La dinámica de los años 60 trajo al terreno de
la literatura argentina a figuras que desarrollaron una tarea no siempre
reconocida por las generaciones posteriores. Coincide esta etapa con el cúmulo
de transformaciones mundiales que se expanden y un tiempo signado por el
determinismo del soñador inculcado por el movimiento hippie, el feminismo, los
ecologistas y las burguesías universitarias.
Eran los años del fracaso de Estados Unidos en
Vietnam, la lucha por los derechos humanos de la mano de Martin Luther King, la
pisada del hombre en la Luna, la experimentación de la Guerra Fría, el triunfo
de la Revolución Cubana, la cuestionada realidad del “I have a Dream”, el simbolismo de Woodstock que reunió en una
granja a casi medio millón de personas, el París del 68 con su ‘prohibido
prohibir’ y su secuela en Praga y México, el asesinato del Che, Malcom X y
Kennedy, la vigencia de Sartre y Marcuse, la persecución comunista con la caza
de brujas materializada por el tristemente senador McCarthy, los afroamericanos
que con sangre conseguían el derecho al voto al igual que indios, latinos y
minorías étnicas que se incorporaban al sistema laboral y el nacimiento de los
movimientos de sacerdotes tercermundistas que luchaban por la no violencia y la
igualdad pacífica. Los sesenta fueron definidos como la década de la
minifalda y la revolución sexual, del hippismo, de Los Beatles. En el país
nació en ese período el rock nacional. Pero no todo fue sexo, droga y rock and
roll. La Argentina no quedó al
margen de la conmoción. Tras la caída de Frondizi, el periodista amigo del Che Jorge Ricardo Masetti organizó una
fallida insurgencia en Salta. En 1964, la CGT impulsó la toma masiva de
fábricas, con el peronismo aún proscripto. Entonces la Cuba de Fidel Castro y
de Guevara irradiaba su ardiente mensaje. Después de 1966, el gobierno de facto
de Juan Carlos Onganía inauguró la guerra santa contra hoteles alojamiento,
hippies y happenings, y los bastones largos castigaron a la universidad. En el Cordobazo, la protesta popular alcanzó
el punto más alto de toda la década. La modernización cultural acompañaba la
revuelta política. La editorial EUDEBA,
dirigida por Boris Spivakow, llevó el libro al quiosco a precios irrisorios,
vendiendo entre 1959 y 1966 diez millones de ejemplares. La carrera de
Sociología pasó de 67 alumnos a 11.500 en pocos años. Son los momentos en que
aparece Literatura argentina y realidad
política, de David Viñas, y surge la Asociación Psicoanalítica, una
generación rupturista agrupada en Plataforma Internacional.
Dentro del campo de la literatura
latinoamericana, la década del sesenta configura el marco de una intensa
renovación narrativa que, desde el punto de vista editorial y de público, da
origen al denominado boom de la
literatura latinoamericana. En la Argentina, este proceso tiene como centro de
divulgación al Instituto Di Tella,
espacio de experimentación estético y científico, que promueve la investigación
en ciencias sociales y la modernización artística y audiovisual (teatro,
happenings, cine, literatura, plástica), y a la revista Primera Plana (1962) que, dirigida por Jacobo Timerman, acerca la
nueva literatura a sectores mayores de público. A lo largo de la década, se
produce un proceso de modernización de las prácticas y las estéticas literarias
por la crisis y transformación de las poéticas realistas y la incorporación de
técnicas narrativas diferentes, que implican rupturas de orden lineal de la
historia, multiplicidad de puntos de vista en el relato, e incorporación de
discursos provenientes del psicoanálisis, la sociología, la historieta y el
periodismo. La aparición de Rayuela,
de Julio Cortázar, en 1963, funciona como una verdadera "divisoria de
aguas", dado que es un punto de viraje no sólo en el interior de su propia
literatura sino centralmente en la historia de narrativa argentina. Cortázar ya
había publicado Bestiario (1951), Final del juego (1956), Las armas secretas (1959), Los premios (1960) e Historia de cronopios y de famas (1962),
más ligados a la estética del grupo Sur.
