"Quiero más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila" Mariano Moreno

sábado, 4 de agosto de 2012


ROGER PLA: EL SOÑADOR PASIONAL





La calle Corrientes todavía alberga librerías de viejos que suelen contar con esos palimpsestos que sólo son acariciados por enfermos buscadores de tesoros. Hasta no hace mucho tiempo, aquellos caminantes solían aferrar bajo el brazo más de un ejemplar que escondían con cierto recelo. Parecían ladrones que temían ser descubiertos por otros malhechores que se dedicaban a “marcar” a los principiantes en el arte del saqueo literario. El tiempo de las oportunidades fue modificándose, la sociedad cambió y los emporios abarrotados con libros quedaron reducidos a “locales de oportunidades” con un stock francamente pauperizado y tristemente menospreciado. Junto con los textos desaparecieron los personajes típicos y la obra teatral se quedó sin público, con un escenario vacío, desolado, mortal.


La calle Corrientes recicló su fisonomía, el olor a pizza cayó sepultado entre el moscato agrio y las bebidas energizantes; el aroma de la aceitosa hamburguesa del Imperio se mezcló con las páginas desteñidas de ciertas novelas que sobreviven entre CD de cumbia villera, rock setentista, merchandising barato, manteros enojados por la falta de extranjeros y vendedores africanos con valijas de relojes truchos, quienes trajeron un clima diferente a la cultura popular. Diría un nostálgico: “Corrientes ya no es la misma”.

Este panorama nada tiene que ver con aquella época donde los verseadores populares consumían la madrugada a fuerza de vino triste y lectura socialista. Los escritores caminaban sus veredas y se detenían en los cafés para corregir el borrador de su último capítulo. Los voceadores de los diarios castigaban los oídos con los titulares. Las prostitutas reinaban sin necesidad de un tratamiento de belleza. Esa angustia existencial que invadía la mente de muchos inspirados era un crédito propio de los trabajadores de las letras. Hoy las preocupaciones literarias marchan en otro sentido, no hay códigos, se puede escribir sin decir nada y ese “nada” se transforma en genialidad.


Hablamos de la calle Corrientes por el solo hecho de poner un ejemplo, pero bien podríamos ocuparnos del barrio, de los suburbios, del trabajo, de la enseñanza.

En este andar cargamos en la mochila a muchos gladiadores secretos que los manuales de literatura se empeñan en ocultar. Se perdieron los polígrafos homéricos. Es que el vértigo de las redes sociales expulsa a los tranquilos escribientes y la palabra guglear se transforma en meritoria, en salmo espiritual, en voz respetada.

Lejos de los ordenadores y los teléfonos inteligentes estaría sin duda Roger Pla (1912-1982), un bohemio a quien le debemos una serie de novelas magistrales, críticas de arte sin desperdicio, crónicas periodísticas arltianas, un humor irónico y la capacidad de transformarse en humilde tallerista, formando a muchos jóvenes en el camino de las letras. Ese hombre conocía de memoria las veredas de la calle Corrientes, sabía de los rincones más insólitos, de los bulines más reos, de la noche iluminada que se apagaba con el sueño tardío. Ese autodidacta era también un excelente guionista, un calificado redactor de textos publicitarios y decididamente un pasional.





Nacido el 8 de octubre de 1912, en Rosario, dos meses después de la muerte de su padre, tempranamente sufrirá el vacío afectivo que aparecerá sistemáticamente en su obra. Su madre desolada ante este destino fatal decide mudarse a la casa de su hermana, donde el pequeño se criará entre tíos y primos. Es su hermano Cortés quien lo protegerá y tratará de encaminarlo, pero Roger es un iracundo, un rebelde que no quiere estudiar ni atarse a un trabajo formal.


