"Quiero más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila" Mariano Moreno

domingo, 6 de mayo de 2012




LEONOR GARCÍA HERNANDO: NEGRAS ROPAS DE MUJER


En el mundo apasionado de la poesía argentina, resulta difícil encontrar una figura determinante. Las claves, inexorablemente terminan en una subjetividad que no siempre coincide con el entramado social, con la conducta ideológica, con la acción militante, con las vinculaciones de género, con los mitos, con la inocencia, con la belleza,con los senderos de la memoria o con la agobiante angustia existencial que domina al creador y lo transforma en un ser de necesidades. No es posible pintar un paisaje sin antes internalizarlo, penetrarlo, dejarlo que recorra el canal sanguíneo y que, una vez transformado en diagrama, se libere de esa penumbra hostil que paraliza al artista. La poesía es la más sensible de todas las expresiones literarias; la validez de las palabras en esa disciplina tiene  un sentido obrizo que determina una transparencia desordenada que antecede a la fiesta de la lectura. En esta ceremonia, Leonor García Hernando (1955-2001), sin duda, es una invitada de lujo.
Como bien expresa María Esther Alonso de Solís sobre la autora: “Es factible leer en la trama social, desde el punto de vista ideológico, cierta identificación entre las diferencias de sexo y determinadas relaciones que atañen -en el funcionamiento social- a los sujetos del género, relaciones económicas, políticas, intelectuales, afectivas, etc. Desde tal diferencia jerárquica no sólo se detenta el poder sino también se consolida -y no se cuestiona- un status quo que mantiene a la mujer al margen de los niveles de decisión, de elaboración o creación de proyectos vinculados con las actividades sociales y políticas”.
Leonor García Hernando aparece en el mundo literario argentino con una construcción poética sustancialmente femenina, con una deliberada transparencia que bien podemos vertebrarla desde su infancia, donde la escritura suplanta a la pérdida de esa niñez que transcurre en la pequeña localidad bonaerense que marcará toda su vida.


Leonor nos acorrala cuando rememora: “Creo que la escritura aparece como una cita que se da entre dos hechos. Por un lado, la pérdida de la infancia como edad y como espacio. Mi infancia está vinculada a lo que hoy se llama “Ciudad Evita” –nombre que debió conservar siempre, pero cuando llegué a ese pueblito se llamaba “Ciudad Belgrano”–. Calles de barro, ausencia total de teléfonos, de hospitales. Mi padre para venir a trabajar a la Capital todos los días, usaba galochas, en invierno o en épocas de lluvia. Mi casa quedaba en la última línea de edificación sobre el bosque de Ezeiza. Frente a mi casa empezaba el bosque.Cuando tengo 11 años nos mudamos a la Capital. Es el final de la infancia como edad y como lugar para tener infancia. Para mí fue seguramente una falla constitucional, psíquica. Una incapacidad total o muy grande de adaptación. Y viví eso como una pequeña muerte... Ahí empecé a escribir".
La poeta agrega: "En mi casa, en mi mundo familiar, yo era la torpe, yo era la que trataba y no podía, como sí podían los otros que eran mis hermanos. Yo trataba de cantar y desentonaba, trataba de bailar y era pata dura, trataba de dibujar y tenía la mano de piedra. No creo en esos primeros años haber escrito mejor que mis hermanos. Mis hermanos no lo intentaron. No tuve con quien competir, no aparecí como la que peor hacía las cosas, entonces perseveré. Me quedé ahí, que era un territorio que nadie disputaba. Creo además, que era un territorio que gozaba de la satisfacción de mi padre que era periodista y veía la continuación de sí en esa hija que también escribía".
La autora también reflexiona: "Desde que empecé a escribir, “la pérdida de la infancia” fue el tema. Y también fue el tema asociado a la muerte. Después, para la desgracia de todos y de la mía, éste país me dio muchos motivos para que pueda perseverar en estos temas. El crimen, el asesinato como código de educación hacia la población civil, hacia los jóvenes, en forma encarnizada, desgraciadamente permitió que yo me pueda demorar en este tema. Y además, no pienso salir de él…”. (Publicado por la revista Perro Negro número 2 / agosto-setiembre de 2000).

En la mesa familiar mi padre no tenía silla.
Él comía parado, erguido sobre el mármol como un
monumento fúnebre;
pero su voz era alegre y ronca
y le gustaba relatar los condimentos usados al preparar
el almuerzo
porque era mi padre quien cocinaba en casa.
Tiempo atrás él degollaba gallinas en la pileta del lavadero
y tapaba los chillidos del animal con el ruido del agua.
Con mi madre compartían ese espacio.
Allí donde mi madre golpeaba la ropa
él golpeaba la cabeza de un pájaro feo y sin otra gracia
que se entrega a una muerte cruenta.
Supe entonces que si era fea compartiría la
suerte de unas plumas sangrientas
y así fue cierto
que mi garganta respira por el tajo.

Leonor García Hernando nació en Tucumán, en 1955. Un año trágico para el país. Eran las 12.40 del 15 de junio de 1955, cuando la Fuerza Aérea y la Aviación Naval Argentina, bombadearon la Plaza de Mayo. Cuarenta aviones nublaron aún más el cielo. Por esa acción cobarde quedaron sin vida 300 personas; entre ellos, un grupo de niños inocentes que viajaban en un colectivo escolar. Fue el primero y único bombardeo a una ciudad abierta realizado en el mundo (es decir a una ciudad neutral, libre de guerra alguna o conflicto armado), con el agravante de haber sido realizado por sus propias Fuerzas Armadas.
En verdad, desde febrero de ese año había una sensación de rumor desestabilizante que incluía el derrocamiento del gobierno y la eliminación física del Presidente de la Nación. La conspiración sumaba a grupos de filiación católica y nacionalista, dirigentes políticos, militares y cierto sector refractario de la ciudadanía.
La autora transcurre la primera etapa de su adolescencia, perseguida y obstinada en la búsqueda de un clima menos mefítico pero, como expresa  José Pablo Feinmann: “Estos elementos entregan el marco, el clima moral, para que las Fuerzas Armadas se presenten como salvadoras del orden y la moral pública contra el festín de los corruptos. Y las clases medias adhieren a ellas, siempre fervorosamente e invariablemente”.
Tiene 17 años y su carácter apasionado la lleva a integrarse en un taller literario que descubre de manera fortuita. Ese espacio había sido creado por un grupo de escritores, en homenaje a Mario Jorge De Lellis, fallecido en 1967. Poeta emblemático cuya poesía marcaría a toda una generación  de creadores de la talla de Juan Gelman, Juana Bignozzi  y Humberto Costantini. De Lellis, legendario fundador del grupo “Pan duro”, había dejado una huella profunda en el sentir de muchos jóvenes que recién daban sus primeros pasos, como era el caso de Irene Gruss (1950), Jorge Aulicino (1949), Daniel Freidemberg (1945), Alicia Genovese (1953) y los narradores Marcelo Cohen (1951) y Jorge Asís (1946). Isidoro Blaisten así recordaba a su amigo: “De Lellis era un estupendo creador verbal, capaz de soliviantar los menudos sucesos, darlos vueltas al revés y producir siempre algo inesperado”.
La poeta  relata: “Después, con otros compañeros, como Sergio Kiesilevski, Luis Eduardo Alonso, Pedro Donangelo, Jorge Barbikane, Nora Perusin, Juan Cristóbal Villafañe, tratamos de repetir esta experiencia de generosidad. Este taller siguió funcionando hasta el año ’77, en que secuestran a tres integrantes del taller, tres chicos de 19 años”.
Sensiblemente emocionada continúa: “Eran Claudio Valetti, María Helena San Martín de Valetti –se habían casado hacía muy poco tiempo– y Claudio Oistrej. Cerramos el taller. Hicimos lo que estuvo a  nuestro alcance; todos esos años los buscamos para tratar de ubicarlos, de recuperarlos, pero fue imposible. Recurrimos a cosas rayanas con la inocencia, vista a  estas alturas de los acontecimientos, necias y estúpidas, como mandar telegramas al Poder Ejecutivo, al primer cuerpo del ejército, certificando nuestros números de documento, nuestras firmas, nuestras direcciones, reclamando la aparición de estos chicos. Fue un hecho devastador. No son los únicos integrantes de talleres literarios que han desaparecido, sé que hay más, no recuerdo sus nombres. Para mí y el resto de estos compañeros, fue un hecho que no tiene consuelo, para el que jamás tendremos amparo alguno”.


