Si
hay algo que debemos analizar sobre Ricardo Güiraldes (1886-1927) es
que no sólo se lo debe reconocer como el autor de Don Segundo
Sombra. El siglo XX que se caracterizó por una literatura de élites
europeas, donde Güiraldes no estuvo ausente, lo muestra de un
modo particular y conviene estudiarlo desde distintos aspectos para
contemplar que, sin escapar del viejo esquema liberal “civilización
y barbarie”, su espíritu estético avanzaba hacia una revisión
más ligada al criollismo. Güiraldes conoció París antes que
Buenos Aires y recién en 1890 toma referencia de su tierra de
nacimiento. Su vida transcurre entre Caballito, donde pasa el
invierno en la casa de su abuelo y San Antonio de Areco, la estancia
propiedad de su padre, bautizada La Porteña. Tanto él como sus
hermanos hablaban a la par el francés como el español y esa cultura
de clase acomodada que le era natural y cotidiana nunca la desdeñó.
En esa etapa de crecimiento , educado por intitutrices, el niño se
fue formando en un clima ideal hasta la llegada a su vida de Lorenzo
Ceballos, un ingeniero mejicano exiliado en Argentina, quien lo fue
templando en el rigor del trabajo y lo impregnó de imágenes,
costumbres y modalidades sobre las tareas en el campo, en especial el
transitar de los peones de estancia. Güiraldes se recibe de
bachiller, ingresa en la Facultad de Arquitectura pero no conforme se
inclina por el Derecho mientras trabaja como escribiente en una
secretaría de juzgado; pero nuevamente fracasa y consigue un puesto
en un banco y en una casa de remates.
En todo momento la lectura está
presente. Por sus manos pasan Nietzsche, Spencer, Michelet, Renan,
Dickens, Balzac, Zola, Maupassant, Flaubert, Dostoievsky, Lugones, Darío,
Campoamor, Espronceda, Bécquer, Isaacs. Es claro que el camino a
seguir está ligado a la literatura. En mayo de 1910 en compañía de
su amigo Roberto Levillier, viaja a París y es en este periplo donde
aparece su verdadero destino de escritor.
Hacia
1912 Güiraldes se integra en Buenos Aires al grupo de artistas y
escritores que se nuclea en el taller de Alejandro Bustillo,
bautizado como grupo Parera; allí es donde conoce a Adelina
del Carril, la que posteriormente sería su esposa. El casamiento se
realiza el 20 de octubre de 1913 en La Porteña. Aquí se
produce un hecho mágico. El hombre que lleva a la futura novia hasta
la estancia es un gaucho llamado Ramírez, el que con el tiempo se
transformaría en la leyenda de Don Segundo Sombra.
No
debemos quedarnos con la imagen épica del viejo hombre de campo.
Güiraldes es un hombre que vivió entre dos culturas pero que no
perdió su argentinidad; como el mismo lo expresa: “Entre extraños
aprendí a ver lo que había en mí de nacional, lo que hay en mí,
no de individual, sino de colectivo común a todo mi pueblo”.
Güiraldes
transita un camino al filo de la cornisa entre un texto realista y un
impulso naturalista que permite sostener su obra con un color de
amanecer pampeano. En esa evocación histórica y documental está su
mundo interior y el valor artístico de su obra. Güiraldes, como
dijimos, es mucho más que su leyenda campera, no podemos olvidar al
cuentista, al novelista de Xamaica,
obra
rica llena de aventuras y viajes, a su Raucho,
que aparece en 1917, reorganizada a partir de Los comentarios de
Ricardito, una autobiografía de la que no cabe ninguna duda, a
aquellos cuentos manuscritos entregados a Leopoldo Lugones -Cuentos
de muerte y de sangre- o ese relincho teatral titulado El
reloj que su esposa lo desiste de publicar.
Entre
1921 y 1922 Güiraldes escribe Poemas solitarios, publicados
póstumamente, salvo los tres primeros que aparecen en Proa.
Desde
1922 el novelista había dado un giro espiritual hacia el hinduismo.
En
1924 junto a Jorge Luis Borges, Pablo Rojas Paz y Brandán Caraffa
funda la revista Proa que lamentablemente no tiene el éxito
esperado en Argentina pero sí en hispanoamérica. Desconsolado
decide cerrarla y se aboca de lleno a su Don Segundo Sombra.
En
marzo de 1926 Güiraldes termina Don Segundo Sombra, iniciado
en 1920.
Su
pasión por la teosofía y la filosofía oriental lo domina a punto
tal que estando en París decide viajar a la India, pero ya la
enfermedad de Hodgkin (cáncer de ganglios) había minado su salud y
todo parece llegar a su fin. En ese momento está escribiendo El
sendero y pocos días antes de su muerte le llega la noticia que
fue reconocido con el Primer Premio Nacional por su Don Segundo
Sombra.
