"Quiero más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila" Mariano Moreno

jueves, 1 de agosto de 2013

MANUEL DEL CABRAL: EL NARRADOR DE LA POESÍA AFROANTILLANA




Manuel del Cabral Tavárez (1907-1999), fue un escritor polémico y el más conocido en las letras de su país.
El narrador antillano desarrolló una obra sin parangón alguno en la literatura dominicana, una obra que el poeta calificó como su “voz viva” y que registró a través de cuentos, novelas y poesía.
Su labor fue una de las más perdurables y trascendentes que se hayan escrito en la literatura dominicana ¿Qué queremos decir con esto? Que fue una producción que asumió riesgos continuamente, que tuvo la capacidad de reelaborarse y que se halla insertada entre la corriente de renovación de la lengua que empieza con Rubén Darío y continúa con César Vallejo, Pablo Neruda, Vicente Huidobro y otros notables poetas. Que la diversidad, la riqueza, la exhuberancia y la experimentación de la obra de del Cabral llevan a que esta sea asimilada por las nuevas generaciones, escuelas y movimientos literarios. Mientras los poetas del pensar reivindican un libro de temática metafísica como Los huéspedes secretos los poetas de la generación de la posguerra leían y releían los poemas sociales incluidos en La isla ofendida o De este lado del mar. Y en ese mismo tenor, al tiempo que otros se reencuentran con el Compadre Mon o con la poesía negra de Trópico negro, varios artistas performanceros y poetas actuales, se interesan más por sus libros satíricos y de alto contenido erótico, tales como Pedrada planetaria o Sexo no solitario. Aunque algunas de las obras más valiosas de Manuel del Cabral no han vuelto a editarse, los poetas jóvenes las sacan de los anaqueles, las hurtan de las bibliotecas o se las envían en formato electrónico por la Internet a otros jóvenes para que descubran a un solitario. No es para nadie una sorpresa que Manuel del Cabral siga siendo un desconocido en su país, al tiempo que en otros latitudes se estudie con ahínco y rigor. La ausencia de una tradición académica y crítica en su tierra ha influido en que tanto Manuel del Cabral como otros grandes poetas dominicanos no sean estudiados con la dedicación que merecen. Manuel del Cabral sigue siendo una de las asignaturas pendientes para los críticos y literatos dominicanos. Aún se necesita situar adecuadamente su obra desde una perspectiva dominicana, así como su relación con la tradición poética de su lengua. Sin embargo, esto ya dependerá del tiempo y del desarrollo de las academias y las escuelas literarias en su propio país.
Este caso tiene enorme similitud con otros escritores latinoamericanos, por eso nuestra dedicación es rescatar a esos valores que lamentablemente parecen dejarse de lado. Manuel del Cabral recibió en Argentina todo el apoyo que careció en su tierra. Durante su permanencia y después de su desaparición, su obra estuvo presente en la mayoría de las librerías de la calle Corrientes; aún  hoy, en algunos reductos secretos pueden encontrarse las ediciones que pasaron de mano en mano.