Desde niño escribía versos. (…) Había publicado algunas prosas en Rosario, y a los diecisiete años un cuento bajo seudónimo en una insólita revista agraria que se llamaba Páginas Rurales (…) A los diecinueve años tuve listo un libro de poemas que proyectaba publicar con el título de Canción del poeta que muere. (…) Sobrevino la época de crisis. Rompí o sepulté todo lo hecho y empecé a rumiar una novela. En 1929 me había trasladado a Buenos Aires, al colegio Nacional Rivadavia, pues mi familia se fue a Europa, donde estuvo varios años. Al regreso falleció mi tía y volví a Rosario. (…)


Es sumamente interesante descubrir al autor a través de su diario. Lamentablemente esta literatura de testimonio es poco conocida. Los textos rescatados por algunos especialistas nos hablan de un período de anotaciones entre 1930 y 1945.


Analía Capdevila, una de las dedicadas investigadoras sobre el autor, resalta la existencia de tres cuadernos de su diario íntimo. El primero recoge entradas que van del 9 de noviembre de 1930 al 8 de diciembre de 1932; en la portada, debajo de las iniciales RP, a modo de título se lee “Mi libro. 1930.31-32”. En la carátula del segundo cuaderno, Pla consignó “1935-1942. Buenos Aires”, aunque la última entrada corresponde al 27 de febrero de 1943; en cuanto a la primera, como al cuaderno le faltan las diez primeras hojas iniciales, que fueron arrancadas, desconocemos la fecha de su inscripción (la que quedó como primera después de la expurgación correspondiente al 7 de noviembre de 1935). El tercer cuaderno, el más breve, recoge entradas que van del 11 de junio al 25 de enero de 1945.


Otra opinión concreta es la de Alberto Giordano, cuyas investigaciones sobre los diaristas resulta enriquecedora. Al respecto Giordano expresa: < ¿Qué sentido tiene llevar un diario para quien lo escribe, es decir, para alguien que de todos modos escribe muchísimo, porque su profesión es escribir?” (Elías Canetti). La principal estrategia crítica de la que eché mano en los últimos años para ensayar lecturas de diarios de escritores consistió en mantener abierta esta pregunta, activos el asombro y la curiosidad que alientan su enunciación. ¿Qué acciones y qué pasiones despierta la práctica del diario cuando la sostiene alguien que “escribe muchísimo”?

Más que lo específico de un género en el contexto de las llamadas “escrituras del yo”, me interesa la figura del diarista como alguien, o algo, que el ejercicio de la notación incidental va componiendo, hasta darle la consistencia de un carácter, mientras secretamente lo deshace en el flujo misterioso de lo impersonal, cuando sus actos cobran, para el que lee, valor de gesto.

Por diario de escritor entiendo, cuando salto de la evidencia empírica a la arrogancia conceptual, un diario que, sin renunciar al registro de lo privado o lo íntimo, expone el encuentro de notación y vida desde una perspectiva literaria y desde esa perspectiva se interroga por el valor y la eficacia del hábito (¿disciplina, pasión, manía?) de anotar algo en cada jornada. Aunque por lo general la sitúen en el borde externo de los márgenes que delimitan su actividad, la práctica del diario plantea a los escritores problemas específicos de técnica literaria, ligados a la conciencia que han adquirido de los poderes y los límites del lenguaje cuando se propone representar o capturar de algún modo fragmentos de vida, como así también les plantea cuestiones más mundanas, ligadas a las posibilidades o los riesgos de la autofiguración (¿a través de qué imagen se lo reconocerá, la de un egotista impenitente, la de una moralista o la de un experimentador –según la trillada metáfora del diario como laboratorio?). Cuando hablo de perspectiva literaria, pienso entonces, a la vez, en exigencias institucionales determinadas históricamente, y en los requerimientos del deseo de literatura (deseo de un encuentro inmediato entre vida y escritura) que liga secretamente al escritor con su obra.>



Dice Pla en uno de sus ingresos testimoniales: Es curioso: hace unos días se ha instalado en mí la fría certeza de que seré célebre. Me deja indiferente esta idea, no como antes. No me envanece. Y se la siente con la tranquila parsimonia de aquel que sabe que ha de cobrar una deuda, cierta satisfacción, pero ninguna sorpresa, ningún deslumbramiento (1 de agosto de 1944)