Leonor se aventura a publicar su primer libro de poesía a los 19 años: es una obra de 69 páginas, con el sello del taller literario. El título es decididamente sugestivo: Mudanzas (1974), que en rigor no es otra cosa que la verbalización lisa y llana de su estado errante, de su pérdida constante, de su desazón, de su orfandad.
Por entonces ya frecuentaba las mesas del Café La Paz y  Pernambuco,  se sentaba a mirar la tarde y a escribir. Sus amigos la recuerdan con esa imagen congelada de soledad y la resonancia de su voz que arrastraba la erre al igual que Julio Cortázar.
Tiene una actitud militante, un compromiso con  la realidad cotidiana que la fatiga. Le preocupa el abuso, el matonismo, cierto lujo que se da ligado a la conducta abusiva. Reflexiona: “Los hombres interesados en el poder no son los mejores. Y el poder parece traer en sí mismo, una obscenidad, que en hombres que no tienen una gran preocupación moral, los termina de corromper. Ya eran corruptos y el poder lo acentúa”.
Sustancialmente la escritora es una luchadora, una mujer comprometida a despabilar  con el verso, con la línea urgente que quema el papel. Leonor es una referente de esa época minada de injusticias, en un mundo que despertaba en protestas y en un continente que comenzaba a  observar a los oprimidos y necesitados. García Hernando se acerca a la política de manera respetuosa, trata de no confundir obra con panfleto, es una analista crítica de la realidad y puntualmente separa la paja del trigo. Se plantea la militancia, el verdadero objetivo de la entrega. Todo esto la sensibiliza, la sacude emocionalmente. Observa que a su alrededor la vida pasa en medio de secuestros, amotinamientos, desapariciones, exilios, amenazas, muertes. Aparece en Leonor el valor social del barrio y el lenguaje cercano a la estructura del tango como mirada ampliatoria.
En 1984 la invade el deseo de editar una revista. Después de muchos entretelones aparece Mascaró. Juano Villafañe, uno de sus integrantes  nos relata aquella experiencia:
 “Los poetas de Mascaró fue un grupo de escritores integrado por Luis Eduardo Alonso, Leonor García Hernando, Sergio Kisielewsky, Nora Perusín y, quien escribe, Juano Villafañe. Nos conocimos a principios de 1970, en el marco del Taller Literario ´Mario Jorge De Lellis´.
Siempre nos sentimos parte de los “que se salvaron” de ser desaparecidos. Vivimos en la apertura democrática durante los años ochenta el gran drama nacional de los desaparecidos que Leonor García Hernando definió como “la muerte argentina”, la muerte impuesta “para escarmiento de un pueblo retobado”. Éramos muy jóvenes para asumir la muerte y también la derrota de un proceso que tampoco alcanzamos a dirigir. El Grupo Mascaró vivía en un estado de permanente expansión utópica que no apostaba a ser sólo  una acción voluntarista. La poesía es en sí una expresión utópica con anclajes reales. Vivir poéticamente fue el desafío del grupo, como acto de fidelidad absoluta a la escritura y a la vida cotidiana que hacía a la escritura. Con la poesía no cambiábamos el mundo, pero el estado poético se parecía al mundo transformado. Vivíamos lo privado y lo público como una sola cosa; también sabíamos ir a lo privado y reconocíamos las particularidades de lo público. El estado poético era una forma de ser y estar en el mundo. Fuimos vitalistas y en este sentido anti-intelectualistas, pero leímos mucho, nos preparamos tanto teóricamente como literariamente. La Revista de Literatura Mascaró (editada entre 1985 y hasta 1988), nace como una búsqueda del grupo para rendirle homenaje tanto al escritor desaparecido Haroldo Conti como a su novela “Mascaró, el cazador americano”. Mascaró era un jinete que conducía  artistas de un circo, haciendo funciones de pueblo en pueblo y es, también, un reconocimiento a los hombres de Nuestra América, quienes realizaban las tradicionales incursiones de caza sobre diversos territorios con el fin de sobrevivir. En el primer número de la revista publicamos “A la diestra”, un cuento inédito de H. Conti, el cual había quedado en su máquina de escribir el día que lo secuestraron. En los primeros años de la democracia, fuimos la primera revista que publicó poemas inéditos de Juan Gelman. Fuimos amplios para reconocer también la complejidad de las izquierdas, el progresismo y el nacionalismo popular en nuestro país; tanto en lo estético como en lo político, siempre desde un pensamiento crítico y no excluyente. Abordamos los debates dándole prioridad a las búsquedas creativas de la literatura dentro de una coyuntura histórica donde el conflicto cultural entre tradición y vanguardia se abría para contener en el mismo espacio los intentos de ruptura y de continuidad en nuestras letras nacionales. Mantuvimos un trabajo cultural constante. Con las muertes de Leonor García Hernando en el 2001 y Luis Eduardo Alonso en el 2002 lo que perdimos fue al Grupo Mascaró. Un grupo, vuelvo a decirlo, muy vitalista, de acción poética, heterogéneo en lo estético, muy crítico del realismo socialista, pero siempre ubicado en la izquierda, contaminados por los barros, las grandezas y las miserias de la política. Lo que más siento como pérdida era esa confianza que siempre generan los grupos de arte que se conocen y se sobreponen a todas las dificultades. Además, éramos descarnadamente auténticos para decirnos la verdad, para pelearnos, para reconciliarnos”.



En 1987 Leonor  publica Negras ropas de mujer, una edición rústica de 100 páginas, bajo el sello de Colección de Poesía Mascaró. El grupo de amigos del taller financia la impresión de la obra.
La escritora se va adueñando del barrio de Balvanera. En sus dos últimos libros registra su domicilio en la calle La Rioja 138.
Transcurre el año 1993 y aparece La enagua cuelga de un clavo en la pared, una obra distinta de las anteriores. La mirada poética de su amigo Jorge Aulicino, es significativa:

“Este libro aparece en una ciudad recorrida literariamente por ciertos tópicos que constituyen un gusto. El que escribe estas líneas no puede olvidar esas circunstancias, que el tiempo convertirá en banales. Dichos tópicos son la máscara, la simulación, la mimesis. Y el hecho es que en estos poemas se trata de compromiso con los propios tópicos. Riqueza y dolor son los puntos de tensión de este libro y son cuestiones que han aparecido paradojalmente unidas en la literatura en muchos momentos. Se trata del «romano desierto de dolor», de Jim Morrison. Se trata de «al fin nada os debo, me debéis cuanto escribo», de Antonio Machado. Se trata de la construcción de una riqueza, un poder que lo deja a uno desnudo. Una destrucción del sujeto realizada con abundancia tal -de imágenes, concretamente- que reinstala las cosas en su sitio: no sólo «nada os debo» sino, además, «me debéis cuanto escribo». La literatura no tiene únicamente valor de cambio, fantasmático, sino también valor de uso, cuerpo. Y no poco valor. En este caso: imágenes infinitas -fácil de decir: surreales- puntúan un significante que es siempre el mismo: una mujer convaleciente o enferma instaura una ley en su desastre. Su poder, su desnudez, es la capacidad de resubjetivizarse en círculos cada vez más amplios, hasta que al fin «ese deterioro, palabras» es aquella «zona donde los idiotas mueven sus cuadernos». Vengan a nos las vanguardias, si es necesario, y la subjetividad defendida como lugar donde todo se realiza y se reacentúa, para recuperar lo que la literatura guarda de esencia: coraje y silencio. Así, aunque parezca que aquí se canta”.

La obra está contemplada en dos mitades. La enagua es un largo poema atravesado por historias de perdedores en hoteles remotos, que se han visto y retornan en el poema, intermitentes, en un ritmo de prosa poética hecho para dejar sin aliento (ahogado) al lector, para cabalgar con su corazón, perforárselo y terminar perdido en imágenes alucinadas. La segunda parte, Muerte argentina, tiene todo el calor y la angustia que se transforma en grito, en la voz en alto de esa generación que ve como la van destrozando. Exclama la poeta: “El mal nos corrigió las rodillas”, “seremos adolescentes amargos, nuestra frente reventada a culatazos, sin dientes a los 25 años, sin nombres en los sótanos, los cuerpos sin sexos, estallados con dinamita en un monte de pinos”.
Leonor también asume una posición crítica sobre la problemática de género y determinados aspectos de la homosexualidad. Su visión es decididamente crítica: 