Don Manuel (así lo recuerdan sus compatriotas), nacido en Santiago de los Cabellos, República Dominicana, el 7 de marzo de 1907, es junto con Pablo Neruda, César Vallejo, Vicente Huidobro, Nicolás Guillén y otros tan renombrados autores, uno de los pilares en que se sostiene la más alta poesía Iberoamericana. Con más de setenta libros editados, la mayoría publicados en Argentina, fue un defensor incansable de los derechos de los desheredados y jamás dejó de reflejar en su obra sus preocupaciones políticas y sociales. Manuel del Cabral atravesó las fronteras de su país con su estilo poético sumamente descriptivo, tanto de su Caribe natal como de los matices de una América misma. Bien llamado "poeta mayor", ha sido reconocido internacionalmente, en especial por su poesía negra, que juntamente con Nicolás Guillén fueron los primeros en poder expresarla. Al lado de Rubén Darío y Pablo Neruda es uno de los grandes cultores de la poesía erótica y también maestro en el género del cuento y la novela.
Lo que hoy conocemos como las Antillas fue el mágico paraíso a donde llegaron los españoles buscando una ruta hacia la India. Pero la historia no comenzó con el llamado 'descubrimiento'. República Dominicana, Puerto Rico, Haití, Cuba, eran antes de la llegada de los conquistadores cuna del esplendor de la cultura taína, indígenas diezmados en la conquista. Esta cultura, con su lengua rica en voces y en imágenes luego pasó a ser una de las tantas raíces en las cuales crecieron los habitantes de estas islas y su cultura actual, entretejida con aportaciones que llegaron en barco desde África y Europa. Es precisamente en lo que hoy llamamos Dominicana, donde Cristóbal Colón arribó en ese histórico 12 de octubre, un día que para bien o para mal cambió el rumbo de la historia de nuestro continente. Lo que hoy conocemos como Santo Domingo, capital de Dominicana, fue bautizada por aquellos días como "La Hispañola", un lugar donde se implantó la civilización cristiana por primera vez en América y donde se efectuaron los primeros intercambios culturales de carácter permanente entre indígenas, españoles y esclavos africanos, dando inicio a un proceso de mestizaje del que es hijo todo el territorio antillano. Ese encuentro de razas y culturas fue el origen de una identidad en la que se inscribió el escritor Manuel del Cabral.

Esta república, como todas sus hermanas iberoamericanas, luego de su independencia del reino de España sufrió los avatares de pertenecer al hoy llamado tercer mundo sobre el cual se ciernen las potencias del norte. También sufrió dictaduras, revoluciones y ha acumulado una increíble deuda externa, casi como escalón obligado en la historia de los pueblos de este continente.

Muy cercana a la frontera con Haití, la ciudad de Santiago de los Caballeros, probablemente fuese un pueblo apenas echando cimientos de lo que es hoy la segunda ciudad en importancia de Dominicana. Un pueblo que en el corazón de un retazo de tierra escondida entre el inmenso Océano Atlántico y el Mar del Caribe, daba a luz a Manuel del Cabral. Un pueblo al que estaban llegando nuevos inmigrantes europeos y en el que la raza negra fue una de las influencias culturales más fuertes que había dejado la conquista.

Por mandato de su padre inició la carrera de Derecho, aunque su pasión siempre fueron las letras. De modo que se entregó a éstas de forma irregular, compaginando su trabajo formal con el literario, pese a la inmensa negación que su progenitor ponía frente a esta segunda actividad.

Por aquella época, el Manuel adolescente, rebelde ante la orden familiar de ser abogado, trabaja como linotipista y librero, enojado con su padre emigra a New York, donde trabaja como lavacopas y limpiavidrios. Cabral padre, finalmente lo convence de trabajar en el servicio exterior, allí descubre un mundo distinto y comienza a viajar a otras culturas.



Realizó labores diplomáticas como embajador de su país en Estados Unidos, Perú, Colombia, Chile y Argentina, donde vive muchos años y se relaciona con los autores de la izquierda literaria. Argentina representó para el escritor su segunda patria, la adopta con enorme cariño después de un viaje que marcaría su destino personal. Aquí se casa con la madre de sus cuatro hijos, vive durante más de diez años y publica algunos de sus libros más emblemáticos: Compadre Mon y Chinchina busca el tiempo, entre otros. Antes de regresar a Dominicana en 1944, varios amigos le organizan una despedida memorable, entre otros estaban sentados a la mesa Quinquela Martín, Nicolás Avellaneda, Luis Cané, Arturo Capdevila y Oliverio Girondo.

Sus años en España lo convirtieron en una de las presencias más consistentes en las letras hispanoamericanas en ese país. Luego Brasil, nuevamente Dominicana y durante la revolución del '55 en su país, vuelve a la Argentina. En esa época el gobierno del dictador Rafael Leónidas Trujillo hizo que del Cabral pidiera asilo político en Argentina durante otros 17 años en los que Don Manuel se enamoró incondicionalmente de esta tierra que siempre consideró como su segunda patria. Sus más allegados han dicho que de Manuel se puede decir que es dominicano, argentino y continental.

