"Quiero más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila" Mariano Moreno

lunes, 29 de abril de 2013





 ABANICO LATINOAMERICANO






REINALDO ARENAS: SÓLO HAY UN LUGAR PARA VIVIR, EL IMPOSIBLE.


La desgarradora obra literaria de Reinaldo Arenas (Holguín, Cuba, 1943- Nueva York, USA, 1990) tiene un valor  incalculable en el panorama de las letras latinoamericanas. Como bien expresa Guillermo Cabrera Infante en La breve vida infeliz de Reinaldo Arenas: “Decir que Reinaldo Arenas atravesó como un cometa la literatura cubana y no decir que fue un bólido salido del infierno es mentir a medias. Reinaldo (como le gustaba que escribieran su nombre y al acortarlo la amistad lo convertía en rey) empezó como un revolucionario y terminó como lo que siempre fue, un rebelde con varias causas. Tres pasiones rigieron la vida y la muerte de Reinaldo Arenas: la literatura no como juego, sino como fuego que consume; el sexo pasivo y la política activa". Pero no era suficiente. De las tres, la pasión dominante era, es evidente, el sexo. No sólo en su vida sino en su obra. Su vida sexual comenzó comiendo tierra, que ya Freud señalaba como una actividad sustitutiva del sexo por la coprofagia. Por supuesto Freud no podía saber que la pobreza, además del sexo, condenaba al niño Rey a comer tierra. Pero el adolescente subía a veces del suelo de tierra roja a los verdes árboles, donde era un rey aéreo por unas horas en su trono vegetal.”

“Reinaldo Arenas había nacido en Aguas Claras, no lejos de Gibara donde nací. Aguas Claras había sido una última estación del tren Gibara-Holguín en los años treinta. Pero cuando nació Arenas, que por su apellido podía haber comido arena, en las playas de Gibara, la parada del tren que venía de la costa había desaparecido, no llevada por el viento de la pobreza, sino por el huracán de la miseria. Sus futuras biografías dijeron luego que había nacido en Holguín. Aguas Claras era una aldea graciosa que pasaba rauda por las ventanillas del tren, pero Holguín era un pueblo sin gracia que quería ser una ciudad espléndida. Pero más espléndido fue Reynaldo por un tiempo.”

“Bajando de los árboles, apenas aprendió a escribir, tatuaba poemas con un cuchillo en el tronco de cada árbol. Un bolero temprano parece describir esta acción: "En el tronco de un árbol una niña / grabó su nombre henchida de placer. / Y el árbol / conmovido allá en su seno / a la niña una flor dejó caer". Ya Reinaldo era mirado por su abuelo como un niño raro, que grababa en el tronco de un árbol su nombre a medias. El abuelo, poseído de un furor extraño, cortaba con un hacha los troncos. Pero Reinaldo proseguía (perseguía la poesía de los nombres) su tarea de tallar Rey en los árboles.”

“Todo lo que cuenta Arenas en su primer libro, su primera novela, Celestino antes del alba, que le ganó muy temprano un segundo premio literario cuando ya era evidente que debía ser el primero de la casta de los escritores Castrados. Arenas encontró otros árboles, otros libros para esconder sus poemas en prosa y escribió otra novela, El mundo alucinante. Si en Celestino se poblaba de hachas el relato, en El mundo proliferaban, alucinantes o no, las cadenas. Con esta segunda novela ganó un primer premio -en el extranjero y en un extranjero en su tierra se convirtió su autor-. Por haber enviado un manuscrito al exterior sin permiso de su tiránico abuelo, que había trocado las hachas por ojos ubicuos, fue condenado a padecer en su tierra, que ya no era la de Aguas Claras de la que comió, sino de La Habana, condena capital, donde se distinguió por dos condiciones humanas que el régimen, dueño de los árboles y las cadenas, escribía su nombre con hachas. Pero Reinaldo se hizo claro en lo oscuro entre los cuentos de las callejas habaneras: fue un homosexual evidente y un escritor vidente allí donde el autor veía oscuro por espejo claro. Y Reinaldo se convirtió en la loca epónima, como dos generaciones antes lo había sido Virgilio Piñera, maestro y mentor. Pero si Virgilio era contenido y sobrio (excepto cuando fumaba su cigarrillo perenne: entonces Marlene Dietrich se apoderaba de sus gestos, de su humor y de su humo) Reinaldo era expansivo y barroco de maneras cuando Virgilio nunca padeció del barroquismo lírico que Góngora contagiaba a Lezama. Virgilio era la facilidad cuando Lezama opinaba con Mallarmé que "sólo lo difícil valía la pena".