“Ensimismada en este rencor que siento hacia los hombres, me gusta decir –incluso a mis amigos– que me da la sensación y tengo indicios recurrentes, de que son todos putos. Yo respeto a un hombre homosexual, que dice “yo soy homosexual”, pero hay una diferencia entre eso y los “vivillos de oficina” o los “vivillos de cocina de bar”. En todo lugar donde haya un grupo de muchachos trabajando, jugando o en un vestuario de gimnasio, o lo que sea, como quien se macanea todo el tiempo se están toqueteando. “Mirá que te apoyo” o “te gusta que te la apoyen”. Y por ejemplo, el fenómeno de los travestis no parece impregnar la vida cotidiana y las relaciones cotidianas de las mujeres. Sí parece haber impregnado la vida cotidiana de los hombres, o que en todo caso, la aparición de ese fenómeno deslumbró de semejante manera porque es algo que parece estar no subyaciendo en capas profundas sino en capas muy superficiales de las relaciones de los hombres entre sí. Y creo que el que va recurrentemente a buscar travestis, tiene comprometido algo más que la curiosidad, porque además es repetitivo. Y los que hacen “uso” son señores “hechos y derechos”, con familia, casados, con supuestas vidas respetables.
Con respecto al machismo. Creo que como toda cultura de dominación, lleva en sí la certidumbre de la dignidad de la naturaleza contraria. Yo confío en un hombre capaz de desenvolverse en la vida respetando a sus semejantes, considerando a todos y cada uno, como un ser merecedor de todo respeto, de todo cuidado y de todo derecho. Todo hombre que no se esfuerce por sostener esta cultura y esta moral, me parece un hombre despreciable. A mí me gusta detenerme en el peronismo... Es extraño hablar con un peronista, porque cada vez que yo he hablado con un peronista, resultaba ser que el peronismo era siempre otra cosa. Para ellos resultaba ser que lo que el peronismo hacía en ese momento, no era el peronismo, que el peronismo era otra cosa. Lo he escuchado en el ’73, durante la dictadura, durante el menemismo, y lo sigo escuchando de cada persona que se reconoce peronista. Algo similar ocurre cuando uno habla con un hombre. Siempre es otra cosa que lo que hace. Conozco pocos hombres que respeten a la mujer como un par con el que deben ser solidarios, compañeros. Y sostenerlo en la misma medida en que él necesite compañía, solidaridad y sostén. Conozco pocos hombres que respeten la naturaleza de la vida de una mujer. El 90% de los hombres trata de la misma manera a una mujer enamorada que a una puta. La trata un poco peor... porque a la puta le paga. En estos últimos años he frecuentado sitios en donde se realizan tratamientos oncológicos a pacientes con cáncer. En todos estos sitios jamás he visto a un hombre enfermo solo. Siempre está acompañado por una mujer. En cambio, las mujeres, en el 90% de los casos, están solas. Eventualmente acompañadas por alguna amiga o hermana, nunca acompañadas por un hombre. Es un hecho llamativo.
Creo que todos los seres humanos somos intrínsecamente, físicamente, seres solos. Abandonados a la buena o mala fortuna. Dentro de ese panorama, las mujeres están aún más solas.
Creo que se avanza hacia una cultura donde se va perdiendo el rastro, los logros, de muchas maneras”.
En 1999, publica Tangos del Orfelinato / Tangos del Asesinato (Colección Mascaró). Volvemos a su palabra:
“El tema de la orfandad registra o intenta registrar un lugar, un lugar de indefención social que nació en la familia. Un lugar en donde la familia participó para crear, donde participaron los vecindarios, los colegios, las universidades, los gerentes de fábricas... Por esto pudo ocurrir. Los grados de responsabilidad por supuesto no son los mismos. Digo solamente, que toda esta crueldad pudo existir, porque hubo una crueldad social que de alguna forma también participó de este hecho. Es muy amarga la visualización de estas cosas, porque no hay una interrupción profunda, porque no hay una seria revisión social de los sucesos. A mí no me gusta revolverlos con una suerte de gusto obsceno. Si no se aprenden nuevas conductas de amparo socialmente, como los asesinos están ahí y caminan por las calles, esto en algún momento volverá a ocurrir. En las primeras manifestaciones que logren rearmarse en repudio a formas de vida injustas, aquello volverá a ocurrir".
"Yo ni glorifico ni defiendo el mundo del delito. De todas formas, creo que si una persona es expulsada de toda vida digna, útil, generosa y placentera, si no tiene oportunidad de desarrollarse armónicamente en la vida, la elección del mundo del delito es por lo menos, una forma instintiva de defensa de la vida. “No me dejás laburar, no puedo acceder a la salud, a la educación, a un lugar civilizado en el mundo, bueno, entonces me refugio con los míos, con quienes están en mi misma condición, en un mundo incivilizado y que se salve quien pueda”... Creo que esto es lo que genera el mundo del delito. Hoy, cualquier persona mínimamente afectada por la posibilidad del robo, porque le entren a la casa y les saquen sus electrodomésticos, pide sangre, pide muerte... No se detiene ni por un instante, a pensar y a exigir el cambio de la situación que obliga a la gente o que le da un libreto incontestable a la gente que elige el delito como un lugar de retención de sus derechos a estar en la vida. Toda esa caída sumamente hipócrita sobre el dolor ajeno, es hipócrita porque nadie se anima a poner en su boca las palabras que hablan sus actos".
"Los “escuadrones de la muerte” en Brasil, que donde encuentran a un chico durmiendo en un umbral lo matan, muestran el pensamiento cruel y mezquino de esta sociedad, sin hipocresía. Ese chico, cuando tenga 14 o 15 años saldrá con una navaja y le cortará la garganta al que pueda, para sacarle un anillo o la billetera, entonces lo matan. Como no están dispuestos a hacer algo para evitar que ese chico duerma en el umbral, lo matan. Ésa, es la expresión moral de este mundo, sin hipocresía. En cambio, en esta sociedad argentina, que dice “yo soy honrado, yo trabajo, yo todavía retengo un lugar en el mundo porque tengo un salario, una obra social, entonces no quiero que un desprovisto de éstos me ataque. Pero yo no le deseo la muerte a un pobre niño que duerme en un umbral, quiero que a los 14 o 16 años lo mate la policía”... Son juegos de espejos...” 

Tangos del asesinato

Desde la mitad de su crecimiento las mujeres son
cuidadosamente envenenadas
MAX ERNST

Todo es desorden.
No pidas otro lugar que aquel espacio de cardúmenes.
No devores otro pan, otro licor de sueño.
No pidas otro rencor que esta mesa que tanto has
codiciado.
Yo no soy tu pesadilla y no puedo consolar el cansancio
de los materiales.
¿Para qué deseas tu pequeña maceta con tulipanes
misteriosos?
¿y las alfombras de pesada lana donde los pies se deslizan
como algas en la oscuridad del mar para qué?
Yo soy la que te dice que tu suerte es poca cosa. Sólo la
trivialidad de tus cabellos cepillados para que brillen hoy
en la tormenta.
Estúpida noche estúpida en todas sus ventanas sus
bancos de cemento en parques vacíos. Llueve con
agitación
no hay horror si uno respira con suavidad sobre los
vidrios. El paisaje se empaña. Regresan las hojas del nogal
apretadas por el remolino
y este rincón, esta mesa de estuque rojo, parecen ser
pasión de muchachas advenedizas. Las invitaría a
retirarse si la calle no fuese tan brutal; pero estos pasajes
que perfuma la mandrágora no abrigarían a unas muchachas
que se alejan con perlas en las orejas.
No soy tu araña de gruesas patas angulares. No soy tu
destino errado.
Responde al terror con otro veneno en los labios.
Cuando miras a tu padre romper botellas contra el marco
de la puerta cuando tu madre se mueve con un
arrastrar de toallas en el pasillo y los niños están con sus
opacas cabezas cubiertas por una sábana de lino. Si tu
hermana clava su mano con el huso de vidrio y la belleza
la duerme agotada
y la enfermedad palpita en esos dormitorios donde no
quieres entrar porque ahí es pobre tu cuerpo, porque allí
tus uñas crecen curvas y los muebles tienen esa suavidad
inconclusa de la demencia.
No creas que mi rostro de barco es para esos corales.
No soy tu naufragio. No soy el fuego que mentía un
faro en la playa de piedra.
La tormenta es inmensa sobre los autos estacionados en
la avenida. Esa es la verdad: no queremos mojarnos
se desbordan las alcantarillas, se deshacen los papeles
arrojados por el paseante con dedos idiotas y una pasta
hecha de sucios fragmentos, del reflejo de difíciles ojos
impregnados; va cubriendo el asfalto de desviaciones.
Sollozar no sería dramático es tan escasa esta noche,
tan ingratos sus mástiles banderas de cenizas sobre
nuestros hombros desnudos las nubes se mueven
estremecidas y pequeñas, frías luces disminuyen en
sombra
y ustedes cuentan el gemido de la madre en el dormitorio
de paredes bloqueadas. Ustedes, que han visto al padre
golpear a la madre como un paisaje de campo desde la
ventanilla del tren.
Ustedes que no han nacido y están rotas como los
pequeños huevos de codorniz hurgados por la comadreja.
Yo no soy nada de esa corteza amarga que empujarán
contra los dientes, invierno comido por invierno. Sube los
peldaños de la escalera y mira
yo no soy tu destino. Sólo soy la que lleva la vela en la
mano e ilumina el descampado.
Además están los sencillos manteles las hamacas donde
el sol ilumina tu cuerpo temeroso el amante que te
obsequia un collar de perlas y al inclinar la cabeza,
escuchas el sonido del broche cerrándose
los cuchillos que brillan sobre la mesa de la cocina, o el
ruido de la loza en la pileta, serán todo el placer.
No soy tu destino. Siempre es amargo el deseo entre
objetos olvidados. Soy la que atraviesa la escena con su
candelabro de hierro
soy la que atraviesa descalza el monte fúnebre donde
brillan los dientes de jabalí.



Repentinamente la salud de la poeta se vulnera. El cáncer comienza a  ensombrecer sus días. Trata de negarlo, pero es una lucha despareja. Se entrega de lleno a la terminación de su libro El cansancio de los materiales que aparecerá en 2001, dos semanas antes de su muerte. Sin desmayo cumple con sus compromisos. Recita en público, asiste a conferencias, siempre manteniendo el tono justo y la sonrisa en alto. Su última lectura pública fue el 22 de marzo de 2001 en la Universidad de las Madres. Ocho días después, el viernes 30, fallece en el Hospital Oncológico Marie Curie.
Leonor García Hernando siempre trató de quitarle dramatismo a la vida, sus textos son una mirada esencial que transcribe un momento explosivo de nuestro país. Su obra es la memoria atravesada por el desgarro interno, por los  vericuetos de la invalidez, por la incomplitud del cansancio.
La escritora nos deja una obra latente, una poesía caliente, una voz que seguirá resonando mientras el verso siga teniendo aire de protesta.

jueves, 5 de abril de 2012


ALBERTO VANASCO: MEMORIAS DEL FUTURO


No cabe duda que Alberto Vanasco (1925-1993), integró esa cofradía de escritores que marcó una época en el mapa cultural de nuestra ciudad. Hablamos de aquella raza de autores despojados de una estructura académica, decimos de un personaje que creció en una Buenos Aires romántica y trasnochada, cuando las anotaciones y apuntes escritos sobre la mesa de un café indecoroso tenían mística, urgencia, clandestinidad; y el escribiente no calculaba, como ahora, los caracteres puntuales en su computadora. Aludimos a esos vagos comprometidos con el oficio de la vida, capaces de ser pensantes mentirosos a la hora del acuerdo formal y seductores cuando la circunstancia se presentara. Afirmamos que estos intelectuales callejeros sabían  demasiado sobre los conflictos existenciales y no se callaban la boca, no se guardaban nada, no especulaban sobre la trascendencia de la palabra escrita.
Vanasco fue un adelantado, un vanguardista experimental que anticipó el neobjetivismo, un innovador en todos los géneros. Jugó con el lenguaje, basándose exclusivamente en la explotación de la imagen y el contacto con la realidad. Incursionó en la novela, quebró su angustia como cuentista, poeta, dramaturgo, y no dejó de lado al periodismo, oficio que le abrió las puertas a muchas de sus inquietudes.
Formó parte de la vanguardia argentina de los años 50. Estuvo siempre unido al grupo de poetas que se nuclearon en torno  de la revista Poesía de Buenos Aires, convocados en principio en la casa de Baldomero Fernández Moreno y después al lado de Oliverio Girondo y Norah Lange. En esos entretelones se acercó a Edgar Bayley, Mario Trejo, Raúl Gustavo Aguirre, Miguel Brascó y Paco Urondo. También trabó amistad con el grupo surrealista liderado por Aldo Pellegrini e integrado por Enrique Molina, Francisco Madariaga, Carlos Latorre y otros "locos" más, quienes decidieron publicar  la aventura impresa de aquella revista insolente llamada Letra y Línea.