Su obra, que abarca varias décadas, es vasta y exquisita. Se desenvuelve en varios géneros de la poesía, desde la amorosa hasta la épica, pasando por la negroide y metafísica. Encarnó algunos de los más bellos poemas afroantillanos con Doce Poemas Negros (1935), Compadre Mon (1940) y Trópico Negro (1943). En 1998 fueron editados por la Biblioteca Nacional dos antologías con sus escritos: Antología poética y Antología de cuentos.

Igualmente se desempeño con maestría en sus facetas lírica, epopéyica, existencial y metafísica. Pero del Cabral no sólo fue poeta mayor, también escribió varios libros de prosa, novelas y hasta obras teatrales. De uno de sus más conocidos y admirados libros de cuentos, Chinchina busca el tiempo, fue elogiado por  Gabriela Mistral en París luego de recibir el Premio Nobel. La chilena declaró que Chinchina busca el tiempo es superior a Platero y Yo de Juan Ramón Jiménez y que es uno de los libros más significativos de las letras castellanas.

También Ernesto Sábato sería uno de sus más grandes admiradores. En una carta le escribió: "Tu sabes bien Manuel, cuanto admiro tu obra, que considero lo más grande que se ha hecho en nuestra lengua..."

Manuel del Cabral falleció a los 92 años en Santo Domingo y dejó un legado de obras magistrales. En 1992 recibió el Premio Nacional de Literatura y en 1997 fue propuesto para el premio Cervantes que se otorga en España. Ha sido un incansable defensor de los derechos humanos en toda América. En Argentina muchos lo recuerdan como un gran hombre, un gran escritor y un gran amigo.

Obras publicadas:

Pilón (1931), Color de agua (1932), Doce poemas negros (1935), Poemas (1936), Ocho gritos (1937), Biografía de un silencio (1940), Compadre Mon (1940), Manuel cuando no es tiempo (1941), Trópico negro (1942), Chinchina busca el tiempo (1945), Sangre mayor (1945), De este lado del mar (1948), Antología tierra 1930-1949 (1949), Los huéspedes secretos (1951), Carta a Rubén (1951), Segunda antología tierra 1930-1951 (1951), Veinte cuentos (1951), 30 parábolas (1956), Sexo y alma (1956), Dos cantos continentales y unos temas eternos (1956), Antología clave 1930-1956 (1957), Pedrada planetaria (1958), Carta para un fósforo no usado y otras cartas (1958), Catorce mudos de amor (1962), Historia de mi voz (1964), La isla ofendida (1965), Los relámpagos lentos (cuentos, 1966), Los anti-tiempo (1967), El escupido (novela, 1970), Sexo no solitario (1970), El presidente negro (novela, 1973), La carabina piensa (1976), Cuentos (1976), Palabra (1977), El jefe y otros cuentos (1979), Diez poetas dominicanos: tres poetas vivos y siete desenterrados (1980), Cuentos cortos con pantalones largos (1981), Cédula del mar (1982), Antología tres (1987), La espada metafísica(1989).


NEGRO SIN NADA EN TU CASA

Yo te he visto cavar minas de oro
—negro sin tierra—.
Yo te he visto sacar grandes diamantes de la tierra
—negro sin tierra—.
Y como si sacaras a pedazos tu cuerpo de la tierra,
te vi sacar carbones de la tierra.
Cien veces yo te he visto echar semillas en la tierra
—negro sin tierra—.
Y siempre tu sudor que no termina
de caer en la tierra.
Tu sudor tan antiguo, pero siempre tan nuevo
tu sudor en la tierra.
Agua de tu dolor que fertiliza
más que el agua de nube.
Tu sudor, tu sudor. Y todo para aquel
que tiene cien corbatas, cuatro coches de lujo,
y no pisa la tierra.
Sólo cuando la tierra no sea tuya,
será tuya la tierra.