El 8
de octubre de 1927 fallece en compañía de su esposa en la casa de
su amigo Alfredo González Garaño. Sus restos llegan a Buenos Aires
el 27 de noviembre, son recibidos por el presidente Alvear y después
son trasladados a San Antonio de Areco.
Entre
los textos que queremos recordar nos interesa El libro bravo,
según Alberto Gregorio Lecot “A partir de la muerte de Ricardo
Güiraldes, Adelina del Carril asume con devoción la delicada tarea
de custodiar y divulgar la obra artística de su marido. Conserva
entre otros papeles inéditos del poeta, los manuscritos de un
trabajo inconcluso: EL LIBRO BRAVO, cuya publicación decide
en ocasión del Homenaje póstumo a Ricardo Güiraldes tributado por
un grupo de Sociedades Culturales Argentinas en San Antonio de Areco,
el 6 de diciembre de 1936.”
Dice
su esposa:
EL
LIBRO BRAVO
Libro
de poemas en que había de exaltar las características excelencias
de los hombres de nuestra raza.
Desgraciadamente
no le fue dado llevarlo a cabo en su totalidad y solo nos queda el
Índice, con la enumeración del proyecto; un Prólogo explicativo y
dos Poemas que dan la pauta de lo que hubiera sido EL
LIBRO BRAVO si
le fue dado terminarlo.
En
ocasión del Homenaje póstumo a Ricardo Güiraldes que un grupo de
Sociedades Culturales Argentinas le tributará en San Antonio de
Areco, el 6 de diciembre de 1936, don Francisco A. Colombo, primer
Impresor de Rosaura,
Xaimaca, Don Segundo Sombra, Poemas Solitarios, Poemas Místicos y
Seis
Relatos ha
querido adherirse al acto, publicando algo inédito del poeta, para
ser distribuido a los concurrentes en recuerdo de este
acontecimiento.
Mucho
me place, para esta ocasión, cederle este manuscrito donde se
evidencia el gran amor lleno de esperanza que sentía Ricardo
Güiraldes por «su tierra, su raza, su nación, su pueblo».
Adelina
del Carril.
El libro Bravo
Hacer
los canto en primera persona, como para ser dichos por cada uno y
teniendo en cuenta los asuntos que puedan ser de exaltación general.
Mi orgullo | Mi malicia | ||
Mi hombría | Mi sangre | ||
Mi insolencia | Mi hospitalidad | ||
Mi enojo | Mi generosidad | ||
Mi risa | Mi fuerza | ||
Mi amor | Mi pureza | ||
Mi coraje | Mi nobleza | ||
Mi cuerpo | Mi comparada | ||
Mi soledad | Mi dominio | ||
Mi anarquía |
Prólogo
Quiero
que mis cantos, a ejemplo de los hombres de mi tierra, vivan por sí
mismos y hallen en la capacidad de bastarse, el orgullo de su
existencia independiente.
Quiero
que mis cantos sean libres de leyes, como los hombres que llevan en
sí su propio honor. Quiero que mis cantos al cantar la libertad,
sean libres; al cantar el coraje, tengan entereza; al cantar la
audacia, sean audaces y al cantar la fuerza, sean fuertes.
Mis
cantos deben revestirse de los valores que pregonan para no mentir.
¿Cómo
podría loar la audacia y ser modesto?
¿Cómo
podría cantar la libertad y ser sometido?
¿Cómo
podría cantar el valor y ser temeroso?
¿Cómo
podría cantar la libertad enmascarándome?
Para
poder ser suficiente, necesario es no haber pedido.
Para
no pedir, es necesario bastarse.
Yo
no soy anarquista que vive de la sociedad ni se agrupa. Para poder
sostener mi orgullo, es que nunca he tendido la mano hacia dádiva
alguna
Vosotros
de quienes canto estas condiciones, las apreciaréis en mí.
¿Qué
autoridad lleva mi mano? Ninguna. Ni tengo quien me lleve ni quiero
ser llevado.
Me
fui por entre el mundo a ver al hombre. La tierra era para mí «la
madre» y el hombre «su hijo vencedor». Conocí las razas, las
naciones, los pueblos, y así de lejos pensé siempre en mi raza, mi
nación, mi pueblo.
Las
razas nacieron porque fueron misterios ignotos del hombre primero,
las calderas de vapor que son hoy calor hecho movimiento y han
cambiado las relaciones del tiempo y la distancia. Las naciones
tuvieron un origen administrativo, hicieron y defendieron sus
fronteras a hierro. Los pueblos crearon ideales comunes a todos sus
individuos.