Aquel regreso a Rosario en 1929, le abre el camino a una nueva faceta. Estaría en total cercanía con la cultura de la ciudad hasta 1936. Allí se nuclea con los grandes artistas de su época -entre ellos Antonio Berni y Leónidas Gambartes- y se convierte en uno de los más reconocidos críticos de arte de su ciudad. Comienza a dar clases de literatura, se inclina al periodismo, escribe cartas por encargo, se ocupa del horóscopo para una revista del corazón, inventa recetas que copia de revistas extranjeras y se presenta como guionista de historietas. En esta última disciplina sus trabajos en Rosario no quedaron documentados. Su vínculo real parece limitarse a un breve período de colaboración con la Editorial Columba, que en 1953 adaptó en un Álbum de Intervalo su novela Paño verde (con dibujos de Guillermo Dowbley), mientras que en materia de guiones originales escribió con el seudónimo de “Nico Pons” los de la serie protagonizada por el gendarme Paco Almiral (1953) y es muy probable que haya realizado los de Black Hood, un enmascarado que dibujó Oscar Fraga y también Eugenio Colonesse.

Con respecto a su amistad con los maestros de la pintura, tengamos en cuenta que Pla no tenía una formación académica, sin embargo, sus crónicas dejaron el sello de un observador consecuente. Aquí uno de esos trabajos:



LA VETA HUMORÍSTICA EN GAMBARTES



Aproximadamente entre 1937 y 1941,Gambartes ejecuta una serie de cartones en los que deja testimoniada una actitud a primera vista insólita, tan diferente es de la que preside el resto de su obra, hasta ese momento –y más aún a partir del decenio siguiente- más bien dramática, o al menos grave, en el sentido rilkeano del término, aquel que implica un impulso de gravitación profunda hacia abajo, hacia la escondida raíz de las cosas, y que de modo tan persistente y notable caracterizara a sus mitoformas, sus payés, sus cromos al yeso posteriores al cincuenta. Se trata de témperas de un color lujoso, generalmente de dominancia cálida –aun los azules, los cielos están llenos de luz- y de un dibujo figurativamente firme, de líneas amplias y definitorias, destinadas a narrar una anécdota inspirada con frecuencia en temas infantiles o vinculados a la mitología o la literatura infantil a veces tejida directamente alrededor de un hecho cotidiano. El aspecto lúdico del cartón, dado tanto en la forma y el color como en la anécdota narrada, consiste en el primer grupo, en el modo de comentar el tema infantil, con la diversión y la gracia que puede encantar a un niño; pero, a la vez, con un trasfondo irónico que implica ciertas alucinaciones a la condición humana en general, trasfondo donde justamente se pone en movimiento la veta humorística del pintor, y que sin molestar la contemplación del niño –esto es, sin transgredir los límites de la literatura infantil– actúa tan solo para el adulto.

Los títulos de estos cartones de 1937, por ejemplo, revelan claramente el carácter y la temática de las temperas: “Historias de Piratas”, “La Vuelta de Buckle Jones”, “Catálogos de la Rabona”; lo mismo ocurre con cartones del año siguiente, como “Sábado inglés en Naipelandia” y “Kindergarten de Pepe Parlante” o “El último viaje de Simbad el Marino”. (…) Lo insólito de estos cartones es más aparente que real. Sí, Gambartes no fue un pintor anecdótico. Inclusive, el humorismo dado narrativamente –quizás ni siquiera la actitud del humor– está ausente de su obra pictórica. Pero aquí y allá asoma, no solo en sus figuras anteriores al cincuenta sino en alguna figura en el paisaje, alguna yuyera, inclusive en algún payé, un resabio quizás de humor mudo, un humorismo al que se le prohíbe abrir la boca, un humor al que se le ha arrancado la lengua. En otros términos, el goce de pintar, la diversión del oficio junto a la contemplación remotamente crítica –quien haya conocido a Gambartes no podrá separar jamás de su imagen ese trasfondo crítico, inclusive algo sardónico que lo habitaba permanente–, pone a veces en sus dioses olvidados o en sus génesis o en sus fósiles algo grotesco, algo en la estructura misma de su lenguaje, que no está lejos de esa zona no necesariamente amarga pero tampoco necesariamente alegre donde comienza la mueca del humor. (…)

