Manuel
del Cabral Tavárez (1907-1999), fue un escritor polémico y el más conocido en
las letras de su país.
El
narrador antillano desarrolló una obra sin parangón alguno en la literatura
dominicana, una obra que el poeta calificó como su “voz viva” y que registró a
través de cuentos, novelas y poesía.
Su
labor fue una de las más perdurables y trascendentes que se hayan escrito en la
literatura dominicana ¿Qué queremos decir con esto? Que fue una producción que
asumió riesgos continuamente, que tuvo la capacidad de reelaborarse y que se
halla insertada entre la corriente de renovación de la lengua que empieza con
Rubén Darío y continúa con César Vallejo, Pablo Neruda, Vicente Huidobro y
otros notables poetas. Que la diversidad, la riqueza, la exhuberancia y la
experimentación de la obra de del Cabral llevan a que esta sea asimilada por
las nuevas generaciones, escuelas y movimientos literarios. Mientras los poetas
del pensar reivindican un libro de temática metafísica como Los huéspedes secretos los poetas de la
generación de la posguerra leían y releían los poemas sociales incluidos en La isla ofendida o De este lado del mar. Y en ese mismo tenor, al tiempo que otros se
reencuentran con el Compadre Mon o
con la poesía negra de Trópico negro,
varios artistas performanceros y poetas actuales, se interesan más por sus
libros satíricos y de alto contenido erótico, tales como Pedrada planetaria o Sexo no
solitario. Aunque algunas de las obras más valiosas de Manuel del Cabral no
han vuelto a editarse, los poetas jóvenes las sacan de los anaqueles, las
hurtan de las bibliotecas o se las envían en formato electrónico por la
Internet a otros jóvenes para que descubran a un solitario. No es para nadie
una sorpresa que Manuel del Cabral siga siendo un desconocido en su país, al
tiempo que en otros latitudes se estudie con ahínco y rigor. La ausencia de una
tradición académica y crítica en su tierra ha influido en que tanto Manuel del
Cabral como otros grandes poetas dominicanos no sean estudiados con la
dedicación que merecen. Manuel del Cabral sigue siendo una de las asignaturas
pendientes para los críticos y literatos dominicanos. Aún se necesita situar
adecuadamente su obra desde una perspectiva dominicana, así como su relación
con la tradición poética de su lengua. Sin embargo, esto ya dependerá del
tiempo y del desarrollo de las academias y las escuelas literarias en su propio
país.
Este
caso tiene enorme similitud con otros escritores latinoamericanos, por eso
nuestra dedicación es rescatar a esos valores que lamentablemente parecen
dejarse de lado. Manuel del Cabral recibió en Argentina todo el apoyo que
careció en su tierra. Durante su permanencia y después de su desaparición, su
obra estuvo presente en la mayoría de las librerías de la calle Corrientes;
aún hoy, en algunos reductos secretos
pueden encontrarse las ediciones que pasaron de mano en mano.
Don
Manuel (así lo recuerdan sus compatriotas), nacido en Santiago de los Cabellos,
República Dominicana, el 7 de marzo de 1907, es junto con Pablo Neruda, César
Vallejo, Vicente Huidobro, Nicolás Guillén y otros tan renombrados autores, uno
de los pilares en que se sostiene la más alta poesía Iberoamericana. Con más de
setenta libros editados, la mayoría publicados en Argentina, fue un defensor
incansable de los derechos de los desheredados y jamás dejó de reflejar en su
obra sus preocupaciones políticas y sociales. Manuel del Cabral atravesó las
fronteras de su país con su estilo poético sumamente descriptivo, tanto de su
Caribe natal como de los matices de una América misma. Bien llamado "poeta
mayor", ha sido reconocido internacionalmente, en especial por su poesía
negra, que juntamente con Nicolás Guillén fueron los primeros en poder expresarla.
Al lado de Rubén Darío y Pablo Neruda es uno de los grandes cultores de la
poesía erótica y también maestro en el género del cuento y la novela.