No fue un escritor con regularidad. Los borradores de sus textos estaban llenos de correcciones y en muchos casos reescritos cuatro y cinco veces. No vivió nunca de sus obras. Su sostén económico devenía del resultado de las traducciones, las notas periodísticas y sus clases de matemática y filosofía. No se llevó bien con la crítica. Tenía escasa química con aquellos adulones a los que había que perseguir para arrancarles una línea. Las opiniones generosas vinieron de sus amigos, como fue el caso de César Fernández Moreno, Noé Jitrik, Ramiro de Casasbellas, Eduardo Goligorsky o Marco Denevi. Sentía enorme placer por la lectura de Joyce, Proust, Kafka, Faulkner y Hemingway. En poesía se gratificaba con Rimbaud y Apollinaire. En el campo nacional sus escritores fundamentales fueron Roberto Arlt, Macedonio Fernández y Ricardo Güiraldes.
Vanasco incursionó en el género de la ciencia-ficción de manera notable. Después de leer La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares, sintió atracción plena por esa corriente que lo tendría en vilo permanentemente. De hecho se acercó a la revista Mas allá, que fue la primera en su género en los países de habla castellana.


Alberto Vanasco tuvo prosapia y  raíz porteña, nació  en el barrio de Almagro, en la calle Castro Barros al 800, en el seno de una familia acomodada y acostumbrada a la lectura. Fue el segundo de cuatro hermanos. En 1929 la familia se mudó al barrio de Caballito, ocupando una casa en la calle Cucha-Cucha esquina Yerbal. Como resultado de la crisis social que vivía el país, su padre perdió el empleo que tenía en el Banco Municipal donde era Jefe de Cuentas Corrientes y ante la necesidad por sobrevivir, decidieron trasladarse a San Juan; primero a 9 de Julio, cerca de Caucete, y más tarde a Media Agua, donde su abuelo materno tenía una finca. Allí empezó la escuela primaria, para lo cual él y su hermano Hugo, casi dos años mayor, debían hacer más de una legua diaria a caballo.
Esta vida de campo y entre las sierras, marcará indeleblemente la personalidad del autor, influencia aguda que aparecerá reflejada en los dos primeros libros de sonetos, unos diez años después. El chico a caballo, libre desde de la mañana a la noche, que recorre a su antojo las viñas y las alamedas, echando pie a tierra sólo a la hora de las comidas, quedará en forma subyacente en todo cuanto escriba más tarde.
Transcurre el otoño de 1934 y en ocasión del Congreso Eucarístico, toda la familia regresa a Buenos Aires, donde en 1936 nace Carlos Augusto, su hermano menor. El padre compra una farmacia en Lanús Este y allí permanecerán cuatro años, hasta 1938, cuando termina la escuela primaria. Es la época de la gran soledad de los barrios aledaños, de las lluvias interminables, de la intensa melancolía de la pobreza y el desamparo.
En 1939, nueva mudanza, ahora al pueblo de San Martín, un trozo de campo incrustado en la gran ciudad. Aquí recupera su libertad y entusiasmo. Escribe los primeros poemas y cuentos. Empieza el Colegio Nacional Buenos Aires, donde conoce a Mario Trejo, a Aldo Cristiani, a César de Vedia. Así transita su adolescencia.
Es el propio poeta y amigo Mario Trejo quien recuerda esa época: “a los quince años jugábamos a la literatura. Entre nosotros había un culto de la amistad que se olía. Vanasco fue mi amigo y decir eso no es ninguna broma”.
También el compañero evoca aquel espacio donde se reunían para escribir en los años 50: “El departamento era, una “patria chica” con discos de jazz moderno y libros de Thomas Elliot, en pleno centro de Capital Federal. Momento mágico e intenso de una vida donde vivíamos en una especie de nube, de fiesta constante”.
En 1943, con 18 años recién cumplidos, publica su primer libro, una breve novela: Justo en la cruz del camino, obra que no ha sido reeditada debido a que su tema y en parte su argumento, fueron aprovechados y adaptados en el capítulo 15 de la novela siguiente, Sin embargo Juan vivía.


En 1944 muere el padre y la familia se muda definitivamente a la Capital, a una casa en la calle Agrelo 4081 que les hace construir el abuelo materno. Empieza entonces la larga y complicada serie de trabajos disímiles: en la Corporación de Transportes, en los Tribunales, en el Puerto como profesor particular de matemáticas, como remisero oficial de las Fuerzas Armadas, periodista, traductor, guionista de cine y televisión, redactor de avisos publicitarios, ocupaciones todas que le dejaron una experiencia que irá desgranando en sus poemas y relatos.
El 1946 Alberto Vanasco y Mario Trejo organizan el  Higo Club, un movimiento cultural que se anticipa a las perfomance que muchos años después se conocerían en el Instituto DiTella. En rigor, se trataba de un adelanto de los famosos happening, esas acciones directas de improvisación que provocaban asombro y un juego estético directo, que tuvieron su esplendor en los años 60, suerte de exhibiciones incompletas de pintura, escultura y técnicas mixtas que duraban pocos minutos, sumados a la lectura de poemas. El proyecto Higo Club también incluyó la edición de libros de tirada limitada y de carpetas con poemas ilustrados. De esa imprenta asomaron los 24 sonetos absolutos y intrascendentes (poemas), versos que fueron reeditadas en 1971, juntamente con los sonetos Cuartetos y Tercetos definitivos, bajo el título común de Sonetos, por Ediciones Macedonio.
En su novela Sin embargo Juan vivía dada a conocer en 1947-reeditada en 1967 por Editorial Sudamericana y por el Círculo de Lectores de España en 1976-, Vanasco anticipó los logros formales que años más tarde serían atribuidos al neobjetivismo francés, usando la segunda persona y el tiempo verbal futuro, rompiendo con las apoyaturas formales acostumbradas y adelantándose a Michel Butor, profesor de Filosofía en la Universidad de  Niza y Ginebra. Butor saltó a la fama gracias a su novela La modificación, obra escrita en segunda persona del plural y que fue llevada al cine en 1970.
Vanasco siempre tuvo conciencia de la clase obrera, su historia de desarraigo y  el permanente traslado de un lugar a otro, le abrieron los ojos a un panorama de país donde las fuerzas del proceso histórico estaban ligadas al peronismo. Desde esa perspectiva adhirió al movimiento y junto a Nicolás Olivari, Arturo Cancela, Alfredo Brandán Caraffa, Horacio Rega Molina y otros intelectuales, fundaron la Asociación de Escritores Argentina (ADEA). La finalidad y el fundamento básico de este agrupamiento fue poner freno a los simpatizantes del Grupo Sur.
En 1948, la Subsecretaría de Cultura de la Nación reunió a un numeroso grupo de intelectuales simpatizantes con el gobierno peronista, enrolados en la llamada Junta Nacional de Intelectuales, a fin de que trabajaran en la redacción del anteproyecto denominado “Estatuto del trabajador intelectual”. El mismo debía resolver los problemas de la cultura argentina en lo que correspondía a la protección del intelectual, “para el estudio a fondo y solución doctrinaria de uno de los aspectos que inciden en la formación del auténtico espíritu nacional”. El proyecto controlaría lo publicado y las facilidades de publicación de los trabajadores mediante las protecciones a la importación del papel que otorgaba el Gobierno, así como garantizaba la pluralidad, salvo en los casos en que un texto ofendiera a “la religión del país, a la nacionalidad o al orden moral”. Pese a este intento de agrupamiento laboral de los escritores e intelectuales, la propuesta no prosperó. Una vez más se demostraban las dificultades para la consecución de medidas efectivas en el seno de la política cultural de estos primeros años del peronismo.


Con No hay piedad para Hamlet, pieza teatral escrita junto a su amigo Mario Trejo, ganó el Premio Municipal de Buenos Aires y el Premio Nacional Florencio Sánchez. La obra se estrenó en 1948 y se repuso en los 60 en el Instituto Di Tella. La misma fue representada en Buenos Aires en 1965, en el teatro del Altillo, bajo la dirección de Alberto Cousté.
Vanasco se casó en 1949 con la profesora de danza clásica Esther Azucena González y dos años más tarde nació su primer hijo, Alberto.
La poesía lo desvela en este momento, es el invierno de 1954 y aparece Ella en general. 