Rayuela, además de su éxito inmediato
en la crítica literaria y entre el público, incorpora grandes modificaciones en
la construcción poética y en la construcción del relato: la desconfianza sobre
la función cognoscitiva del lenguaje, la explicitación del texto como
artificio, la tensión entre lo fragmentario y la forma larga, la introducción
del surrealismo y la patafísica como técnicas narrativas, el metadiscurso, la
autorreferencialidad, la proliferación de citas, la intertextualidad
exasperada. Estas técnicas narrativas alcanzan nuevas formulaciones en sus
textos posteriores, en los cuales se combinan varios géneros discursivos
(novela, cuento, ensayo): Todos los
fuegos el fuego (1966), La vuelta al
día en ochenta mundos (1967), 62
Modelo para armar (1968), Ultimo
round (1969), Libro de Manuel
(1973), Octaedro (1974), Alguien anda por ahí (1977), Un tal Lucas (1979), Queremos tanto a Glenda (1980), Deshoras (1983).
En el boom del sesenta se
inscribe también la obra literaria de Manuel Puig (1932-1990) que, con La traición de Rita Hayworth (1968),
inaugura dentro de la narrativa argentina la compleja interrelación entre
literatura y medios masivos de comunicación como el cine, el folletín, las
intrigas policiales, los boleros y los tangos. En sus novelas —Boquitas pintadas (1969), The Buenos Aires affair (1973), El beso de la mujer araña (1976), Pubis angelical (1979), Maldición eterna a quien lea estas páginas
(1980), Sangre de amor no correspondido
(1982), Cae la noche tropical
(1988)—, Puig experimenta con procedimientos provenientes de la serie literaria
y materiales de la cultura popular y los medios masivos, junto con un uso
desviado de los géneros y el montaje de diversas matrices y géneros discursivos
(psicoanálisis, política, informes judiciales, cartas, diarios íntimos).
Asimismo, Puig trabaja con la decodificación de distintos registros
lingüísticos a través de la parodia, la pluralidad y la confrontación de
discursos, el enfrentamiento de ideologías, para desenmascarar con una mirada
crítica los mecanismos de la pequeña burguesía pueblerina.
Un grupo importantes de
escritores que incorporan en sus textos la renovación formal de los años
sesenta proviene del interior del país y promueve una literatura alejada de
todo regionalismo o pintoresquismo: Antonio Di Benedetto, Daniel Moyano (1930),
Héctor Tizón (1929) y Juan José Hernández (1940) se encuadran dentro de un
sistema narrativo que si bien responde a cánones de filiación realista,
registran desvíos y nuevas formulaciones. Mientras que la producción de Di
Benedetto (Mundo animal, 1953; Zama, 1956; El cariño de los tontos, 1961; El
silenciero, 1964; Los suicidas,
1969) sostiene una perspectiva urbana sobre una temática y un ambiente
regional, la literatura de Moyano (Artista
de variedades, 1960; La lombriz,
1964; Una luz muy lejana, 1966; El fuego interrumpido, 1967; El oscuro, 1968; El trino del diablo, 1974) y Hernández (Negada permanencia, 1952; Claridad
vencida, 1957; El inocente, 1965;
La ciudad de los sueños, 1971)
desarticula la relación interior-Buenos Aires a través del fenómeno de
migración interna masiva a la capital. En la narrativa de Tizón (Fuego en Casabindo, 1969; El cantar del profeta y el bandido,
1972; Sota de bastos, caballo de espadas,
1975) lo urbano queda excluido como escenario y en sus relatos se concentra la
temática regional abordada desde una experimentación formal que reelabora los
mitos y las costumbres regionales. Di Benedetto y Tizón comparten una intensa
preocupación formal y estilística, y una cuidadosa reflexión sobre el lenguaje,
mientras que en la literatura de Moyano se retoman algunos procedimientos
típicos del realismo mágico latinoamericano.