A Manuel del Cabral se lo asocia de manera decisiva con el postumismo. El postumismo fue un movimiento literario innovador que surgió en República Dominicana en 1921. Esta corriente cambia radicalmente el discurso poético dominicano. Es a partir de su nacimiento que se comienza a hablar de poesía dominicana tradicional y de poesía moderna. Esto fue debido a que los postumistas pusieron en práctica una nueva forma de poetizar la realidad dominicana

La segunda década del siglo XX, marca un momento notable en la historia occidental. En Europa ocurren muchos cambios tanto en el mundo de la ciencia, la política y las artes. Es un momento en el que el hombre pone en tela de juicio todos los conceptos y patrones hasta entonces aceptados y busca una nueva manera de expresión. En esta época surgen una serie de tendencias y escuelas; entre las más notables: el Dadaísmo, el Futurismo, el Creacionismo y el Formalismo ruso. Estas nuevas actitudes apenas llegan a Santo Domingo que se encuentra para ese momento bajo la dominación del gobierno norteamericano que sucede desde 1916 a 1924.



El nombre de postumismo fue creado por Domingo Moreno Jiménez. Se trata de un neologismo derivado del vocablo Póstumo. Le llamó así porque él tenía la convención de estar escribiendo una poesía que sólo sería comprendida más tarde. Se trata entonces de una lírica que se proyecta hacia el futuro.
Es Domingo Moreno Jiménez el personaje más importante de este movimiento.

Se puede decir que Moreno Jiménez ha sido el único poeta dominicano que no solo se nutre de las vivencias populares sino que es también sustentado por el pueblo. Se dice que Jiménez cargando con un maletín lleno de panfletos de su poesía se montaba en un transporte urbano para llevar a vender sus poemas postumistas al interior de la Isla. A Moreno Jiménez se le reconoce como la personificación del postumismo por su esencia humilde junto a sus pretensiones grandiosas y sus sueños trascendentales. Moreno Jiménez publica esporádicamente una revista portadora de los ideales postumistas titulada El día estético.

Además de Moreno Jiménez constituyen este movimiento Alberto Baeza Flores y  Mariano Lebrón Saviñon. Por otro lado, los tres grandes poetas independientes de la época cuya labor culmina en la publicación de poemarios a principios de los cuarenta, Tomás Hernández Franco, Manuel del Cabral, y Héctor Incháustegui Cabral, son herederos del mundo postumista.

El movimiento postumista como grupo sólo dura un año. Después de la celebración del primer aniversario, los postumistas fundadores comenzaron a distanciarse entre si, y a los ataques de sus detractores se sumaron contradicciones estéticas y problemas de liderazgos De manera tal, que los postumistas no lograron íntegramente los objetivos de su extenso manifiesto debido en parte al poco tiempo de unidad del grupo y a las limitaciones artísticas de sus integrantes.

También es meritorio nombrar en este terreno a La Poesía Sorprendida, agrupación literaria aparecida en Santo Domingo en 1943. El origen de La Poesía Sorprendida está ligado a los Triálogos que iniciaron los poetas Alberto Baeza Flores,  Domingo Moreno Jimenez y Mariano Lebrón Saviñón entre 1942 y 1943. Moreno Jimenez explica el origen de La Poesía Sorprendida de la siguiente manera: "Baeza Flores, Lebrón Saviñón y yo nos sentamos una vez a conversar, Baeza iba copiando todo cuanto se decía. Aunque antes de eso yo tenía el criterio  de que la poesía no debía escribirse sino hablarse.  Entonces, todo cuanto habíamos dicho  en la conversación lo titulamos: Los triálogos. Se redactaron, además, La infinita estética, Cosmo hombre y Nuevos triálogos, este último no se publicó. Cuando los llevé a la imprenta para publicarlos, los titulé: Ediciones de la poesía Sorprendida, a ellos le gustó el nombre y cuando me vieron me gritaron: hoy decidimos hacer una revista: La Poesía Sorprendida.
Moreno Jimenez apareció en los primeros números de la revista La Poesía Sorprendida. No obstante, desde la reunión inicial para la formación de dicho grupo, éste fue excluido del mismo. Baeza Flores y Lebrón Saviñón se reunieron con Franklin Mieses Burgos, Freddy Gatón Arce y el poeta y pintor  español Eugenio Fernández Granell y, bajo el lema de Poesía con el hombre universal, dejaron formalmente constituido el grupo.
Según Enrique Anderson Imbert, La Poesía Sorprendida es el acontecimiento cultural y literario de la década de los cuarenta en la vida dominicana. En ningún momento hasta entonces ha tenido la literatura dominicana esa relación sostenida con las literaturas de América. Pedro Salinas y Andrés Bretón se detienen en la isla entusiasmados por la labor de esos jóvenes amantes de las letras que luchan por mantener su espíritu.
Los sorprendidos reciben también el Tercer cántico de Jorge Guillen que publican en la colección El desvelado Solitario en septiembre de 1944 y que se reparte junto al número doce de La Poesía Sorprendida. Reciben además carta de Juan Ramón Jiménez en la que afirma interés en la labor de los jóvenes y solicita los números de las revistas publicadas.
Además de poner la literatura dominicana en el mapa literario del momento, los sorprendidos trabajaban para fomentar el interés y la difusión de el país no sólo de las letras dominicanos sino también universales. Se ofrecían veladas y lecturas poéticas en salones y parques.