“La dificultad de vivir bajo un régimen totalitario le valió a Reinaldo una pena de cárcel: sólo le ganó Virgilio en la cárcel por un día y el desprecio oficial toda su vida.”

“…En el libro de Arenas (Antes que anochezca) no sólo es obsceno el relato, sino la propia vida que la obscenidad le ha obligado a asumir: una vieja sociedad presentada como el único futuro posible le condenaba a ser un hombre nuevo. No a la medida de muy macho que preconizaba su autor, el súcubo siniestro del totalitarismo, sino de una existencia que sólo puede ser descrita como un juego de manos, de manos entre hombres que se identifican con las mujeres y otros hombres que se consideran más machos: como el pederasta activo que posee al pederasta pasivo es un supermacho porque, razona, fornica a otro hombre. No creo que esta dualidad sea ahora dudosa porque Arenas no era Virgilio Piñera como tampoco fue Lezama.”

“La categoría aquí, para futuro horror de Guevara (el otro Guevara, el heterosexual), era de veras no un hombre nuevo, sino un marica nuevo. Eso le permitió escapar a todas las redadas, sobrevivir en la miseria y salir de la cárcel castrista, donde la pederastia era hastía, sin haber tenido un sólo percance homosexual. Como su vida en la cárcel estaba hecha de lances homosexuales aunque, paradoja, Reinaldo se casó cuando su mentor Virgilio, como el otro Virgilio, nunca tuvo mujer. Pero la boda de Arenas fue un acto de bondad, casi de caridad hecha a una mujer con problemas, otros problemas. Otra paradoja, a la novela que es el sólo antecedente de Antes que anochezca (a Hombres sin mujer de Carlos Montenegro) sólo le concierne la vida sexual en la cárcel, casi como a Genet.

“Pero Reinaldo va más allá de Montenegro porque habla del sexo en la cárcel (no precisamente el suyo), en libertad, en la ciudad, en el campo, en su niñez, en su vida adulta y su sexo se manifiesta entre niños, con muchachos, con adolescentes, con bestias de corral y de carga, con árboles, con sus troncos y sus frutos, comestibles o no, con el agua, con la lluvia, con los ríos y con el mar mismo. Su pansexualismo es siempre homosexual y ubicuo, pero al revés de Genet, lo trasciende una poesía verdadera que lo hace una versión cubana y campesina de un Walt Whitman de la prosa.”


© Copyright DIARIO EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40, 28037 Madrid

Arenas fue un autor polémico al que no se lo debe juzgar por su declarado rechazo al régimen castrista. En rigor su desafío fue acelerar los cambios en una Cuba que trataba de armar un proceso revolucionario distinto. Los tiempos lo encontraron como un náufrago en soledad y su lucha en este sentido se vio quebrada al igual que su destino.

De modo que Cervantes era manco

De modo que Cervantes era manco;
sordo, Beethoven; Villon, ladrón;
Góngora de tan loco andaba en zanco.
¿Y Proust? Desde luego, maricón.

Negrero, sí, fue Don Nicolás Tanco,
y Virginia se suprimió de un zambullón,
Lautrémont murió aterido en algún banco.
Ay de mí, también Shakespeare era maricón.

También Leonardo y Federico García,
Whitman, Miguel Ángel y Petronio,
Gide, Genet y Visconti, las fatales.

Ésta es, señores, la breve biografía
(¡vaya, olvidé mencionar a San Antonio!)
de quienes son del arte sólidos puntuales.



