"Quiero más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila" Mariano Moreno

domingo, 6 de mayo de 2012




LEONOR GARCÍA HERNANDO: NEGRAS ROPAS DE MUJER


En el mundo apasionado de la poesía argentina, resulta difícil encontrar una figura determinante. Las claves, inexorablemente terminan en una subjetividad que no siempre coincide con el entramado social, con la conducta ideológica, con la acción militante, con las vinculaciones de género, con los mitos, con la inocencia, con la belleza,con los senderos de la memoria o con la agobiante angustia existencial que domina al creador y lo transforma en un ser de necesidades. No es posible pintar un paisaje sin antes internalizarlo, penetrarlo, dejarlo que recorra el canal sanguíneo y que, una vez transformado en diagrama, se libere de esa penumbra hostil que paraliza al artista. La poesía es la más sensible de todas las expresiones literarias; la validez de las palabras en esa disciplina tiene  un sentido obrizo que determina una transparencia desordenada que antecede a la fiesta de la lectura. En esta ceremonia, Leonor García Hernando (1955-2001), sin duda, es una invitada de lujo.
Como bien expresa María Esther Alonso de Solís sobre la autora: “Es factible leer en la trama social, desde el punto de vista ideológico, cierta identificación entre las diferencias de sexo y determinadas relaciones que atañen -en el funcionamiento social- a los sujetos del género, relaciones económicas, políticas, intelectuales, afectivas, etc. Desde tal diferencia jerárquica no sólo se detenta el poder sino también se consolida -y no se cuestiona- un status quo que mantiene a la mujer al margen de los niveles de decisión, de elaboración o creación de proyectos vinculados con las actividades sociales y políticas”.
Leonor García Hernando aparece en el mundo literario argentino con una construcción poética sustancialmente femenina, con una deliberada transparencia que bien podemos vertebrarla desde su infancia, donde la escritura suplanta a la pérdida de esa niñez que transcurre en la pequeña localidad bonaerense que marcará toda su vida.


Leonor nos acorrala cuando rememora: “Creo que la escritura aparece como una cita que se da entre dos hechos. Por un lado, la pérdida de la infancia como edad y como espacio. Mi infancia está vinculada a lo que hoy se llama “Ciudad Evita” –nombre que debió conservar siempre, pero cuando llegué a ese pueblito se llamaba “Ciudad Belgrano”–. Calles de barro, ausencia total de teléfonos, de hospitales. Mi padre para venir a trabajar a la Capital todos los días, usaba galochas, en invierno o en épocas de lluvia. Mi casa quedaba en la última línea de edificación sobre el bosque de Ezeiza. Frente a mi casa empezaba el bosque.Cuando tengo 11 años nos mudamos a la Capital. Es el final de la infancia como edad y como lugar para tener infancia. Para mí fue seguramente una falla constitucional, psíquica. Una incapacidad total o muy grande de adaptación. Y viví eso como una pequeña muerte... Ahí empecé a escribir".
La poeta agrega: "En mi casa, en mi mundo familiar, yo era la torpe, yo era la que trataba y no podía, como sí podían los otros que eran mis hermanos. Yo trataba de cantar y desentonaba, trataba de bailar y era pata dura, trataba de dibujar y tenía la mano de piedra. No creo en esos primeros años haber escrito mejor que mis hermanos. Mis hermanos no lo intentaron. No tuve con quien competir, no aparecí como la que peor hacía las cosas, entonces perseveré. Me quedé ahí, que era un territorio que nadie disputaba. Creo además, que era un territorio que gozaba de la satisfacción de mi padre que era periodista y veía la continuación de sí en esa hija que también escribía".
La autora también reflexiona: "Desde que empecé a escribir, “la pérdida de la infancia” fue el tema. Y también fue el tema asociado a la muerte. Después, para la desgracia de todos y de la mía, éste país me dio muchos motivos para que pueda perseverar en estos temas. El crimen, el asesinato como código de educación hacia la población civil, hacia los jóvenes, en forma encarnizada, desgraciadamente permitió que yo me pueda demorar en este tema. Y además, no pienso salir de él…”. (Publicado por la revista Perro Negro número 2 / agosto-setiembre de 2000).