Los
individuos dentro de sus razas, de sus naciones y sus pueblos,
tuvieron sus rostros y su alma propia, pero tuvieron también el
rostro de su raza; el alma de su nación, el ideal de su pueblo.
Por
eso canto; porque tengo la convicción de que al cantar, no canto yo
sólo, sino que inconsciente, soy como la garganta por donde dice su
palabra «armoniosa» todo mi pueblo.
Nuestra
raza nació de una raza muy vieja y de una tierra muy nueva. Sangre
fue su agua de bautismo y al salpicarse de rojo el damasquinado verde
de la tierra, nació una amalgama de tierra y hombre, que fue nuestro
parto original.
Aquella
raza vieja vino de muy lejos. La trajo el viento, soplando en los
gayos velámenes blancos que eran una idea lanzada al mundo.
En
el hierro de sus espadas dormía el coraje pronto a vivir y en sus
almas, una gran idea nueva.
La
codicia entorpeció a esos hombres. Quisieron conquistar la tierra,
pero fueron conquistados por ella. La torpe sed del oro maldito
habiéndolos traído, los expulsaría como indeseables piratas.
Había
nacido nuestra raza ya y quedaba en pie, hecha de sangre derramada y
tierra invicta.
Hablo
a mi pueblo porque hablo por mi pueblo.
Él
es quien guía mi corazón por la mano mientras digo estas cosas. Mi
palabra no es personal ni aspira a expresar sentimientos personales.
Entre extraños aprendí a ver lo que en mí había de nacional, lo
que hay en mí no de individual, sino de colectivo y común a todo mi
pueblo. Los contrastes evidenciaron lo propio de lo extraño. La
incomprensión obró como piedra e hizo nacer el reflejo que me
apareció como luz, como mi luz, como nuestra luz.
Paulatinamente,
al contacto de otros pueblos y pulsando en la ausencia de ciertos
rasgos, cuales eran los nuestros, propios como creaciones, vi que el
conjunto de pequeñas luces rechazadas, hacían una gran luz y que
esa luz era «armonía».
La
armonía delata la existencia de un ser completo y vi que mi pueblo
era un ser completo ante el cual mis ojos se anegaron de cariño.
Me
fui por entre el mundo para ver al hombre.
Sentí
los límites que no se ven en el idioma de los hombres, en sus
gestos. Sentí los climas y las religiones en las costumbres, la
moral, el sentir del hombre.
Vi
las razas en la fisonomía y las comprendí en sus modos de sentir y
de vivir.
Asistí
al culto de las religiones distintas y comprendí que ellas hacen en
el alma de los hombres, lo que los límites en sus tierras.
Seguí
andando por entre el mundo, viendo naciones, razas y pueblos, y
comprendí que las razas, las naciones y los pueblos florecen en una
religión que es para ellos la representación del estado perfecto y
el ideal al cual tienden. En algunas partes no encontré religiones,
pero sí filosofías, que es el mismo perro con otro collar.
Siempre
pensé en mi pueblo, en mi raza, en mi nación.
¿Mi
raza? Es una raza añeja, otrora pudiente más que ninguna.
¿Mi
nación? Una tierra maternal y enorme, cuyas fronteras no son zarzas
y cuya ley es amiga.
¿Mi
pueblo? Un pueblo admirable de simplicidad, de aristocracia anárquica
que está en peligro de claudicar.
¿Religión?
Tuvo una hereditaria que se muere en mil transmutaciones y ha sido un
poco barrida por el viento áspero de la pampa que es verdadera.
¿Filosofía?
Aún no tuvo pensadores que le dieran un libro que fuera la tabla de
su ley. Pero sí tuvo hombres que a fuerza de ser humanos, dieron
fragmentariamente un soplo de grandeza uniforme.
Mi orgullo
No
he insultado.
Sin
embargo sé que el ala del chambergo que quiebro sobre mi frente es
un rebencazo para los que miran de abajo.
Cuando
canto en mi guitarra, no hago caso del mulato que babea como un
novillo su envidia por los rincones.
Mi
orgullo tiene espuelas que se callan en el lodo de las meadas.
Lo
que respiro de pampa fluye en tranquilo empaque de mis ojos.
Mi
hospitalidad
Sé
hospitalario.
Cuando
el forastero harto de camino ponga en tu población su mirada como un
cuerpo sobre los pellones del recado tendido en el campo, espéralo
más allá del umbral de tu casa chata y fresca y ofrécele tu mano
como un pregusto de abrigo.
Porque
eres señor de tu casa, trátalo cual si fuera amo.
No
preguntes quién es.
Tal
vez en sus brazos pese un mal hecho, más difícil de llevar por la
vida que las arrastradas nazarenas por la barrida tierra de tu patio
en que van hincando su corona de espinas.