Se puede decir que Manuel del Cabral es un post-postumista que enriqueció la vertiente y dinamizó en concepto de sus antecesores. De hecho su Antología Tierra, publicada en España por el Instituto de Cultura Hispánica, consolidó su fama de gran poeta. Por méritos se le iguala a Pedro Mir Valentín considerado el Poeta Nacional.


EL CENTAVO

Sequía, el avaro, no perdió dos minutos en dirigirse a su casa para guardar el último centavo que le cobró sin escrúpulos a uno de sus pobres inquilinos. El usurero era frío. Su silencio era cruel. Su casa sólo tenía un ruido: el oro de Sequía. Y una muda biografía: aquel centavo...Pero Sequía inquietóse... Iba a ver el centavo diariamente. Y una mañana se despertó sorprendido: encontró que la moneda tenía el doble de su tamaño. Poco tiempo después, el centavo ya no cabía en las manos, ni en la caja de hierro de su dueño. Pero, ¿a quién comunicarle un hecho tan útil, tan valioso? Su dueño pensaba que aquello podría ser su gran mina de hierro. Sin embargo, fue inútil el silencio de Sequía. El centavo, en un rápido y extraño crecimiento, cubría ya la habitación de su amo, amenazando rajar y derrumbar las paredes de la casa. Desesperado, Sequía hace astillas su silencio y, como un agua sin cauce, sale su grito en busca de caminos... La calle hecha ojos, rodea al avaro; rodea su casa. En tanto, el centavo, en una desenfrenada hinchazón, derriba el caserón y, de súbito, invade el pueblo. Mas los picapedreros, las dinamitas... todo ha resultado inútil; pues donde al centavo se le quita un pedazo, crece inmediatamente renovando lo perdido. La gente huye hacia el campo. Se vuelven de metal calles y plazas. No queda hondonada, ni agujero, ni llanura. El centavo por minutos  crece más y más. Ahora, su gran masa de cobre se desplaza hacia los fugitivos; por momentos, da la sensación de que aquella fuerza sin límites es un instinto, un impulso premeditado y dirigido, porque el centavo es un huracán de hierro, sin piedad... Hombres y bestias huyen a las montañas. Y el mundo comienza a morir bajo aquella extraña mole. Vegetación y agua han desaparecido. De pronto, la poca humanidad que quedaba en tierra alta ve a Sequía andando sobre la gran moneda. Y con las lágrimas que caían de la gente que estaba en las montañas, Sequía, el avaro, se quitaba la sed...

  
LOS HOMBRES NO SABEN MORIRSE.

Los hombres no saben morirse...
Unos mueren no queriendo la muerte;
otros
la encuentran en un beso, pero sin estatura...
otros
saben que cuando cantan no le verán la cara.

Los hombres no se mueren completos, no saben irse enteros...
Unos reparten en el viaje sus retazos de muerte;
otros
dejan el odio para cuando vuelvan...

Otros se van tocando el cuerpo
para saber si salen de la trampa...

Los hombres no saben morirse...
Unos van dejando su yo sin comprenderlo;
van dejando basura para esciba esotérica;
otros
se vuelven hacia adentro ante el vacío...