En la mesa familiar mi padre no tenía silla.
Él comía parado, erguido sobre el mármol como un
monumento fúnebre;
pero su voz era alegre y ronca
y le gustaba relatar los condimentos usados al preparar
el almuerzo
porque era mi padre quien cocinaba en casa.
Tiempo atrás él degollaba gallinas en la pileta del lavadero
y tapaba los chillidos del animal con el ruido del agua.
Con mi madre compartían ese espacio.
Allí donde mi madre golpeaba la ropa
él golpeaba la cabeza de un pájaro feo y sin otra gracia
que se entrega a una muerte cruenta.
Supe entonces que si era fea compartiría la
suerte de unas plumas sangrientas
y así fue cierto
que mi garganta respira por el tajo.

Leonor García Hernando nació en Tucumán, en 1955. Un año trágico para el país. Eran las 12.40 del 15 de junio de 1955, cuando la Fuerza Aérea y la Aviación Naval Argentina, bombadearon la Plaza de Mayo. Cuarenta aviones nublaron aún más el cielo. Por esa acción cobarde quedaron sin vida 300 personas; entre ellos, un grupo de niños inocentes que viajaban en un colectivo escolar. Fue el primero y único bombardeo a una ciudad abierta realizado en el mundo (es decir a una ciudad neutral, libre de guerra alguna o conflicto armado), con el agravante de haber sido realizado por sus propias Fuerzas Armadas.
En verdad, desde febrero de ese año había una sensación de rumor desestabilizante que incluía el derrocamiento del gobierno y la eliminación física del Presidente de la Nación. La conspiración sumaba a grupos de filiación católica y nacionalista, dirigentes políticos, militares y cierto sector refractario de la ciudadanía.
La autora transcurre la primera etapa de su adolescencia, perseguida y obstinada en la búsqueda de un clima menos mefítico pero, como expresa  José Pablo Feinmann: “Estos elementos entregan el marco, el clima moral, para que las Fuerzas Armadas se presenten como salvadoras del orden y la moral pública contra el festín de los corruptos. Y las clases medias adhieren a ellas, siempre fervorosamente e invariablemente”.
Tiene 17 años y su carácter apasionado la lleva a integrarse en un taller literario que descubre de manera fortuita. Ese espacio había sido creado por un grupo de escritores, en homenaje a Mario Jorge De Lellis, fallecido en 1967. Poeta emblemático cuya poesía marcaría a toda una generación  de creadores de la talla de Juan Gelman, Juana Bignozzi  y Humberto Costantini. De Lellis, legendario fundador del grupo “Pan duro”, había dejado una huella profunda en el sentir de muchos jóvenes que recién daban sus primeros pasos, como era el caso de Irene Gruss (1950), Jorge Aulicino (1949), Daniel Freidemberg (1945), Alicia Genovese (1953) y los narradores Marcelo Cohen (1951) y Jorge Asís (1946). Isidoro Blaisten así recordaba a su amigo: “De Lellis era un estupendo creador verbal, capaz de soliviantar los menudos sucesos, darlos vueltas al revés y producir siempre algo inesperado”.
La poeta  relata: “Después, con otros compañeros, como Sergio Kiesilevski, Luis Eduardo Alonso, Pedro Donangelo, Jorge Barbikane, Nora Perusin, Juan Cristóbal Villafañe, tratamos de repetir esta experiencia de generosidad. Este taller siguió funcionando hasta el año ’77, en que secuestran a tres integrantes del taller, tres chicos de 19 años”.
Sensiblemente emocionada continúa: “Eran Claudio Valetti, María Helena San Martín de Valetti –se habían casado hacía muy poco tiempo– y Claudio Oistrej. Cerramos el taller. Hicimos lo que estuvo a  nuestro alcance; todos esos años los buscamos para tratar de ubicarlos, de recuperarlos, pero fue imposible. Recurrimos a cosas rayanas con la inocencia, vista a  estas alturas de los acontecimientos, necias y estúpidas, como mandar telegramas al Poder Ejecutivo, al primer cuerpo del ejército, certificando nuestros números de documento, nuestras firmas, nuestras direcciones, reclamando la aparición de estos chicos. Fue un hecho devastador. No son los únicos integrantes de talleres literarios que han desaparecido, sé que hay más, no recuerdo sus nombres. Para mí y el resto de estos compañeros, fue un hecho que no tiene consuelo, para el que jamás tendremos amparo alguno”.