Tal
vez un orgullo demasiado grande ensanche su frente bajo el chambergo
cuya ala pretenciosa viene despreciando el aire que crea a su paso.
Siéntalo
junto al fogón, corazón de fuego de tu morada tranquila, y dele un
banco fuerte en qué asentar su fatiga.
Arrima
unas brasas a sus pies para que sequen el barro de sus botas y el
calor suba hasta sus labios en confianzas de confidencia.
Déjalo
hablar y asiente con tu cortesía sus palabras.
Y
cuando el sueño nuble de vacío sus ojos, entonces dale tu lecho y
vigila su reposo tendido sobre tus pellones.
Cuando
se vaya llevará consigo el regalo de tu hermandad que mejora al
hombre.
Paseo
De Río a Copacabana.
Se dispara sobre impecable asfalto,
se agujerea una montaña y se redispara,
en herradura, costeando océano
y venteándose de marisco.
El mar alinea paralelas blancas con calmos siseos.
El cielo está siempre clavado al techo,
por sus estrellas;
los morros fabrican horizontes de montaña rusa...
Y la luna calavereando.
Se dispara sobre impecable asfalto,
se agujerea una montaña y se redispara,
en herradura, costeando océano
y venteándose de marisco.
El mar alinea paralelas blancas con calmos siseos.
El cielo está siempre clavado al techo,
por sus estrellas;
los morros fabrican horizontes de montaña rusa...
Y la luna calavereando.
Viajar
Asimilar horizontes. ¿Qué importa si el mundo
es plano o redondo?
Imaginarse como disgregado en la atmósfera,
que lo abraza todo.
Crear visiones de lugares venideros y saber
que siempre serán lejanos,
inalcanzables como todo ideal.
Huir lo viejo.
Mirar el filo que corta una agua espumosa
y pesada.
Arrancarse de lo conocido.
Beber lo que viene.
Tener alma de proa.
es plano o redondo?
Imaginarse como disgregado en la atmósfera,
que lo abraza todo.
Crear visiones de lugares venideros y saber
que siempre serán lejanos,
inalcanzables como todo ideal.
Huir lo viejo.
Mirar el filo que corta una agua espumosa
y pesada.
Arrancarse de lo conocido.
Beber lo que viene.
Tener alma de proa.
Verano
Buenos Aires. Calle Santa Fe en el 900. Diciembre.
La casa abierta, respirando de noche,
todo apagado dentro.
Cielo, implacablemente estrellado, cuyo azul
de zafiro australiano se aleja,
por obra del aturdimiento luminoso que mandan
a los ojos los focos eléctricos.
De tiempo en tiempo, coches pasan,
en rectilíneos destinos.
En la acera de enfrente, una madre aparea
la obesidad de su flácido descanso
a las epidérmicas lasitudes de su hija,
que corre mano distraída sobre su muslo,
apenas suavizado por un batón rosa.
El reflejo de los focos se aplasta,
extendido contra el asfalto.
Caballito, caballito que llevas el fiacre vacío,
pareces un cuento,
infantil,
de madera.
La casa abierta, respirando de noche,
todo apagado dentro.
Cielo, implacablemente estrellado, cuyo azul
de zafiro australiano se aleja,
por obra del aturdimiento luminoso que mandan
a los ojos los focos eléctricos.
De tiempo en tiempo, coches pasan,
en rectilíneos destinos.
En la acera de enfrente, una madre aparea
la obesidad de su flácido descanso
a las epidérmicas lasitudes de su hija,
que corre mano distraída sobre su muslo,
apenas suavizado por un batón rosa.
El reflejo de los focos se aplasta,
extendido contra el asfalto.
Caballito, caballito que llevas el fiacre vacío,
pareces un cuento,
infantil,
de madera.
Proa
Hace mar fuerte...fuerte...
Los egocultores decimos así a lo
que nos vence y no es el caso.
El mar arrea cordilleras renovadas,
que columpian al vapor
en cuya proa frenetizo de borrasca.
Busco una metáfora pluriforme
e inmensa; algo como fijar el alma
caótica,que se empenacha de pedrería.
¿Cómo decir?...Mar...mar...y mientras
insuflo el cráneo de espacio
para cantarle mi visión, el insolente
me escupió la cara.
Los egocultores decimos así a lo
que nos vence y no es el caso.
El mar arrea cordilleras renovadas,
que columpian al vapor
en cuya proa frenetizo de borrasca.
Busco una metáfora pluriforme
e inmensa; algo como fijar el alma
caótica,que se empenacha de pedrería.
¿Cómo decir?...Mar...mar...y mientras
insuflo el cráneo de espacio
para cantarle mi visión, el insolente
me escupió la cara.
Durante
años en cuarentena