De buena fe sé que tu sonrisa estalla como 
los frutos 
que tu nombre resuena como las declinaciones más
antiguas
que en ti todo se excede como el año se vuelca
que los días te siguen hasta hacerte volar
que tu boca es más suave que los saltos del universo
más dulce que la memoria de las primas que tanto
hemos amado
es en tus ojos donde la luz desata sus mares
es por ti que el mar reanuda su juego
es en tu voz donde la noche amansa sus vientos
propicios
y es en el centro de tu risa donde el día ordena sus
mástiles
 
es a ti a quien la mañana dedica su empeño
a quien prefiere la línea del mediodía
por quien se preparan los hábitos del anochecer

es por ti que cada nombre ha clavado sus anclas
y por quien el año alberga demasiado optimismo

es en tu corazón donde madura lo que está por venir.

En 1957 una nueva novela lo encuentra en total plenitud literaria, presenta Para ellos la eternidad,bajo el sello de Edición Doble P. No ha sido reeditada en razón de que varios de sus capítulos se  aprovecharon en novelas posteriores. Fue llevada al cine en 1964, con el título Todo sol es amargo, con la dirección de Alfredo Mathé. El guión fue escrito de manera conjunta por Noé Jitrik y el propio director. Los papeles protagónicos estuvieron a cargo de Federico Luppi, Lautaro Murúa, Jose María Gutiérrez, Héctor Alterio, Luis María Mathé, Elena Cánepa, Beatriz Matar y Haydée Padilla, entre otros. Se estrenó el 20 de setiembre de 1966.
En 1961 viaja a Nueva York, donde permanece dos años trabajando en la editorial Crown Publishers.


Vuelve a la poesía con  Canto rodado, editado por Edición Maldoror en 1962 y reeditado por Editorial Sudamericana, en 1970. En el prólogo el autor expresa: “No creo que puedan escribirse más de treinta o cuarenta poemas aceptables en toda una vida. Por esa razón, bajo el título general de “Canto Rodado” he ido acumulando todos mis poemas de índole diversa como los presentes. Por los mismos motivos, bajo el título de “Ella en general”, iré agrupando mis poemas de amor. Sólo dos títulos para una obra poética me parece la forma menos complicada de su comunicación”.
Entre 1963 y 1964 surgió la revista Zona de la Poesía Americana, que nucleaba poetas afines a su línea expresiva: Francisco Urondo, César Fernández Moreno, Miguel Brascó, Noé Jitrik y Ramiro de Casabellas.
Urondo y Vanasco aparecen como editores en tres de los cuatro números de la revista (el primero estuvo a cargo de Brascó y Vanasco). Las portadas-manifiesto (íntegramente dedicadas a retratos fotográficos de Girondo, Juan L. Ortiz, Macedonio Fernández y Enrique S. Discépolo, en ese orden), las encuestas que promueve (“Algunas ideas sobre la poesía” en el primer número; “¿Para qué sirve la poesía?”, en el segundo) y los artículos críticos (“La poesía es el principal alimento de la realidad”, de Bayley, en el segundo número, “Poesía argentina entre dos radicalismos”, de Jitrik, en el tercero, y “Lirismo y objetividad”, de Carlos Rafael Giordano, en el cuarto y último) configuran una sólida intervención crítica en el campo poético. En este marco se incluye “La poesía argentina en los últimos años”, un extenso ensayo de Urondo publicado en el número 2, que adelanta tres capítulos de Veinte años de poesía argentina.
A la vez Urondo escribe en Zona ensayos breves en que se pronuncia contra la idealización del oficio y marca un territorio propio, distante del populismo y de la ideología liberal.
Regresa al camino de la novela con Los muchachos que no viven, en 1964. La obra se reedita en 1967 con el sello del Centro Editor de América Latina y en 2011 por Editorial Mil Botellas.
Como autor de ciencia ficción, un género poco desarrollado en nuestro país, escribió un excelente libros de cuentos: Memorias del Futuro (1966). Contenía cinco relatos del autor y cinco de Eduardo Goligorsky. Edición en francés: Souvenirs du Future, Ed. Ides et Autres, Bruselas, Bélgica. 1974 y Adiós al mañana (1967), también en colaboración con Eduardo Goligorsky.


En su novela Nueva York, Nueva York (1967), reeditada en 1976 por el Círculo de Lectores de España, propuso una experimentación con el tiempo narrativo, elaborada en sentido contrario al transcurso temporal, anticipando el recurso utilizado por Martin Amis (Oxford-Inglaterra,1949), en La flecha del tiempo (1991), cuyo argumento es la versión invertida de la realidad, la cronología no sólo es simple inversión (las personas se vuelven más jóvenes y, finalmente, los niños se convierten en bebés, y luego vuelven a entrar en el vientre de sus madres, donde finalmente dejarán de existir) sino que también lo es la moral.
En 1968  se une en pareja con la periodista Alicia Virginia Petti y van a vivir en un departamento que Vanasco hereda de su madre, en Acevedo y Avellaneda. En 1972 se mudan a otro del barrio de Floresta, calle Mercedes, a dos cuadras de Rivadavia, que el escritor compra con el producto de la venta de sus libros, ya que ha comenzado a editar en Europa con inesperado éxito. Ese mismo año viajan a Europa recorriendo varios países, y estableciéndose un tiempo en Barcelona, en casa de Alberto Cousté. Conviven 12 años.
Muy interesado en la filosofía, se dedicó a estudiar la obra de Hegel, autor que, según sus palabras, le proporcionó todas las respuestas. En 1973 publicó Vida y obra de Hegel (ensayo)  con el sello de Editorial Planeta, Barcelona.
En 1977, sorprende a sus amigos con otra novela de fuerte contenido político, se trata de Otros verán el mar, precisamente en este trabajo es donde el autor se acerca con mayor naturalidad a ese ideal de unidad totalizadora. Economía verbal, reflexión aguda, imágenes violentadas, que el mismo Vanasco ha señalado como proposición y logro: "Creo que todo el libro es tan sólo como una instantánea tomada muy de prisa desde la ventanilla de un tren a toda marcha que cruza una colina copada por el fuego". Ese mismo año aparece Nuevas Memorias del futuro que Editorial Torres Agüero reeditará en 1986.


A partir de 1981 comenzará una etapa diferente en su vida, más estable y tranquila. Ese  año se casó con Alicia Sierra, quien lo acompañará hasta su muerte. Del matrimonio nacieron dos hijas, Victoria (1983-economista-) y Luz (1986- restauradora de arte-).
En la primavera de 1983 Vanasco reaparece con una serie de cuentos que golpean y sacuden por su sentido crítico, en un período particularmente doloroso de la historia argentina. Con el título de Los años infames, editado por Editorial Rayuela, el autor nos va despertando con algunos de sus cuentos punzantes: La juventud dorada, Ni santos ni pecadores, El sótano o El hombre que quería irse.
En 1984 se le otorga el Premio Konex, en la disciplina Ciencia Ficción.
Regresa a la novela, en 1987, con Al Sur de Río Grande, un texto impecable lleno de aciertos formales y temáticos. Vanasco nos llama a la acción en distintas ciudades de Latinoamérica: San Pablo, Caracas, México, Santiago de Chile y Buenos Aires. Con su ojo avizor el autor refleja la vida de quienes debieron aislarse o interrumpir sus vidas en distintos lugares. Sin caer en un atrevido comentario podemos decir que esta es una de las primeras novelas que nos muestra, además, la verdad de un continente postrado y esperanzado, en un estilo cambiante, brillante y sorprendente donde la acción, la poesía y el pensamiento se suceden dando vida a la historia.
Por esta novela recibe el Premio Municipal. No es gratuita nuestra referencia. Ha dicho Bernardo Verbitsky: "Vanasco escribe sus novelas como Paul Eluard sus poemas". Tal vez no pueda hacerse mayor elogio de la obra de un novelista.



Dos ensayos pueden ser considerados como textos finales. Carta a mis hijas (1991), editado por Fundación Argentina para la Poesía y Tres ensayos sobre una filosofía de nuestro tiempo (1992), con sello de Plus Ultra.
Un nuevo reconocimiento le llega tardíamente. La Fundación Argentina para la Poesía lo gratifica con el Gran Premio de Honor. Para ese momento Vanasco dice: “La verdad de la poesía es la amistad de los poetas”.
En sus últimos años también trabajó como Presidente de la CONABIP (Comisión Nacional Protectora de Bibliotecas Populares), organismo que dirige todas las bibliotecas populares de Argentina.
Vanasco supo ganarse el afecto de sus amigos, todos lo recuerdan como un hombre de un humor irónico. Murió en Buenos Aires en 1993.
Desde este espacio queremos recordarlo con un cuento de enorme sutileza creativa.

Todo va mejor con Coca-Cola”
“Todo va mejor con Coca-Cola, que refresca mejor

¡Todo va mejor con Coca Cola...!”