Alejada del boom y ubicada en un
espacio marginal a Buenos Aires, se inscribe la literatura de Juan José Saer (1937), uno de los mayores
escritores de la literatura argentina. Su obra se mantiene al margen del boom
de la narrativa latinoamericana dado que en su poética no ingresan ni lo real
maravilloso de García Márquez, ni la postulación neo-realista de Vargas Llosa.
Saer discute con sus postulados centrales al considerar que los escritores
latinoamericanos deben escribir como escritores y no como lo que los europeos
buscan en la escritores latinoamericanos (vitalismo, espontaneidad, irracionalismo,
estrecha vinculación con la naturaleza), dado que "su especificidad
proviene, no del accidente geográfico de su nacimiento, sino de su trabajo de
escritor". En su primer libro, En la
zona (1960), se comienza a perfilar uno de los rasgos centrales de su
poética: el rechazo por toda forma de regionalismo, que encuentra su resolución
en la construcción de un espacio ficcional —la zona— que, partiendo de un
referente real (la ciudad de Santa Fe, su costa y las islas) se convierte en
espacio imaginario y paisaje estético. La zona es una célula narrativa básica
que se expande en un sistema de personajes, el encuentro de amigos, una
inflexión de la lengua. La obra de Saer -Responso
(1964), Palo y huesos (1965), La vuelta completa (1966), Unidad de lugar (1967), Cicatrices (1969), El limonero real (1974), La
mayor (1976), Nadie Nada Nunca
(1980), El entenado (1983), Glosa (1986), La ocasión (1988), Lo
imborrable (1993), La pesquisa
(1995), Las nubes (1997)- está
recorrida por un proyecto unitario que se traduce en la persistencia de un
espacio geográfico, un mismo sistema de personajes, la tematización recurrente
de un núcleo problemático fijo, y la permanente búsqueda de un discurso que se
haga cargo de la complejidad de la representación, que se traduce en el uso de
una descripción obsesiva (que acerca su literatura al nouveau roman) como
procedimiento constructivo predominante.
Sobre las épocas y los olvidos el
sociólogo Horacio González, expresa: “No son los lectores sino las épocas (esto
es, los lectores de hechos, no de libros) los que envían al desván los escritos
que en algún otro momento fueron notorios. Una época los encumbra, otra los
olvida, otra puede aún volverlos a contemplar.
La justicia es caprichosa y su
esencia es el derecho a ser injusta. Hasta que los ejemplares sobrevivientes se
vuelven clásicos. Julio Cortázar y Leopoldo Marechal escribieron literaturas
eximias, pero estaban adheridos como enredadera a los muros de una época. Son
los injustamente olvidados porque eran muy buenos y ahora para que vuelvan hay
que desenredarlos de aquellos muros”.
Al comenzar la década de 1960, ya
existía entonces un público lector amplio en América Latina. La expansión de
las ciudades y de las oportunidades educativas garantizó que una creciente
clase media de profesionales y estudiantes universitarios leyeran con avidez
las novelas de sus autores favoritos, con quienes compartían ideales de
transformación radical de las estructuras sociales. Este entusiasmo se
confirmaba con el éxito de la revolución cubana en 1959, que ayudó a esparcir
por el continente un espíritu "latinoamericanista" que trascendía las
fronteras nacionales y buscaba crear una conciencia de cambio político en las
masas. Varias casas editoriales españolas y francesas también adelantaron una
gran campaña de difusión que daba preferencia a los escritores de izquierda y
fomentaba foros plurinacionales. Así, pues, se combinaron tres factores en los
años sesenta: primero, la pintura, poesía y novela habían preparado una
conciencia latinoamericanista y un público lector ávido; segundo, la izquierda
política ganó gran fuerza en muchos países del continente; tercero, las
editoriales europeas estimularon la publicación de obras latinoamericanas por
el interés del público en seguir los procesos de cambio en América Latina
después de la revolución cubana.
En medio de esta vorágine la
producción literaria de Syria Poletti (1917-1991) queda ensombrecida y, en este
aspecto, queremos darle su debido
reconocimiento.