Lo
que hoy conocemos como las Antillas fue el mágico paraíso a donde llegaron los
españoles buscando una ruta hacia la India. Pero la historia no comenzó con el
llamado 'descubrimiento'. República Dominicana, Puerto Rico, Haití, Cuba, eran
antes de la llegada de los conquistadores cuna del esplendor de la cultura
taína, indígenas diezmados en la conquista. Esta cultura, con su lengua rica en
voces y en imágenes luego pasó a ser una de las tantas raíces en las cuales
crecieron los habitantes de estas islas y su cultura actual, entretejida con
aportaciones que llegaron en barco desde África y Europa. Es precisamente en lo
que hoy llamamos Dominicana, donde Cristóbal Colón arribó en ese histórico 12
de octubre, un día que para bien o para mal cambió el rumbo de la historia de
nuestro continente. Lo que hoy conocemos como Santo Domingo, capital de
Dominicana, fue bautizada por aquellos días como "La Hispañola", un
lugar donde se implantó la civilización cristiana por primera vez en América y
donde se efectuaron los primeros intercambios culturales de carácter permanente
entre indígenas, españoles y esclavos africanos, dando inicio a un proceso de
mestizaje del que es hijo todo el territorio antillano. Ese encuentro de razas
y culturas fue el origen de una identidad en la que se inscribió el escritor
Manuel del Cabral.
Esta
república, como todas sus hermanas iberoamericanas, luego de su independencia
del reino de España sufrió los avatares de pertenecer al hoy llamado tercer
mundo sobre el cual se ciernen las potencias del norte. También sufrió
dictaduras, revoluciones y ha acumulado una increíble deuda externa, casi como
escalón obligado en la historia de los pueblos de este continente.
Muy
cercana a la frontera con Haití, la ciudad de Santiago de los Caballeros, probablemente
fuese un pueblo apenas echando cimientos de lo que es hoy la segunda ciudad en
importancia de Dominicana. Un pueblo que en el corazón de un retazo de tierra
escondida entre el inmenso Océano Atlántico y el Mar del Caribe, daba a luz a
Manuel del Cabral. Un pueblo al que estaban llegando nuevos inmigrantes europeos
y en el que la raza negra fue una de las influencias culturales más fuertes que
había dejado la conquista.
Por mandato de su padre inició la carrera de Derecho, aunque su pasión siempre fueron las letras.
De modo que se entregó a éstas de forma irregular, compaginando su trabajo
formal con el literario, pese a la inmensa negación que su progenitor ponía
frente a esta segunda actividad.
Por
aquella época, el Manuel adolescente, rebelde ante la orden familiar de ser
abogado, trabaja como linotipista y librero, enojado con su padre emigra a New York,
donde trabaja como lavacopas y limpiavidrios. Cabral padre, finalmente lo
convence de trabajar en el servicio exterior, allí descubre un mundo distinto y
comienza a viajar a otras culturas.
Realizó
labores diplomáticas como embajador de su país en Estados Unidos, Perú,
Colombia, Chile y Argentina, donde vive muchos años y se relaciona con los
autores de la izquierda literaria. Argentina representó para el escritor su
segunda patria, la adopta con enorme cariño después de un viaje que marcaría su
destino personal. Aquí se casa con la madre de sus cuatro hijos, vive durante
más de diez años y publica algunos de sus libros más emblemáticos: Compadre Mon y Chinchina busca el tiempo, entre otros. Antes de regresar a
Dominicana en 1944, varios amigos le organizan una despedida memorable, entre
otros estaban sentados a la mesa Quinquela Martín, Nicolás Avellaneda, Luis
Cané, Arturo Capdevila y Oliverio Girondo.
Sus
años en España lo convirtieron en una de las presencias más consistentes en las
letras hispanoamericanas en ese país. Luego Brasil, nuevamente Dominicana y
durante la revolución del '55 en su país, vuelve a la Argentina. En esa época
el gobierno del dictador Rafael Leónidas Trujillo hizo que del Cabral pidiera
asilo político en Argentina durante otros 17 años en los que Don Manuel se
enamoró incondicionalmente de esta tierra que siempre consideró como su segunda
patria. Sus más allegados han dicho que de Manuel se puede decir que es
dominicano, argentino y continental.
Su
obra, que abarca varias décadas, es vasta y exquisita. Se desenvuelve en varios
géneros de la poesía, desde la amorosa hasta la épica, pasando por la negroide
y metafísica. Encarnó algunos de los más bellos poemas afroantillanos con Doce Poemas Negros (1935), Compadre Mon (1940) y Trópico Negro (1943). En 1998 fueron
editados por la Biblioteca Nacional dos antologías con sus escritos: Antología poética y Antología de cuentos.