Introducción del símbolo de la fe


Sé que más allá de la muerte
está la muerte,
sé que más acá de la vida
está la estafa.
Sé que no existe el consuelo
que no existe
la anhelada tierra de mis sueños
ni la desgarrada visión de nuestros héroes.
Pero te seguimos buscando, patria,
en las traiciones del recién llegado
y en las mentiras del primer cronista.
Sé que no existe el refugio del abrazo
y que Dios es un estruendo de hojalata.
Pero
te seguimos buscando, patria,
en las amenazas del nuevo impostor
y en las palmas que revientan buldoceadas.
Sé que no existe la visión
del que siempre perece entre las llamas
que no existe la tierra presentida
Pero
te seguimos buscando, tierra
en el roer incesante de las aguas,
en el reventar de mangos y mameyes,
en el tecleteo de las estaciones
y en la confusión de todos los gritos.
Sé que no existe la zona del descanso
que faltan alimentos para el sueño,
que no hay puertas en medio del espanto.
Pero
te seguimos, buscando, puerta,
en las costas usurpadas de metralla,
en la caligrafía de los delincuentes,
y en el insustancial delirio de una conga.
Sé que hay un torrente de ofensas aún guardadas
y arsenales de armas estratégicas,
que hay palabras malditas, que hay prisiones
y que en ningún sitio está el árbol que no existe.
Pero
te seguimos buscando, árbol,
en las madrugadas de colas para el pan
y en las noches de cola para el sueño.
Te seguimos buscando, sueño,
en las contradicciones de la historia
en los silbidos de las perseguidoras
y en las paredes atestadas de blasfemias.
Sé que no hallaremos tiempo
que no hay tiempo ya para gritar,
que nos falla la memoria,
que olvidamos el poema, que, aturdidos,
acudimos a la última llamada
(el agua, la cola del cigarro).
Pero
te seguimos buscando, tiempo,
en nuestro obligatorio concurrir a mítines,
funerales y triunfos oficiales,
y en las interminables jornadas en el campo.
Te seguimos buscando, palabra,
Por sobre la charla de las cacatúas
y el que vendió su voz por un paseo,
por sobre el cobarde que reconoce el llanto
pero tiene familias…y horas de recreo.
Te seguimos trabajando, poema,
Por sobre la histeria de las multitudes
y tras la consigna de los altavoces,
más allá del ficticio esplendor y las promesas:
Qué es ridículo invocar la dicha
que no existe “la tierra tan deseada”
que no hallarán calma nuestras furias.
Todo eso lo sé.
Pero te seguimos buscando, dicha,
en la memoria de un gran latigazo
y tras el escozor de la última patada.
Te seguimos buscando, calma,
en el infinito gravitar de nuestras furias
en el sitio donde confluyen nuestros huesos
en los mosquitos que comparten nuestros cuerpos
en el acoso por sueños y aceras en el aullido del mar
en el sabor que perdieron los helados
en el olor del galán de noche
en las ideas convertidas en interjecciones ahogadas
en las noches de abstinencia
en la lujuria elemental
en el hambre de ayer que hoy hambrientos condenamos
en la pasada humillación que hoy humillados denunciamos.
en la censura de ayer que hoy amordazados señalamos
en el día que estalla
en los épicos suicidios
en el timo colectivo
en el chantaje internacional
en el pueril aplauso de las multitudes
en el reventar de cuerpos contra el muro
en las mañanas ametralladas
en la perenne infamia
en el impublicable ademán de los adolescentes
en nuestra voracidad impostergable
en el insolente estruendo de la primavera
en la ausencia de Dios
en la soledad perpetua
y en el desesperado rodar hacia la muerte
te seguimos buscando
te seguimos
te seguimos.

Reinaldo Arenas tuvo una vida trágica y a veces confundible con segmentos de su obra. Luchó por su libertad personal, defendió su obra hasta la obsesión, hasta la clandestinidad y a la cultura cubana como un monumento al que se sabía pertenecía. Fue prohibido, golpeado, perseguido brutalmente, encarcelado y finalmente arrojado al estrecho de La Florida en una endeble  embarcación que le llevó a Estados Unidos de América, en el triste éxodo forzado de El Mariel. Desde el exilio, siguió batallando, pensando lo mismo sobre sí mismo, sobre Cuba y sobre Castro. Tampoco se sintió cómodo en Nueva York ni en Miami. Dicen sus amigos más cercanos que el Viejo Mundo le sentaba mejor.