Syria Poletti nació en Pieve di
Cadore, ciudad al norte de Italia, en 1917. La emigración de sus padres a
Argentina, en búsqueda de mayores oportunidades, la llevaron a crecer bajo la
sensación de abandono, el cual para una niña de nueve años no se justificaba
pese a las precarias condiciones económicas, sobretodo viniendo de su madre. El
abandono se compensó con la figura de su abuela, quien se transformó en una
madre para ella, no sólo en lo emocional, sino que también en lo artístico.
Nací en una noche de aludes y tormenta de nieve. Más de medio metro de
nieve cayó mientras mi madre me daba a luz en Pieve di Cadore.
Paisaje de cuentos de hadas, era el país de las Dolomitas. Un paisaje
para gigantes de la montaña y mi padre era un guía de montaña. Recuerdo los
pinos nevados, los muñecos de nieve y los coros de montaña.
No tenía aún seis años cuando viajamos en un coche de a caballos,
descubierto, a la ciudad de mi abuela: Sacile una ciudad rodeada por colinas
verdes y ceñida por un río verde.
Mi madre con mis hermanos mayores viajaban a América la que surgió ante
mí como un enigma indescifrable.
Mi Abuela era un personaje prodigioso. Con ella uno vivía en permanente
júbilo y descubrimiento. Además era un vivir en medio de gente, de actividades,
de invenciones.
El colegio fue un enganche maravilloso, fue el deslumbramiento de la
palabra escrita, de la poesía, de la magia de los números y de lo exacto. La
matemática llegaba como el agua cuando se padece sed.
La gente me preguntaba: ¿qué vas a hacer cuando seas grande? ¿Modista,
hilandera, profesora de matemática o te irás por el mundo como tu madre? Nada
de eso.
Llegaron unos tíos jóvenes que venían a recuperar los bienes perdidos
por mi abuela. De pronto me sacaron de la casa de ella y me prohibieron
inscribirme en el secundario.
Arrancada de los brazos de esta
madre por un tío que veía en el bienestar económico lo único necesario para una
niña, se transformó en una joven rebelde, cuyo castigo fue la internación en un
orfanato. El abandono absoluto no la intimidó, como sí lo hizo una escoliosis
deformante que transformó su columna en el peso más limitante de su vida. Sólo
al alcanzar la madurez su deformidad se transformó en un estímulo artístico,
dejando de ser simplemente un obstáculo para el amor sexual. A los 21 años,
luego de titularse como maestra, quiso emprender viaje a Argentina junto a su
hermana Beppina, también abandonada pero más conforme.
Sin embargo, no fue considerada
apta para el viaje y tuvo que esperar que su hermana viajara y desde Buenos
Aires consiguiera un permiso para ella. Argentina se transformó en su segunda
patria, pese a las dificultades económicas y culturales que en los primeros
años la acompañaron. No obstante, fue en esta tierra lejana donde se consagró
académica y artísticamente. Su éxito no fue gratuito, realizó enormes esfuerzos
y sacrificios para sobrevivir haciendo lo que más le gustaba y lo que esa
tierra nueva y llena de historias le permitía hacer: crear como su abuela le
enseñó. Por eso decidió trasladarse a Buenos Aires, la capital política y
literaria de Argentina, que la pobreza y la soledad no pudieron desvirtuar. El
éxito se lo ganó y la acompañó hasta los años ochenta, cuando la situación
política y la crisis social tuvieron como primeras víctimas a los artistas.
La sensación de abandono que
marcó su infancia fue una huella inevitable en su vejez. Los lectores y el
círculo artístico la abandonaron. No había ánimo, ambiente, ni muchas
posibilidades de acceder al arte. Pero Syria renació y siguió publicando,
dedicada a esos libros que la hacían recuperar lo que sintió perdido en Italia:
los libros infantiles.
Fue profesora y traductora, en el
año 1953 comenzó a escribir relatos en el diario La Nación y en 1954 publicó Veinte
poemas infantiles. Colaboró en la revista Vea y Lea con cuentos policiales.