Pero todos,
con el cadáver de su tiempo al hombro,
todos,
todos son el Uno,
el Uno
que sólo por amor vuelve a la tierra.


AIRE DURANDO

¿Quién ha matado este hombre
que su voz no está enterrada?

Hay muertos que van  subiendo
cuanto más su ataúd baja...
Este sudor... ¿por quién muere?
¿por qué cosa muere un pobre?
¿Quién ha matado estas manos?
¡No cabe en la muerte un hombre!
Hay muertos que van  subiendo
cuanto más su ataúd baja...
¿Quién acostó su estatura
que su voz está parada?

Hay muertos como raíces
que hundidas... dan fruto al ala.
¿Quién ha matado estas manos,
este sudor, esta cara?
Hay muertos que van  subiendo
cuanto más su ataúd baja...

Donde la voz parece más del árbol

Donde el hombre es un árbol.
Aquí, donde los ojos de los niños...
Tal vez aquí no puedo decir nada.
Tan cerca estoy de cosas
que están siempre desnudas.
Puede mi tiempo ahora herir la tarde.
Yo vengo de tan lejos y de tantas palabras,
vengo de tantas manos y de carne con precio,
vengo de tantos vientres con inéditos gritos,
que me sube la voz igual que un ojo.
Aquí, donde este hombre
para decirme que no tiene ropa
desentierra los huesos de su sonrisa:
su azucena valiente y definida,
su azucena harapienta.


EL HUESPED DE LOS PÁJAROS

Yo sé bien que se hiere cuando silva.
Comprendo que la tarde la va haciendo su canto.
Me sé bien de memoria que su garganta pone
más azul en los charcos que pisan los boyeros; y pone
unas tierras extrañas en las bárbaras guitarras
de los pinos.

Comprendo que en el cutis del mar escribe cartas
que sólo leen durmiendo los marinos;
comprendo que su pico
empuja a la mañana como el río sus rizos, la lleva
con el calor de un viento hasta los hombres. Comprendo
que sólo cuando él mueve las palabras, las cosas
van cayendo en la tierra con la novedosa inutilidad
que tiene siempre el árbol para dejar caer
sus profundos frutos, inevitables de ser un poco Dios.
Sin embargo, si no lo viera, si no lo tocara,
me sería difícil comprender su presencia.
No siempre
baja a tierra, pero siempre
bebe en el ojo suelto de un rocío.


EL HUÉSPED DE PIEDRA

Recordando el tatuaje ritual de los marinos,
los náufragos de ojos redondos como el miedo,
firman con arañazos en mis carnes su nombre.
Pero un náufrago terco
de mar equivocado por mi sangre
arañazos me hace tan secretos
que me llena de hondas escrituras de clave.
Huésped mío,
¿qué buscas?
¿qué quieres,
que a fuerza de ser mudo me golpeas
como un odio sin puertas?
¿Qué más quieres?
¿No oíste?
¿No me oyes?
¿Son tan hondos tus ruidos?
¿Qué cincel hace tiempo le da golpes azules
a esta piedra triste tirada aquí...
mi cráneo?
Ahora tú, tú sola.

¡Oh muerte que me pones ya tan joven!





EL MUEBLE

Por escupir secretos en tu vientre,
por el notario
que juntó nuestros besos con un lápiz,
por los paisajes que quedaron presos
en nuestra almohada a trinos desplumados,
por la pantera aún que hay en un dedo,
por tu lengua
que de pronto desprecia superficies,
por las vueltas al mundo sin orillas
en tu ola con náufragos: tu vientre;
y por el lujo que se dan tus senos
de que los limpie un perro que te lame,
un ángel que te ladra si te vistes,
cuatro patas que piensan cuando celan;
todo esto me cuesta solamente tu cuerpo,
un volumen insólito de sueldos regateados,
un ponerme a coser silencios rotos,
un ponerme por dentro detectives,
cuidarme en las esquinas de tu origen,
remendar mi heroísmo de fonógrafo antiguo
todo el año lavando mis bolsillos ingenuos
atrasando el reloj de mi sonrisa,
haciendo blanco el día cuando llega visita,
poniéndole gramática a tus ruidos
poniendo en orden
el manicomio cuerdo de tu sexo;
déjame ahora
que le junte mis dudas a la escoba,
quiero quedarme limpio como un plato de pobre;
tú,
que llenaste mi sangre de caballos,
tú,
que si te miro me relincha el ojo,
dobla tu instinto como en una esquina
y hablemos allí solos,
sin el uso,
sin el ruido
del alquilado mueble de tu cuerpo.