Igualmente
se desempeño con maestría en sus facetas lírica, epopéyica, existencial y
metafísica. Pero del Cabral no sólo fue poeta mayor, también escribió varios
libros de prosa, novelas y hasta obras teatrales. De uno de sus más conocidos y
admirados libros de cuentos, Chinchina
busca el tiempo, fue elogiado por Gabriela Mistral en París luego de recibir el
Premio Nobel. La chilena declaró que Chinchina
busca el tiempo es superior a Platero
y Yo de Juan Ramón Jiménez y que es uno de los libros más significativos de
las letras castellanas.
También
Ernesto Sábato sería uno de sus más grandes admiradores. En una carta le
escribió: "Tu sabes bien Manuel, cuanto admiro tu obra, que considero lo
más grande que se ha hecho en nuestra lengua..."
Manuel
del Cabral falleció a los 92 años en Santo Domingo y dejó un legado de obras
magistrales. En 1992 recibió el Premio Nacional de Literatura y en 1997 fue
propuesto para el premio Cervantes que se otorga en España. Ha sido un
incansable defensor de los derechos humanos en toda América. En Argentina
muchos lo recuerdan como un gran hombre, un gran escritor y un gran amigo.
Obras
publicadas:
Pilón
(1931), Color de agua (1932), Doce poemas negros (1935), Poemas (1936), Ocho
gritos (1937), Biografía de un silencio (1940), Compadre Mon (1940), Manuel
cuando no es tiempo (1941), Trópico negro (1942), Chinchina busca el tiempo (1945),
Sangre mayor (1945), De este lado del mar (1948), Antología tierra 1930-1949
(1949), Los huéspedes secretos (1951), Carta a Rubén (1951), Segunda antología
tierra 1930-1951 (1951), Veinte cuentos (1951), 30 parábolas (1956), Sexo y
alma (1956), Dos cantos continentales y unos temas eternos (1956), Antología
clave 1930-1956 (1957), Pedrada planetaria (1958), Carta para un fósforo no
usado y otras cartas (1958), Catorce mudos de amor (1962), Historia de mi voz
(1964), La isla ofendida (1965), Los relámpagos lentos (cuentos, 1966), Los
anti-tiempo (1967), El escupido (novela, 1970), Sexo no solitario (1970), El
presidente negro (novela, 1973), La carabina piensa (1976), Cuentos (1976),
Palabra (1977), El jefe y otros cuentos (1979), Diez poetas dominicanos: tres
poetas vivos y siete desenterrados (1980), Cuentos cortos con pantalones largos
(1981), Cédula del mar (1982), Antología tres (1987), La espada
metafísica(1989).
NEGRO
SIN NADA EN TU CASA
Yo
te he visto cavar minas de oro
—negro
sin tierra—.
Yo
te he visto sacar grandes diamantes de la tierra
—negro
sin tierra—.
Y
como si sacaras a pedazos tu cuerpo de la tierra,
te
vi sacar carbones de la tierra.
Cien
veces yo te he visto echar semillas en la tierra
—negro
sin tierra—.
Y
siempre tu sudor que no termina
de
caer en la tierra.
Tu
sudor tan antiguo, pero siempre tan nuevo
tu
sudor en la tierra.
Agua
de tu dolor que fertiliza
más
que el agua de nube.
Tu
sudor, tu sudor. Y todo para aquel
que
tiene cien corbatas, cuatro coches de lujo,
y
no pisa la tierra.
Sólo
cuando la tierra no sea tuya,
será
tuya la tierra.
A
Manuel del Cabral se lo asocia de manera decisiva con el postumismo. El postumismo fue un movimiento literario innovador que
surgió en República Dominicana en 1921. Esta corriente cambia radicalmente el
discurso poético dominicano. Es a partir de su nacimiento que se comienza a
hablar de poesía dominicana tradicional y de poesía moderna. Esto fue debido a
que los postumistas pusieron en práctica una nueva forma de poetizar la
realidad dominicana
La
segunda década del siglo XX, marca un momento notable en la historia
occidental. En Europa ocurren muchos cambios tanto en el mundo de la ciencia,
la política y las artes. Es un momento en el que el hombre pone en tela de
juicio todos los conceptos y patrones hasta entonces aceptados y busca una
nueva manera de expresión. En esta época surgen una serie de tendencias y
escuelas; entre las más notables: el Dadaísmo, el Futurismo, el Creacionismo y
el Formalismo ruso. Estas nuevas actitudes apenas llegan a Santo Domingo que se
encuentra para ese momento bajo la dominación del gobierno norteamericano que
sucede desde 1916 a
1924.