Los altoparlantes atronaban desde lo alto con el estribillo de turno.
Goddart se quedó un momento en la puerta tratando de orientarse. Allá, al final de la calle, se veían las casas de emergencia instaladas por la Bayer. En la esquina, un policía —con las letras de Ford en la espalda— hablaba por teléfono, seguramente dando las novedades. Goddart miró su reloj: era uno de los suministrados por la Shell —la hora Shell, decía—. Eran las cuatro. Antes de las cinco, debía salir de la ciudad porque a esa hora se cerraban los puentes fiscalizados por la Dunlop, para impedir que entraran más automóviles durante la noche.
Goddart mismo era un G. E. —es decir, un hombre de la General Electric—. Todavía llevaba el traje de la empresa y en las mangas se podían leer las marcas dejadas por las iniciales que al parecer habían sido arrancadas recientemente. Después de la última contienda con la Westinghouse habían quedado dueños absolutos de toda la producción electrónica en los cinco planetas. Goddart había llegado a participar en los últimos combates.
Ahora dos aviones de caza se ametrallaban en lo alto. Era la Chesterfield que acababa de declarar la guerra a la Philip Morris Inc. por la posesión de tres canales de televisión.
“Maten al cerdo traidor”, repetían mientras tanto los altoparlantes, una y otra vez.
Goddart se sorprendió transgrediendo la consigna del tabaco: había pasado más de una hora sin fumar. Sacó mecánicamente un cigarrillo pero no llegó a encenderlo: se limitó a destrozarlo y a dejarlo caer por el incinerador, como había hecho tantas veces, como si todavía pudiera temer una requisa pública. Lo cierto es que apenas unas horas antes había desertado de su puesto en la empresa y había abandonado, por lo tanto, a todos los demás hombres. Ahora nadie querría relacionarse con él: había dejado su trabajo, había desobedecido las disposiciones de consumo, se había ocultado en el edificio de la firma durante todo aquel día y en esos momentos era buscado en toda la ciudad por las fuerzas represivas de las compañas coaligadas.
“Cuelguen al cobarde”, decían los altoparlantes entre disco y disco del conjunto juvenil “Los Hurricanes”, propietarios de todas las estaciones de radio, las cuales transmitían, por lo tanto, nada más que sus propias grabaciones.
Las grandes empresas todopoderosas habían ido haciéndose cargo, poco a poco, de las funciones que los gobiernos, cada vez más indigentes, no podían atender. Pusieron primero toldos en las paradas de los ómnibus para proteger de la lluvia o del sol a los pasajeros que esperaban en las colas. Colocaron después sombrillas para los agentes de policía y construyeron edificios para las autoridades, todo coloreado con la propaganda de sus marcas. Hicieron caminos, escuelas y estaciones de ferrocarril, aeródromos y usinas. Por fin, debieron proveer de uniformes al ejército y terminaron por comprarles las armas y las provisiones. Los gobiernos, menesterosos, no tardaron en disolverse, y las grandes compañías, que ya eran dueñas de todo lo demás, se confundieron, al fin, con la realidad entera.
Goddart esperó a que sus ojos se habituaran a la pareja claridad de la tarde: hacía más de un mes que no veía la luz del sol. En todo ese tiempo no había salido del establecimiento laboral donde además tenía su residencia. En ese momento, una patrulla coaligada dobló en la esquina y se dirigió hacia él, marchando por la vereda de su lado. Cada uno de ellos llevaba un fusil sónico y los que iban al frente conducían también varios osos enormes que se abalanzaban sobre cada puerta, olfateando los umbrales, y después seguían a los saltos hacia adelante en busca de su presa. Goddart tenía la impresión de sentir ya el aliento de las bestias sobre su cara. “Saben que estoy aquí”, se dijo, y corrió hacia la esquina opuesta en busca de alguna puerta abierta para ocultarse, pero toda la ciudad parecía clausurada. El aviso de su fuga se repetía sin cesar en todos los aparatos subliminales y telepáticos, en los altavoces y teléfonos públicos. “Cuelguen al inmoral”, se propalaba a la vez por todas partes.
Goddart oyó que los osos se lanzaban en su persecución y que la patrulla los seguía, a la carrera, dando gritos de júbilo. Un vals resonó de pronto en los parlantes de la calle: era un tema compuesto especialmente por “Los Hurricanes” para momentos como aquél, cuando se estaba a punto de capturar alguna víctima. Seguramente, toda la ciudad seguía en esos instantes la cacería desde las pantallas laborales. Goddart se detuvo sin saber a dónde dirigirse: una segunda patrulla había aparecido al otro extremo de la calle y ahora se aproximaba corriendo, sujetando sus osos.
De pronto una mano que emergió desde un portal entreabierto lo tomó de un brazo y lo arrastró al interior de un zaguán oscuro y húmedo. Antes de que Goddart pudiese comprender lo que acababa de sucederle, se vio frente a una mujer, sin iniciales en la ropa, que, poniéndose un dedo sobre los labios, le indicaba no hacer ruido, mientras cerraba la puerta y quedaba después atenta a los sonidos del exterior. El hato de bestias pasó de largo y también la patrulla, y sus gritos se perdieron de a poco al doblar en la esquina, por donde se había desviado también sin duda la segunda patrulla. Goddart observó atentamente a aquella mujer: era pequeña, de edad indefinida, con un rostro fresco pero a la vez ajado por lo que muy bien se le podía dar tanto diecisiete años como cuarenta y siete.
—Lo estábamos esperando, —dijo ella—. Acompáñeme.
Goddart siguió su voz en la oscuridad y al final del pasillo descendieron por una escalera, oculta bajo una puerta trampa, al final de la cual se hallaron en un subsuelo iluminado, enorme como una estación de helicópteros, lleno de máquinas en funcionamiento y del fragor de voces humanas.
—Hay miles de fábricas como ésta en toda la superficie de la Tierra —dijo la mujer mientras avanzaba entre las cintas sin fin donde se desplazaban pequeños envoltorios plateados.
—Fábricas de chocolate —dijo Goddart.
—Sí. Tenemos que lanzar nuestros productos al mismo tiempo en todo el mercado de los cinco planetas para poder competir con la firma Herschel’s.
— ¿Nada más que chocolate? —dijo, él.
—Por supuesto que no —le explicó la mujer—. Estamos preparando la competencia en todas las líneas. Nuestra revolución será total: o ellos, o nosotros. 

Ahora, a Goddart, todo le parecía terriblemente lógico: ¿cómo no había pensado que los réprobos del sistema, al insurreccionarse, tratarían de unirse para hacer frente a las fuerzas destructivas que los condenaban? Lo que Goddart nunca había llegado a concebir era que alguien pudiese escapar con vida de su propia insubordinación, y menos aún ocultarse en las mismas anfractuosidades del sistema. Al final del recinto se encontraron con varias oficinas, como las de cualquier directivo de la superficie. En una de ellas había un hombre frente a un escritorio: Goddart lo reconoció con desánimo. Era quien había sido su jefe hasta el día anterior, en la misma sección contable de donde terminaba de escaparse.
—Usted —se limitó a decir él, un poco estúpidamente.
—Así es —aceptó el otro—. Se va a encontrar con muchos de nuestra empresa aquí abajo. Todos nos alegramos de contarlo entre nosotros. Sabemos que es usted un elemento; altamente capacitado.
— ¿Están preparando la revolución? —preguntó Goddart.
—Sí, una revolución a nuestro modo, con sentido comercial. Pensamos desplazar a la Chesterfield, la Ford, Helena Rubinstein, Dunlop, Duperial y la General Electric. Sírvase. ¿Quiere fumar?
Y el jefe levantó su cigarrera del escritorio y le ofreció un cigarrillo: —Son Gauloises —dijo. Goddart tomó uno y lo prendió en la llama del encendedor que el hombre le extendía.
—Espero que fume uno cada media hora —agregó el hombre, con una sonrisa de complicidad.
—No cuenten conmigo —concluyó Goddart. Después miró a la mujer, que permanecía impávida cerca de él: —Estoy por descomponerme —le dijo.
— ¿Quiere pasar al baño?
— Sí,
— ¡Adelante! Tenemos nuestro propio papel higiénico, marca Oasis.
Goddart la siguió. —No deje de verme —le gritó el jefe mientras salían—. Venga después a verme. ¡Tengo un puesto clave para usted!
Goddart, una vez en el baño, buscó una ventana por donde escabullirse al exterior pero recordó de pronto; que estaba en un subsuelo. Abrió entonces la puerta junto a la cual esperaba la mujer y de un salto cruzó frente a ella. Corrió entre las máquinas etiquetadoras seguido por su guardiana y otros cinco o seis hombres que se incorporaron a la cacería.
“Descuarticen al puerco traidor”, empezaron a requerir los parlantes, que hasta ese momento habían estado transmitiendo música funcional. Dos víboras encabezaban ahora el contingente que lo perseguía.
Siguió sin detenerse hasta encontrar una escalera y la subió saltando los escalones de cinco en cinco, con las serpientes que le rozaban los tobillos. Cuando desembocó en el final del zaguán abrió de golpe la puerta de calle y lo primero que vio fueron las dos patrullas de la superficie que lo aguardaban, formadas en la vereda de enfrente, con los halcones listos, además de los osos. Miró hacia atrás y vio las cabezas de las víboras que se alzaban hacia él.
En ese momento las patrullas enemigas se descubrieron mutuamente y empezaron a dispararse unos a otros sus armas supersónicas. Goddart se dejó caer al suelo y se arrastró hasta ponerse fuera de la zona de peligro, donde oía cruzar los proyectiles vibratorios. Se refugió en un umbral, sin saber en qué dirección huir, cuando el portal que tenía a sus espaldas se abrió y una mano, surgida desde las sombras, lo tomó de un brazo y lo introdujo en un pasillo húmedo.
—Acompáñeme —dijo una voz de mujer muy cerca de su oído—. Lo estábamos esperando. —Goddart creyó ver mi pelo rubio, platinado, como esos que se usaban en cu los avisos de armamentos.
Afuera, las patrullas seguían disparando. Goddart, sin poder hacer otra cosa, y guiado por aquella voz, bajó por una puerta trampa y descendió la escalera que llevaba a los sótanos.
Llegaron así hasta un amplio recinto lleno de telares, que funcionaban haciendo un ruido apocalíptico.
—Nos alegramos de contarlo entre nosotros —dijo la mujer— Sabemos que es un hombre muy capacitado.
Y tomándolo de una mano, lo llevó hacia adentro.