Leonor se aventura a publicar su primer libro de poesía a los 19 años: es una obra de 69 páginas, con el sello del taller literario. El título es decididamente sugestivo: Mudanzas (1974), que en rigor no es otra cosa que la verbalización lisa y llana de su estado errante, de su pérdida constante, de su desazón, de su orfandad.
Por entonces ya frecuentaba las mesas del Café La Paz y  Pernambuco,  se sentaba a mirar la tarde y a escribir. Sus amigos la recuerdan con esa imagen congelada de soledad y la resonancia de su voz que arrastraba la erre al igual que Julio Cortázar.
Tiene una actitud militante, un compromiso con  la realidad cotidiana que la fatiga. Le preocupa el abuso, el matonismo, cierto lujo que se da ligado a la conducta abusiva. Reflexiona: “Los hombres interesados en el poder no son los mejores. Y el poder parece traer en sí mismo, una obscenidad, que en hombres que no tienen una gran preocupación moral, los termina de corromper. Ya eran corruptos y el poder lo acentúa”.
Sustancialmente la escritora es una luchadora, una mujer comprometida a despabilar  con el verso, con la línea urgente que quema el papel. Leonor es una referente de esa época minada de injusticias, en un mundo que despertaba en protestas y en un continente que comenzaba a  observar a los oprimidos y necesitados. García Hernando se acerca a la política de manera respetuosa, trata de no confundir obra con panfleto, es una analista crítica de la realidad y puntualmente separa la paja del trigo. Se plantea la militancia, el verdadero objetivo de la entrega. Todo esto la sensibiliza, la sacude emocionalmente. Observa que a su alrededor la vida pasa en medio de secuestros, amotinamientos, desapariciones, exilios, amenazas, muertes. Aparece en Leonor el valor social del barrio y el lenguaje cercano a la estructura del tango como mirada ampliatoria.
En 1984 la invade el deseo de editar una revista. Después de muchos entretelones aparece Mascaró. Juano Villafañe, uno de sus integrantes  nos relata aquella experiencia:
 “Los poetas de Mascaró fue un grupo de escritores integrado por Luis Eduardo Alonso, Leonor García Hernando, Sergio Kisielewsky, Nora Perusín y, quien escribe, Juano Villafañe. Nos conocimos a principios de 1970, en el marco del Taller Literario ´Mario Jorge De Lellis´.
Siempre nos sentimos parte de los “que se salvaron” de ser desaparecidos. Vivimos en la apertura democrática durante los años ochenta el gran drama nacional de los desaparecidos que Leonor García Hernando definió como “la muerte argentina”, la muerte impuesta “para escarmiento de un pueblo retobado”. Éramos muy jóvenes para asumir la muerte y también la derrota de un proceso que tampoco alcanzamos a dirigir. El Grupo Mascaró vivía en un estado de permanente expansión utópica que no apostaba a ser sólo  una acción voluntarista. La poesía es en sí una expresión utópica con anclajes reales. Vivir poéticamente fue el desafío del grupo, como acto de fidelidad absoluta a la escritura y a la vida cotidiana que hacía a la escritura. Con la poesía no cambiábamos el mundo, pero el estado poético se parecía al mundo transformado. Vivíamos lo privado y lo público como una sola cosa; también sabíamos ir a lo privado y reconocíamos las particularidades de lo público. El estado poético era una forma de ser y estar en el mundo. Fuimos vitalistas y en este sentido anti-intelectualistas, pero leímos mucho, nos preparamos tanto teóricamente como literariamente. La Revista de Literatura Mascaró (editada entre 1985 y hasta 1988), nace como una búsqueda del grupo para rendirle homenaje tanto al escritor desaparecido Haroldo Conti como a su novela “Mascaró, el cazador americano”. Mascaró era un jinete que conducía  artistas de un circo, haciendo funciones de pueblo en pueblo y es, también, un reconocimiento a los hombres de Nuestra América, quienes realizaban las tradicionales incursiones de caza sobre diversos territorios con el fin de sobrevivir. En el primer número de la revista publicamos “A la diestra”, un cuento inédito de H. Conti, el cual había quedado en su máquina de escribir el día que lo secuestraron. En los primeros años de la democracia, fuimos la primera revista que publicó poemas inéditos de Juan Gelman. Fuimos amplios para reconocer también la complejidad de las izquierdas, el progresismo y el nacionalismo popular en nuestro país; tanto en lo estético como en lo político, siempre desde un pensamiento crítico y no excluyente. Abordamos los debates dándole prioridad a las búsquedas creativas de la literatura dentro de una coyuntura histórica donde el conflicto cultural entre tradición y vanguardia se abría para contener en el mismo espacio los intentos de ruptura y de continuidad en nuestras letras nacionales. Mantuvimos un trabajo cultural constante. Con las muertes de Leonor García Hernando en el 2001 y Luis Eduardo Alonso en el 2002 lo que perdimos fue al Grupo Mascaró. Un grupo, vuelvo a decirlo, muy vitalista, de acción poética, heterogéneo en lo estético, muy crítico del realismo socialista, pero siempre ubicado en la izquierda, contaminados por los barros, las grandezas y las miserias de la política. Lo que más siento como pérdida era esa confianza que siempre generan los grupos de arte que se conocen y se sobreponen a todas las dificultades. Además, éramos descarnadamente auténticos para decirnos la verdad, para pelearnos, para reconciliarnos”.