Resulta difícil encontrar al verdadero Arenas divorciado de sus convicciones. Uno como lector se acerca a su mundo oscuro y siente que la vida es todo pesar y desgracia. El cubano escribe con sangre, con la letra urgente que procura salir del infierno. No es Arenas el intelectual maquillado y arropado con el traje blanco de ceremonias. Estamos ante un ser desnudo, quebrado, dolorido, humillado. Habla del régimen totalitario porque en su país fue un esclavo y fuera de él un paria  que deambulaba pidiendo afecto. Por eso su pluma filosa también arrastra a otros pares con quienes no concuerda. Dice Arenas  reconociendo cierto alivio: "Por primera vez soy un hombre libre, por lo tanto, por primera vez existo. Mi vida hasta ahora ha transcurrido entre dos dictaduras; primero la de Batista; luego la dictadura comunista. Precisamente por estar por primera vez en un país libre puedo hablar..." El desahogo lo expresa ante una platea de estudiantes de la Universidad de Columbia donde había llegado invitado para presentar su libro Necesidad de libertad. Atrás había quedado la cárcel y el rótulo de “peligro social”. En ese texto se anima a denunciar que a Lezama Lima se le dejó morir en un hospital mugriento sin recibir atención, que  Marta Vignier, desesperanzada se quitó la vida, y otros como Jorge Valls y Armando Valladares se pudrieron en la cárcel. "Los demás –anota– pasamos al campo del cinismo, del silencio o de la cobardía". Él mismo confiesa que en las celdas de la Seguridad Nacional firmó "cuanto papel se me puso ante los ojos".

Necesidad de libertad es también una denuncia literaria porque Reinaldo Arenas arremete aquí con dureza contra los escritores partidarios del régimen de Fidel Castro que viven “libres y fuera de la isla”. Arenas no ahorra calificativos para juzgar la actitud de autores consagradísimos como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar o Ernesto Cardenal, el último ganador del premio Reina Sofía de poesía. Al Nobel colombiano le dedica todo un capítulo (titulado, muy gráficamente: "Gabriel García Márquez, ¿esbirro o es burro?"), donde le reprocha que haga "apología del totalitarismo comunista que convierte a los intelectuales en gendarmes y a los gendarmes en criminales".

En su texto, Reinaldo Arenas le recuerda al autor de 'Cien años de soledad' algunas "contradicciones". "Me pregunto -expone- si no es extremadamente cínico que García Márquez, quien hace incesantes apologías a la revolución cubana’ y a su desarrollo cultural y humano, viva sin embargo en París y México, tenga un hijo estudiando en la Universidad de Harvard, y otro aprende a tocar el violín en Francia. ¿No invalida esta actitud real la retórica poscastrista del acaudalado señor que la emite?..."

Tampoco es clemente con Julio Cortázar, "convertido -expone el autor- al castrismo desde los lujosos hoteles cubanos que el capitalismo había construido y con residencia y estatus en París; a Ernesto Cardenal, tan mediocre e hipócrita como su supuesta doctrina religiosa, que ni siquiera práctica (...) A ellos el cinismo se le convertía en cuantiosas recompensas (...) De esa manera llegó Cortázar a best-seller, Cardenal a ministro..."




