
estando tan colorado
tenía
harina mi nariz.
X
A
confesarte segura
el
domingo fuiste a misa,
a
que no dijiste al cura
la
rosa de tu camisa?
XI
En
la puerta el otro día
tu
madre escuchó un beso
si
no fuera más que eso
que
sordera vida mía!
XII
No
te gustan en la frente
en
la boca son amargos,
aquellos
sobre tus senos
esos
sí que eran largos!
XIII
Anteayer
lavaste el pelo
y
lo secabas al sol,
siempre
igual, dándome celos
hasta
con nuestro Señor.
XIV
Algún
día han de cansarte
estas
bobitas canciones
cuidado!
que he de enristrarte
huy!
que sarta de oraciones!
XV
Pero
si así te cansare
que
haría? oh! poca cosa
seguiría
haciendo versos,
“ande
ha de ir el buey que no are”!
XVI
Pero
los haría tan lindos
que
la gloria me alabara
con
que rabia tu dirías:
si
yo no lo abandonara!
XVII
Están
dando las ocho… ya?
parecía
tan mañanita…!
adiós
morena, mi ciudad
me
llama,
e la commedia e finita!
Crimen
pasional
Te
voy a descolgar unas estrellas
para
que las luzcas con tu amante,
te
aseguro que son las más bellas
que
pude hallarte.
Baila
en la Sociedad
ríe
y canta en el Buffet
pero
cuando se haga la claridad
aguárdame.
Me
devolverás las estrellas
pues
se está notando su ausencia;
—las
estrellas son doncellas
muertas
en la adolescencia.—
Pero
si en tus raros antojos
no
quieres devolvérmelas
ten
cuidado con tus ojos
de
ave rapaz.
Que
en tus dos negras cuencas
por
el cielo pregonarás
porque
brillan tanto, azulencas,
dos
estrellas que hay de más.
La
dactilógrafa tuberculosa
Esta
doncella tísica y asexuada,
esta
mujer de senos inapetentes,
—rosicler
en los huesos de su cara granulada
y
ganchuna su israelita nariz ya transparente…
Esta
pobre yegua flaca y trabajada,
con
los dedos espatulas de tanto teclear,
esta
pobre mujer invertebrada,
tiene
que trabajar…
Esta
pobre nena descuajeringada,
con
sus ancas sutiles de alfiler,
tiene
el alma tumefacta y rezagada
¡y
se empeña en comer!
Yo
la amé cuatro meses con los ojos,
con
mis ojos de perro triste y vagabundo;
cuando
le miraba los pómulos rojos,
¡qué
dolor profundo!
Un
día juntamos hombro a hombro nuestra desdicha;
vivimos
dos meses en un cuchitril;
en
su beso salivoso naufragó la dicha
y
el ansia de vivir…
Una
tarde sin historia, una tarde cualquiera,
murió
clásicamente en un hospital.
(Bella
burguesita que a mi lado pasas, cambia de acera,
porque
voy a putear…)
Olivari, como muchos de su generación, se asoció al tango y dejó su huella porteña. Caminador de esa calle Corrientes donde latía la noche, supo encontrar en sus cafés a esos prototipos que soñaban a la madrugada.
Tango
1930
Música:
Cátulo Castillo
Letra:
Nicolás Olivari
Con
el codo en la mesa mugrienta
y
la vista clavada en el suelo,
piensa
el tano Domingo Polenta
en
el drama de su inmigración.
Y
en la sucia cantina que canta
la
nostalgia del viejo paese
desafina
su ronca garganta
ya
curtida de vino carlón.
E
La Violeta la va, la va, la va;
la
va sul campo che lei si sognaba
ch’era
suo yinyín que guardándola estaba...
Él
también busca su soñado bien
desde
aquel día, tan lejano ya,
que
con su carga de ilusión saliera
como
La Violeta que la va, la va...
Canzoneta
de pago lejano
que
idealiza la sucia taberna
y
que brilla en los ojos del tano
con
la perla de algún lagrimón...