La nutrida serie de anécdotas de Gambartes donde brillaba el ingenio, a veces del sarcasmo, son una especie de ilustración biográfica de este rasgo de su espíritu. Que no contradice en absoluto, como pudiera parecer, esa gravedad de su obra en la que está presente el misterio y hasta cierto sentido patético, sino trágico, de la existencia. Pero aquel espíritu incisivo, aquella aptitud para la observancia sagaz, que ve de una mirada el anverso y el reverso de las cosas –quizás en el fondo el humor sea otra cosa que un descubrimiento inesperado y súbito del reverso de las cosas– sólo podía quedar inactivo en nuestro artista a condición, como dijéramos antes, de que se le arrancara la lengua.

25 de marzo de 1973

Dando continuidad a su autobiografía transcribimos: Allí conozco a Berni (1929), que acababa de regresar de París: Vanguardia, Marx. Formamos un grupo con otros jóvenes. Entre ellos están Gambartes, Sívori, Grela, Píccoli. Luego amigos de toda la vida. Yo no era en modo alguno estudioso, ordenado o retraído. Mas bien experiencias tumultuosas, callejeras, juergas, episodios sentimentales dramatizados.(…). He abandonado los estudios y mi hermano suprime su subsidio.



Toda esta suerte de libertinaje prepotente tenía una raíz: el desamparo. Roger quemará etapas de su vida castigado por el desamor. Aquella pérdida primitiva donde la figura del padre quedaría relegada a un álbum familiar terminaría cerrándose con la muerte de su madre: Uno siente que adentro se ha roto un resorte. Algo ha cambiado en el mundo. La vida tiene otra expresión. Sin duda, flotando en el mundo, ha quedado mi propia humanidad, sola, divorciada para siempre de la infancia.

Este mundo intrincado de Roger Pla estará permanentemente latente, en carne viva. Habíamos dicho que era un pasional y todo quedará demostrado: Vuelvo a Buenos Aires y empiezo Los Robinsones. Mi breve pasado está hecho escombros. La casa de infancia ha desaparecido. Esto es 1936. Mi madre ha muerto. Trabajo en mi novela seis años mientras me mantengo haciendo periodismo.

Para este momento Roger comienza a trabajar en el diario El Mundo y se tutea con esos poetas y narradores que hicieron escuela en la literatura popular. Pla descubre el mundo de la noche porteña, la madrugada poética, la calle en toda su dimensión y la amistad de esos vagos soñadores que como él deliraban con el verso latente.

En un trabajo de Juan Pablo Bertazza, donde el autor señala la semejanza entre Roberto Arlt y Roger Pla, encontramos una excelente justificación para colorear este momento:Si bien el rosarino Roger Pla no es epígono, parricida ni discípulo de Arlt –en todo caso, sí sabemos que lo admiraba en su juventud, cuando su eximio compañero de El Mundo ya era un novelista de renombre–, es probable que el no contar hoy con la celebridad que su calidad merecía se deba en gran parte a que Arlt ya había ocupado ese sitio. Como si esa misma condición de huérfano de padre, o incluso hijo póstumo que pintan todas sus biografías (el padre de Pla murió dos meses antes de que él naciera), hubiera dejado a su obra simbólicamente desamparada.

Las semejanzas entre Arlt y Pla son muchas, o varias al menos. Van desde lo biográfico hasta ciertas marcas de estilo y, obviamente, la hegemonía de esa angustia existencial que cargan casi todos sus personajes. Además de acusarse a sí mismo de padecer una melancolía al mejor estilo Erdosain, Roger Pla fue también autodidacta y voraz lector de traducciones baratas de novelas clásicas. También como Arlt, no pudo terminar el secundario, por lo que muy joven empezó a ganarse la vida con el periodismo gráfico. En cuanto a su literatura, al igual que sucede con el autor de Los siete locos, su obra vagamente se enmarca y desmarca con la misma facilidad de las banderas de Boedo. Incluso Pla también se quejaba de que nadie advirtiera el prolífico trabajo que lograba hacer contrarreloj, aunque nunca citara la famosa frase del cross a la mandíbula.