El mundo alucinante (fragmento)
" El verano. Los pájaros derretidos en pleno vuelo, caen, como plomo hirviente, sobre las cabezas de los arriesgados transeúntes, matándolos al momento.
El verano. La isla, como un pez de metal alargado, centellea y lanza destellos y vapores ígneos que fulminan.
El verano. El mar ha comenzado a evaporarse, y una nube azulosa y candente cubre toda la ciudad.
El verano. La gente, dando voces estentóreas, corre hasta la laguna central, zambulléndose entre sus aguas caldeadas y empastándose con fango toda la piel, para que no se le desprenda el cuerpo.
El verano. Las mujeres, en el centro de la calle, empiezan a desnudarse, y echan a correr sobre los adoquines que sueltan chispas y espejean.
El verano. Yo, dentro del morro, brinco de un lado a otro. Me asomo entre la reja y miro al puerto hirviendo. Y me pongo a gritar que me lancen de cabeza al mar.
El verano. La fiebre del calor ha puesto de mala sangre a los carceleros que, molestos por mis gritos, entran a mi celda y me muelen a golpes. Pido a Dios que me conceda una prueba de su existencia mandándome la muerte. Pero dudo que me oiga. De estar Dios aquí se hubiera vuelto loco.
El verano. Las paredes de mi celda van cambiando de color, y de rosado pasan a rojo, y de rojo al rojo vino, y de rojo vino a negro brillante... el suelo empieza también a brillar como un espejo, y del techo se desprenden las primeras chispas. Solo dándole brincos me puedo sostener, pero en cuanto vuelvo a apoyar los pies siento que se me achicharran. Doy brincos. Doy brincos. Doy brincos.
El verano. Al fin el calor derrite los barrotes de mi celda, y salgo de este horno al rojo, dejando parte de mi cuerpo chamuscado entre los bordes de la ventana, donde el aceite derretido aun reverbera.
(…)
Pero las revoluciones no se hacen en las cárceles, si bien es cierto que generalmente allí es donde se engendran. Se necesita tanta acumulación de odio, tantos golpes de cimitarra y redobles de bofetadas, para al fin iniciar este interminable y ascendente proceso de derrumbe.
(…)
Las manos son lo mejor que indica el avance del tiempo.
Las manos, que antes de los veinte años empiezan a envejecer.
Las manos, que no se cansan de investigar ni darse por vencidas.
Las manos, que se alzan triunfantes y luego descienden derrotadas.
Las manos, que tocan las transparencias de la tierra.
Que se posan tímidas y breves.
Que no saben y presienten que no saben.
Que indican el límite del sueño.
Que planean la dimensión del futuro.
Estas manos, que conozco y sin embargo me confunden.
Estas manos, que me dijeron una vez: -tienta y escapa-.
Estas manos, que ya vuelven presurosas a la infancia.
Estas manos, que no se cansan de abofetear a las tinieblas.
Estas manos, que solamente han palpado cosas reales.
Estas manos, que ya casi no puedo dominar.
Estas manos, que la vejez ha vuelto de colores.
Estas manos, que marcan los límites del tiempo.
Que se levantan y de nuevo buscan el sitio.
Que señalan y quedan temblorosas.
Que saben que hay música aun entre sus dedos.
Estas manos, que ayudan ahora a sujetarse.
Estas manos, que se alargan y tocan el encuentro.
Estas manos, que me piden, cansadas, que ya muera. "


Antes que anochezca (fragmento)


" Oh Luna! Siempre estuviste a mi lado, alumbrándome en los momentos más terribles; desde mi infancia fuiste el misterio que velaste por mi terror, fuiste el consuelo en las noches mas desesperadas, fuiste mi propia madre, bañándome en un calor que ella tal vez nunca supo brindarme; en medio del bosque, en los lugares más tenebrosos, en el mar; allí estabas tu acompañándome; eras mi consuelo, siempre fuiste la que me orientaste en los momentos más difíciles. Mi gran diosa, mi verdadera diosa, que me has protegido de tantas calamidades; hacia ti en medio del mar; hacia ti junto a la costa; hacia ti entre las costas de mi isla desolada. Elevaba la mirada y te miraba; siempre la misma; en tu rostro veía una expresión de dolor, de amargura, de compasión hacia mí; tu hijo. Y ahora, súbitamente, luna, estallas en pedazos delante de mi cama. Ya estoy solo. Es de noche. "

The Parade Ends

"Paseos por las calles que revientan,
pues las cañerías ya no dan más
por entre edificios que hay que esquivar,
pues se nos vienen encima,
por entre hoscos rostros que nos escrutan y sentencian,
por entre establecimientos cerrados,
mercados cerrados,
cines cerrados,
parques cerrados,
cafeterías cerradas.
Exhibiendo a veces carteles (justificaciones) ya polvorientos,
CERRADO POR REFORMAS,
CERRADO POR REPARACIÓN.
¿Qué tipo de reparación?
¿Cuándo termina dicha reparación, dicha reforma?
¿Cuándo, por lo menos,
empezará?
Cerrado...cerrado...cerrado...
todo cerrado...
Llego, abro los innumerables candados, subo corriendo la improvisada escalera.
Ahí está, ella, aguardándome.
La descubro, retiro la lona y contemplo sus polvorientas y frías dimensiones.
Le quito el polvo y vuelvo a pasarle la mano.
Con pequeñas palmadas limpio su lomo, su base, sus costados.
Me siento, desesperado, feliz, a su lado, frente a ella,
paso las manos por su teclado, y, rápidamente, todo se pone en marcha.
El ta ta, el tintineo, la música comienza, poco a poco, ya más rápido
ahora, a toda velocidad.
Paredes, árboles, calles,
catedrales, rostros y playas,
celdas, mini celdas,
grandes celdas,
noche estrellada, pies
desnudos, pinares, nubes,
centenares, miles,
un millón de cotorras
taburetes y una enredadera.
Todo acude, todo llega, todos vienen.
Los muros se ensanchan, el techo desaparece y, naturalmente, flotas,
flotas, flotas arrancado, arrastrado,
elevado,
llevado, transportado, eternizado,
salvado, en aras, y,
por esa minúscula y constante cadencia,
por esa música,
por ese ta ta incesante. "