En 1987 Leonor  publica Negras ropas de mujer, una edición rústica de 100 páginas, bajo el sello de Colección de Poesía Mascaró. El grupo de amigos del taller financia la impresión de la obra.
La escritora se va adueñando del barrio de Balvanera. En sus dos últimos libros registra su domicilio en la calle La Rioja 138.
Transcurre el año 1993 y aparece La enagua cuelga de un clavo en la pared, una obra distinta de las anteriores. La mirada poética de su amigo Jorge Aulicino, es significativa:

“Este libro aparece en una ciudad recorrida literariamente por ciertos tópicos que constituyen un gusto. El que escribe estas líneas no puede olvidar esas circunstancias, que el tiempo convertirá en banales. Dichos tópicos son la máscara, la simulación, la mimesis. Y el hecho es que en estos poemas se trata de compromiso con los propios tópicos. Riqueza y dolor son los puntos de tensión de este libro y son cuestiones que han aparecido paradojalmente unidas en la literatura en muchos momentos. Se trata del «romano desierto de dolor», de Jim Morrison. Se trata de «al fin nada os debo, me debéis cuanto escribo», de Antonio Machado. Se trata de la construcción de una riqueza, un poder que lo deja a uno desnudo. Una destrucción del sujeto realizada con abundancia tal -de imágenes, concretamente- que reinstala las cosas en su sitio: no sólo «nada os debo» sino, además, «me debéis cuanto escribo». La literatura no tiene únicamente valor de cambio, fantasmático, sino también valor de uso, cuerpo. Y no poco valor. En este caso: imágenes infinitas -fácil de decir: surreales- puntúan un significante que es siempre el mismo: una mujer convaleciente o enferma instaura una ley en su desastre. Su poder, su desnudez, es la capacidad de resubjetivizarse en círculos cada vez más amplios, hasta que al fin «ese deterioro, palabras» es aquella «zona donde los idiotas mueven sus cuadernos». Vengan a nos las vanguardias, si es necesario, y la subjetividad defendida como lugar donde todo se realiza y se reacentúa, para recuperar lo que la literatura guarda de esencia: coraje y silencio. Así, aunque parezca que aquí se canta”.