Esos cuentos, en 1969, fueron reunidos en Historias en rojo. Los relatos están fuertemente marcados por la
doble influencia cultural de su autora. Así, lo policial se desarrolla bajo
características italianas, pero en un contexto social argentino. El tema
constante de Historias en rojo son
las luchas familiares que culminan en asesinatos. Esto constituye,
precisamente, lo italiano en las narraciones de Poletti, que la terminan
ubicando dentro de las manifestaciones del país europeo. Dicha especificidad,
Luigi Volta la define aún más: "Syria Poletti escribe sus anómalos
policiales como para exorcizar su propia idea de 'pasado' en una Italia
patriarcal, que es la misma idea que está en la base de la literatura policial
italiana y que produce tanta dificultad de movimiento para los detectives de
aquel país".
Sin embargo, todo esto es
desarrollado dentro de las problemáticas de los inmigrantes en una tierra
argentina marcada por la desigualdad, las injusticias, el paisaje y la pobreza.
Los cuentos de Historias en rojo son
relatos de crímenes motivados por el amor malentendido, obsesivo, protector o
celoso. En cada uno de ellos el resultado es el asesinato, único tipo de crimen
que se desarrolla en la obra. Este parece ser el medio ideal por el cual el
amor puede expresarse cuando llega a límites anormales. La excepción es Vírgenes prudentes, cuento que no tiene
crimen y da la sensación de pertenecer a otro libro. Es la historia de un
abandono romántico y místico, narrado desde la negación de la abandonada. Los
demás cuentos pueden clasificarse en dos tipos, según el sexo del asesino: los
cuentos donde los asesinos son hombres presentan patrones similares, que no
comparten los cuentos donde el crimen está en manos de mujeres. Estos patrones
tienen que ver, principalmente, con las motivaciones y la inteligencia del
criminal. Sin embargo, la clasificación puede parecer poco sustentable, debido
a la considerable diferencia de cantidad entre uno y otro. Sólo en dos relatos,
Rojo en la salina y El hombre de las vasijas de barro, el
asesino es hombre. Aún así, el análisis desde este punto de vista se hace
interesante y necesario. En Rojo en la
salina un hombre débil y lisiado, que ha dejado en manos de su mujer todo
el peso del trabajo y el éxito, asesina al administrador de la salina que
dirige su esposa, para huir con su amante, mujer de la víctima.
En El hombre de las vasijas de barro, un enfermero de un geriátrico
asesina a una muchacha menor de edad, deficiente mental, para que no fuera
descubierto el embarazo del cual él era responsable. En ambos cuentos es la
pasión motivo de los crímenes: en el primero, la necesidad de dar libertad a
esa pasión, en el segundo la necesidad de ocultar las consecuencias de esa
pasión. Asimismo, en los dos relatos existe una planificación del crimen, más o
menos elaborada, que sobrepasa las capacidades de todos, incluyendo a la
policía. Sin embargo, en los dos cuentos, una mujer fuerte, muy inteligente,
confiada en sus instintos, resuelve el caso. El proceso de investigación de los
personajes femeninos que actúan como detectives en estos cuentos, se basa en
los instintos y en la observación aguda del comportamiento humano.
En Rojo en la salina, el distanciamiento y comportamiento de su hija
con su adorada mejor amiga, quien era hija de la víctima y de la amante del
asesino, llevan a la obligada detective a descubrir en su esposo al culpable.
Esto junto a la decepcionante visión que mantenía de su marido, un hombre débil
sin ninguna sensibilidad artística, le permiten formar un cuadro criminal
absolutamente lógico.
En El hombre de las vasijas de barro es precisamente esta sensibilidad
artística la que lleva a la abuela, detective del cuento, a negar rotundamente
la culpabilidad de Basilio, interno del geriátrico que administra su sobrino,
culpado en forma categórica del crimen. Esto, junto a su capacidad de
observación y su aguda inteligencia, que le permiten entender que en todo
comportamiento humano reprochable por los cánones sociales existe una omisión,
además de su capacidad de aceptar la pérdida de la inocencia y enfrentar los
temas "pecaminosos" sin tapujos, le permiten vislumbrar un motivo
para el crimen y conectar esto con el culpable, que de ninguna manera podía ser
un loco, sobretodo si este es un artista que cayó en la demencia por culpa de
la guerra, lo que lo incapacita de ejercer una violencia que su mente no fue
capaz de tolerar.