Mi amante el mar (fragmento)

"Sólo el afán de un náufrago podría
remontar este infierno que aborrezco.
Crece mi furia y ante mi furia crezco
y solo junto al mar espero el día. "

Última luna

Por qué esta sensación de ir a buscarte
hacia donde por mucho que vuele
no he de hallarte.
Qué terror sin tiempo ahora me impele
a por sobre tanto terror siempre evocarte.
No ha de encontrar sosiego nuestra pena
(que hallarlo sería comenzar otra condena)
y por lo mismo jamás cesaré de contemplarte.
Luna, una vez más aquí estoy detenido
en la encrucijada de múltiples espantos.
El pasado es todo lo perdido
y si del presente me levanto
es para ver que estoy herido
(y de muerte)
porque ya el futuro lo he vivido.
Ésa, indiscutiblemente, ésa es la suerte
que por venir del infierno arrostro.
Extraña amante,
sólo me queda contemplar tu rostro
(que es el mío)
porque tú y yo somos un río
que recorre un páramo incesante,
circular e infinito:
un solo grito.

Tú y yo estamos condenados

Tú y yo estamos condenados
por la ira de un señor que no da el rostro
para danzar sobre un paraje calcinado
o a escondernos en el culo de algún monstruo.
Tú y yo siempre prisioneros
de aquella maldición desconocida.
Sin vivir, luchando por la vida.
Sin cabeza, poniéndonos sombrero.
Vagabundos sin tiempo y sin espacio,
una noche incesante nos envuelve,
nos enreda los pies, nos entorpece.
Caminamos soñando un gran palacio
y el sol su imagen rota nos devuelve
transformada en prisión que nos guarece.

Autoepitafio de Reinaldo Arenas

Mal poeta enamorado de la luna,
no tuvo más fortuna que el espanto;
y fue suficiente pues como no era un santo
sabía que la vida es riesgo o abstinencia,
que toda gran ambición es gran demencia
y que el más sórdido horror tiene su encanto.
Vivió para vivir que es ver la muerte
como algo cotidiano a la que apostamos
un cuerpo espléndido o toda nuestra suerte.
Supo que lo mejor es aquello que dejamos
-precisamente porque nos marchamos-.
Todo lo cotidiano resulta aborrecible,
sólo hay un lugar para vivir, el imposible.
Conoció la prisión, el ostracismo,
el exilio, las múltiples ofensas
típicas de la vileza humana;
pero siempre lo escoltó cierto estoicismo
que le ayudó a caminar por cuerdas tensas
o a disfrutar del esplendor de la mañana.
Y cuando ya se bamboleaba surgía una ventana
por la cual se lanzaba al infinito.
No quiso ceremonia, discurso, duelo o grito,
ni un túmulo de arena donde reposase el esqueleto
(ni después de muerto quiso vivir quieto).
Ordenó que sus cenizas fueran lanzadas al mar
donde habrán de fluir constantemente.
No ha perdido la costumbre de soñar:
espera que en sus aguas se zambulla algún adolescente.


Epigrama
        A la columnista; digo, calumnista, de un periódico
                              hispano en el estado de la Florida



Sus escritos, señora Nurka o Nurko,
más que en español están en turco.
¿El tema? Siempre el mismo: nada, nada.
¡Y al pie su horrible foto engalanada!

En eso de decir nada es usted terca
(como en lo de esparcir el venenito),
es la misma terquedad conque la puerca
año tras año nos ofrece algún puerquito.

No se puede precisar cuál es el surco
que calienta su semilla envenenada
o si cobra aquí o al lado de la cerca.

Y en esto francamente me bifurco:
¿Pues cómo puede el señor de la mesada
pagar cual río lo que es sólo una alberca?