La obra está contemplada en dos mitades. La enagua es un largo poema atravesado por historias de perdedores en hoteles remotos, que se han visto y retornan en el poema, intermitentes, en un ritmo de prosa poética hecho para dejar sin aliento (ahogado) al lector, para cabalgar con su corazón, perforárselo y terminar perdido en imágenes alucinadas. La segunda parte, Muerte argentina, tiene todo el calor y la angustia que se transforma en grito, en la voz en alto de esa generación que ve como la van destrozando. Exclama la poeta: “El mal nos corrigió las rodillas”, “seremos adolescentes amargos, nuestra frente reventada a culatazos, sin dientes a los 25 años, sin nombres en los sótanos, los cuerpos sin sexos, estallados con dinamita en un monte de pinos”.
Leonor también asume una posición crítica sobre la problemática de género y determinados aspectos de la homosexualidad. Su visión es decididamente crítica: 


“Ensimismada en este rencor que siento hacia los hombres, me gusta decir –incluso a mis amigos– que me da la sensación y tengo indicios recurrentes, de que son todos putos. Yo respeto a un hombre homosexual, que dice “yo soy homosexual”, pero hay una diferencia entre eso y los “vivillos de oficina” o los “vivillos de cocina de bar”. En todo lugar donde haya un grupo de muchachos trabajando, jugando o en un vestuario de gimnasio, o lo que sea, como quien se macanea todo el tiempo se están toqueteando. “Mirá que te apoyo” o “te gusta que te la apoyen”. Y por ejemplo, el fenómeno de los travestis no parece impregnar la vida cotidiana y las relaciones cotidianas de las mujeres. Sí parece haber impregnado la vida cotidiana de los hombres, o que en todo caso, la aparición de ese fenómeno deslumbró de semejante manera porque es algo que parece estar no subyaciendo en capas profundas sino en capas muy superficiales de las relaciones de los hombres entre sí. Y creo que el que va recurrentemente a buscar travestis, tiene comprometido algo más que la curiosidad, porque además es repetitivo. Y los que hacen “uso” son señores “hechos y derechos”, con familia, casados, con supuestas vidas respetables.
Con respecto al machismo. Creo que como toda cultura de dominación, lleva en sí la certidumbre de la dignidad de la naturaleza contraria. Yo confío en un hombre capaz de desenvolverse en la vida respetando a sus semejantes, considerando a todos y cada uno, como un ser merecedor de todo respeto, de todo cuidado y de todo derecho. Todo hombre que no se esfuerce por sostener esta cultura y esta moral, me parece un hombre despreciable. A mí me gusta detenerme en el peronismo... Es extraño hablar con un peronista, porque cada vez que yo he hablado con un peronista, resultaba ser que el peronismo era siempre otra cosa. Para ellos resultaba ser que lo que el peronismo hacía en ese momento, no era el peronismo, que el peronismo era otra cosa. Lo he escuchado en el ’73, durante la dictadura, durante el menemismo, y lo sigo escuchando de cada persona que se reconoce peronista. Algo similar ocurre cuando uno habla con un hombre. Siempre es otra cosa que lo que hace. Conozco pocos hombres que respeten a la mujer como un par con el que deben ser solidarios, compañeros. Y sostenerlo en la misma medida en que él necesite compañía, solidaridad y sostén. Conozco pocos hombres que respeten la naturaleza de la vida de una mujer. El 90% de los hombres trata de la misma manera a una mujer enamorada que a una puta. La trata un poco peor... porque a la puta le paga. En estos últimos años he frecuentado sitios en donde se realizan tratamientos oncológicos a pacientes con cáncer. En todos estos sitios jamás he visto a un hombre enfermo solo. Siempre está acompañado por una mujer. En cambio, las mujeres, en el 90% de los casos, están solas. Eventualmente acompañadas por alguna amiga o hermana, nunca acompañadas por un hombre. Es un hecho llamativo.