lunes, 5 de marzo de 2012

MARIO BRAVO: UN AGITADOR DE LA PALABRA
                                             

El 6 de setiembre de 1930 fue una de las peores jornadas para la democracia argentina. El golpe de Estado liderado por José Félix Uriburu, que terminó con el gobierno constitucional de Hipólito Irigoyen, abría una herida en toda la sociedad que no sería fácil de cerrar. El gobierno de facto, se proponía instalar un régimen fascista inspirado en la redacción de una proclama escrita por Leopoldo Lugones, quien ya había encarnado su posición en 1924 y la dejara expuesta ante los jefes militares en su discurso "La hora de la espada", donde el poeta anunciaba el deterioro de la democracia y su inconsistencia. El resultado de ese proyecto traería consigo una estructura estatal represiva, donde la tortura, la persecución ideológica y la aplicación de picanas eléctricas serían un elemento de uso cotidiano.
En ese mismo momento, el Partido Socialista iniciaba una campaña de protesta frente al atropello constitucional. Un joven de tez morena y cara aindiada, parecía mostrarse como agitador en el Teatro Rivera Indarte de la ciudad de Córdoba. Era abogado, doctorado con la tesis Legislación del Trabajo y periodista. Estamos hablando de Mario Bravo (1882-1944) y de sus acaloradas palabras:

“Yo sé que hablo bajo la censura de la autoridad. Pero deseo que mi palabra de protesta llegue hasta donde alcance a transmitirla este micrófono, y digo que el pueblo argentino no merece que un militar haya puesto sobre sus espaldas la planta de sus botas. Y afirmo que el pueblo sabrá resistir con todas sus fuerzas a la mutilación de sus libertades”.
“Si el presidente revolucionario ha podido conducir a los niños del Colegio Militar y a los muchachos de la Escuela de Comunicaciones hasta la Casa de Gobierno, para implantar su dictadura, nosotros tendremos el derecho de reclamar el concurso del Colegio Militar y de la Escuela de Comunicaciones para derrocar a la dictadura”.
“Este será el momento inicial de la gran batalla”.
“Somos los únicos que no hemos rendido pleitesía a la pseudo revolución triunfante que ha dado a la historia argentina una página nefasta”.

Poco duraría el fuego de su oratoria, al llegar a Buenos Aires, el joven militante fue encarcelado.


Mario Bravo nació el 27 de junio de 1882, en La Concha (Tucumán), un pueblo anónimo que hoy se ha enriquecido con las plantaciones de arándanos, paltos, tabaco y soja. El muchacho creció en el seno de una familia humilde a quienes las dificultades económicas no les restaba tiempo para disfrutar de un paisaje maravilloso. En ese mundo pasó su infancia, rodeado de una selva de naranjos y un horizonte de montañas.
Ya en la capital de su provincia, estudia en el Colegio Nacional y se tutea con el clima ciudadano. Bravo nunca se olvidará de su Tucumán natal. Muchos años después, cuando ya extrañaba el perfume de azahares tan característico de su tierra, reflexiona: “Cruzando a media noche la ciudad en silencio, conversando en la oscuridad con las sombras de los seres queridos que se fueron, con las calles taciturnas que tenían todavía para mí las huellas de mis pasos de infancia, con las casas de mi vecindario que, como la que fuera mía, eran ruinas evocadas y martirizantes”.
El poeta se desborda en muchos de sus versos y aquella niñez se revela en un íntimo recuerdo:

EL CEDRO


Yo, con mis propios brazos, cavé el pozo,

Yo, con mis propias manos, planté el cedro.

Y pasarán los años y los años.

Siempre tendrá la planta gajos nuevos.

Y pasarán los años y los años

Y el cedro sin cesar irá creciendo.

Y pasarán los años y los años.

Y el cedro estará aún joven y yo viejo.

Y en la paz del hogar, si lo consigo,

al familiar amparo del alero,

en mi chochez ingenua de hombre anciano,

contaré sin reposo el mismo cuento.

“Yo, con mis propios brazos, cavé el pozo…”

“Yo con mis propias manos planté el cedro”.

Y pasarán los años y los años.

Y “alguien” quizá repita en su recuerdo:

“Él, con sus propios brazos, cavó el pozo…”

“El, con sus propias manos, plantó el cedro.”

Mario Bravo siempre aceptó los desafíos. Su destino no estaba sellado en el terreno natal. Decidido a todo, viaja a Buenos Aires e inicia la carrera de abogacía; mientras tanto, incursiona en el periodismo y escribe sus primeros versos.
No eran tiempos de tranquilidad, el mundo ardía en una caldera y el país se agitaba. En 1903, Panamá se sublevaba ante Colombia y lograba su independencia con el apoyo de Estados Unidos, quien a cambio, negociaría la  construcción de un canal interoceánico que modificaría el comercio en el mundo.
En el otro extremo, Turquía ocupaba Macedonia y se producían sangrientos enfrentamientos entre búlgaros, griegos y serbios. A su vez, en Rusia, ya en 1904, los fracasos militares crecientes, comenzaban a precipitar revueltas populares, fogoneadas desde Italia por Lenín.


En nuestro país, el 4 de febrero de 1905, se produce una sublevación cívico-militar organizada por la Unión Cívica Radical, contra el gobierno de Manuel Quintana, representante del Partido Autonomista Nacional. El objetivo preciso fue reclamar elecciones libres y democráticas. La revuelta se desarrolló en la Capital Federal, Campo de Mayo, Bahía Blanca, Mendoza, Córdoba y Santa Fe. Como consecuencia se declarará el estado de sitio. El gobierno del presidente Manuel Quintana detiene y manda enjuiciar a los sublevados, quienes fueron condenados con penas de hasta 8 años de prisión y enviados al penal de Ushuaia.
Fue una de las rebeliones más importantes que sufrió la República, por el número de militares comprometidos, las fuerzas vinculadas y la extensión del movimiento. Se había trabajado con mucho sigilo pero, a pesar de eso, el gobierno estaba avisado de la situación.


Después de los sucesos del mes de febrero, Manuel Quintana se dirigió al Congreso y dijo al respecto: "Al recibir el gobierno conocía la conspiración que se tramaba en el ejército y por eso dirigí aquella incitación para se mantuviera extraño a las agitaciones de la política invocando al mismo tiempo el ejemplo de sus antepasados y la gloria de sus armas. Una parte de la oficialidad subalterna no quiso escucharme y ha preferido lanzarse a una aventura que no excusa la inexperiencia ante los deberes inflexibles del soldado".
El 11 de agosto de 1905, se produce un atentado contra Quintana mientras se dirigía en su carruaje a la Casa de Gobierno; un hombre dispara varias veces contra el mandatario sin lograr hacer fuego. El coche del Presidente siguió su marcha y los agentes de custodia detuvieron al agresor, quien resultó ser un obrero catalán anarquista que actuó por iniciativa propia, llamado Salvador Planas y Virilla.
Mientras tanto, en París, el 7 de octubre de 1905, el dirigente socialista Jean Jaures pronuncia un discurso reclamando la jornada de ocho horas: la policía carga contra los manifestantes. Doscientos heridos y más de un millar de detenidos fueron la consecuencia de la refriega.
Mario Bravo se afilia al Partido Socialista el 1ro de diciembre de 1905. Así relata su aproximación al socialismo como militante:
“Mi primer contacto con el movimiento socialista consistió en una visita que hice al local de México 2070, donde tenía su sede el periódico “La Vanguardia” y su Secretaría el Comité Ejecutivo del Partido. Unos obreros amigos de Tucumán me encargaron adquirir unos folletos socialistas. Yo no sabía donde adquirirlos. Los adquirí y los guardé sin ánimo ninguno de leerlos. Pero surge la huelga azucarera en Tucumán y dada sus dimensiones me lleva a interesarme en ellos y leerlos”.
Aquella huelga lo marcó a fuego al joven periodista. Bravo no sólo se interioriza por las condiciones de vida de los trabajadores, sino que también, acude en su ayuda. Denuncia las condiciones inhumanas que soportaban los obreros tucumanos y un gran número de peones riojanos contratados, quienes fueron desalojados como animales de las miserables viviendas donde descansaban.
De su novela En el surco (1929), tomamos un párrafo.
“Analfabetos en su mayoría, embrutecidos por el alcohol, acobardados por la miseria, reducidos a cero como valor de la dignidad humana, eran verdaderas piltrafas sociales. Así los quería el patrón para que le consideraran su fuero y le argumentaran su privilegio. Gracias a ellos él disponía la voluntad del juez de paz, del repartidor de agua, del inspector de impuestos, del recaudador fiscal, del tasador para las contribuciones. Gracias a ellos su poderío descendía más allá de las fábricas, donde no era permitido vivir, transitar, reunirse, trabajar, asociarse, enseñar, aprender, si no se contaba con permisos o tolerancia”
Ya consagrado de lleno a la causa socialista, su condición de agudo analista político lo acerca al periódico La Vanguardia. Ocupa el cargo de Secretario de Redacción y posteriormente, entre 1907 y 1908, la dirección del mismo. También fue redactor del semanario Argentina Libre.
En 1909 da a conocer Poemas del campo y de la montaña y La huelga de mayo. En 1910 su comprometida obra Movimiento socialista y obrero, lo acredita para ganar espacio en el partido.
El 14 de mayo de 1910 se produce un hecho conmocionante, a los gritos de “¡Viva la patria!...¡Viva la policía!”, una patota nacionalista incendia y saquea el local del diario La Vanguardia. El operativo fue tan rápido que apenas los redactores del periódico pudieron escapar por los techos que daban sobre la calle Estados Unidos. En rigor, el ataque no era otra cosa que la culminación de una serie de amenazas que se venían produciendo desde el 14 de noviembre de 1909, cuando Simón Radowitzky, un joven de 18 años recién llegado de Rusia, arrojó una bomba de fabricación casera contra el carruaje en el que viajaba el Jefe de Policía, Coronel Ramón Falcón, cuando este regresaba del funeral de otro policía; causándole heridas graves que provocarían su muerte.
Ramón Falcón había sido nombrado Jefe de Policía en 1906, cargaba con la represión de manifestantes sindicales que conmemoraron el 1ro. de Mayo -hecho que acontecía en medio del estado de sitio por los levantamientos radicales-.En 1907 tampoco le temblaría el pulso para “disuadir” a los revoltosos que participaban de la gran huelga de inquilinos y finalmente, en 1909, Falcón fue el principal responsable de la masacre de la “Semana Roja”, en la plaza Lorea, que dejaría una decena de muertos, más de 70 heridos y cerca de 100 detenidos.
La Vanguardia volvería a reaparecer a mitad del año, en pleno estado de sitio, con su conducta combativa.
La lucha por los derechos políticos recién se verá reflejada con la sanción de la ley Sáenz Peña, que impulsaba el voto popular, secreto y obligatorio. A partir de 1912, el Parlamento argentino contaría con destacados representantes. El Partido Socialista lograría ubicar en el Congreso de la Nación a Juan B. Justo, Alfredo Palacios, Nicolás Repetto y a Mario Bravo en la Cámara de Diputados y en el Senado a Enrique Del Valle Iberlucea.