El
nombre de postumismo fue creado por Domingo Moreno Jiménez. Se trata de un
neologismo derivado del vocablo Póstumo. Le llamó así porque él tenía la
convención de estar escribiendo una poesía que sólo sería comprendida más
tarde. Se trata entonces de una lírica que se proyecta hacia el futuro.
Es
Domingo Moreno Jiménez el personaje más importante de este movimiento.
Se
puede decir que Moreno Jiménez ha sido el único poeta dominicano que no solo se
nutre de las vivencias populares sino que es también sustentado por el pueblo.
Se dice que Jiménez cargando con un maletín lleno de panfletos de su poesía se
montaba en un transporte urbano para llevar a vender sus poemas postumistas al
interior de la Isla. A Moreno Jiménez se le reconoce como la personificación
del postumismo por su esencia humilde junto a sus pretensiones grandiosas y sus
sueños trascendentales. Moreno Jiménez publica esporádicamente una revista
portadora de los ideales postumistas titulada El día estético.
Además
de Moreno Jiménez constituyen este movimiento Alberto Baeza Flores y Mariano Lebrón Saviñon. Por otro lado, los
tres grandes poetas independientes de la época cuya labor culmina en la
publicación de poemarios a principios de los cuarenta, Tomás Hernández Franco,
Manuel del Cabral, y Héctor Incháustegui Cabral, son herederos del mundo
postumista.
El
movimiento postumista como grupo sólo dura un año. Después de la celebración
del primer aniversario, los postumistas fundadores comenzaron a distanciarse
entre si, y a los ataques de sus detractores se sumaron contradicciones
estéticas y problemas de liderazgos De manera tal, que los postumistas no
lograron íntegramente los objetivos de su extenso manifiesto debido en parte al
poco tiempo de unidad del grupo y a las limitaciones artísticas de sus
integrantes.
También
es meritorio nombrar en este terreno a La
Poesía Sorprendida, agrupación literaria aparecida en Santo Domingo en
1943. El origen de La Poesía Sorprendida
está ligado a los Triálogos que
iniciaron los poetas Alberto Baeza Flores,
Domingo Moreno Jimenez y Mariano Lebrón Saviñón entre 1942 y 1943.
Moreno Jimenez explica el origen de La
Poesía Sorprendida de la siguiente manera: "Baeza Flores, Lebrón
Saviñón y yo nos sentamos una vez a conversar, Baeza iba copiando todo cuanto
se decía. Aunque antes de eso yo tenía el criterio de que la poesía no debía escribirse sino
hablarse. Entonces,
todo cuanto habíamos dicho en la
conversación lo titulamos: Los triálogos.
Se redactaron, además, La infinita
estética, Cosmo hombre y Nuevos triálogos, este último no se
publicó. Cuando los llevé a la imprenta para publicarlos, los titulé: Ediciones de la poesía Sorprendida, a
ellos le gustó el nombre y cuando me vieron me gritaron: hoy decidimos hacer
una revista: La Poesía Sorprendida.
Moreno
Jimenez apareció en los primeros números de la revista La Poesía Sorprendida. No obstante, desde la reunión inicial para
la formación de dicho grupo, éste fue excluido del mismo. Baeza Flores y Lebrón
Saviñón se reunieron con Franklin Mieses Burgos, Freddy Gatón Arce y el poeta y
pintor español Eugenio Fernández Granell
y, bajo el lema de Poesía con el hombre
universal, dejaron formalmente constituido el grupo.
Según
Enrique Anderson Imbert, La Poesía
Sorprendida es el acontecimiento cultural y literario de la década de los
cuarenta en la vida dominicana. En ningún momento hasta entonces ha tenido la
literatura dominicana esa relación sostenida con las literaturas de América.
Pedro Salinas y Andrés Bretón se detienen en la isla entusiasmados por la labor
de esos jóvenes amantes de las letras que luchan por mantener su espíritu.