Creo que todos los seres humanos somos intrínsecamente, físicamente, seres solos. Abandonados a la buena o mala fortuna. Dentro de ese panorama, las mujeres están aún más solas.
Creo que se avanza hacia una cultura donde se va perdiendo el rastro, los logros, de muchas maneras”.
En 1999, publica Tangos del Orfelinato / Tangos del Asesinato (Colección Mascaró). Volvemos a su palabra:
“El tema de la orfandad registra o intenta registrar un lugar, un lugar de indefención social que nació en la familia. Un lugar en donde la familia participó para crear, donde participaron los vecindarios, los colegios, las universidades, los gerentes de fábricas... Por esto pudo ocurrir. Los grados de responsabilidad por supuesto no son los mismos. Digo solamente, que toda esta crueldad pudo existir, porque hubo una crueldad social que de alguna forma también participó de este hecho. Es muy amarga la visualización de estas cosas, porque no hay una interrupción profunda, porque no hay una seria revisión social de los sucesos. A mí no me gusta revolverlos con una suerte de gusto obsceno. Si no se aprenden nuevas conductas de amparo socialmente, como los asesinos están ahí y caminan por las calles, esto en algún momento volverá a ocurrir. En las primeras manifestaciones que logren rearmarse en repudio a formas de vida injustas, aquello volverá a ocurrir".
"Yo ni glorifico ni defiendo el mundo del delito. De todas formas, creo que si una persona es expulsada de toda vida digna, útil, generosa y placentera, si no tiene oportunidad de desarrollarse armónicamente en la vida, la elección del mundo del delito es por lo menos, una forma instintiva de defensa de la vida. “No me dejás laburar, no puedo acceder a la salud, a la educación, a un lugar civilizado en el mundo, bueno, entonces me refugio con los míos, con quienes están en mi misma condición, en un mundo incivilizado y que se salve quien pueda”... Creo que esto es lo que genera el mundo del delito. Hoy, cualquier persona mínimamente afectada por la posibilidad del robo, porque le entren a la casa y les saquen sus electrodomésticos, pide sangre, pide muerte... No se detiene ni por un instante, a pensar y a exigir el cambio de la situación que obliga a la gente o que le da un libreto incontestable a la gente que elige el delito como un lugar de retención de sus derechos a estar en la vida. Toda esa caída sumamente hipócrita sobre el dolor ajeno, es hipócrita porque nadie se anima a poner en su boca las palabras que hablan sus actos".
"Los “escuadrones de la muerte” en Brasil, que donde encuentran a un chico durmiendo en un umbral lo matan, muestran el pensamiento cruel y mezquino de esta sociedad, sin hipocresía. Ese chico, cuando tenga 14 o 15 años saldrá con una navaja y le cortará la garganta al que pueda, para sacarle un anillo o la billetera, entonces lo matan. Como no están dispuestos a hacer algo para evitar que ese chico duerma en el umbral, lo matan. Ésa, es la expresión moral de este mundo, sin hipocresía. En cambio, en esta sociedad argentina, que dice “yo soy honrado, yo trabajo, yo todavía retengo un lugar en el mundo porque tengo un salario, una obra social, entonces no quiero que un desprovisto de éstos me ataque. Pero yo no le deseo la muerte a un pobre niño que duerme en un umbral, quiero que a los 14 o 16 años lo mate la policía”... Son juegos de espejos...” 