En 1913, Bravo fue elegido Diputado Nacional, en reemplazo de otro parlamentario. Su tarea abarcará dos períodos (1914-1918 y 1918-1922). Su primera actuación revelará una enorme carga social. En la Cámara propuso que los empleados que ganaban menos de 100 pesos tuvieran un aumento. Su preocupación por la mujer lo lleva a presentar varios proyectos. Primero fue el que posteriormente se convirtió en ley, sobre los derechos civiles de la mujer, más tarde, el que derivó en los derechos políticos de la mujer, con fundamentos y jurisprudencia completa. Bravo se ocupó del divorcio, que como era lógico, recibió el ataque de la Iglesia Católica, luego presentó su ponencia sobre el trabajo de la mujer y finalmente su proyecto sobre los niños.
El notable tucumano fue un ardoroso defensor de la Constitución Nacional. Es interesante bucear en las páginas de su libro La Revolución de Ellos (1932) para acercarnos a sus reflexiones.
Estos textos fueron el fruto de su análisis crítico volcado en la columna “Mirador” del diario La Vanguardia.
“La Constitución no es ni buena ni mala. Esto quiere decir, con total evidencia, que la Constitución actúa conforme sea la fuerza mental y moral que la dirige. No es ni buena ni mala, sino en cuanto está en buenas o malas manos”
“Ese es el punto esencial que nos interesa establecer. Debemos librar a la mentalidad popular del profundo error en que caería si creyera que por modificarse la cláusula de la Constitución sobre impuestos o sobre apertura del Congreso o sobre destitución de magistrados, se habría adquirido el grado de capacidad y de cultura cívica indispensable para depurar la democracia y determinar nuevas corrientes en el proceso social del país”.
Tan grave sería este error, como pensar que han de corregirse los errores del pueblo, cercenando sus derechos, limitando la acción de sus libertades, mutilando su personalidad cívica. Se tendrá, con ello, menos pueblo, en cantidad, en calidad, en capacidad. Los vicios intestinos no se habrán corregido y gravitarán en una u otra forma sobre los intereses públicos”
“Con la misma Constitución se ha hecho lo bueno y lo malo”.
“Con esta Constitución, ennoblecida por el esfuerzo de las generaciones más ilustres de la Nación se ha consolidado la paz interior, se ha legislado para los contemporáneos y para la posteridad, se ha asegurado el beneficio de la libertad y la conquista del derecho para todos los hombres del mundo; se ha levantado la escuela y se ha abierto las primeras sendas para la democracia”.
“Con ella se ha hecho el progreso material del país, se ha acrecentado su población, se han hecho navegables sus ríos, se han ofrecido sus puertos, se han multiplicado sus ferrocarriles, se ha trabajado la llanura”.
“Con esta Constitución, y siguiendo su ritmo, ha nacido para el país y se ha traducido en inmensos beneficios morales, ese cuerpo de legislación que reconoce sus derechos a la clase trabajadora, que ha dado a la enseñanza pública sus bases al hacerla gratuita, obligatoria y laica; que ha creado el registro civil, que ha abolido el matrimonio religioso como institución obligatoria; que ha sancionado la ley que reconoce a la mujer sus derechos civiles”.
“Grandes obras se han hecho dentro del vasto campo de sus preceptos”.



Mario Bravo dejó su vida en los pasillos del Parlamento. Durante 23 años trajinó por despachos y secretarías llevando su voz agitada. Toda esta carrera no lo hizo alejar de su verdadera vocación de poeta. En 1918 se presenta con La Ciudad libre y Canciones y Poemas. En 1920 su Canciones de soledad son el mejor ejemplo de su literatura.
Entre 1919 y 1920 es Miembro del Consejo Directivo de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.
Transcurre el año 1923 y Mario Bravo da a conocer una serie de cuentos de profunda sensibilidad: Cuentos para los pobres.


Son días tormentosos. El país se sorprende con el asesinato del Coronel Héctor Varela, bautizado el fusilador de la patagonia, por ser el máximo responsable de la represión de obreros en la Patagonia. Un anarquista alemán, Kart Wilkens, fue quien le arrojó una bomba. Wilkens, a su vez, murió en la cárcel, en un enfrentamiento con Pérez Millán Temperley, un militante de derecha que corrió la misma suerte de Wilkens, al poco tiempo también es asesinado.
En Buenos Aires, una voz femenina irrumpe en el escenario teatral: Azucena Maizani comienza una larga y exitosa trayectoria, debuta en el Teatro Nacional cantando Padre Nuestro en el sainete de Alberto Vaccarezza.
Es un año significativo para las letras: aparece Fervor de Buenos Aires, de Jorge Luis Borges, recién llegado de España y que trae novedades del ultraísmo; El grillo, de Conrado Nalé Roxlo e Historia de arrabal, de Manuel Gálvez. Ricardo Rojas recibe el Gran Premio Nacional de literatura por su Historia de la literatura argentina.
Tres obras significativas transforman a Mario Bravo en un punzante analista de las leyes laborales. Capítulos de la Legislación Obrera (1925), Sociedades Cooperativas (1926) y Derechos Civiles de la Mujer (1927), son un ejemplo de su pluma. En esos textos circulan sus pensamientos sobre el trabajo nocturno, la utilización de menores y mujeres en tareas esclavas, la higiene y seguridad en los lugares de trabajo, el descanso dominical, el impuesto a las herencias, entres otros.




En 1932 es elegido Senador Nacional hasta 1938. En 1939 se dedica nuevamente al periodismo militante, primero en La Vanguardia y luego en el semanario Argentina Libre.
A principios de 1940, a Bravo le ofrecen la candidatura a una tercera senaduría. Desiste: “Llegué al partido siendo abogado y poeta. Tengo el orgullo de mi profesión y soy, inquebrantablemente, un poeta. Quiero vivir de nuevo en la aurora gloriosa de la Belleza y del Arte para encontrarlos, devolviéndolos a la multitud en marcha, como auxilio espiritual, como agua fresca y oportuna para los que caminan sedientos. Quiero tener esa función dentro de la vida social en que me desenvuelvo, pues creo que un movimiento tan complejo, tan vasto y tan múltiple como éste de la emancipación de los trabajadores, le hace falta la idealidad del soñador, tanto como la dialéctica de la ciencia empírica; le hace falta la emoción que eleva, dignifica, ennoblece las acciones, tanto como la acumulación de experiencias cargadas de insensibilidad, en la fría, en la adusta, en la desolada estepa del realismo político.”
En 1942 vuelve al Congreso como diputado por la Capital Federal. En ese período se ocupa de los adultos mayores y de creación de una caja de seguridad para enfermos, desocupados y pensionados.
Cansado, toma una última decisión, legar su notable biblioteca personal a la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Tucumán.
Mario Bravo fue un orador brillante. El público se paraba para aplaudirlo. Una expresión de José Ingenieros lo viste al poeta: “Mientras los libros de poesía de Bravo se exhibían en las librerías de la calle Florida, la policía lo andaba buscando en los barrios para ponerlo preso”.
 En 1944,Alfredo Palacios, en la tumba, así lo despidió:
“En esta hora triste de nuestra nacionalidad, Bravo no está con nosotros, pero lo recordamos con cariño y nos alienta en la lucha, desde la inmortalidad. Al irse para siempre, en plena dictadura de incapaces, pronuncio estas palabras: Cuando presenciamos con angustia el triunfo de la deslealtad, el desdén a la ley y la profanación de la palabra que ha perdido la dignidad de su magisterio, cae abatida la recia personalidad de Mario Bravo que, como Mitre, fue poeta, legislador, tribuno y soldado que luchó por la democracia y sufrió cárcel por imposición de la dictadura. Hermano, noble espíritu fuerte: venimos a despedir tus restos mortales, pero sin derramar una sola lágrima. Sin apocar la voluntad ni encoger el ánimo. Es hora de defender la libertad y nosotros juramos, sobre la losa del sepulcro, defenderla, porque es una exigencia de nuestro destino y vale más que la vida.
Y hemos cumplido nuestra palabra”.