Sin embargo, Arlt y Pla también tuvieron sus diferencias: entre agosto y noviembre de 1941, en la página 6 de El Mundo discutieron en torno de lo que debía ser la nueva novela. Mientras Pla defendía la existencia de personajes o criaturas lo más vivas y complejas posible en detrimento de la trama, Arlt decía que lo más importante era conservar el argumento porque, de lo contrario, una novela corría el riesgo de transformarse en una sucesión de estados de ánimo, una galería de retratos. Lo interesante, más allá de este entredicho que no pasó a mayores (pero, al parecer, disgustó al joven Pla) es pensar hasta qué punto aquellas posturas representan hoy por hoy sus obras. Si El juguete rabioso es el prototipo de esa trama que tanto defiende Arlt, no sería demasiado errado postular que Los siete locos se acerca peligrosamente a esa característica que ensalza Pla.”

De lo que sí estamos completamente seguros es que Roger Pla fue un escritor sustancialmente comprometido con lo social, con el malestar de la época y su obra siempre estará teñida de una angustia visceral que el rosarino depositará en la estructura de una serie de personajes urbanos traumatizados. Debemos entender que Pla fue parte de esa nueva cara del realismo que impactó en la literatura a partir de la irrupción del peronismo.

Como la mayoría de estos escritores de pluma caliente, Pla se maquillaba para no mostrar debilidad, pero en lo íntimo, en el silencio atormentado, reflexiona:

Me ahogo. Me falta luz.

Vivo en la más crasa incomprensión. Todos mis familiares me resultan extraños. No sé qué piensan de mí. Que soy un loco, lo piensan muchos. Que río por cualquier motivo, que soy un mal genio y que hago mil disparates al día.
Quiero alejarme de todos.
Además me fastidian sus problemas. Quiero irme solo. Solo.
Sé que nadie me quiere.
Ellos quizá están convencidos que me quieren. Pero es distinto.
Lo dije una vez y lo repito: mi gran tragedia, se sintetiza en esto: “Tuve mil padres y no tuve ninguno.”
Sin embargo, me queda un consuelo. Es puramente estético.
Pude escribir de mi vida, muchas páginas interesantes.


Los trabajos de Roger Pla analizados por Analía Capdevila nos acercan a todo este mundo íntimo. Su ensayo Roger Pla, la novela total es sumamente criterioso, pero también resultan significativos los aportes de Juan Carlos Ghiano en una reedición de Los Robinsones y el estudio preliminar sobre toda la obra de Pla, realizado por Orfilia Polemann, que se incluye en la edición póstuma de su última novela Los atributos. De esta obra extraemos un fragmento:

EL MADAME SAFÓ

Había un requisito previo para ser admitidos en el Safo. Un examen a través de la mirilla de su gran puerta de cedro labrado. Roque y yo, tiesos bajo la gran marquesina de cristal que destellaba de luces, resistimos la prueba. La puerta se abrió, y entramos. Un grandote de smoking se hizo a un lado. Y nos sumergimos en un corto corredor, muy ancho, piso y zócalo de mármol, macetas y flores a los costados, una puerta cancel de cristales tallados, abierta, y, junto con todo eso, una frescura de atmósfera perfumada rescatándonos de la canícula que hasta entonces había estado quemándonos la piel. Rumor de ventiladores por todas partes, voces discretas, sin gritos, la amplia, enorme recepción —cien metros cuadrados de un patio, una especie de impluvium pompeyano con la excepción del techo de vitraux sostenido por columnas corintias—, sofás y divanes diseminados con gusto, gran estufa de bronce, ahora apagada, en el centro, curiosa mansión que se prolongaba, a los costados y al fondo, en pasillos y quien sabe cuántas habitaciones, parejas y grupos sentados o de pie, mujeres cruzando lánguidamente ese espacio con una belleza que aún no había empezado a marchitarse, suaves bajo las ropas traslúcidas de soirée, casi aladas, piernas perfectas surgiendo por la hendedura de los vestidos, firmes sobre los pies también firmes en los zapatos de raso, de seda, elevados sobre tacones Luis XV. Una estudiada distinción planeaba sobre todas estas mujeres y el menor de sus movimientos, y Mme. Safó, en seguida supe que era ella, como una marquesa, enarbolando su larga boquilla de espuma de mar y virolas de oro, avanzando hacia nosotros.