Tangos del asesinato

Desde la mitad de su crecimiento las mujeres son
cuidadosamente envenenadas
MAX ERNST

Todo es desorden.
No pidas otro lugar que aquel espacio de cardúmenes.
No devores otro pan, otro licor de sueño.
No pidas otro rencor que esta mesa que tanto has
codiciado.
Yo no soy tu pesadilla y no puedo consolar el cansancio
de los materiales.
¿Para qué deseas tu pequeña maceta con tulipanes
misteriosos?
¿y las alfombras de pesada lana donde los pies se deslizan
como algas en la oscuridad del mar para qué?
Yo soy la que te dice que tu suerte es poca cosa. Sólo la
trivialidad de tus cabellos cepillados para que brillen hoy
en la tormenta.
Estúpida noche estúpida en todas sus ventanas sus
bancos de cemento en parques vacíos. Llueve con
agitación
no hay horror si uno respira con suavidad sobre los
vidrios. El paisaje se empaña. Regresan las hojas del nogal
apretadas por el remolino
y este rincón, esta mesa de estuque rojo, parecen ser
pasión de muchachas advenedizas. Las invitaría a
retirarse si la calle no fuese tan brutal; pero estos pasajes
que perfuma la mandrágora no abrigarían a unas muchachas
que se alejan con perlas en las orejas.
No soy tu araña de gruesas patas angulares. No soy tu
destino errado.
Responde al terror con otro veneno en los labios.
Cuando miras a tu padre romper botellas contra el marco
de la puerta cuando tu madre se mueve con un
arrastrar de toallas en el pasillo y los niños están con sus
opacas cabezas cubiertas por una sábana de lino. Si tu
hermana clava su mano con el huso de vidrio y la belleza
la duerme agotada
y la enfermedad palpita en esos dormitorios donde no
quieres entrar porque ahí es pobre tu cuerpo, porque allí
tus uñas crecen curvas y los muebles tienen esa suavidad
inconclusa de la demencia.
No creas que mi rostro de barco es para esos corales.
No soy tu naufragio. No soy el fuego que mentía un
faro en la playa de piedra.
La tormenta es inmensa sobre los autos estacionados en
la avenida. Esa es la verdad: no queremos mojarnos
se desbordan las alcantarillas, se deshacen los papeles
arrojados por el paseante con dedos idiotas y una pasta
hecha de sucios fragmentos, del reflejo de difíciles ojos
impregnados; va cubriendo el asfalto de desviaciones.
Sollozar no sería dramático es tan escasa esta noche,
tan ingratos sus mástiles banderas de cenizas sobre
nuestros hombros desnudos las nubes se mueven
estremecidas y pequeñas, frías luces disminuyen en
sombra
y ustedes cuentan el gemido de la madre en el dormitorio
de paredes bloqueadas. Ustedes, que han visto al padre
golpear a la madre como un paisaje de campo desde la
ventanilla del tren.
Ustedes que no han nacido y están rotas como los
pequeños huevos de codorniz hurgados por la comadreja.
Yo no soy nada de esa corteza amarga que empujarán
contra los dientes, invierno comido por invierno. Sube los
peldaños de la escalera y mira
yo no soy tu destino. Sólo soy la que lleva la vela en la
mano e ilumina el descampado.
Además están los sencillos manteles las hamacas donde
el sol ilumina tu cuerpo temeroso el amante que te
obsequia un collar de perlas y al inclinar la cabeza,
escuchas el sonido del broche cerrándose
los cuchillos que brillan sobre la mesa de la cocina, o el
ruido de la loza en la pileta, serán todo el placer.
No soy tu destino. Siempre es amargo el deseo entre
objetos olvidados. Soy la que atraviesa la escena con su
candelabro de hierro
soy la que atraviesa descalza el monte fúnebre donde
brillan los dientes de jabalí.



Repentinamente la salud de la poeta se vulnera. El cáncer comienza a  ensombrecer sus días. Trata de negarlo, pero es una lucha despareja. Se entrega de lleno a la terminación de su libro El cansancio de los materiales que aparecerá en 2001, dos semanas antes de su muerte. Sin desmayo cumple con sus compromisos. Recita en público, asiste a conferencias, siempre manteniendo el tono justo y la sonrisa en alto. Su última lectura pública fue el 22 de marzo de 2001 en la Universidad de las Madres. Ocho días después, el viernes 30, fallece en el Hospital Oncológico Marie Curie.
Leonor García Hernando siempre trató de quitarle dramatismo a la vida, sus textos son una mirada esencial que transcribe un momento explosivo de nuestro país. Su obra es la memoria atravesada por el desgarro interno, por los  vericuetos de la invalidez, por la incomplitud del cansancio.
La escritora nos deja una obra latente, una poesía caliente, una voz que seguirá resonando mientras el verso siga teniendo aire de protesta.

2 comentarios:

  1. En 1991 contaba yo con 22 años, conocía a Leonor desde 1988, en 1991 en su casa le ofrecí editar su libro, financiar la edición y así lo hice, nos comunicamos con el sello Último Reino y junto a Leonor organizamos la presentación en Marzo del 92 en el bar Pernambuco.

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  2. Me interesaría editar sus diarios, si es tan amable le ruego se comunique conmigo, Gracias, javier Ferraris

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