Los sorprendidos reciben también el Tercer cántico de Jorge Guillen que
publican en la colección El desvelado
Solitario en septiembre de 1944 y que se reparte junto al número doce de La Poesía Sorprendida. Reciben además
carta de Juan Ramón Jiménez en la que afirma interés en la labor de los jóvenes
y solicita los números de las revistas publicadas.
Además
de poner la literatura dominicana en el mapa literario del momento, los sorprendidos trabajaban para fomentar el
interés y la difusión de el país no sólo de las letras dominicanos sino también
universales. Se ofrecían veladas y lecturas poéticas en salones y parques.
Se
puede decir que Manuel del Cabral es un post-postumista que enriqueció la
vertiente y dinamizó en concepto de sus antecesores. De hecho su Antología
Tierra, publicada en España por el Instituto de Cultura Hispánica, consolidó
su fama de gran poeta. Por méritos se le iguala a Pedro Mir Valentín
considerado el Poeta Nacional.
EL
CENTAVO
Sequía,
el avaro, no perdió dos minutos en dirigirse a su casa para guardar el último
centavo que le cobró sin escrúpulos a uno de sus pobres inquilinos. El usurero
era frío. Su silencio era cruel. Su casa sólo tenía un ruido: el oro de Sequía.
Y una muda biografía: aquel centavo...Pero Sequía inquietóse... Iba a ver el centavo
diariamente. Y una mañana se despertó sorprendido: encontró que la moneda tenía
el doble de su tamaño. Poco tiempo después, el centavo ya no cabía en las
manos, ni en la caja de hierro de su dueño. Pero, ¿a quién comunicarle un hecho
tan útil, tan valioso? Su dueño pensaba que aquello podría ser su gran mina de
hierro. Sin embargo, fue inútil el silencio de Sequía. El centavo, en un rápido
y extraño crecimiento, cubría ya la habitación de su amo, amenazando rajar y
derrumbar las paredes de la casa. Desesperado, Sequía hace astillas su silencio
y, como un agua sin cauce, sale su grito en busca de caminos... La calle hecha
ojos, rodea al avaro; rodea su casa. En tanto, el centavo, en una desenfrenada
hinchazón, derriba el caserón y, de súbito, invade el pueblo. Mas los
picapedreros, las dinamitas... todo ha resultado inútil; pues donde al centavo
se le quita un pedazo, crece inmediatamente renovando lo perdido. La gente huye
hacia el campo. Se vuelven de metal calles y plazas. No queda hondonada, ni
agujero, ni llanura. El centavo por minutos
crece más y más. Ahora, su gran masa de cobre se desplaza hacia los fugitivos;
por momentos, da la sensación de que aquella fuerza sin límites es un instinto,
un impulso premeditado y dirigido, porque el centavo es un huracán de hierro,
sin piedad... Hombres y bestias huyen a las montañas. Y el mundo comienza a
morir bajo aquella extraña mole. Vegetación y agua han desaparecido. De pronto,
la poca humanidad que quedaba en tierra alta ve a Sequía andando sobre la gran
moneda. Y con las lágrimas que caían de la gente que estaba en las montañas,
Sequía, el avaro, se quitaba la sed...
LOS
HOMBRES NO SABEN MORIRSE.
Los
hombres no saben morirse...
Unos
mueren no queriendo la muerte;
otros
la
encuentran en un beso, pero sin estatura...
otros
saben
que cuando cantan no le verán la cara.
Los
hombres no se mueren completos, no saben irse enteros...
Unos
reparten en el viaje sus retazos de muerte;
otros
dejan
el odio para cuando vuelvan...
Otros
se van tocando el cuerpo
para
saber si salen de la trampa...
Los
hombres no saben morirse...
Unos
van dejando su yo sin comprenderlo;
van
dejando basura para esciba esotérica;
otros
se
vuelven hacia adentro ante el vacío...
Pero
todos,
con
el cadáver de su tiempo al hombro,
todos,
todos
son el Uno,
el
Uno
que
sólo por amor vuelve a la tierra.
AIRE
DURANDO
¿Quién
ha matado este hombre
que
su voz no está enterrada?
Hay
muertos que van subiendo
cuanto
más su ataúd baja...
Este
sudor... ¿por quién muere?
¿por
qué cosa muere un pobre?
¿Quién
ha matado estas manos?
¡No
cabe en la muerte un hombre!
Hay
muertos que van subiendo
cuanto
más su ataúd baja...
¿Quién
acostó su estatura
que
su voz está parada?