—Enchantée. Moi, je suis Mme. Safó


Entre sus obras podemos citar: Los robinsones (1946), Faja de Honor de la SADE, El duelo (1951), Paño verde (1955), llevada al cine en 1973 por Mario David, Las brújulas muertas (1960), Intemperie (1973) y, póstumamente, Los atributos (1985). Pla había publicado una novela policial con el seudónimo de Roger Ivnes. Titulada en su edición original por el sello Jackson La diosa de la venganza llora, fue reeditada casi 20 años más tarde en la entrega 279 de la colección El Séptimo Círculo, dirigida por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, como El llanto de Némesis. En 1969 sale en la editorial Vigil el ensayo Proposiciones. Hacia el final de su vida pública el libro de poemas Objetivaciones, del cual hace una muy pequeña tirada para sus alumnos y seres allegados. Como crítico de arte escribió, entre otras, las monografías Diderot y sus ideas sobre pintura (1943), Gambartes, y La pintura pompeyana. Como crítico de arte ha producido múltiples ensayos, entre los cuales se destaca el dedicado a su amigo Antonio Berni. Incursionó también en la dramaturgia. En este género su obra más importante fue Detrás del mueble (1942). En 1981 Torres Agüero Editor, sello hoy desaparecido, preparó un precioso librito, maravilla tipográfica, reuniendo en versión de Roger Pla compilaciones de textos de Charles Baudelaire, algo periféricos para los siempre lectores de sus dos o tres obras canónicas. Se tituló Consejos a los jóvenes escritores y Proyectos de prólogos para Flores del mal.



“Casi al mismo tiempo que escribe Intemperie, Pla está embarcado, como ensayista y estudioso de la literatura, en dos proyectos importantes”, escribe Analía Capdevila en su estudio preliminar. “El primero es un ciclo de charlas semanales para Radio Nacional de Buenos Aires, titulado La Novela Nueva hacia una Nueva Forma. Para esta misma época es convocado por Boris Spivacov, director del Centro Editor de América Latina, para dirigir Capítulo, la Historia de la Literatura Argentina, una obra colectiva que sale entre 1967 y 1968”.

Esta experiencia sería revolucionaria. En una oficina de la calle Piedras y Avenida de Mayo se reunían para perfilar la colección que marcaría un hito en la edición de libros. Cada semana el público recibía un fascículo más un libro a un precio sumamente accesible. Esta idea hizo que la literatura se socializara y dio oportunidad a un sinnúmero de nuevos autores para que pudieran publicar.

Capdevila consigna que para esta obra en fascículos trabajan profesores y críticos literarios que habían renunciado a sus cátedras luego de la intervención de la Universidad por el dictador Juan Carlos Onganía, y que la lectura final de cada capítulo está a cargo de uno de estos destacados profesores: Adolfo Prieto. No profundiza sin embargo Capdevila en cuál pudo ser la relación de una novela tan programáticamente nacional, popular y modernista como Intemperie con las ideas afines del grupo Contorno, al que Prieto pertenecía. ¿Por qué Contorno se ocupó tanto del rescate de Arlt y dejó en la sombra a Pla, que para colmo escribía mucho mejor?