En los cuentos donde los asesinos
son mujeres, la motivación parece ser siempre el amor, pero un amor
malentendido, exagerado, que se caracteriza por ser protector, obsesivo y
siempre maternal. Las madres que matan en defensa del hijo parecen estar
justificadas y en Historias en rojo
nunca reciben castigo. En Mala suerte,
Doña Carmelina asesina a Rosita, la mujer más deseada de Villaguay, dueña de un
boliche, donde aprovechaba de robar a los hombres cuando borrachos iban con
ella a una habitación. Cuando su esposo se transformó en una víctima de Rosita,
Carmelina decidió defender lo que le pertenecía a ella y a sus hijos,
asesinando. En Pisadas de caballo
tres hermanas cuidan de su padre y de su hermano enfermo. Durante una noche
crítica, Nives, una de las hermanas, administra las dos únicas inyecciones de
coagulante a su hermano, dejando morir a su padre.
En A largo plazo, Mino, el menor de tres hermanos, muere tras una larga
enfermedad. Sin embargo, Antonio, su hermano mayor, insiste en la idea del
asesinato. Como sus sospechosos estaban en la familia de su otro hermano
desiste de la idea y nunca descubre que su esposa, María, asesinó a Mino en
venganza de las humillaciones a las que sus hijos fueron sometidos por ese
arrivista tío. En Estampa antigua,
Wanda es asesinada por su esposo, quien creía que la pistola con la que solía
amenazarla estaba descargada. Ambos sabían que la amenaza era sólo eso, casi un
juego, pero la madre de Nano, sabiendo los engaños de Wanda, decide terminar
con las humillaciones de su hijo cargando la pistola confiada en que la
dispararía Herminio, primo de Nano, celoso por un nuevo romance de Wanda.
En ninguno de estos cuentos las
asesinas son descubiertas, no existe un detective ni un proceso de
investigación detallado y eficaz. La policía actúa en algunos casos, pero
parece inútil frente a estos crímenes que, si bien no son planificados con
detalles, son muy inteligentes en su realización.
En A largo plazo y Estampa
antigua, la impunidad de los crímenes se produce gracias a la complicidad
entre la asesina y su hija o nieta. Por lo tanto se presenta la relación entre
la figura maternal y la niña como un lazo cómplice, inquebrantable y
justificado frente a todo. En el primer cuento mencionado, la hija de María
conoce la participación de su madre en la muerte de Mino, y le presenta su
apoyo incondicional, justificando plenamente su actuación. En el segundo
relato, la nieta de la asesina esconde la única evidencia que podría haber
señalado a su abuela como culpable, como un acto de fidelidad absoluta y nunca
mencionado. Sólo en dos cuentos existe un castigo que no proviene de la
justicia.
En Pisadas de caballo, Nives es descubierta por su hermano quien
rechaza abruptamente su actitud y la increpa en forma dura y cruel, haciéndola
sentir miserable. En Estampa antigua,
el deseo de la abuela de que Wanda fuera asesinada por su sobrino, se ve
abortado por la llegada imprevista de su hijo, quien comete el asesinato. Nano
es condenado por el crimen, lo que lleva a la desesperación, caída y muerte de
esta madre en pleno dictamen de la condena, cuyo asesinato perfecto tomó un
rumbo equivocado. Por lo tanto, en Historias
en rojo los crímenes cometidos en nombre del amor maternal y protector no
reciben castigo, salvo aquellos que desembocan en un daño a ese hijo protegido.
Nives daña a su hermano al quitarle la vida a su padre, el ser más querido para
el joven. La madre de Nano destruye la vida de su hijo al quitarle a su mujer
amada y llevarlo a pagar él por su muerte. Estos castigos no son físicos, no
interviene la justicia institucional, pero sí son emocionales, lo que los hace
más duros.