Ellos
Ellos no tienen lecho,
pero sus manos
son las que hicieron nuestras casas.

Ellos comen cuando pueden
pero por ellos comemos cuando queremos.

Ellos
son zapateros pero están descalzos.

Ellos nos visten pero están desnudos.

Ellos
son los dueños del aire cuando manejan alas,
mas son los limosneros del aire de la tierra.

Ellos no hablan,
tienen palabras vírgenes... Hacen nuevo lo viejo...

La mañana lo sabe y los espera...


HUÉSPED DESENTERRADO

Toda la noche
la cotorra del brujo picoteando el silencio.
Toda la noche
estuvieron los hombres bregando con trozos de tinieblas.
Toda la noche
el farol casi humanos con su poco de día,
matando la mirada dulce-azul del cocuyo.
Y nada.
El sepultado ni siquiera hedía.
Todo aire de muerto lo mataban las flores.
¿Es que se hundió como si fuera en agua?
Ayer, precisamente, se le vio en la bodega,
luchando entre penumbra con unos diosecillos
que saltaban sin tregua
desde el tonel del vino hasta la copa,
y corrían,
corrían,
como un grupo caliente de cosquillas
por su cuerpo varón y su neblina.
Toda la noche
estuvieron los hombres cucuteando,
registrando la tierra.
Sin embargo, mi perro está ladrando,
hoy a las siete de la mañana
mi perro está ladrando,
ladra junto a una mano que parece de náufrago fijo.
¡Creció el cadáver
igual que un árbol para dar su fruto!


HUÉSPED SÚBITO

Ahora estás aquí.
¿Pero puedes estar?
Tú dices que te llamas... Pero no, no te llamas...
Desde que tengas nombre comienzo a no respirarte,
a confirmar que no existes,
y es probable que desde entonces no te nombre,
porque cualquier detalle, una línea, una curva,
es material de fuga;
porque cada palabra es un poco de forma,
un poco de tu muerte.
Tu puro ser se muere de presente.
Se muere hacia el contorno.
Se muere hacia la vida.


LA CARGA

Mi cuerpo estaba allí... nadie lo usaba.
Yo lo puse a sufrir... le metí un hombre.
Pero este equino triste de materia
si tiene hambre me relincha versos,
si sueña, me patea el horizonte;
lo pongo a discutir y suelta bosques,
sólo a mí se parece cuando besa...
No sé qué hacer con este cuerpo mío,
alguien me lo alquiló, yo no sé cuándo...
Me lo dieron desnudo, limpio, manso,
era inocente cuando me lo puse,
pero a ratos,
la razón me lo ensucia y lo adorable...
Yo quiero devolverlo como me lo entregaron;
sin embargo,
yo sé que es tiempo lo que a mí me dieron.

HABLA COMPADRE MON
Lo que ayer dije yo
a gritarlo vuelvo ya:
¿tierra en el mar?
No señor,
aquí la isla soy yo.
Algo yo tengo en el cinto
que estoy como está la isla,
rodeada de peligro.
Sí, señor, mi cinturón:
ola de pólvora y plomo.
Aquí la isla soy yo.
Cabe, lo que dije ya,
siempre aquí, como le cabe
el día en el pico de ave.
¡Qué bien me llevan la voz
las balas que sueño yo!
Y no lejos del hombre
de tierra adentro y dormido
la verde fiera que siempre
nos pone un rabioso anillo...
Estoy hablando del mar
porque en él hay algo mío...
¿Pero estoy hablando yo
de una Antilla, tierra en agua?
No señor,
con la cintura entre balas,
al mapa le digo no.
Aquí la isla soy yo.



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