Pese a que el estudio preliminar de Capdevila no responde a estos interrogantes, combina sin embargo rigor académico y amena lectura. Aún distanciándose de la intensidad del biografiado mediante cierto desapasionado sesgo posmoderno, no deja por ello de revalorar y poner en foco a una figura relevante de su época pero desconocida para las generaciones más jóvenes. Figura que encarnó, al igual que Arlt, un oficio casi completamente desaparecido en el ámbito local: el del escritor que vive de su pluma. A destajo. Sin cátedras ni cargos. Y que en sus casi inexistentes ratos libres se las ingenia para desarrollar una obra innovadora. Una obra, además, que va tejiendo una saga donde los vínculos entre los personajes conectan los diferentes libros entre sí.




Las dos primeras novelas de Pla, Los Robinsones (1946) y El duelo (1951) son novelas de crisis, novelas de ideas y, en algún sentido, novelas de artista, la morosidad de cuyas conversaciones entre los personajes retorna en el drama trágico Las brújulas muertas (1960). Su novela póstuma, Los atributos (1985) regresa al mundo arrabalero con una historia de la vida real, cruzando ficción y no ficción. Es su única novela rosarina y está ambientada en los años `20 y `30, la época de su juventud. En 1969 (coincidiendo nada casualmente con la escritura de Intemperie, el ciclo radial sobre Nueva Novela y la obra para Capítulo) salió por la Editorial de la Biblioteca Popular Vigil su ensayo Proposiciones. En 1982 alcanza a ver publicado Objetivaciones, un libro de poemas del que Osvaldo Svanascini editó 300 ejemplares.




En la década del `70 Roger Pla aparece ligado a la publicación Mitomagia, una revista que alcanza a editar 15 números. En mayo de 1973 es convocado para desarrollar un proyecto que marcaría a toda una generación: aparecía la revista Crisis. Roger Pla sería el primer Secretario de Redacción y Julia Constela la Secretaria General. Entre los redactores estarían: Julio Huasi, Eduardo Baliari, Mario Szichmann y Orlando Barone.

Fue miembro del Rotary Club de Ramos Mejía -Pla vivía en esa localidad con su famila-.Posterior a su muerte la institución organizó diversos concursos literarios para los cuales otorgaba un importante premio a los concursantes. Dicho premio fue denominado "Premio Roger Plá" a partir de 1982 en homenaje al escritor.

Miembro también de la SADE, organizó distintos talleres literarios y de narrativa, ocupación que continuó realizando en forma independiente hasta unos pocos meses antes de su muerte.

Fallece el 28 de junio de 1982, víctima de un cáncer de pulmón.



RECUERDO AL INSTANTE DE MI MUERTE

Fue tal como lo había deseado.

La noche de verano,

los pies sobre el banco,

el cuerpo en la reposera, tomando la forma de la lona,

la boquilla apretada entre mis dedos con sus hilos de humo.

Tenía doblado bajo la nuca el brazo izquierdo

y el derecho, la columnilla rojogris hacia lo alto,

apoyado el codo en la madera.

Desde lejos, las estrellas golpeaban con sus nudillos en mis ojos.

Entonces el espacio aspiró con fuerza y contuvo el aliento.

La inmovilidad sujetó sus espasmos en la copa de los árboles,

la casa vertical fue un panal de abejas en el aire.

El poste de la luz, en cruz, cruzó los brazos.

Apareció en el cielo el sol, sin contradecir, amable, la lenta noche,

y sonrió el creciente de la luna con un sarcasmo bondadoso.

Pensé que no era decoroso seguir con los ojos abiertos ante tanta belleza,

y bajé los párpados.

Sin impertinencia,

con suavidad,

la boquilla se desprendió de mis dedos.

EL EDITOR AGRADECE AL ILUSTRADOR DANTE BERTINI, EL DIBUJO QUE ACOMPAÑA ESTA CRÓNICA QUE FUE REALIZADO ESPECIAMENTE PARA HOJAS DEL ABANICO.
BERTINI, SIENDO MUY JOVEN, TRABAJÓ EN LA DIAGRAMACIÓN DE LA REVISTA MITOMAGIA Y RECUERDA CON PROFUNDO AFECTO A ROGER PLA.