En Historias en rojo los hombres matan por pasión, las mujeres por
amor. Los asesinos hombres son fríos y toman características inhumanas. Tal
vez, Syria Poletti quiso traspasar al papel justamente aquello que perpetuó su
soledad hasta el fin de su vida. Su cuerpo marcado por una dura enfermedad la
hizo sentir que el amor no puede separarse de esa pasión física que una mujer
como ella no podía despertar. Esta incapacidad masculina de amar sin involucrar
lo pasional en ello parece distinguir a los hombres de las mujeres, según lo
que la obra de Poletti dice: los personajes masculinos de Historias en rojo son animales esclavos de su pasión, capaces de
todo por ella. Las mujeres asesinas son absolutamente emocionales, matan por
sus hijos, o por aquellos a los que aman como a hijos.
Un deseo de protección llevado a
límites anormales, amor malentendido, mantenimiento de funciones a las que debe
renunciarse cuando el hijo se hace independiente: estas son las características
que estas madres asesinas presentan, figuras maternales que parecen reflejar la
carencia máxima de una autora marcada por el abandono de su madre. Estos
asesinatos son la expresión máxima de un deseo de niña: tener a una madre capaz
de todo por ella. Celia Correas de Zapata dice que "La obra narrativa de
Syria Poletti está asignada por una insobornable rebeldía".
Sin duda es así, pero esta
rebeldía es la misma respuesta que un niño herido da a un mundo siniestro,
cruel e insensible.
Syria Poletti tuvo una producción
literaria vasta y exitosa desde el comienzo, en 1961 publicó su novela Gente conmigo, que obtuvo el Premio
Internacional Losada y el Premio Municipal de Buenos Aires, seleccionada entre
las diez mejores novelas sudamericanas por la Editorial Alan Williams de New
York y llevada al cine con la adaptación de Jorge Masciángioli bajo la dirección de Jorge Darnell, en 1965.
Además fue traducida al alemán, checo, inglés e italiano. En 1964 publicó Línea de fuego, libro de cuentos que se
incluyeron en diversas antologías y que fueron llevados a la televisión en
varias ocasiones.
En 1965 obtuvo en Madrid, el
Premio Doncel por su libro de cuentos infantiles Botella al mar. En 1969 publicó Historias
en rojo que obtuvo el Primer Premio Municipal de Buenos Aires. En 1971
apareció Extraño oficio (Crónicas de
una obsesión), novela propuesta para el Premio Nacional de Literatura de ese
año. En 1972 publicó Reportajes
supersónicos, libro infantil que obtuvo la Faja de Honor de la Sociedad
Argentina de Escritores.
En 1974, Syria Poletti fue
distinguida por el Gobierno italiano con el título de Gran Caballero de la
Estrella de la Solidaridad, por su obra cultural en Italia y Argentina. En 1977
publicó Taller de imaginería y en
1989 ...Y llegarán Buenos Aires.
Fue reconocida en muchas
ocasiones por su labor de acercamiento cultural entre Italia y Argentina y por
su destacada participación como mujer en el ambiente cultural. Publicó una gran
cantidad de libros para niños, además de los ya mencionados, que originó una
selección en 1987 titulada 100 cuentos
de Syria Poletti.
Con todo este acumulado de obras,
Syria Poletti no es leída lo suficiente. Los memoriosos la recuerdan como una
luchadora que nunca quiso entregarse. Recibió premios que siempre los vivió
como un desafío: Premio Internacional Losada 1961. Segundo Premio Municipal
1962. Primer Premio Municipal 1967. Premio Internacional Doncel de cuentos
infantiles, España, 1965. Premio Ibby (UNESCO) por obra infantil, Alemania,
1972. Premio Sixto Pondal Ríos para autores consagrados, 1984. Premio de la
Cámara Argentina de Publicaciones, 1984. Premio de la Asociación Argentina de
Lectura, 1984. Premio Konex de Platino Literatura para Niños, 1984. Diploma al
Mérito (Konex) Literatura para Niños, 1984. Premio de la UNESCO, Japón, 1985.