Hay
muertos como raíces
que
hundidas... dan fruto al ala.
¿Quién
ha matado estas manos,
este
sudor, esta cara?
Hay
muertos que van subiendo
cuanto
más su ataúd baja...
Donde
la voz parece más del árbol
Donde
el hombre es un árbol.
Aquí,
donde los ojos de los niños...
Tal
vez aquí no puedo decir nada.
Tan
cerca estoy de cosas
que
están siempre desnudas.
Puede
mi tiempo ahora herir la tarde.
Yo
vengo de tan lejos y de tantas palabras,
vengo
de tantas manos y de carne con precio,
vengo
de tantos vientres con inéditos gritos,
que
me sube la voz igual que un ojo.
Aquí,
donde este hombre
para
decirme que no tiene ropa
desentierra
los huesos de su sonrisa:
su
azucena valiente y definida,
su
azucena harapienta.
EL
HUESPED DE LOS PÁJAROS
Yo
sé bien que se hiere cuando silva.
Comprendo
que la tarde la va haciendo su canto.
Me
sé bien de memoria que su garganta pone
más
azul en los charcos que pisan los boyeros; y pone
unas
tierras extrañas en las bárbaras guitarras
de
los pinos.
Comprendo
que en el cutis del mar escribe cartas
que
sólo leen durmiendo los marinos;
comprendo
que su pico
empuja
a la mañana como el río sus rizos, la lleva
con
el calor de un viento hasta los hombres. Comprendo
que
sólo cuando él mueve las palabras, las cosas
van
cayendo en la tierra con la novedosa inutilidad
que
tiene siempre el árbol para dejar caer
sus
profundos frutos, inevitables de ser un poco Dios.
Sin
embargo, si no lo viera, si no lo tocara,
me
sería difícil comprender su presencia.
No
siempre
baja
a tierra, pero siempre
bebe
en el ojo suelto de un rocío.
EL
HUÉSPED DE PIEDRA
Recordando
el tatuaje ritual de los marinos,
los
náufragos de ojos redondos como el miedo,
firman
con arañazos en mis carnes su nombre.
Pero
un náufrago terco
de
mar equivocado por mi sangre
arañazos
me hace tan secretos
que
me llena de hondas escrituras de clave.
Huésped
mío,
¿qué
buscas?
¿qué
quieres,
que
a fuerza de ser mudo me golpeas
como
un odio sin puertas?
¿Qué
más quieres?
¿No
oíste?
¿No
me oyes?
¿Son
tan hondos tus ruidos?
¿Qué
cincel hace tiempo le da golpes azules
a
esta piedra triste tirada aquí...
mi
cráneo?
Ahora
tú, tú sola.
¡Oh
muerte que me pones ya tan joven!
EL
MUEBLE
Por
escupir secretos en tu vientre,
por
el notario
que
juntó nuestros besos con un lápiz,
por
los paisajes que quedaron presos
en
nuestra almohada a trinos desplumados,
por
la pantera aún que hay en un dedo,
por
tu lengua
que
de pronto desprecia superficies,
por
las vueltas al mundo sin orillas
en
tu ola con náufragos: tu vientre;
y
por el lujo que se dan tus senos
de
que los limpie un perro que te lame,
un
ángel que te ladra si te vistes,
cuatro
patas que piensan cuando celan;
todo
esto me cuesta solamente tu cuerpo,
un
volumen insólito de sueldos regateados,
un
ponerme a coser silencios rotos,
un
ponerme por dentro detectives,
cuidarme
en las esquinas de tu origen,
remendar
mi heroísmo de fonógrafo antiguo
todo
el año lavando mis bolsillos ingenuos
atrasando
el reloj de mi sonrisa,
haciendo
blanco el día cuando llega visita,
poniéndole
gramática a tus ruidos
poniendo
en orden
el
manicomio cuerdo de tu sexo;
déjame
ahora
que
le junte mis dudas a la escoba,
quiero
quedarme limpio como un plato de pobre;
tú,
que
llenaste mi sangre de caballos,
tú,
que
si te miro me relincha el ojo,
dobla
tu instinto como en una esquina
y
hablemos allí solos,
sin
el uso,
sin
el ruido
del
alquilado mueble de tu cuerpo.
Ellos
Ellos
no tienen lecho,
pero
sus manos
son
las que hicieron nuestras casas.