La
aprendió cuando vino con otros
encerrado
en la panza de un buque,
y
es con ella, metiendo batuque,
que
consuela su desilusión.
"A
pesar de mi intensa vida de periodista, nunca tuve la suerte de conocer
personalmente a Carlos Gardel. La letra de "La Violeta" la escribí en
un mesón antiguo de este Buenos Aires, comiendo con Cátulo Castillo, por una
apuesta y nació al hilo, entre los spaghettis y el vino. Primeramente lo grabó
Maida y luego Gardel; para mí es un motivo de orgullo personal esta distinción
sin igual. Fue Cátulo quien se encargó de hacerlo grabar".
Cuarenta
entradas
Tango
1929
Música:
José López Ares
Letra:
Nicolás Olivari
Una
voz llora la vieja hazaña
de
algún malevo que se perdió...
Cuarenta
entradas: alias “Araña”,
por
una hembra, fue que mató...
Era
la mina de su calaña
él
fue a la “Tierra”... ella se abrió...
En
la milonga hubo un barullo,
yace
tirada la tal mujer.
Junto
a su flanco solloza un mozo
pero
sus lágrimas no osan caer...
Trunca
la hombría su vil sollozo,
para
que surja, ya rencoroso:
“¡Mina,
te dije que iba a volver...!”
La
voz de orgullo, aquí se empaña
que
como siempre lució el facón,
cuarenta
entradas: alias “Araña”,
tiene
en su hampa, su religión...
mientras
historia la roja hazaña
la
angustia triste del bandoneón.
Cuarenta entradas / Tango (1929)
La
violeta / Tango (1930)
Tango
triste y querido / Tango (1930)
Sos
reo… pero sos derecho / Tango (1931)
Desdén
/ Tango (1933)
Ambiciosa
/ Tango (1933)
El
despreciao / Ranchera
El
escritor Horacio Salas sostiene que “quizá haya sido el más cuestionado (los
críticos tratarona su poesía de `grosera`, `antiestética` y `pornográfica`) por
mostrar rincones oscuros con los que se convivía pero no era de buen gusto
mencionar”, coloca en su justo lugar al autor de “La Violeta”.
Por
su parte Jorge Boccanera puntualiza que “su fraseo se eriza en las torsiones de
lenguaje, mientras alterna un vocabulario moderno (jazz band, cine, fox trot,
cronómetro) con palabras de manejo inusual (escrófula, ludibrio, arrecida,
pobretería, afásico, murmurio) e incluso términos inventados”.
Nicolás
Olivari falleció, en Buenos Aires, el 22 de setiembre de 1966.
1922
Carne al sol (cuentos). Buenos Aires: s/d.
1924
La amada infiel (poesía). Buenos Aires: Modesto H.
Álvarez;
Manuel Gálvez. Ensayo sobre su obra (escrito en
colaboración
con Lorenzo Stanchina). Buenos Aires:
Agencia
General de Librería y publicaciones.
1926
La musa de la mala pata (poesía). Buenos Aires: Martín Fierro.
1929
El gato escaldado (poesía). Buenos Aires: Gleizer.
1933
El hombre de la baraja y la puñalada. Estampas cinematográficas.
Buenos
Aires: Gleizer; La mosca verde (cuentos). Buenos Aires:
Tor.
1938
Diez poemas sin poesía (poesía). Buenos Aires: Destiempo.
1946
Los poemas rezagados (poesía). Buenos Aires: Llosibol & Midedogapa.
1952
La noche es nuestra (cuentos). Buenos Aires: Borocaba.
1958
Los días tienen frío (poesía). Buenos Aires: Brenda.
1959
Un negro y un fósforo (cuentos). Buenos Aires: Trenti
Rocamora;
El almacén. Novela parroquial de Buenos Aires. Buenos
Aires: Tirso.
1964
Pas de quatre (poesía). Buenos Aires: Trenti Rocamora.
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