Syria no abandonó nunca la
costumbre de visitar colegios, autografiar libros, conceder entrevistas e intercambiar
ideas con sus jóvenes lectores. En ocasiones, antes de escribir un cuento, lo
narraba experimentalmente ante una audiencia de alumnos, para medir reacciones
y contrastar desaciertos. A veces modificaba un final o daba mayor peso a un
personaje, de acuerdo con las sugerencias que los niños aportaban durante una
visita.
En este escenario, Syria
Poletti apareció mostrando a las nuevas generaciones una imagen de escritora
humanizada, soñadora y sufriente. Por añadidura intelectual, rebelde, curiosa,
punzante y despiadadamente racional. Tal fue su palabra desnuda y tal su
legado.
Con su apertura a las jóvenes
generaciones, Syria demostraba que la palabra no pertenecía a las élites, sino
a la gente, al decir de Gianni Rodari, “no para que todos sean artistas,
sino para que nadie sea esclavo”.
Por otra parte, Syria sostuvo
una activa correspondencia con grupos de alumnos de numerosas escuelas. En
especial con los adolescentes, quienes le escribían para confiarle sus
problemas de identidad o de existencia solitaria.
Hasta el momento, una escuela
argentina en la Provincia de Córdoba, dos Bibliotecas infantiles y la
perteneciente al E.F.A.S.C.E. de Buenos Aires tienen a Syria Poletti como
Madrina.
Cientos de docentes y alumnos
argentinos conservan el recuerdo de un vínculo directo con esta autora y – a
través de su palabra – con la cultura italiana.
He aquí por qué Syria no
renunciaba a esta cercanía. Los jóvenes fueron su fuente mágica tanto como su
propia infancia.
Querido Ariel:
Me preguntás cómo
nace la vocación de ser escritor y ¡es tan imposible de definir en una sola
respuesta! Desde lo anecdótico, la clave se encuentra en la propia historia,
única e irrepetible. También puedo afirmar que hay un momento en la vida de
todo escritor en el que descubre la magia de la palabra.
De pronto la vida
se corta por un fogonazo, y de ahí en más es "antes" y
"después" de ese instante en el que te llegó la verdad: el valor de la
palabra para comunicar.
Un día, cuando yo
era chica, cruzaba un caminito de campo, al borde de un arroyo, una mujer
joven, arrodillada sobre una tabla de lavar ropa, semihundida en las aguas, me
vio y me llamó. Yo me acerqué y ella vino hacia mía con las manos chorreantes,
con una expresión entre desconfiada y esperanzada a la vez. Y me preguntó:
-¿Es cierto que vos sabés leer?
-Sí, es cierto-contesté.
-¿No me decís una mentira? Mirá que si me
mentís, te pego.
-Pégueme, pero yo sé leer.
En ese entonces, yo creía que sabía leer todo
lo que estaba escrito.
La mujer sacó del
bolsillo del delantal una carta, húmeda y arrugada y, tendiéndomela, me dijo:
-Leémela… Pero sin mentiras.
Leí: "Querida
Juana: si es verdad que vas a tener un hijo nuestro, como me enteré, yo volveré
a tu pueblo y me casaré contigo. Eriberto."
-¿Eso dice? ¿Eso?- preguntó la mujer
anhelante, incrédula.
-Eso dice: "Me casaré contigo.
Eriberto."
-¿Y firma Eriberto? ¿Eriberto?
-Firma Eriberto. Mire la "E".
La mujer se puso a
llorar y me besó las manos con unción. Yo me sentí muy avergonzada. Retiré las
manos, molesta, y le dije:
-¿Por qué me besa las manos?
Y ella me contestó:
-Porque no puedo besárselas a quien te enseñó
a leer.
Y ahora no sé si
eso pasó ayer, esta mañana o hace cien años; pero sé que pasa todos los días.
Espero que entiendas.
Syria (del libro Cartas para una adolescente)
Falleció en Buenos Aires el día 11 de abril del año 1991.
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