(Nueva York, octubre de 1984)





 






Tal vez con su último trabajo titulado El Portero vuelve a hacer gala de su mejor recurso narrativo: la hiperbolización que le sirve para amaestrar el dolor con la risa. Es una fábula sobre el desarraigo del exiliado, el infierno de los otros (Juan lee a Jean Paul  Sartre), la rebeldía, la divergencia, el amor a la vida. Pertenece al ciclo de ficciones escritas cuando ya sabía que padecía el sida, y que se moriría más temprano que tarde, en Nueva York, adonde había llegado desde Cuba, con todos los "marielitos", en 1980. En la isla sufrió la prisión, la persecución por "desviación ideológica" y por homosexual (es mejor que los mariquitas se vayan al Imperio – recordaba-), la censura de todos sus libros (después de Celestino nunca más pudo volver a publicar un libro en su país). La historia de El portero tiene lugar entre diciembre de 1990 y el 23 de junio de 1991, alcanzando su punto culminante el 31 de diciembre de 1990. 

Las páginas de este relato nos despierta la necesidad de observar al otro, de hurgar en la mirada del que  pasa a nuestro lado. Ácido por momentos, tierno como un niño huérfano, censor punzante, el narrador es uno de "nosotros" que de entrada se presenta inserto en "una poderosa comunidad de un millón de personas" que exponen el caso a Juan en español, un idioma cuya pobreza, dicen, se debe a que "por motivos obvios hemos tenido que olvidarlo". Se plantea qué estilo debe emplear "para hacer esta historia más verosímil" y prestar atención al que te saluda. Y tras excusarse por no haber solicitado el concurso de algunos individuos de la comunidad, que "se dicen escritores", como Severo Sarduy ("todo habría quedado en una bisutería neobarroca") o Reinaldo Arenas ("su homosexualismo confeso, delirante y reprochable" lo contaminaría todo), opta por informar sobre los hechos: los animales toman la palabra y acuden a Juan para que los guíe al sitio de sus sueños. Al cierre del informe, la comunidad  advierte que Juan "es algo misterioso y terrible", "un arma secreta y fulminante", porque "un pueblo en exilio y por tanto ultrajado y discriminado, vive para el día de la venganza".

La vida real de Reinaldo Arenas concluyó el 7 de diciembre de 1990, cuando el escritor, una vez ordenados sus manuscritos, se suicida, en su departamento. Su temple esperanzado y optimista tampoco lo abandonó en ese momento. Con sus armas de siempre, la ternura y el humor, escribió en su epitafio: "No ha perdido la costumbre de soñar: espera que en sus aguas se zambulla algún adolescente".



"Yo pensaba morirme en el invierno de 1987. Desde hacía meses tenía unas fiebres terribles. Consulté a un médico y el diagnóstico fue SIDA. Como cada día me sentía peor, compré un pasaje para Miami y decidí morir cerca del mar. No en Miami específicamente, sino en la playa. Pero todo lo que uno desea, parece que por un burocratismo diabólico, se demora, aun la muerte."

"En realidad no voy a decir que quisiera morirme, pero considero que, cuando no hay otra opción que el sufrimiento y el dolor sin esperanzas, la muerte es mil veces mejor."



..."Al cabo de tres meses me dieron el alta. Casi no podía caminar, y Lázaro me ayudó a subir a mi apartamento, que por desgracia está en un sexto piso sin ascensor. Llegué con trabajo hasta arriba. Lázaro se marchó con una inmensa tristeza. Ya en la casa, comencé como pude a sacudir el polvo. De pronto, sobre la mesa de noche me tropecé con un sobre que contenía un veneno para ratas llamado Troquemichel. Aquello me llenó de coraje, pues obviamente alguien había puesto aquel veneno para que yo lo tomara. Allí decidí que el suicidio que yo en silencio había planificado tenía que ser aplazado por el momento. No podía darle ese gusto al que me había dejado en el cuarto ese sobre."

..."Pero la humanidad, la pobre humanidad, no parece que pueda ser destruida fácilmente. Ha valido la pena haber padecido todo esto, pues por lo menos he podido asistir a la caída de uno de los imperios más siniestros de la historia, el imperio estalinista."

"Además, me voy sin tener que pasar por el insulto de la vejez"