Ellos
comen cuando pueden
pero
por ellos comemos cuando queremos.
Ellos
son
zapateros pero están descalzos.
Ellos
nos visten pero están desnudos.
Ellos
son
los dueños del aire cuando manejan alas,
mas
son los limosneros del aire de la tierra.
Ellos
no hablan,
tienen
palabras vírgenes... Hacen nuevo lo viejo...
La
mañana lo sabe y los espera...
HUÉSPED
DESENTERRADO
Toda
la noche
la
cotorra del brujo picoteando el silencio.
Toda
la noche
estuvieron
los hombres bregando con trozos de tinieblas.
Toda
la noche
el
farol casi humanos con su poco de día,
matando
la mirada dulce-azul del cocuyo.
Y
nada.
El
sepultado ni siquiera hedía.
Todo
aire de muerto lo mataban las flores.
¿Es
que se hundió como si fuera en agua?
Ayer,
precisamente, se le vio en la bodega,
luchando
entre penumbra con unos diosecillos
que
saltaban sin tregua
desde
el tonel del vino hasta la copa,
y
corrían,
corrían,
como
un grupo caliente de cosquillas
por
su cuerpo varón y su neblina.
Toda
la noche
estuvieron
los hombres cucuteando,
registrando
la tierra.
Sin
embargo, mi perro está ladrando,
hoy
a las siete de la mañana
mi
perro está ladrando,
ladra
junto a una mano que parece de náufrago fijo.
¡Creció
el cadáver
igual
que un árbol para dar su fruto!
HUÉSPED
SÚBITO
Ahora
estás aquí.
¿Pero
puedes estar?
Tú
dices que te llamas... Pero no, no te llamas...
Desde
que tengas nombre comienzo a no respirarte,
a
confirmar que no existes,
y
es probable que desde entonces no te nombre,
porque
cualquier detalle, una línea, una curva,
es
material de fuga;
porque
cada palabra es un poco de forma,
un
poco de tu muerte.
Tu
puro ser se muere de presente.
Se
muere hacia el contorno.
Se
muere hacia la vida.
LA
CARGA
Mi
cuerpo estaba allí... nadie lo usaba.
Yo
lo puse a sufrir... le metí un hombre.
Pero
este equino triste de materia
si
tiene hambre me relincha versos,
si
sueña, me patea el horizonte;
lo
pongo a discutir y suelta bosques,
sólo
a mí se parece cuando besa...
No
sé qué hacer con este cuerpo mío,
alguien
me lo alquiló, yo no sé cuándo...
Me
lo dieron desnudo, limpio, manso,
era
inocente cuando me lo puse,
pero
a ratos,
la
razón me lo ensucia y lo adorable...
Yo
quiero devolverlo como me lo entregaron;
sin
embargo,
yo
sé que es tiempo lo que a mí me dieron.
HABLA COMPADRE MON
Lo que ayer dije yo
a gritarlo vuelvo ya:
¿tierra en el mar?
No señor,
aquí la isla soy yo.
a gritarlo vuelvo ya:
¿tierra en el mar?
No señor,
aquí la isla soy yo.
Algo yo tengo en el cinto
que estoy como está la isla,
rodeada de peligro.
que estoy como está la isla,
rodeada de peligro.
Sí, señor, mi cinturón:
ola de pólvora y plomo.
Aquí la isla soy yo.
ola de pólvora y plomo.
Aquí la isla soy yo.
Cabe, lo que dije ya,
siempre aquí, como le cabe
el día en el pico de ave.
¡Qué bien me llevan la voz
las balas que sueño yo!
siempre aquí, como le cabe
el día en el pico de ave.
¡Qué bien me llevan la voz
las balas que sueño yo!
Y no lejos del hombre
de tierra adentro y dormido
la verde fiera que siempre
nos pone un rabioso anillo...
Estoy hablando del mar
porque en él hay algo mío...
¿Pero estoy hablando yo
de una Antilla, tierra en agua?
No señor,
con la cintura entre balas,
al mapa le digo no.
Aquí la isla soy yo.
de tierra adentro y dormido
la verde fiera que siempre
nos pone un rabioso anillo...
Estoy hablando del mar
porque en él hay algo mío...
¿Pero estoy hablando yo
de una Antilla, tierra en agua?
No señor,
con la cintura entre balas,
al mapa le digo no.
Aquí la isla soy yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario